Conferencia dada en el IQS de la Universidad Ramón Llull, Barcelona, los días 4 y 5 de mayo de 2015, por Roberto Estévez. Profesor titular ordinario de Filosofía Política en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Católica Argentina, y de Ética en los Negocios en la Facultad de Ciencias Económicas de la misma Universidad.

Agradezco la oportunidad que me da el IQS de compartir algunas reflexiones personales con Ustedes. Las mismas surgen de la extraña conjunción que me ha tocado vivir: entre dirigir personas y dar clases a directivos de personas, haciendo ambas cosas en edificios de cristal a muchos metros del suelo, o tragando el suelo en caminos polvorientos y paupérrimos; para el principal grupo de bebidas de América Latina, o para un productor de “ponchos” de lana de Llama tejidos a telar manual…

Trabajaremos esta tarde la idea de “Gobierno de Personas”, como concepto capaz de poner en diálogo a la ética, la política y la administración. Diálogo, más que necesario, urgente en la Actualidad de la cultura euroamericana en la Aldea Global.

  1. Sobre mandar y obedecer

La visión que se ha ido construyendo en torno a  la Administración general, y la llamada Administración de personal en particular, presenta algunas dificultades. La primera de ellas es que oculta que hay personas que creen que mandan y personas que creen que obedecen, pero en verdad nadie manda ni obedece, sino que cada uno de nosotros hace pura y exclusivamente lo que le da la gana… lo que quiere…

Se puede pretender no querer, pero el no querer individual es un acto de querer que culmina naturalmente en la muerte; del mismo modo el no querer social termina en la muerte de esa forma social, o anarquía. Esto importa para Ustedes, porque la empresa también es una forma social histórica y contingente.

Lo interesante entonces es por qué se quiere algo en particular, a lo cual en verdad no responde la administración sino la política. Esta nos dice que el querer del hombre sobre sí mismo se desarrolla en dos formas posibles de dominio, tanto para sí como para los otros: por dominio político, o por dominio despótico. Porque no todo dominio es político. El dominio despótico es justamente lo opuesto a la política, aun cuando nosotros llamemos políticos a quienes nos dominan como déspotas.

Siempre habrá dominio, sin perjuicio de que mucho de lo que se desee y mucho de lo que se tema sea hoy distinto que ayer, siempre habrá dominio.

Al dominio político, que supone amor, deseo, esperanza y satisfacción, lo llamamos gobierno de personas: que es gobierno de sí, tanto como gobierno de los otros.

  1. Política y Actualidad

Nuestro problema, del “Gobierno de personas”, gobierno de sí, gobierno de la empresa, gobierno de las organizaciones de la sociedad civil, y gobierno del estado. Se desarrolla en un tiempo que llamaremos “la Actualidad”, el tiempo histórico que comenzaba a perfilarse cuando Marx, Nietzsche y Freud, se alejaron de las líneas matrices de la Modernidad.

Esta nueva sensibilidad que se hace nuevo razonamiento y nueva conducta, pudo distinguirse después de la II° Guerra Mundial en el estado de ánimo que nos produce evocar las realidades emblemáticas de Auschwitz, Hiroshima y Vietnam.

Estas tres experiencias des-graciadas de la humanidad nos representan una capacidad destructiva de la vida humana que no hubiera sido posible sin los desarrollos teóricos (como la burocracia) y técnicos (como las comunicaciones y la energía) de la Modernidad, sin las sensibilidades, los razonamientos y las conductas propias de la modernidad, que produjeron un inédito poder del hombre sobre la naturaleza, y de ella sobre el mismo hombre, sin poder resolver la ambigüedad de sentido de semejante poder.

Durante el cambio del siglo XIX al XX se cristaliza el concepto de política de la modernidad (protagonizado por la reflexión de Max Weber, y también por la de autores como Carl Schmitt, o Georges Sorel) que afecta la política en sus dos planos: como acción humana y como conocimiento.

Como acción humana, la política pasa a ser distinguida (con tono de “desenmascaramiento”) por el medio con el que opera: la violencia (legítima), abandonando la identificación con la búsqueda de unos fines, como el bien común, y olvidando la lúcida observación de Leo Strauss, para quien toda acción política comporta una propensión hacia el conocimiento del bien: de la vida buena o de la buena sociedad; porque la sociedad buena es la expresión completa del bien político.

Desde que los griegos produjeron su observación originaria de lo político, la política como conocimiento consistía en el estudio comprensivo del comportamiento humano, y se basaba en unos valores objetivamente validados por ser concebidos como naturales al hombre. Desde comienzos del siglo XX, sólo los juicios sobre los hechos entran dentro del campo de la ciencia. Se consideró que las ciencias sociales para ser «científicas» no podían emitir juicios de valor y tenían que huir de ellos radicalmente. Como sigue Leo Strauss: la ceguera moral es condición indispensable para el análisis científico. En el mismo grado en que aún no seamos insensibles a las diferencias morales, nos veremos forzados a utilizar juicios de valor. El hábito de contemplar los fenómenos humanos o sociales, reprimiendo nuestros juicios de valor, tiene una influencia corrosiva para nuestro sistema de preferencias. Si todos los valores son entendidos como imposibles de fundamentar objetivamente, por tratarse de creaciones humanas desde el principio, y hasta el final, subjetivas, ¿cómo será posible la vida del débil sobre la tierra?

Así como Karl Marx va a registrar el dominio despótico real puertas adentro de un régimen legal de libertad y manifestar que “todo lo que es sólido se desvanece en el aire”  (1848), Friederich Nietzche va a señalar la muerte de Dios en el corazón social y su sustitución por el altruismo como máscara de la voluntad de poder (1883), Sigmund Freud va a rechazar casi siete siglos de escasa consideración de las pasiones (1888) y Max Weber va a registrar entonces la separación entre hechos y valores, ser y deber ser, política y moral (1905).

Para el humanismo cristiano, que está en el sustrato de la reflexión euroamericana sobre el gobierno, la política tiene las notas de ciencia práctica, ética, arquitectónica y prudencial. El proceso de fin de siglo XIX y comienzos del siglo XX en el pensamiento político, rompe con elementos tanto de contenido (relevancia de los fines para la definición de la política como acción humana) como de estilo de pensamiento (objetividad de esos fines), que corrientes críticas del aristotelismo como la Razón de Estado, el Derecho Natural y el Contractualismo habían conservado para definir la política, aunque cambiaran los fines de ésta (intereses nacionales; derechos naturales) o la fuente de los valores (la Historia, el Hombre, el Estado nacional).

Paralelamente la Administración, un concepto “ministerial” de la política, que se usaba tanto en sentido restringido de cuidado de hacienda, de gestión de intereses materiales, ya en sentido amplio referido a todo manejo o servicio, de ejecución, de aplicación de medios a fines, para la realización de éstos pasa a transformarse en una ciencia independiente, referida al  liderazgo y responsabilidad total de cualquier tipo de organización.

  1. Sustituir el gobierno por la administración

Ya en la primera mitad del siglo XIX pensadores como Claude de Rouvroy, conde de Saint-Simon, Charles Fournier y Robert Owen, tratan de diseñar una sociedad emancipada, en la que no exista el dominio de unos seres humanos sobre otros. El primero de ellos considera que “Hasta el momento el método de las ciencias experimentales no ha sido aplicado a las cuestiones políticas: cada uno ha contribuido con sus propias formas de ver, de razonar, de evaluar, y la consecuencia es que todavía no hay exactitud de soluciones ni generalidad de resultados. Ahora ha llegado el momento de superar esta infancia de la ciencia«. Es hora de sustituir el gobierno por la administración.

La modernidad llegó a considerar posible la certeza absoluta en todos los ámbitos del conocimiento, por esta razón, llegó a pensar en la posibilidad de una “ingeniería social” del mejor y único modo de organización social, que trasladó a las sociedades más inmediatas al hombre, como ser la “comunidad de trabajo”: Los ejemplos incluyen a «Science of management» de Henry Towne de 1890, la Escuela de Graduados de Administración de Negocios George Baker, hoy HBS, fundada en 1908; «La Administración científica» de Frederick Winslow Taylor publicada en 1911; los 14 principios de la administración del libro “Administración Industrial y General” de Henry Fayol publicado en 1916, y el «El estudio aplicado del movimiento» de Frank y Lillian Gilbreth publicado en 1917.

Como es conocido, para la década de 1930, ya ha madurado el fordismo, siguiendo las ideas de Henry Ford; introduciéndonos vertiginosamente en el desarrollo del “hombre industrial”. Lo que muchos no percibieron es que el “hombre industrial” era al mismo tiempo el “hombre masa” que hacía posible la realización del fascismo germinal y se conectaría con todas las formas de estado totalitario vividas hasta ahora.

Como resabio desencantado de la modernidad que consideraba posible la certeza absoluta en todos los ámbitos del conocimiento, se admiraba de los sistemas racionales y creía en la posibilidad de un sistema político absoluto, la Actualidad no se atreve a abordar las cuestiones fundamentales del hombre bueno y la buena sociedad, sin darse cuenta que la única posibilidad de que un hombre bueno sea un buen ciudadano es en el caso de la buena sociedad[1].

  1. ¿Cómo si todo es relativo algunas cosas no deben suceder nunca más?

Durante el siglo XX se fue abriendo paso como “criterio indiscutible”, que no hay bienes en sí, ni tiene sentido hablar de buena sociedad, porque todo es cuestión de perspectiva y de punto de partida.

En Auschwitz, Hiroshima y Vietnam, buenos ciudadanos aceptaron no preguntarse, si al hacer lo que hacían, eran hombres buenos. Son cosas que no debieron haber sucedido y ahora que han sucedido, no deberían suceder “Nunca Más”.

Como testimonio del problema Actual, vale recordar que el nombre “Nunca Más” fue usado en Argentina para el informe de la Comisión Sábato (CONADEP) y aún es recordado por personas que, en el mismo discurso, pueden postular que no hay ningún absoluto moral. No se percibe que sostenemos dos enfoques en principio contradictorios, salvo que podamos hablar de cuáles son los absolutos para entonces poder hablar también de cuáles son los relativos; de cuáles son los objetivos, para entonces poder hablar de cuáles son los subjetivos; de cuáles son los naturales para entonces poder hablar de cuales son los culturales.

¿Fue el caso Eichmann un caso aislado en 1961[2]? Cualquiera que quiera decir algo significativo en política hoy, debe afrontar la realidad que es imposible hablar de la moral separada de la política, o de la política separada de la moral, salvo que queramos asumir el riesgo de un orden político meramente extrínseco, donde las normas de convivencia “necesarias” se impongan sin la pregunta previa de si eso es o no bueno, cosa que nos remitiría tarde o temprano a lo que Erik Blair (con su seudónimo de George Orwell) imaginó para el mundo en “1984”; o lo que antes que él, en el intervalo entre las dos guerras mundiales había imaginado Aldous Huxley como “Un mundo feliz”

  1. Ser persona es gobernar

La política está en todo aunque no todo sea político, y la parte que está en todo es el gobierno, porque ser persona es gobernar. En este sentido sorprende la coincidencia de los grandes relatos de la antigüedad sobre el origen, respecto de que todas las cosas fueron puestas bajo el gobierno humano.

En la Actualidad es imposible no percibir la relación macropolítica que existe entre el gobierno del planeta y el gobierno de las comunidades políticas. Cada vez se perciben más las relaciones micropolíticas que existen entre el gobierno de las comunidades políticas y el gobierno de las organizaciones empresarias, el gobierno de las comunidades políticas y el gobierno de las organizaciones de la sociedad civil. Sin embargo, cada vez se percibe menos la relación núcleopolítica entre el gobierno de todo lo mencionado anteriormente y el gobierno de uno mismo, y ese es el núcleo duro de nuestra capacidad de gobierno y de nuestra capacidad de despotismo: quien no es capaz de gobernarse a sí mismo es incapaz de gobernar a otros; y el despotismo aparece entonces no como una forma de gobernar, sino como su alternativa por no poder gobernarse.

  1. Gobernar es valorar

Podemos gobernar porque ser persona y valorar es lo mismo. Los valores rompen la indiferencia de nuestra voluntad; nos mueven a buscar otros horizontes, asumir desafíos y hasta a desafiar reglas.

Si no valoráramos, nada nos movería de nuestra indiferencia. Siempre valoramos: cuando elegimos en qué gastamos nuestro dinero, cuando decidimos las prioridades en el uso de nuestro tiempo, cuando entregamos nuestro corazón[3]; cuando cualquier autoridad decide a quien recibe y a quien no, cuando modifica el área de libertad o aprueba un nuevo impuesto. Ninguna de esas decisiones es posible sin un juicio previo de valor.

Nuestra complejidad requiere de una iluminación y de un esfuerzo:

  • Luz que nos ayude a descubrir lo más valioso para nosotros, a veces para nuestra familia y la sociedad;
  • Fuerza que nos ayude a perseverar en el camino del valor percibido y a procurar.

La persona no nace plena, se va plenificando. Cuando decimos positivamente que una persona es madura, decimos que es plena, como el fruto sabroso de la vida… no como quien se pasó (“te pasaste”, o “me tenés podrido” se escucha en una discusión)… o quien “está verde” (o es un “viejo verde”). El tiempo solo nos hace viejos, es el camino más directo y rápido entre “estar verde” y “pasarse”. Son los valores los que nos hacen maduros como personas y prudentes como gobierno, con el tiempo o con el camino no necesariamente extenso, pero si intenso de desarrollo de nosotros mismos por las distintas experiencias que vivimos.

A partir de percepciones y actitudes, en la familia y en la sociedad en la que vivimos, vamos desarrollando valores tales como: el amor, el autogobierno, la laboriosidad, competencia, orden, honestidad, iniciativa, sobriedad, ahorro, espíritu de servicio, fidelidad a las promesas; pero también la vitalidad, audacia, innovación, creatividad, entusiasmo, liberalidad; no menos que la belleza, el orden, la armonía; sin olvidar la compasión, la amistad y la confianza…

Cuando eso se da, decimos: es un hombre (varón o mujer) culto. En muchas oportunidades, trabajando con alguna de las personas más pobres del Noroeste Argentino, he escuchado a universitarios exclamar frente a un no alfabetizado: ¡Qué educación! ¡Qué cultura! Porque, como lo enseña el sentido común, la madurez es virtud y, en última instancia, cultura, no información.

  1. Tener autoridad es algo que vuelve a nosotros

Tener autoridad no es algo que sale de nosotros, sino algo que vuelve a nosotros desde los demás. Las personas reconocen autoridad a quien defiende con competencia unos valores que son percibidos como tales por una comunidad.

Le reconocemos autoridad a papá que es competente en hacer barriletes con nosotros, al amigo que sabe escuchar y aconsejar, al médico que ayuda a nuestra naturaleza a causar la salud de nuestro cuerpo, al periodista que entiende y expresa, al gobierno que hace buen uso del dinero que obtuvo de nuestro trabajo… hay actos que se traducen en autoridad… “que amores son obras y no sólo buenas intenciones”, según un dicho castellano.

Esta es la des-gracia de algunos de los espiritualismos actuales; que por eso acarrean facilidad para desembocar en la magia, porque desconocen que nuestra corporalidad se expresa en obras y sólo por nuestra acción somos conocidos… somos seres corporales, gracias a Dios, que es lo mismo que decir: de por Creación.

  1. La autoridad tiene un contenido de valor

La libertad es el escándalo de lo humano. Siempre he pensado que si existen ángeles que se alejaron de Dios, fue porque se escandalizaron de la libertad del hombre. Si somos creados, la libertad es un exceso de amor.

Para la libertad, nosotros podemos querer-valorar lo que queramos-valoremos. Lo que escapa a nuestra posibilidad es hacer bueno lo que queremos-valoramos, que ya lo era (o no) antes de nuestra decisión. Por mucho que valoremos tomar tres horas de sol al mediodía todos los días del verano, no escaparemos del daño que eso nos producirá. Lo mismo sucede con los gobiernos: siempre los elegimos por lo que valoramos, pero en muchas oportunidades nos equivocamos en lo que hemos valorado. Muchas veces elegimos la no-anarquía, sin darnos cuenta que la no-anarquía es una alternativa: el gobierno o el despotismo.

La gente reconoce que se defienden con competencias unos valores; y aquí aparece la ambigüedad de lo humano en toda su fuerza, el reconocimiento de la autoridad en alguien puede llevar a la plenitud o a la desilusión, al gozo o a la desesperación, según sea lo que se valora:

  • sólo una atracción a mi voluntad, por medio de una consigna, una ideología, un mito, una utopía, o
  • un bien en sí mismo, algo que naturalmente conecta con mi plenitud, me lleva a la madurez y me hace culto, por medio del diálogo cotidiano, o de otros medios cuando este es imposible.

Por eso es crítica la plenitud de vida (madurez) de quienes están en posiciones de ser reconocidos como autoridad: padre, maestro, apoderado de una fundación o gobierno. Su vida, en términos de actitudes, es el primer acceso que las personas tienen para percibir lo que ellos valoran y es una fuerza enorme para la expansión de esos valores en las vidas de quienes viven en esa familia, escuela, fundación, sociedad o civilización.

  1. La autoridad tiene un ámbito

El presidente de Francia no tiene autoridad para mí porque no soy francés; salvo que los valores que defienda con competencia, y yo haya percibido como tales, sean de la humanidad, de la cual tanto el presidente de Francia como yo formamos parte, entonces sí puedo reconocerle autoridad.

Nuestros hijos pueden reconocernos autoridad si nosotros y ellos somos miembros de la misma familia y mientras lo seamos (luego sólo seremos recuerdo), si los valores que hoy defendemos fueron descubiertos antes como valores por ellos y si ese descubrimiento sigue siendo hoy percepción de valor para ellos. En Argentina, por ejemplo, nuestros gobiernos han perdido autoridad cuando “votamos” en los Consulados por la nacionalidad de nuestros abuelos: algo se ha roto y en principio es muy difícil de reparar en una generación.

Las personas reconocen autoridad a quien defiende con competencia unos valores que son percibidos como tales por una comunidad. Quien tiene autoridad, ejerce su capacidad para ver, promover y defender con competencia unos valores objetivos, adecuados a un “ahora” y un “aquí” concreto de su comunidad.

Los núcleos centrales de esta reflexión son: el gobierno de uno mismo, que he llamado núcleopolítica, por ser de donde parte y lo que soporta, o no, la acción de gobierno y sus consecuencias; el gobierno de las organizaciones de la sociedad civil que he llamado micropolítica, por cuanto sólo si hay sociedad  puede haber comunidad  política; y el gobierno de la comunidad política que he llamado macropolítica y no “política propiamente dicha”, por cuanto se sostiene en las dos realidades anteriores, porque la política está en todo lo humano, pero particularmente en el gobierno de sí y de los otros.

Muchas gracias por su atención.

[1] Esta parálisis de la creatividad se nota particularmente en la incapacidad de resolver la cuestión filosófico política del buen gobierno en un contexto civilizatorio islámico. Todo sistema político es “mecanísmo’ de refuerzo de la civilización que lo ha engendrado. Pensar en el traspaso del sistema político euroamericano al Islam, sin que esto sea a la vez una agresión a su civilización es por ello imposible.

[2] Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal (título original: Eichmann in Jerusalem. A Report on the Banality of Evil) es un libro de la filósofa Hannah Arendt, publicado en 1961, donde afirma que aparte de un deseo de mejorar su carrera, Eichmann no mostró ningún rastro de antisemitismo o daño psicológico. El estudio introdujo el concepto banalidad del mal, se refiere al comportamiento de Eichmann en el juicio, no mostrando ni culpa ni odio, alegando que él no tenía ninguna responsabilidad porque estaba simplemente «haciendo su trabajo».

[3] Tres círculos, en principio concéntricos de nuestra personalidad, lo material o materializable, la expansión de nuestra emotividad y propiamente nuestro corazón, en el sentido de centro de nuestra personalidad, centro que tiene la virtualidad de abrir interiormente una cuarta dimensión, desde la temporalidad a la eternidad, de donde nace una cuarta valoración abierta, que para mantener el control total puede cerrarse en las opciones de la magia y la idolatría.