Por Felicitas Casillo

O quizás solamente nos parecemos a ellos, y a veces también los olvidamos. En la literatura de cada país y época se encuentran recurrencias que explican la identidad de los pueblos. Dos clásicos de la literatura argentina narran la necesidad de asumir al otro como algo propio. Releer esos mapas sirve para contrastar los rumbos.*

Los clásicos literarios son aquellos que trascienden lugar y tiempo, relatos que siempre tendrán algo que decirnos, porque aluden la condición humana. Curiosamente, el lector advierte que los temas se repiten de autor a autor y de época a época, porque pulsan el misterio mismo de la existencia. Resulta interesante en la tradición literaria de cada país descubrir aquel personaje, nudo o argumento que se reitera, como un eco, y se refiere a la misma identidad de un pueblo.

José Hernández y Jorge Luis Borges son un ejemplo. El primero, considerado casi el fundador de la literatura argentina, con el poema Martín Fierro – aunque antes, Echeverría escribió El matadero – , y el segundo, el genio literario más brillante de nuestras letras. Sin embargo, sus historias difieren, y pareciera que resulta más fácil reflejar sus textos que sus vidas.

En el caso de Hernández, vivió en el Siglo XIX: la Pampa era aún un territorio salvaje; los criollos peleaban la frontera contra los indios. Borges, en cambio, nació al filo del siglo, en 1899, y pertenece totalmente al siglo XX, cuando el desarrollo ya había transformado el perfil de la Pampa, y sobre todo, Buenos Aires había cambiado. Del caserío con barrios y quintas se había transformado en un puerto pujante, y aunque siguiera manteniendo sus casonas con parques y aljibes, eterna nostalgia del poeta ciego, la ciudad crecía con suburbios y espacios completamente urbanos.  A pesar de estas diferencias, las  obras de ambos autores confluyen una y otra vez, como arroyos de una misma cuenca.

Borges escribió dos cuentos – Biografía de Tadeo Isidoro Cruz y El Fin– refiriéndose a la trama del Martín Fierro, y los dos cuentos funcionan como un mapa para leer el poema de Hernández. Si éste descubrió un mundo y sus personajes: el campo argentino y el gaucho; Borges fue, en cambio, un cartógrafo: sobre ese territorio ya descubierto estableció distancias y puntos de referencia, relaciones y caminos.

Los dos cuentos de Borges narran únicamente hechos aislados del argumento. Así alertaba  al lector en Biografía: “Mi propósito no es repetir su historia. De los días y noches que la componen, sólo me interesa una noche; del resto no referiré sino lo indispensable para que esa noche se entienda.” El primero de los relatos apunta el encuentro entre el protagonista y el otro gaucho, Tadeo Isidoro Cruz, y cómo ambos se identifican como semejantes y deciden luchar juntos: “cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es”. Mientras que el segundo cuento, El fin, narra el regreso imaginario de Fierro a una pulpería, el cruce con un “moreno”, hermano de otro que él había ajusticiado, y finalmente, la muerte de Fierro durante el duelo.

Ambos relatos describen, tanto en la salvación como en la muerte, la identificación de los personajes. “(…) Comprendió que el otro era él. (…) gritó que no iba a consentir el delito de que se matara a un valiente y se puso a pelear contra los soldados junto al desertor Martín Fierro”, leemos en Biografía, y en El fin, luego de matar a Fierro, se lee sobre los pensamientos del moreno: “Cumplida su tarea de justiciero, ahora era nadie. Mejor dicho era el otro: no tenía destino sobre la tierra y había matado a un hombre.”

Tanto el poema de Hernández como los focalizados relatos de Borges subrayan esa misteriosa relación entre las personas, que las lleva a asumir destinos conjuntos. Quizás la identificación ocurrida entre los personajes, refleje esa primera y común reflexión que existe entre los autores y la necesidad humana de encontrar la identidad. Resulta elocuente el  epígrafe de Yeats que eligió Borges para Biografía: “I’m looking for the face I had before the world was made.”

En el poema El Golem, Borges describía los desvelos de Judá León, un rabino de la ciudad de Praga, para hallar el nombre de Dios y crear luego un ser humano de la nada. Finalmente, lo que lograba solo era un monstruo, la parodia de un hombre. La identificación que narra Borges en los cuentos mencionados es inversa: los personajes se reconocen en otro semejante y de esa manera ocurre la salvación, y cuando destruyen a ese semejante, también ellos mismos se destruyen. Hernández lo contó a través de la voz  folklórica de Fierro, en un poema. Borges lo intuyó y nos dejó su literatura como un mapa: el rabino de Praga no pudo hallarse en el Golem como sí en cambio se reflejaron Fierro y Cruz.

*Pintura: Batalla de Tuyutí, de Cándido López (Guerra de la Triple Alianza). Aunque pertenece a la época de las historias aludidas, no se relaciona directamente con ellas.