Por Jorge E. Velarde Rosso para Revista Ciencia y Cultura.
La Paz, Diciembre 2014

IDEAS Y PENSAMIENTOS

Modernidad, posmodernidad y cristianismo. Una aproximación al pensamiento de Joseph Ratzinger

 

Modernity, postmodernity and cristianism. An approach to Joseph Ratzinger

 
 

Jorge E. Velarde Rosso*


Resumen

El artículo es la transcripción de la ponencia pronunciada en el paraninfo de la Universidad Católica Boliviana «San Pablo» con ocasión del acto académico en homenaje a Benedicto XVI que se llevó a cabo el día 27 de febrero de 2013, con la presencia de las autoridades de la Universidad y del Nuncio Apostólico en Bolivia. Propone una lectura de la filosofía en la obra de Joseph Ratzinger y argumenta que el autor como un filósofo que forma parte de la consciencia crítica de la hora actual con la intención de aportar a una posible solución. Una breve presentación ayuda a contextualizar el texto en el tema de la revista.


Abstract

The article is the transcript of the speech delivered in the auditorium of the Universidad Católica Boliviana «San Pablo» upon the academic ceremony in honor of Benedict XVI that took place on February 27, 2013, with the presence of the authorities of University and the Apostolic Nuncio in Bolivia. The article proposes a reading of the work of Joseph Ratzinger in a philosophical perspective and proposes the author as a philosopher who is part of the critical awareness of the present time, with the intention of contributing to a solution. A brief presentation of the text helps contextualize the issue of the magazine.


Presentación

El 11 de febrero de 2013 quedará como un día histórico en la vida de la Iglesia al anunciar Benedicto XVI —en latín— su decisión de renunciar al cargo de obispo de Roma. Un hombre como Joseph Ratzinger no tomaría tal medida de manera precipitada y solo por razones personales. Es necesario reflexionar sobre las posibles enseñanzas que encierra la renuncia de Benedicto XVI y no tanto sobre las causas, ya que, tal vez influenciados inevitablemente por los medios de comunicación, pensamos que es más importante sería entender el porqué de la renuncia, cuando tal vez sea más significativo pensar para qué. En otras palabras, ¿qué podemos aprender todos, pero principalmente los cristianos, de esta renuncia?

Creo que hay un par de lecciones muy importantes que el Papa profesor quiere dar con su renuncia, y que se pueden resumir en una palabra: racionalización.

La primera racionalización es evidente para casi todos, pues Benedicto XVI renunció de manera lúcida e implica un replanteamiento de una tradición multisecular. Esta decisión servirá —qué duda cabe— de precedente para futuras renuncias papales. Y este elemento resulta ser una prueba más de que Ratzinger no renuncia por huir de problemas, ya que para animarse a romper una tradición multisecular se tiene que tener muchísimo valor. El siguiente Papa que decida renunciar tendrá el camino allanado por esta humilde valentía del papa Ratzinger. Es pues, a partir de ahora, más racional que un Papa se anime a renunciar, porque estará liberado del miedo de romper una tradición multisecular.

Una segunda racionalización tiene que ver con el cargo mismo. En el texto de la renuncia se lee:

Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando. Sin embargo, en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu.

Como creyentes sabemos y confiamos que el cargo de sucesor de Pedro cuenta con una asistencia particular del Espíritu Santo. Pero muy en la línea del Papa profesor está la idea de que la fe no es algo irracional. Confiar en que Dios asiste a su vicario de manera especial no debería significar caer en algún tipo de pensamiento mágico. «No actuar según la razón, no actuar con el logos es contrario a la naturaleza de Dios», esa fue la gran lección de Ratisbona. En otras palabras, la persona concreta que ejerce el cargo de sumo pontífice no es secundaria, no se trata de un mero títere del Espíritu Santo. En los tiempos que corren se requiere un Papa más joven. Hace 600 años —cuando sucedió aproximadamente la última renuncia pontificia— la esperanza de vida era muchísimo menor. Hoy ha dejado de ser racional que el Papa tenga que, forzosa y necesariamente, morir en el cargo.

Una tercera racionalización tiene que ver con el detalle, no menor, que implica la administración humana de la Iglesia. La experiencia de cualquier gran compañía o gobierno muestra que mientras más anticipada es una transición de las autoridades máximas, más capacidad tiene dicha institución de hacerlo eficaz y efectivamente. La muerte intempestiva de la máxima autoridad deja una serie de pendientes que toma mucho tiempo subsanar. Sin olvidar la posibilidad de que esa muerte pueda implicar una pérdida irreparable de información crucial para determinados asuntos. Es pues, sin duda, una racionalización que un Papa todavía lúcido pero mayor pueda dejar al nuevo Papa más joven una agenda clara.

Una última racionalización, y me animo a llamarla así pues parto de la idea ratzingeriana de que la fe cristiana es una fe racional, es que la renuncia es a la vez un gran acto de ascética moderna —en el mejor sentido de la palabra—, pues implica un acto de libertad interior y de conciencia de Benedicto XVI.

El Concilio Vaticano II afirma que «La verdadera libertad es signo eminente de la imagen divina en el hombre»(Gaudium et Spes §17). Es duro reconocer que muchas veces los católicos actuamos más en consigna que en conciencia. Actuar con libertad interior implica que, una vez que se toma la decisión en conciencia, se puede tener la certeza de que se trata de la voluntad de Dios. Pueden llegar incomprensiones, juicios temerarios, maledicencias y hasta mentiras evidentes, calumnias, pero quien ha tomado la decisión con esa libertad frente a Dios goza de una paz que ‘el mundo no puede quitar’. Es la misma paz que admiramos en los santos canonizados, es la misma paz con la que Jesús vivía y desde la cual predicó que ‘el sábado ha sido hecho para el hombre y no el hombre para el sábado’ (Mc 2,27). Esa libertad de espíritu que sabe y reconoce la validez e importancia de las tradiciones, pero no hasta el punto que impliquen un daño para la persona y la sociedad —en este caso para la Iglesia—. Que el revolucionario acto de renuncia haya sido pronunciado en latín, ¿no es un signo claro de ese equilibrio entre tradición y novedad que caracteriza a Joseph Ratzinger?

Estas breves ideas sobre la renuncia de Benedicto XVI —un hecho que sin duda puede clasificarse como trascendental en la historia de la Iglesia de los últimos 50 años—, buscan introducir la transcripción de la ponencia pronunciada en el paraninfo de la Universidad Católica Boliviana «San Pablo» con ocasión del Acto Académico en homenaje a Benedicto XVI que se llevó a cabo el día 27 de febrero de 2013 con la presencia de las autoridades de la Universidad y del Nuncio Apostólico en Bolivia.

1. Introducción

Mons. Giambattista Diquattro, Nuncio Apostólico de Su Santidad en Bolivia, R.P. Dr. Hans van den Berg, Rector Nacional de la Universidad Católica Boliviana «San Pablo», Dr. Eric Roth, rector de la Unidad Académica Regional La Paz, distinguidas autoridades de la Universidad, familiares, amigos, damas y caballeros;

Es para mí un placer poder compartir mis investigaciones sobre el pensamiento filosófico-político del actual papa Benedicto XVI en este acto homenaje de la Universidad Católica Boliviana «San Pablo». Para mí todo comenzó con la tesis de licenciatura de la carrera de ciencias políticas de esta universidad, de la que soy el tercer graduado. Desde entonces fue evidente que me hallaba ante una figura excepcional en la historia de la Iglesia y del pensamiento contemporáneo, pero también una figura incomprendida; uno de esos «habitantes en situaciones de frontera», de los que habla el filósofo Alasdair MacIntyre, es decir, aquellos personajes que por ver más allá que sus contemporáneos suelen ser mal comprendidos. No me detengo en los de sobra conocidos prejuicios contra Ratzinger, porque nos encontramos en un acto de homenaje y porque sencillamente no vale la pena, ya que tales opiniones surgen de lo que muchas veces no se ha querido conocer y comprender. Suelen ser las generaciones siguientes las que reconocen el valor y el legado de estos personajes de frontera. Por eso, antes de presentar algo de mis investigaciones, les pido me permitan un breve desliz personal y panegírico. Benedicto XVI, Joseph Ratzinger, es para mí un maestro en el sentido más clásico y noble del término:

Un maestro es la persona capaz de grabar a fuego en tu alma una idea. Un maestro es quien atraviesa intelectualmente tu vida, como una flecha… es quien va siempre por delante… dando respuesta a tus inquietudes intelectuales… Por eso, la conversación con el maestro es rayo de luz, abre horizontes, crea nuevas expectativas, despierta sensibilidades. La presencia del maestro estimula la inteligencia, alienta la creatividad, despierta la imaginación. El maestro te cautiva, como me cautivó a mí Joseph Ratzinger (Oslé 2013)

Por eso quiero agradecer a todas aquellas personas que hicieron posible que yo esté aquí en este significativo homenaje a Benedicto XVI.

2. Desarrollo

En noviembre de 2002, el filósofo francés Pascal Engel y el filósofo norteamericano Richard Rorty sostuvieron un debate organizado por el Collège de filosofía de La Sorbona, en base a la pregunta: ¿para qué sirve la verdad? Me gustaría partir de algunas consideraciones que hizo entonces Pascal Engel, pues según este autor nunca ha sido mayor la desconfianza ante valores como racionalidad, progreso científico, verdad y objetividad entre los más avanzados círculos intelectuales, los medios de comunicación e incluso en la sociedad. En este sentido resulta particularmente interesante la reflexión de Pascal Engel, cuando afirma que la desconfianza ante la verdad en la sociedad contemporánea es más bien hacia el ideal abstracto-normativo, mientras que todavía se aspira a ella en la vida cotidiana como un valor instrumental al servicio de otro fin. Y entonces se pregunta:

¿cuál es el concepto de verdad que debemos rechazar, y cuál el que debemos retener? ¿Hay que rechazarlos a ambos? ¿O hay que retenerlos a ambos? ¿Es verdaderamente coherente decir que no queremos la Verdad, pero estamos dispuestos a admitir que hay teorías, enunciados o creencias verdaderas? (Engel y Rorty 17)

Estas preguntas evidencian de modo claro el momento de crisis que vive el pensamiento y la cultura occidental desde hace ya varias décadas. ¿En qué consiste ésta? Según el filósofo español Leonardo Polo, recientemente fallecido, se trata de

… cierto tipo de decadencia epocal, definible como la fase histórica de índole negativa… de una cultura… en que los supuestos de la vida colectiva se debilitan hasta tal punto que su proyección dinámica queda en suspenso… se siente que la fecundidad de las bases desde las que se vivía ya no son válidas, es decir, ya no son suficientemente fecundas… Los protagonistas de la decadencia suelen tener cierta conciencia de ella: notan que las cosas no van bien, o que las convicciones que hasta entonces existían ya no son suficientes para resolver los problemas sociales que, por otra parte, se van acumulando (Polo 113).

No se necesita ser un especialista para reconocer que Joseph Ratzinger es uno de esos protagonistas. Y de esta apreciación surge mi interés por profundizar en su pensamiento. Pero antes, es necesario detenernos todavía en el tema de la crisis del pensamiento occidental. En el artículo de Polo, el autor aventura una hipótesis por demás interesante, que se refleja claramente en el título: La sofística como filosofía de las épocas de crisis. Allí afirma que estas crisis no son fenómenos inconscientes, que existe cierto tipo de conocimiento que él llama ‘conciencia crítica’.

Como tipo de decadencia, la crisis se caracteriza por la intervención de elementos de análisis que versan sobre sus mismos protagonistas. Este rasgo es propio, sobre todo, de la cultura occidental. Fuera de ella la decadencia afecta a los protagonistas, pero éstos suelen proyectar su causa en factores externos. En cambio, en la cultura occidental acontecen periodos de perplejidad o de escasez en la orientación ante la acumulación de problemas. Al intentar averiguar la razón de ser de las dificultades…, la conciencia crítica es muchas veces autoreferida (113s).

Polo continúa e introduce un nuevo elemento, y es la razón por la cual ha sido necesario citarlo. Él dice que la conciencia crítica en los tiempos de crisis atraviesa por dos fases.

La primera… es la sofística, es decir, la conciencia de gente intelectualmente formada que trata [de] sacar provecho de la crisis sin superarla. El interés de aprovecharse contribuye a considerar inevitable la situación crítica y, por tanto, a cerrar la ilusión de solucionar la crisis buscando un nuevo punto de partida. El estimar imposible la solución positiva y la falta de interés por ella se refuerzan mutuamente (114).

Recordemos que el término sofista se tiñó de una interpretación peyorativa en pensadores que se hallaban en la segunda fase, Platón y Aristóteles, para el caso griego, y que se caracterizó así a aquellos personajes ambulantes que hacían de la enseñanza un negocio y comerciaban con las ideas, y quienes, según Polo, reaparecen en las sucesivas fases de las decadencias concienciadas de Occidente.

«En la segunda fase aparece la búsqueda de soluciones positivas. La supervivencia de la cultura occidental ha sido posible por ella» (Ratzinger 2007), afirma lacónicamente Polo. Mi hipótesis principal es que Joseph Ratzinger es un autor de la segunda fase, un hombre que forma parte de la consciencia crítica de la hora actual, pero no para aprovecharse de ella sino con la intención de aportar a una posible solución. Si esta hipótesis es cierta, se deben encontrar en sus escritos, tanto revisiones críticas a la modernidad como soluciones distintas a las propuestas por autores de la nueva sofística contemporánea, por usar la denominación de Polo.

A continuación presentaré la mejor y más desarrollada revisión sobre la modernidad que he encontrado hasta el momento en los escritos de Ratzinger. Se trata de una breve sección de su libro Introducción al cristianismo,que es uno de sus grandes tratados teológicos; publicado en 1968, alcanzó un año después la décima edición y ha sido ampliamente estudiado y comentado. La parte que voy a comentar es tan solo una sección, menos de diez páginas, en las cuales se evidencia la verdad de la sentencia de Baltasar Gracián: «Lo bueno, si breve, dos veces bueno». Esta sección tiene por título: ‘Los límites de la comprensión moderna de la realidad y el lugar de la fe’. Al empezarla, Ratzinger afirma que en la historia humana se evidencian tres modos básicos de ‘situarse ante la realidad’, uno mágico, otro metafísico y otro científico. «Adviértase —dice— que el término ‘científico’ que aquí empleamos está relacionado con las ciencias naturales» (Ratzinger 54). E inmediatamente aclara —tal vez para evitar una lectura a lo Comte— que ninguna de estas fases es neutral a la fe cristiana; «todas pueden ayudarla, pero también todas pueden ponerle trabas» (54). Sin detenerse en las dos primeras, afirma que el impedimento del estadio científico a la fe es la «limitación a los ‘fenómenos’, a lo que se ve y a lo que se puede captar…, lo que podemos abarcar y medir» (54)1. A partir de esta limitación fundamental se ha ido formando paulatinamente en la cultura moderna

un nuevo concepto de verdad y realidad que, casi siempre inconscientemente, constituye el requisito indispensable de nuestro pensamiento, pero que solo puede ser superado si se le somete al juicio crítico de la conciencia. La tarea del pensamiento no científico-natural será, pues, clara: pensar lo impensado y presentar a la conciencia la problemática humana de tal orientación (55).

¿No parece acaso un eslogan de mayo del 68? La comparación no es del todo excesiva, pues comparte con esa época la conciencia crítica de la que habla Polo. Y es en este punto que Ratzinger presenta el magistral resumen de la historia del pensamiento filosófico moderno, que trataré de resumir a continuación.

Empieza mencionando el aporte cartesiano, y luego el kantiano, pero centra su atención en el filósofo italiano Giambattista Vico y su famosa sentencia ‘verum esse ipsum factum’2, es decir, la verdad es el o lo hecho.

A mi juicio —dice Ratzinger— esta fórmula señala el final de la vieja metafísica y el comienzo del auténtico y peculiar espíritu moderno. Ella representa, con precisión inimitable, la revolución que el pensamiento moderno supuso para todo lo anterior. Para la Antigüedad y la Edad Media el ser mismo es verdadero [verum est ens]…, el ser es ser pensado….__Es decir, todo ser es idea, todo ser es pensamiento, logos, verdad (55).

Se percibe aquí una clara influencia platónico-agustiniana, pero es más interesante el desarrollo que Ratzinger hace a continuación, cuando afirma que esta noción general todavía está presente en Descartes, para quien

… la única verdadera certeza era la formal, la de la razón…. Se anuncia el paso a la Edad Moderna cuando la certeza matemática se convierte en modelo de la certeza de la razón, cuando la matemática pasa a ser la forma primaria del pensar racional (57).

Vico en cambio propone la tesis contraria, cuando afirma que el saber real es aquel que conoce la causa:

Conozco una cosa si conozco su causa; si conozco el fundamento… Sin embargo…: si el conocer real implica el conocimiento de las causas, entonces sólo podemos conocer verdaderamente lo que nosotros mismos hemos hecho… la identidad entre la verdad y el ser queda suplantada por la identidad entre la verdad y la facticidad; puede conocerse solamente el «hecho», lo que nosotros mismos hemos hecho (57).

En otras palabras, si en la Edad Media y en la Antigüedad existía la noción de que el pensamiento humano era capaz de aproximarse al ser de la realidad, la modernidad implica una limitación al reducir el conocimiento humano a lo fenoménico.

Estudiar el sentido del ser, que antes parecía lo único digno para un espíritu libre, se considera ahora una tarea ociosa e inútil que no puede desembocar en un conocer propiamente dicho. En las universidades dominan ahora las matemáticas y la historia,… que incluye en sí todo el mundo de las ciencias y las transforma radicalmente (58).

De ahí que la modernidad se haya definido desde el inicio como un tiempo ‘nuevo’, totalmente diferente ‘al antiguo’. «Con Hegel, y aunque de modo diverso también con Comte, la filosofía pasa a ser una cuestión de la historia, en la que el ser… ha de comprenderse como proceso histórico» (58). Marx presentará su visión económica y sociológica desde una tesis historicista, algo similar a lo que hace Darwin con la biología.

Pero el programa del verum esse ipsum factum es por sí mismo insuficiente y necesita ser completado o superado por lo que Ratzinger llama verum quia faciendum, es decir, la verdad es aquello de lo que somos capaces.

Esto es, podemos afirmar que la verdad con la que el hombre tiene que ver no es ni la verdad del ser ni, a fin de cuentas, la verdad de sus acciones, sino la verdad de la transformación y configuración del mundo; una verdad, pues, que remite al futuro y a la acción (59).

El mejor ejemplo de esto, según Ratzinger, lo encontraríamos en Marx y en su clásica expresión «Hasta ahora los filósofos se han limitado a interpretar diversamente el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo» (ctd. en Ratzinger 59). De este modo, desde mediados del siglo XIX se va diluyendo progresivamente el predominio del factum, para ser reemplazado por el faciendum, porque mientras más se concentra el pensamiento humano en «los hechos», tanto más claro resulta que se trata de un intento imposible. La disciplina histórica tal y como se desarrolló a finales del siglo XIX es para él un buen ejemplo de esto. La certeza histórica, que entonces se creía estaba al alcance de la mano, se mostró problemática en sí misma. La reconstrucción histórica y la explicación de los hechos están siempre abiertas al equívoco, en el sentido aristotélico del término,

… y por eso al comienzo del siglo XX la historia sufre una crisis, y el historicismo, con su orgullosa pretensión de saber, se vuelve problemático. Cada vez se ve más claro que no existe ni el puro hecho ni su inconmovible seguridad, que en el factum siempre están contenidas tanto la interpretación como su ambigüedad (Ratzinger 59).

¿Dónde buscar entonces el conocimiento seguro, si vale el término? Ratzinger afirma que desde esta crisis se consolidó la idea de que sólo se puede conocer lo que se puede repetir, es decir lo que en la experimentación empírica aparece una y otra vez.

Lo único que da verdadera seguridad —dice— es el método científico nacido, a guisa de experimento repetible, de la unión de las matemáticas (¡Descartes!) y del interés por la factibilidad. Del matrimonio del pensar matemático con el pensar factible nace el estado espiritual del hombre moderno, determinado por las ciencias naturales (60).

¿No sigue siendo ésta una descripción exacta de la situación actual? No me detengo en los problemas del método científico mismo, pues de eso no se ocupa Ratzinger, al menos no en este texto. Pero sí mencionaré brevemente que, cuando el tema de la genética aplicada al hombre no era más que una visión, Ratzinger ya advertía el peligro de que el hombre quiera diseñarse a sí mismo, pues «la reducción del hombre a un factum es el requisito para comprenderlo como un faciendum» (61).

Llegados a este punto, ya solo queda presentar el lugar de la fe cristiana en tal situación. Para eso quisiera volver a traer la idea ratzingeriana de que todo lo descrito no es impedimento radical para el desarrollo de la fe cristiana, sino que puede también ser ayuda para la misma. Y es precisamente aquí donde, me parece percibir, cobra fuerza la hipótesis de Joseph Ratzinger como autor de la segunda fase del periodo crítico. En esta breve sección estudiada, cuando habla del lugar de la fe, empieza haciendo una referencia a los problemas que percibía en la teología católica —y también protestante— de aquellos años, y probablemente de los presentes, pero no me animo a afirmarlo, pues no soy teólogo, a pesar de que estudio a uno. Tal crítica puede resumirse bajo la advertencia a no contemporizar demasiado. Si la teología olvida su esencia y su origen y quiere mimetizarse, tiende a buscar, ya al historicismo, ya al activismo, incluso al activismo político.

No quiero calificar estos dos intentos de solución sin sentido —dice Ratzinger. De ningún modo, no sería justo. Lo que tanto uno como otro permiten aflorar es más bien lo que en otras épocas pasó más inadvertido. La fe cristiana tiene realmente que ver con el factum, vive de un modo muy peculiar en el plano de la historia, y no es pura casualidad que tanto el historicismo como la historia hayan crecido justamente en el ámbito de la fe cristiana. La fe participa también, sin duda alguna, en la transformación del mundo, en su configuración, en su oposición a la indolencia de las instituciones humanas… Digamos una vez más que difícilmente puede considerarse como casualidad el que la comprensión del mundo como factibilidad creciera dentro de las tradiciones judeo-cristianas y el que Marx la pensase y formulase inspirado por ellas, aunque en oposición a las mismas. Por eso, no hemos de negar que en ambos casos sale a la luz algo de la fe cristiana que antes permanecía muchas veces oculto. La fe cristiana está decisivamente comprometida con las fuerzas motrices de la época moderna (62).

Esta larga cita ha sido necesaria, pues quien conoce algo de la historia de la Iglesia en los tiempos modernos, no dejará de sorprenderse con ella. Lo que en un principio parecía una crítica sin más de la modernidad, termina siendo una decidida defensa de ella. Una defensa razonada, que no oculta los problemas y limitaciones de la modernidad, pero que reconoce los irrenunciables avances que hizo la humanidad, la cultura e incluso la Iglesia gracias a ella. De ahí que, a diferencia de los autores que Polo llamaría sofistas contemporáneos, Ratzinger se haya comprometido en la búsqueda de soluciones positivas. Y por si quedarán dudas de la continuidad de su pensamiento y de su proceder, ya que el texto sobre el que he basado mi presentación tiene casi cincuenta años, termino citando unas palabras del Papa Benedicto XVI, quien en su último viaje a Alemania, en septiembre de 2011, ante un nutrido grupo de católicos comprometidos en la Iglesia y la sociedad, dijo:

En cierto sentido, la historia viene en ayuda de la Iglesia a través de distintas épocas de secularización que han contribuido en modo esencial a su purificación y reforma interior. En efecto, las secularizaciones —sea que consistan en expropiaciones de bienes de la Iglesia o en la supresión de privilegios o cosas similares— han significado siempre una profunda liberación de la Iglesia (Ratzinger 2011).

Con esto espero haber presentado, tal como lo percibo yo, la aventura intelectual que significa profundizar en el pensamiento de este gran hombre, humilde siervo en la viña del Señor.

Notas

* Director académico LIBERA. Lic. en Ciencias Políticas por la Universidad Católica Boliviana. Tesista de maestría en historia en la Universidad Torcuato Di Tella. Contacto: jevelarde@gmail.com

1 Que la traducción ponga en comillas la palabra fenómenos, nos hace pensar en una probable referencia a Kant.

2 En mi versión castellana de Introducción al cristianismo, la frase latina aparece citada como verum quiafactum.

Referencias

1. Domingo Oslé, Rafael. «10 lecciones de Benedicto XVI para la posteridad». Dossier Suto. Santa Cruz de la Sierra, 1,5, febrero, 2013.

2. Engel, Pascal y Richard Rorty. ¿Para qué sirve la verdad? Buenos Aires. Paidos, 2007.

3 Polo, Leonardo. «La sofística como filosofía de las épocas de crisis». Acta Philosophica. I.18. 2009:113-122.

4. Ratzinger, Joseph. Introducción al cristianismo. 14a edic. Salamanca. Sígueme. 2007.

5 ———– Benedicto XVI. «Encuentro con los católicos comprometidos en la Iglesia y la sociedad». Konzerthaus de Friburgo de Brisgovia. 25 dic. 2011.<http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2011/september/documents/hf_ben-xvi_spe_20110925_catholics-freiburg_sp.html>        [ Links ]