Por Gustavo Irrazábal

Abril de 2015

Para aquellos católicos que simpatizan de modo general con la economía de libre mercado, estos son tiempos difíciles. La crítica frontal contra el capitalismo enarbolada por Evangelii gaudium ha hallado un amplio eco dentro y fuera de la Iglesia. Parecería que la moderación y los juicios articulados de Juan Pablo II y Benedicto XVI han sido desplazados por un ejercicio apasionado de la denuncia profética. Sin embargo, para quien tenga la paciencia de leer entre líneas, es posible detectar debajo de la superficie de este abrupto giro, elementos de continuidad que a la larga volverán a imponerse.

Un ejemplo útil para ilustrar esta idea es la intervención del arzobispo de Tegucigalpa, cardenal Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, en el Foro Nueva Economía de Madrid, el pasado 11 de abril. Una primera lectura del texto de esta exposición genera la impresión de una tajante condena al capitalismo como sistema económico. “A mi juicio –observa el Cardenal– la crisis del capitalismo como modelo y sistema económico, radica en un problema antropológico, pues en los distintos flujos y reflujos económicos no se reconoce la centralidad de la persona”. En efecto, sigue diciendo, “la Economía del Mercado, favorece tanto el corporativismo de élites que produce una «cultura del descarte»”, en que la dignidad de la persona humana es despreciada, y el crecimiento económico no va acompañado de justicia social. “Eso es lo que pasa. Yo digo que el Capitalismo no sabe lo que le pasa y ¡eso es lo que le pasa!”. Y esta indignación se troca en un cálido elogio a la sabiduría del Papa: “no termino de admirar las palabras del Santo Padre cuando dice que es posible llegar a «…la dictadura de una economía sin rostro y sin un alma auténticamente humana (EG, 55)”.

Sin embargo, sorprende constatar hasta qué punto estos juicios lapidarios son matizados y equilibrados (y quizás, incluso, corregidos) por otros, contenidos en el mismo discurso. En primer lugar, las “debilidades antropológicas del capitalismo” no parecen irredimibles, ya que la aceptación del principio cristiano de la dignidad de la persona dará lugar a juicio del autor a “un capitalismo más humano”. Por eso, al condenar los vicios del capitalismo, no pretende presentar una “visión anticapitalista”. No se trata de una condena, sino de una “apreciación”, no quiere “satanizar” ni denostar este sistema. En el fondo, continúa, el “capitalismo insolidario” es, de por sí, anti-capitalista.

Por eso mismo, el Card. Maradiaga reconoce que “la economía del mercado sigue siendo el medio más efectivo para generar riqueza y promover a las personas; por eso la Centessimus Annus legitima la iniciativa privada y la libre empresa”. Un movimiento curioso para quien acababa de elogiar la sabiduría del Romano Pontífice, cuyo pensamiento no parece moverse en esa dirección. Pero esto se explica a la luz de su interpretación personal de Evangelii gaudium, que a su juicio, “no contradice ni fustiga esos principios basilares de la teoría del Mercado”. Porque cuando el Papa dice: “«Esta economía mata», no se refiere de manera unívoca a la economía del mercado, sino de manera traslaticia a ciertos excesos de una práctica económica de mercado que excluyen al ser humano”.

Concluye afirmando que “el Mercado es uno de los grandes escenarios de encuentro de los seres humanos” y que una de las grandes causas de la pobreza, sea de los individuos que de las comunidades y de los países, “es no tener la oportunidad de participar activamente o creativamente al “mercado” o deber hacerlo en un «mercado degradado»”.  Por eso, “la economía de mercado, que se concretiza en la competencia empresarial, se matizaría y mitigaría con dos cosas altamente compatibles entre sí, una es la política social y la otra la integración de los esfuerzos de actores públicos y privados. Eso está en línea con los criterios de la Economía Social del Mercado”.

 En síntesis, la radicalidad de las afirmaciones citadas en primer lugar terminan siendo fuertemente redimensionadas por las matizaciones que siguen. A esto poco agregan las referencias críticas al neo-liberalismo “a ultranza”, “sin sentido ético” (es decir, malo por definición),  o al “capitalismo” “ideológico”, “sin reglas”, “insolidario”, “falso”, que son meras tautologías.

Resulta evidente que, debajo de las apariencias, las expresiones del Papa interpretadas por Maradiaga pueden empalmarse sin dificultad con el magisterio precedente. Pero para lograr esto debe recurrir a un modo de argumentación tortuoso, revistiendo de talante profético un discurso a fin de cuentas moderado, de lo que resulta un mensaje ambiguo y, sobre todo, unilateral: debe dejar sin explicitar cómo el estatismo y la ausencia de mercado hacen su propia contribución a la pobreza y la falta de equidad social. Esta es una laguna que no se puede atribuir al magisterio precedente y que, a quien conozca la historia económica de nuestro país, no puede menos que sorprender.