Por Felicitas Casillo para el Instituto Acton Argentina
Diciembre 2014

En su Ensayo Sobre los Cuentos de Hadas, J.R.R. Tolkien defendía la evasión que propicia la fantasía no como un escapismo sino como un camino para transformar la realidad.

Como resultado de una visión exclusivamente psicoanalítica, en occidente la palabra evasión connota huida, escapismo, negación, y otros vocablos asociados a la incapacidad de enfrentar la realidad. El que se evade, según esta noción, es aquel que no enfrenta los problemas de sus días y por esa misma razón no puede resolverlos. Sin embargo, existe otra definición de esta palabra, ligada a la creatividad y al arte: la evasión entendida como el acceso a un mundo fantástico que nos devuelve a la vida real, no cegados ni adormecidos, sino que por el contrario, alertas y activos.

Para J.R.R. Tolkien uno de los objetivos primordiales de los cuentos de hadas era la evasión. Claro que el autor británico no comprendía la palabra evasión en el sentido de los mecanismos de defensa, como un escapismo o elusión de la realidad. Creía más bien que la capacidad del hombre de imaginar un mundo secundario, mejor o peor en algún aspecto que la realidad misma, era el motor para volverse sobre esa realidad y construirla. El arte se presentaba entonces, además de como un mero entretenimiento, como un desafío, el mapa de un territorio por construir.

Tanto Bilbo, en El Hobbit, como Niggle, en Hoja de Niggle, sobreviven cada uno en una realidad problemática pero cómoda, de la que no desean escapar. Ciertamente esa realidad inicial no los satisface, pero no están dispuestos a emprender el cambio. En un comienzo, ambos son desertores aunque permanezcan en la batalla. La aventura, fantástica en el caso de Bilbo, se presenta como una irrupción indeseada en esa aparente paz cotidiana. Recién cuando finalmente se evaden hacia el viaje logran concretar el cambio. Solamente emprendiendo la marcha a través de un terreno incierto estos pequeños héroes podrán regresar a la realidad para aprehenderla y recién entonces, transformarla. En la trilogía de El Señor de los Anillos, cuando Frodo arroja el anillo al ardiente abismo del Monte del Destino, todos los engranajes del mal fracasan porque un pequeño hobbit se había evadido de su abrigado agujero.

“Es evidente que nos enfrentamos a un uso erróneo de las palabras y al mismo tiempo a una confusión de ideas”, comentaba el escritor en su ensayo Sobre los cuentos de Hadas, y seguía: “¿Por qué ha de despreciarse a la persona que, estando en prisión, intenta fugarse y regresar a casa? Y en caso de no lograrlo, ¿por qué ha de despreciársela si piensa y habla de otros temas que no sean carceleros y rejas?”

Lejos de la idea de una brujería artificiosa, Tolkien comprendía la fantasía como un arte refinado, difícil de lograr, en el que el artista era un “sub-creador”, asociado a sus lectores, un poder este lejano al afán vanidoso del simple mago. Pero además de la evasión, Tolkien creía que la fantasía provocaba “renovación y consuelo”. ¿Hasta qué punto influyeron las sombrías trincheras de la segunda guerra en el joven Tolkien para que años más tarde llegara a estas conclusiones en la Universidad de Oxford? Posiblemente en mucho: “Un Portavoz del Partido (Nazi) habría calificado de traidor al que tan solo criticara o al que escapara de las penalidades del Reich del Führer o de cualquier otro Reich”, con estas palabras se refería a quienes hacían un uso peyorativo del término evasión, asociándolo con la deserción.

Por su idea acerca de la creación artística, Tolkien fue quizás un adelantado para su época y también, posiblemente, para la nuestra, como suele suceder con aquellos que asocian el acto creativo con la naturaleza humana. Ciertamente, el ser humano podría no hacer arte, y sin embargo, hombres y mujeres de todos los tiempos insistieron en la expresión artística. Esta pregunta también nos interroga hoy día. No hemos podido describir científicamente por qué y cómo funciona la creatividad. El arte nos sumerge en el misterio, y este, según Tolkien, es una herencia: “La fantasía sigue siendo un derecho humano: creamos a nuestra medida y en forma delegada, porque hemos sigo creados; pero no solo creamos, sino que lo hacemos a imagen y semejanza de un Creador.”