Por Richard Ebeling

Fuente: Centro Adam Smith

Noviembre de 2014

El 30 de enero de 1933, el presidente alemán Paul von Hindenburg designaba a Adolf Hitler canciller de Alemania. Una semana más tarde, el 8 de febrero, Wilhelm Röpke, profesor de economía en la Universidad de Marburg, de 32 años, daba una conferencia en Frankfurt am Main con el título de “¿El fin de una era?”. Röpke comunicó a su audiencia que Alemania se hallaba en las garras de una “revuelta contra la razón, la libertad y la humanidad”. El Nacionalsocialismo de Hitler era en aquel momento la fuerza dominante en el ataque contra los principios fundamentales del liberalismo y la civilización Occidental. El liberalismo, correctamente entendido, representaba una herencia intelectual, de 2.000 años de antigüedad, de libertad política, civil y económica. La libertad requería del imperio de la razón, apoyada en “la veracidad en lugar del oscurantismo, la claridad en lugar de la histeria, el avance del conocimiento en lugar del sensacionalismo para las masas, la lógica en lugar del revuelco en ánimos y emociones…Sólo el ideal liberal del uso de la Razón en servicio de la verdad que ha engendrado la ciencia…Sólo eso ha liberado a Europa del estupor y la desgracia de la barbarie”.

Un elemento adicional en la filosofía del liberalismo, correctamente entendido, explicaba Röpke, era la idea de humanidad. “La idea de humanidad es vista en su completo significado cuando es concebida como el rechazo del principio de la violencia, en pos del principio de la razón. La violencia es relegada bien a lo último en la escala de valores; su uso es admitido sólo como un último recurso, y con suma renuencia. Esto, en última instancia, es la esencia de la civilización”.

Pero el Nazismo fue la culminación del hundimiento de Alemania en la “barbarie iliberal”, decía Röpke, cuyos elementos se basaban en: (1) el “servilismo”, un “anhelo de la esclavitud del Estado”, con el Estado convirtiéndose en el “sujeto de una idolatría sin paralelos”; (2) el “irracionalismo”, en el cual las “voces” en el aire llamaban al pueblo alemán a ser guiado por la “sangre”, la “tierra”, y una “tormenta de emociones rebeldes y destructivas”; y (3) el “brutalismo” en el que la “la bestia rapaz en el hombre es ensalzada con un cinismo sin precedentes, y con el mismo cinismo todo acto inmoral y brutal es justificado por la santidad del fin político”. Röpke advertía que, “una nación que cede así al brutalismo se excluye a sí misma de la comunidad de la civilización Occidental”. Él esperaba que Alemania diera un paso atrás de este abismo antes de que su pueblo tuviera que aprender de su error en el fuego de la guerra.

Röpke también denunció la destitución por parte de los nazis de profesores y estudiantes judíos de universidades alemanas, que comenzó en abril de 1933. Los nazis lo denunciaron como un “enemigo del pueblo” y lo removieron de su cátedra en la Universidad de Marburg. Tras un airado intercambio con dos hombres de las SS enviados a “razonar” con él, Röpke decidió dejar Alemania y aceptar el exilio, antes que vivir bajo el Nacionalsocialismo.

 

 

Figura Destacada

Wilhem Röpke fue una destacada personalidad intelectual de la Europa del siglo XX. Combinó el conservadurismo con el liberalismo clásico para desarrollar una filosofía política, a la que denominó como una “vía media” con orientación de mercado entre el capitalismo del siglo diecinueve y el colectivismo totalitario del siglo veinte. Asimismo, Röpke se convirtió en un guía espiritual y arquitecto político-económico de la “economía social de mercado” alemana en la era de la segunda posguerra. Tal como Ludwig von Mises escribió cuando Röpke murió en 1966 a los 66 años:

“Por casi todo lo que hay de razonable y beneficioso en la actual política monetaria y comercial de Alemania, el crédito debe ser atribuido a la influencia de Röpke. Él –y el difunto Walter Eucken- son correctamente considerados como los autores intelectuales de la resurrección económica alemana….Los futuros historiadores de nuestra era tendrán que decir que no sólo fue un gran erudito, un exitoso maestro y fiel amigo, sino que, antes de nada, fue un intrépido hombre, que nunca temió profesar lo que él consideraba cierto y correcto. En medio de la decadencia moral y intelectual, fue un precursor inflexible del retorno a la razón, la honestidad y el ejercicio de políticas públicas sólidas.”

Röpke nació el 10 de octubre, hace 100 años, en Hannover, Alemania. Creció en una comunidad rural de granjeros independientes y artesanos de la industria casera. Su padre fue un médico rural. Dicha crianza, puede apreciarse en su creencia posterior de que una pequeña comunidad, saludable y equilibrada, es más adecuada para la vida humana.

No obstante, el evento que daría forma la elección de su propósito de vida, fue su experiencia en el ejército alemán en la Primera Guerra Mundial. La guerra era “la expresión de un brutal y estúpido orgullo nacional que fomentaba las ansias de dominación y establecía su aprobación en la inmoralidad colectiva”, explicaba Röpke. La experiencia de la guerra lo obligó a decidirse por convertirse en economista y sociólogo cuando los cañones se silenciaron. Ingresó en la Universidad de Marburg, dónde obtuvo su título doctoral en 1921. Al principio, Röpke pensaba que el socialismo era la respuesta a los problemas del mundo. Pero pronto descubrió que las soluciones realistas sólo se encontraban en el liberalismo clásico y la economía de mercado. Entre las influencias más importantes de dicho descubrimiento se hallaban las obras del economista austríaco Ludwig von Mises. “Su libro Nation, State and Economy (1919)… constituyó, en diversas maneras, la respuesta redentora a las preguntas que atormentaban a un joven hombre que acababa de volver de las trincheras”, escribió Röpke. Y fue Mises quien “me hizo inmune, a una fecha muy temprana, contra el virus del socialismo, que la mayoría de nosotros traíamos de la Primera Guerra Mundial.

En 1922, Röpke devino consejero del gobierno alemán para los problemas de pagos de reparación resultantes del Tratado de Versalles. De 1924 a 1928, fue profesor en la Universidad de Jena, pasando parte del tiempo, en 1927-1928, en Estados Unidos estudiando los problemas agrarios americanos bajo los auspicios de la Fundación Rockefeller. Tras regresar a Europa, fue profesor de economía en la Universidad de Graz, Austria, en 1928-1929. En 1929 fue designado profesor de economía en la Universidad de Marburg, puesto que mantuvo hasta su expulsión por el régimen Nazi en 1933. Fue también miembro de la Comisión Nacional Alemana sobre el Desempleo en los años 1930 y 1931, y fue consejero del gobierno alemán en 1932.

Tras dejar Alemania en 1933 aceptó un puesto en la Universidad de Estambul, Turquía, que mantuvo hasta 1937, y durante el cual asumió la reorganización del departamento de economía. Asimismo, fue fundador y primer director del Instituto Turco de Ciencias Sociales.

Carrera Docente en Ginebra

En 1937 fue invitado a ser profesor de relaciones económicas internacionales en el Instituto de Posgrado de Estudios Internacionales en Ginebra, Suiza, un puesto que conservó hasta su prematura muerte, el 12 de febrero de 1966. Dicho Instituto de Posgrado había sido fundado en 1927 por el famoso historiador económico Paul Mantoux y por el internacionalmente respetado economista, cientista político y destacado liberal clásico, William E. Rappard. En el confortable edificio del Instituto de Posgrado con vista al Lago Ginebra, Röpke asumió sus deberes docentes. Estaba acompañado por colegas tales como Mises, el eminente historiador italiano Guglielmo Ferrero (un exiliado del régimen fascista italiano), el economista de libre mercado polaco, Michael Heilperin, y el filósofo austríaco del derecho, Hans Kelsen.

Luego de la ocupación alemana de Francia, Röpke recibió tres veces la oferta de un puesto docente en la Nueva Escuela para la Investigación Social en Nueva York (en 1940. 1941 y 1943), como una vía de escape de la Europa ocupada por los Nazis. Pero en cada caso rechazó la invitación de dejar la Suiza neutral, decidiéndose por continuar siendo una voz para la libertad y la razón en una Europa dominada por el totalitarismo. Inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, Röpke distribuyó un memorándum ofreciendo un “plan para un periódico internacional” que estaría dedicado al restablecimiento y la defensa del liberalismo clásico y la economía de libre-mercado contra todas las formas de colectivismo político y económico. El periódico nunca fue creado, pero las ideas expresadas en el memorándum sirvieron como apoyo a la exitosa fundación por parte de F. A. Hayek de la Sociedad Mont Pelerin en 1947, una asociación internacional de eruditos y formadores de opinión dedicados a la filosofía de la libertad. Röpke se desempeñó como el presidente de la sociedad de 1960 a 1962.

En la década de 1950, fue asesor económico del gobierno de Alemania Occidental. También fue una de las principales figuras de un grupo de economistas alemanes con orientación de mercado, quienes en el período de la posguerra fueron conocidos como Ordo-liberales; su propósito y meta era la construcción de una “economía social de mercado” que asegurase tanto un orden abierto para la competencia, como las garantías sociales mínimas.

La Teoría del Ciclo Económico

En la década del „20 y por parte de la década del „30, un foco primario de los escritos de Röpke fue la teoría del ciclo económico y sus políticas. Su obra más significativa en este campo fue su volumen de Crisis y Cycles, de 1936, que resumía y elaboraba sus primeros escritos, en su mayoría en alemán, sobre el tema. Röpke sostenía que una compleja división del trabajo con una desarrollada estructura de métodos indirectos de producción, mantenidos unidos por la delicada red de los precios de mercado para los bienes terminados y los factores de producción, tenía el potencial de sufrir de vez en cuando las ondas cíclicas de auges y depresiones. La causa de tales ciclos radicaba en los desequilibrios periódicos entre el ahorro y la inversión en la economía. Si bien no se ajustaba completamente a la teoría austríaca del ciclo económico, el enfoque de Röpke avanzaba por líneas similares, argumentando que una expansión monetaria que mantuviera la tasa de interés de mercado por debajo del nivel que pudiera mantener un equilibrio entre el ahorro y la inversión, alentaría proyectos de inversión y causaría desviaciones de mano de obra y recursos hacia procesos de producción, por encima del ahorro disponible para sostenerlos a largo plazo.

La contribución particular de Röpke al análisis del ciclo económico fue su teoría de lo que él diera en llamar “depresión secundaria”. Cuando el auge concluía, una recesión económica era inevitable, comportando que los excesos de inversión de la recuperación debieran contraerse y reajustarse a las realidades del ahorro disponible y a los patrones de mercado de oferta y demanda. Pero mientras se desempeñaba en la Comisión Nacional Alemana sobre el Desempleo en 1930-1931, arribó a la conclusión de que había fuerzas negativas trabajando en ese momento más allá de cualquier tipo normal de ajuste de post-auge. El fracaso de los precios de coste para ajustarse a la baja rápidamente con la disminución de los precios de los productos terminados estaba provocando un impacto dramático en la producción y el empleo. El aumento del desempleo redundaba en una disminución de ingresos que luego creaba una nueva ronda de caídas en la demanda de bienes en la economía, que a su vez producía otra disminución en el empleo y la producción. Al mismo tiempo, la falta de rentabilidad creciente de la industria tornaba a los hombres de negocios renuentes a emprender nuevas inversiones, lo cual resultaba en la acumulación de ahorros ociosos en los mercados financieros. Tal secuencia de eventos generaba una contracción acumulada en la economía que se retroalimentaba.

Röpke concluyó que esta depresión secundaria no servía a un sano propósito, y la espiral descendente de la contracción acumulada en la producción y el empleo sólo podría ser resuelta por una expansión crediticia inducida por el gobierno y proyectos de obras públicas. Una vez que el gobierno introdujera un piso de gasto por debajo del cual la economía ya no se moviera, el mercado comenzaría naturalmente una recuperación normal y sana que traería a la economía nuevamente a un equilibrio adecuado.

En 1933, cuando Röpke publicó en inglés un artículo explicando los resultados de la Comisión Alemana sobre el Desempleo, John Maynard Keynes le expresó a Röpke su “gran satisfacción” porque economistas alemanes estuvieran llegando a las mismas conclusiones que él, a saber, que el gobierno necesitaba tomar un papel activo en la dirección de la economía. Pero Röpke no tenía ninguna simpatía por la creencia de Keynes de que el mercado era inherentemente inestable y presentaba una permanente necesidad de gestión de la “demanda agregada”, por parte del gobierno. En su opinión, la Gran Depresión representaba un “raro acontecimiento” de una “excepcional combinación de circunstancias” que requerían de “una deliberada política de „demanda efectiva‟ adicional en el sistema económico”. Pero, continuaba Röpke, la construcción por parte de Keynes de una “teoría general del empleo”, basada en las circunstancias excepcionales de los principios de 1930, era una “abogada de la desesperación”, y extremadamente peligrosa por cierto, toda vez que creaba un fundamento para continuos ajustes del gobierno y un fuerte sesgo inflacionario nocivo para la estabilidad de la economía de mercado en el largo plazo. En efecto, lo cierto es que Röpke se convirtió en uno de los principales críticos de la economía keynesiana luego de la Segunda Guerra Mundial.

 

La Crisis de la Civilización Occidental

Sin embargo, el tema central que absorbió la mayor parte de los esfuerzos intelectuales y literarios de Röpke, durante las décadas del ‟30 y del ‟40, fue lo que él consideraba la crisis de la civilización Occidental, el síntoma más marcado y terrible de lo que fuera el auge del colectivismo totalitario, representado por el comunismo soviético, el fascismo italiano y el nacionalsocialismo alemán. Dedicó todos sus esfuerzos a oponerse y desafiar esta horrible tendencia en una serie de libros importantes y muy influyentes. En 1937 publicó Economics of the Free Society, un tratado sobre principios económicos que no sólo explicaban y defendían la economía de mercado, sino que también criticaba fuertemente las ideas del socialismo y el intervencionismo. Éste fue seguido en 1942 por International Economic Disintegration, en el que detalló las desastrosas consecuencias que la economía colectivista produjo mediante el destrozo de la división internacional del trabajo a través de las restricciones al comercio, el control de cambios, la planificación del gobierno, las intervenciones domésticas, y las políticas de autosuficiencia nacional.

Sin embargo, el núcleo de la crítica de Röpke a la decadencia de la civilización Occidental y el camino hacia su renovación se encontraba en una trilogía publicada durante la guerra: The Social Crisis of Our Time, Civitas Humana (reeditada posteriormente como The Moral Foundations of Civil Society), y International Order. Éste fue seguido al final de la guerra por The Solution of the German Problem (1945)16. Y una reformulación más de su concepción de una sociedad adecuadamente ordenada y equilibrada fue ofrecida en A Humane Economy: The Social Framework of The Free Market (1958).

Los logros del siglo dieciocho, desde la visión de Röpke, fueron el uso de la razón para un entendimiento equilibrado tanto del mundo natural como del social; el despertar de una idea de un orden libre y espontáneo de relaciones de mercado; una concepción del hombre que lo contemplaba en términos humanos proporcionales; un sentido de humanidad en la apreciación y el deseo de mejorar la condición humana. De estas ideas vinieron los logros físicos y biológicos de la ciencia moderna y la medicina; un orden de libre mercado que liberó al hombre de los estatus y la sociedad de castas y mejoró dramáticamente su estándar de vida; y el ideal liberal y democrático por el cual el individuo poseía derechos a la vida, a la libertad, y a la propiedad, y en el cual la paz y el pluralismo político tolerante reemplazó a la violencia imperial y al absolutismo político.

Pero desde el punto de vista de Röpke, muchos de estos éxitos y logros habían sido torcidos en el siglo diecinueve. El uso de la razón habíase tornado “irrazonable”, a medida que surgía un híper-racionalismo que clamaba tener el poder de descubrir los secretos para la ingeniería social. Los triunfos de las ciencias naturales en la dominación del mundo físico habían promovido un “culto de lo colosal”, que entrañaba una adoración por las cosas del mundo material y un deseo de crear objetos más grandes que la vida humana. Los grandes logros de la economía de mercado no sólo habían liberado al hombre de sus ataduras sociales anteriores, sino que lo habían soltado de todos los amarras de la sociedad, de la familia, de la comunidad, y de la armonía de la vida local, y en su lugar redujeron al hombre a una proletarizada “masa”, con una existencia urbana anónima e impersonal. Y el ideal del pluralismo democrático había sido socavado y reducido, cada vez más, en un escenario de saqueo político de intereses especiales.

“Estado de Termitas”

La pérdida de conexiones humanas tradicionales, la deshumanización del hombre en la sociedad de masas, y la corrupción de los mercados políticos y económicos, sostenía Röpke, habían creado las condiciones sociológicas y psicológicas para la emergencia de y la receptividad hacia la idea colectivista, y su promesa de una nueva comunidad de los hombres, una transformación de la condición humana, y una mejor sociedad diseñada conforme a un plan central. Éstas eran puras falsas promesas y esperanzas. El colectivismo, ya sea de tipo fascista o comunista, significaba el fin del orden económico racional, amenazaba la pérdida de la libertad y el fin de la dignidad humana, y requería de la reducción del hombre al estatus de un insecto, a lo que Röpke a menudo se refería como el “estado de termitas” socialista.

Röpke fue inflexible en su insistencia de que sólo la economía de mercado era consistente tanto con la libertad como la prosperidad. Sólo el mercado, con su sistema de derechos de propiedad privada, proveía el marco para aprovechar los incentivos individuales y de la creatividad en beneficio de la sociedad. Sólo el mercado podía generar el proceso competitivo necesario para la formación de precios que pudiera coordinar exitosamente la oferta y demanda. Sólo el mercado daba a cada individuo la libertad de ser un fin en sí mismo, y servir al mismo tiempo como un medio voluntario para los fines de los otros mediante el mecanismo de intercambio.

Sin embargo, en la opinión de Röpke, el mercado por sí sólo no era suficiente. La sociedad humana requería ir “más allá de la oferta y la demanda”, a la construcción de un orden institucional que incorporara al mercado en un contexto social más amplio. Era en este contexto que Röpke proponía la distinción entre intervenciones “aceptables” e “inaceptables” en el mercado. Las intervenciones inaceptables iban en contra del funcionamiento natural del mercado, mediante la introducción del control de precios y producción, que interrumpían los procesos normales de coordinación de la competencia del mercado. Las intervenciones aceptables influían en las condiciones subyacentes a la oferta y la demanda, y los acuerdos institucionales en los cuales se basan tales condiciones, con el fin de modificar los resultados que el proceso competitivo generaría.

Röpke, por ejemplo, creía que: las leyes de defensa de la competencia eran necesarias y deseables como un método para limitar en algo la concentración industrial privada; las restricciones al desarrollo urbano eran necesarias para limitar el crecimiento del tamaño de la ciudad y para fomentar una retención de la vida rural; la redistribución del ingreso era legítima para reducir desigualdades de ingresos importantes; y los programas moderados y limitados de la “red de seguridad” de bienestar eran consistentes con una sociedad humana que se mantuviera esencialmente orientada hacia el mercado. Para ser justos con Röpke, hay que señalar que a raíz de la Gran Depresión y el creciente atractivo de la planificación socialista, un gran número de economistas con orientación de mercado, en aquel momento, aceptaron programas del Estado de bienestar y un grado de intervencionismo mayor de lo que muchos economistas de libre mercado considerarían legítimo en la actualidad.

No obstante, en la década de 1950, Röpke comenzó a tener graves segundos pensamientos respecto del estado de bienestar y su tendencia a crecer más allá de los estrechos límites de lo que él consideraba razonable. Röpke estaba de acuerdo con su colega liberal alemán, Alexander Rustow, quien en un documento entregado en una reunión de la Sociedad Mont Pelerin en los años ‟50, se refirió al estado de bienestar como “el otro camino a la servidumbre”. Röpke temía que el estado de bienestar, en un sistema democrático abierto a las presiones de grupos de intereses especiales, amenazara con crecer en monstruosas proporciones y crear una creciente dependencia del estado paternalista. Además, los costes de financiación del estado de bienestar y políticas keynesianas de “pleno empleo” actuaban como un motor para el empeoramiento de la inflación, conforme el gobierno recurría a la imprenta para pagar sus cuentas.

Finalmente, Röpke argumentaba que la creciente politización de la vida social y económica por una expansión del estado de bienestar-intervencionista, socavaba las posibilidades para un orden internacional exitoso basado en la paz, la prosperidad mutua, y una asignación y uso racionales de los recursos del mundo. El orden internacional requiere que los estados practiquen políticas sólidas en casa: respeto por la propiedad privada, ejecución de los contratos, protección de las inversiones extranjeras, limitada intervención gubernamental y políticas monetarias no inflacionarias. Las redes de comercio internacional e inversiones conectarían entonces al mundo natural y espontáneamente a través de las relaciones privadas de mercado.

Por esta razón, Röpke dudaba que la integración económica y monetaria europea pudiera ser exitosamente impuesta, mientras los estados miembros no estuvieran dispuestos a seguir las políticas domésticas necesarias de gobierno limitado y de capitalismo de mercado abierto y competitivo. Las tensiones y los conflictos eran inevitables en una era dominada por ideas colectivistas e intervencionistas.

Wilhem Röpke fue más que tan sólo un economista. Durante algunas de las más oscuras décadas del siglo veinte, pareció más un profeta del Viejo Testamento alertando sobre los peligros de una pérdida de nuestra brújula moral. El colectivismo tuvo pocos opositores en nuestro siglo con tanto sentido de propósito ético. Precisamente porque fue un economista de formación, Röpke comprendió la indivisibilidad de la libertad personal, política y económica de una manera que muchos otros críticos del socialismo en sus diversas formas no pudieron nunca articular. La apreciación de la historia y el contexto histórico en sus análisis no hicieron más que enriquecer el poder persuasivo de su mensaje. El renacimiento de la economía de mercado en Alemania y en otras partes de Europa después de 1945 se debe en gran parte a sus esfuerzos intelectuales y su legado.

Artículo publicado en la Revista Digital Orden Espontáneo de abril de 2010.