Por Ludovico Videla de la Academia del Plata

Hace unos días se suscito un debate público sobre el origen del avance del movimiento totalitario nazi en Alemania de entreguerras.  La presidente Cristina Fernández de Kirchner, sostuvo que el origen del nazismo debía  buscarse en el Tratado de Versalles y las abusivas exigencias de los aliados sobre los derrotados. La opinión de la presidente se fundó en un libro del gran economista John Maynard Keynes, “Las condiciones económicas de la paz”. Keynes, que  había representado a la Corona Británica en las reuniones previas al tratado, donde finalmente primó la ideológica posición de Clémenceau el influyente Primer Ministro Francés, enemigo de la dinastía austro húngara y de su imperio de raigambre católica, se opuso por su falta de realismo a este Tratado, que imponía costosas indemnizaciones a los vencidos.

La presidente además calificó de burro, a un profesor de la Universidad del Cema que en un artículo periodístico sostuvo, que el origen del nazismo debía fundarse más en la destructiva hiperinflación  de 1923,  que en los efectos del Tratado de Paz.

Yo comento este incidente, en apariencia nimio, referido a temas de hace casi cien años, sólo para resaltar algunas cuestiones que son cercanas y de plena actualidad en la Argentina.

En primer lugar destaco la falta de proporción entre el gesto presidencial y la cuestión en sí. Nada justifica un trato descortés a un profesor que con buen talante expresa su opinión. Pero más allá del modo, en realidad, la razón de la cosa en sí parece más cerca del profesor “burro” que de la presidente.

Los alemanes casi no pagaron las indemnizaciones de guerra y si bien perdieron algunos territorios, el impacto global no fue muy significativo, como resultado de Versalles. EL orgullo nacional herido, dio lugar muy rápido a la crisis económica galopante y a los efectos de la hiperinflación.

Los alemanes quedaron tan traumatizados por la hiperinflación que no solamente en los veinte, sino todavía hoy, prefieren cualquier alternativa a sufrir inflación. El votante germano sólo apoya políticas de estabilidad que preserven el valor de la moneda, y a diferencia de sus socios comunitarios, prefieren a cualquier alternativa a perder la disciplina monetaria.  En nuestro caso la posición es la opuesta, valoramos por sobre todo las propuestas de distribución de recursos e ingresos, aunque estén basadas en la destrucción de la moneda. Además creemos que con controles, cepos y prohibiciones, podremos superar las relaciones necesarias que impone la economía.  De hecho los argentinos sufrimos dos hiperinflaciones, en 1989 con Alfonsín y en 1990 con Menem y curiosamente seguimos votando las mismas recetas.

El que la hiperinflación pueda llevar a un experimento totalitario tan atroz como el del nazismo no quiere decir que exista una regla inflexible, de que a causa de la inflación surja por necesidad ontológica una dictadura totalitaria. Sin embargo, llevar al límite los desajustes económicos induce a la población que sufre los espantosos efectos de la escasez  extrema y sus secuelas, a reclamar un gobierno que ponga  orden, si mirar demasiado en detalle su composición y doctrina.

¿Se podrá decir que nuestra inestabilidad institucional está causada por la mala administración económica? Creo que hay un punto en esto, y aun a riesgo de ser también calificado de “burro”, diría que por ejemplo el golpe de estado sui generis, que destituyo al presidente de la Rúa, fue provocado por la crisis económica.

Sin duda una primera conclusión sería evitar las crisis económicas. Este fue el propósito de uno de los libros más famosos de John M. Keynes, “La Teoría General” y preferido de la presidente y en especial de su joven ministro Axel Kicillof, quien escribió una obra sobre el trabajo de Keynes, a quien aprecia por su heterodoxia.

Kicillof, quien tal vez para satisfacer a su mandante, apela a continuas referencias despectivas sobre los economistas que él califica ortodoxos, ha usado toda la batería de controles prohibiciones y cepos, más la inflación de la demanda agregada emitiendo dinero, aplicando  un keynesianismo “flor de ceibo”.

En realidad, Keynes dudo que avalaría los experimentos de Kicillof, ya que sus recomendaciones sólo giran alrededor de cómo resolver una recesión deflacionaria grave, para lo cual aconseja inflar la demanda. Téngase en cuenta que la crisis del 30, que Keynes tenía frente a él cuando escribía, fue dramáticamente siniestra en sus efectos económicos y sociales. Fuera de ese marco tan peculiar, poco queda de válido en su famosa receta de hacer pozos de día y taparlos de noche, como sinónimo de gasto improductivo, pero que sube la demanda agregada.

Lo que también hizo Keynes y no ha sido recordado en esta ocasión, es elogiar la estrategia económica nazi. En su Prologo de 1933 a la primera edición alemana de la Teoría General, el economista inglés reconoce la “heterodoxia alemana” en historia del pensamiento económico y la mejor aplicación en un estado totalitario de sus recetas, que bajo condiciones de libre competencia y de laissez faire . Hay evidencia que el economista Otto Wagner le acerco a Hitler un ejemplar del libro de Keynes, como una texto que reivindicaba la política económica nazi.

La posición de Keynes sobre los experimentos totalitarios del siglo pasado fue muy ambigua. Valoró ciertos éxitos de los nazis que lograron eliminar el desempleo con el gasto militar y en construcciones monumentales. Pero lo que más le simpatizó fue la experiencia del estalinismo soviético. En 1925 y 1928 visita la Unión Soviética y comprueba la persecución a disidentes y la opresión general de la libertad, pero puesto en la balanza resalta más el supuesto cambio en la motivación económica, que casi como efecto religioso había producido la revolución.

En realidad, hoy sabemos que el pretendido “hombre nuevo” sin “egoísmo materialista y sin afán por el dinero”, era sólo una ficción forzada por la opresión y la falta de libertad económica que convivía con el totalitarismo político.

Keynes no está hoy para decirlo, pero me atrevo a sugerir que  reconocería la identidad esencial entre la libertad económica y la política, y que recomendaría a su discípulo Kicillof que confíe menos en los controles y más en la libertad, sino quiere sucumbir al totalitarismo marxista o nazi, modelos de la intervención keynesiana de la economía.