Por Ramiro Pellitero
Universidad de Navarra
Fuente: iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com
 

            En sus palabras introductorias a los trabajos del sínodo sobre la familia (5-X-2015), Francisco ha señalado que el sínodo “es una expresión eclesial, o sea, es la Iglesia que camina junta para leer la realidad con los ojos de la fe y con el corazón de Dios; es la Iglesia que se interroga sobre su fidelidad al depósito de la fe, que para ella no representa un museo para mirar y mucho menos solo para salvaguardar, sino que es una fuente viva en la que la Iglesia bebe para saciar la sed e iluminar el depósito de la vida”.

            Esta referencia al depósito de la fe que se confía a la Iglesia para la vida –tema frecuente en la predicación de Francisco– evoca el discurso de Juan XXIII en la inauguración del Concilio Vaticano II (11-X-1962): “Una cosa es el depósito de la fe, es decir, las verdades que contiene nuestra venerable doctrina, y otra distinta el modo como se enuncian estas verdades, conservando sin embargo el mismo sentido y significado”.

            Sobre esto mismo Benedicto XVI ha explicado hace años que esta distinción entre lo que es sustancial en el depósito de la fe y lo que es variable, fundamenta la legitimidad de una renovación en la continuidad, tal como quiso el Concilio, en la línea de las palabras citadas de Juan XXIII.

Ahora bien, distinguir entre lo sustancial y lo variable no siempre es fácil, y requiere una mayor reflexión y profundización, así como una mayor experiencia vital de la fe.

“En este sentido –señalaba el ahora Papa emérito–, el programa propuesto por el Papa Juan XXIII era sumamente exigente, como es exigente la síntesis de fidelidad y dinamismo. Pero donde esta interpretación ha sido la orientación que ha guiado la recepción del Concilio, ha crecido una nueva vida y han madurado nuevos frutos” (Benedicto XVI, Discurso a la curia romana, 22-XII-2005).

Todo ello –concluía en esa ocasión el Papa Ratzinger–, es un aspecto de la relación entre fe y razón, relación que se vuelve a presentar de formas siempre nuevas ante nuevas circunstancias, nuevos tiempos o nuevos espacios culturales.

Ahora, ya desde hace tiempo y a propósito del sínodo de la familia, se han levantado voces de quienes temen –no sin fundamento– que con la disculpa de las expresiones variables algunos quieran cambiar aspectos sustanciales del depósito de la fe. Es obvio que estos cambios los preconizan muchos que no valoran la fidelidad del a Iglesia a su Tradición.

Pero la fe nos dice que el discernimiento eclesial –que representa la prudencia en la misión de la Iglesia– ayuda al Magisterio de la Iglesia para que pueda llevar adelante esa tarea de fidelidad dinámica a un depósito que tiene la capacidad de vivificar la fe, la liturgia y la vida cristiana, en las distintas circunstancias que se plantean a lo largo de la historia.

En todo caso –ha dicho Francisco–, el sínodo no es un parlamento para debates, sino un espacio para la acción del Espíritu Santo. Y lo puede ser a condición de que los participantes posean tres actitudes virtuosas:

Primero, “la valentía apostólica que no se deja asustar ni ante las seducciones del mundo, que tienden a apagar en el corazón de los hombres la luz de la verdad sustituyéndola con luces pequeñas y temporales, ni tampoco ante el endurecimiento de algunos corazones que —a pesar de las buenas intenciones— alejan a las personas de Dios”. Es decir, “El valor apostólico de llevar vida y no hacer de nuestra vida cristiana un museo de recuerdos” (Homilía en Santa Marta, 28-IV-2015).

            Esta última frase remite a una homilía donde el Papa exhortaba a la apertura ante la capacidad renovadora del Espíritu Santo, apoyándose en la oración, en la humildad y en el discernimiento eclesial. “Pero –se preguntaba entonces– ¿por qué meterse en tantos problemas? Hagamos las cosas como las hemos hecho siempre, y estamos más seguros…” Ante lo que respondía: “Hacer lo que siempre se ha hecho ¡es una alternativa de muerte! Debemos arriesgarnos, con oración y humildad, a aceptar lo que el Espíritu nos pide que cambiemos: ¡ese es el camino!”

  En segundo lugar insiste ahora sobre la humildad: “La humildad evangélica que sabe vaciarse de los propios convencimientos y prejuicios para escuchar a los hermanos obispos y llenarse de Dios. Humildad que lleva a no señalar con el dedo a los otros para juzgarlos, sino a tenderles la mano para levantarlos sin sentirse jamás superiores a ellos”.

  Tercero y último, “la oración confiada (que) es la acción del corazón cuando se abre a Dios, cuando se hacen callar todos nuestros ruidos para escuchar la suave voz de Dios que habla en silencio. Sin escuchar a Dios todas nuestras palabras serán solamente ‘palabras’ que ni sacian ni sirven. Sin dejarnos guiar por el Espíritu todas nuestras decisiones serán solo ‘decoraciones’ que en vez de exaltar el Evangelio lo tapan y lo esconden”.

            Como se observa, Francisco sitúa el Sínodo de la familia en la estela del Concilio Vaticano II. Respecto al matrimonio y a la familia, los compromisos que suponen –unidad, indisolubilidad y fidelidad del matrimonio, apertura a la vida y misión de “hacer familia” desde dentro y hacia fuera– requieren ser impulsados, facilitados, sostenidos, curados. No están para ser simplemente considerados o conservados. Lo que está en juego en el sínodo es cómo ayudar para que estos pilares firmes de la familia sigan siendo vida y fuente de vida, una realidad renovada de luz y de belleza en nuestro mundo.

            Para ello el Papa pide valentía, humildad y oración, que, en su compenetración, deben ser actitudes fundamentales de los cristianos. Y sería bueno examinarse para ver cómo las ejercitamos en el día a día.