La preocupación por los pobres está en el corazón del cristianismo. San Juan Pablo II llamó a la pobreza uno de los mayores desafíos morales de nuestro tiempo, y hacer caso omiso de la difícil situación de los pobres tiene consecuencias para nuestras almas eternas.

El Papa Francisco trató a la pobreza en la Evangelii Gaudium: «Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe. La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo que de ninguna manera nos altera..”(# 54).
La consecuencia de la apatía frente al sufrimiento se ve claramente en la parábola de Lázaro y el hombre rico. En su comentario sobre este pasaje, san Agustín observa que no fue su gran riqueza los que envió el hombre rico al infierno, fue su indiferencia. A él simplemente no le importaba. Ignoró al hombre pobre.
El cuidado de los pobres no es simplemente una cuestión de caridad, es también una cuestión de justicia. Estamos llamados a ayudar a los pobres, pero, al mismo tiempo, no estamos llamados simplemente «hacer algo”. Tener un corazón para los pobres no es suficiente. También necesitamos una mente para los pobres. Nuestra caridad y justicia deben ser ordenados por la razón y orientados a la verdad.
El Papa Benedicto escribe en Caritas in Veritate: «Sólo en la verdad resplandece la caridad y puede ser vivida auténticamente. La verdad es luz que da sentido y valor a la caridad. Esta luz es simultáneamente la de la razón y la de la fe, por medio de la cual la inteligencia llega a la verdad natural y sobrenatural de la caridad, percibiendo su significado de entrega, acogida y comunión. Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo”. (# 3).
Esto significa que nuestra caridad y nuestra hambre de justicia deben estar arraigadas en la virtud de la prudencia. El filósofo alemán Josef Pieper define la prudencia como ver al mundo tal y como es, y actuar en consecuencia. Esta es la razón por la que la prudencia a menudo se llama la madre de las virtudes, porque no podemos ser justos, valientes ni moderados, si no vemos el mundo tal como es y actuar de acuerdo con eso.
La prudencia es especialmente importante cuando tratamos de ayudar a los pobres. Santo Tomás de Aquino nos recuerda que la justicia puede ser destruida de dos maneras: no sólo por «el acto violento del hombre que posee el poder”, sino también por la «falsa prudencia del sabio”. La caridad imprudente puede en realidad aumentar la injusticia. A veces en realidad nuestra ayuda puede empeorar las cosas.
Hay muchos problemas con la forma en la que nos involucramos en los asuntos de la pobreza, tanto en los EEUU como en el extranjero, pero hay una cuestión filosófica subyacente que a menudo se olvida y es que hemos sustituido la caridad con el humanitarismo. ¿Cuál es la diferencia? El humanitarismo se centra principalmente en proporcionar comodidad y satisfacción a las necesidades materiales de la gente, pero esto es solo una pequeña parte de la caridad. El humanitarismo limita sus horizontes a lo material y, por lo tanto, no alcanza a la capacidad creativa, a la dignidad inherente, ni al destino eterno del hombre.
El humanitarismo es una visión secular y materialista vacía del amor cristiano. Es una mala copia. Sin embargo, incluso las organizaciones cristianas a menudo operan bajo un modelo humanitario. Como el Papa Francisco ha advertido, la Iglesia, se supone, no es sólo una entre muchas ONGs (organizaciones no gubernamentales).
La caridad, en cambio, viene de la palabra caritas en latín, o ágape en griego. La caridad es el amor cristiano. Amar es procurar por el bien del otro. Esto significa que mientras que las buenas obras y el cuidado de los pobres son una parte esencial de la caridad, no lo son todo.

 Desear el bien del otro, en última instancia significa desarrollo y estímulo del florecimiento humano, manteniendo en mente al mismo tiempo el destino eterno de la persona. ¿Significa esto que la caridad cristiana no se preocupa por las necesidades materiales? Por supuesto que no, pero se da cuenta de que esto no es suficiente. La provisión de las necesidades materiales debe estar al servicio de la promoción de la prosperidad humana, ayudando a la persona a ser todo lo que Dios ha llamado a que sea.

Las ideas sí tienen consecuencias, y el cambio de humanitarismo de nuevo a una visión más rica y más humana del amor cristiano cambia la forma en la que nos involucramos con los pobres —no sólo como objetos de nuestra caridad, sino como sujetos y protagonistas de su propia historia de desarrollo.

También nos hace menos centrados en nosotros mismos y más centrados en las personas a las que estamos tratando de ayudar. El Papa Francisco nos ha exhortado a estar en las primeras filas con los pobres. Es hora de una revolución en la caridad —en pensamiento y en acción.

Nota

La traducción del articulo Poverty, Justice, and Christian Love publicado por el Acton Institute el 7 de mayo de 2014, es de ContraPeso.info: un proveedor de ideas que explican la realidad económica, política y cultural que sostiene el valor de la libertad responsable y sus consecuencias lógicas.

La columna apareció primero en Legatus Magazine. Michael Matheson Miller es Investigador y Director de PovertyCure.