Por Pablo Lopez Herrera

Para: Instituto Acton

En lo que queda del siglo XXI, cualquiera que sueñe con una economía libre y virtuosa deberá ocuparse sistemáticamente y en profundidad de la situación de la familia. Baste con mencionar el impacto que está provocando la inversión de la «pirámide poblacional» en los sistemas de salud y de pensiones, en los que el aumento de usuarios y la disminución de aportantes pone en peligro su funcionamiento sustentable. Con poblaciones que disminuyen, simplemente no hay posibilidad de mantener un «estado de bienestar». ¿Por qué sucede esto?

Con motivo de la publicación de un informe estadístico sobre la demografía italiana, Thomas Scandroglio hace un análisis sobre la salud de la institución del matrimonio y la familia, cuyas conclusiones se aplican en mayor medida a casi toda la sociedad contemporánea. Scandroglio plantea que los matrimonios disminuyen significativamente de año en año, y que hay menos gente que piensa en casarse. La gente se casa más tarde. Los matrimonios civiles superan a los religiosos. Las separaciones y los divorcios, si bien permanecen en gran parte estables en números absolutos, aumentan en proporción a las uniones dado que hay un número declinante de casamientos. Los matrimonios duran menos: los mas recientes se separan y divorcian antes. La mayoría de separados y divorciados tienen hijos. La mitad de quienes se casan ya han convivido antes. Un cuarto de los nacimientos provienen de parejas que conviven. Las convivencias se asemejan cada vez más al matrimonio: los período de coexistencia de aquellas son más extensos y cada vez más niños nacen de las parejas de hecho. El matrimonio se parece cada vez más a «vivir juntos», porque dura menos tiempo y ´porque disminuyen los hijos de las parejas casadas «establemente».

Al interrogarse sobre las razones Scandroglio enumera las mas importantes. Sucede que las relaciones de pareja son cada vez más frágiles y precarias. Adquieren creciente importancia el egoísmo y el individualismo. Hay falta de responsabilidad y madurez al tomar las decisiones.

La gente le escapa a las relaciones para siempre, prefieren vivir juntos, y no creen en la indisolubilidad del vínculo y en la exclusividad del amor conyugal. Se pone más el acento en los sentimientos que en la voluntad. Hay falta de realismo y se toma a la vida matrimonial como algo más fácil de lo que es en realidad.  Como las metas son más bajas, no se piensa en la dedicación y el compromiso necesarios para el «éxito» de un matrimonio. El mutuo conocimiento muchas veces es superficial: se pone el acento en la apariencia física, el carácter, los intereses, pero se excluye analizar si se comparte el mismo enfoque acerca de los aspectos básicos de la vida como el concepto mismo de la familia y sus fines, el valor de los hijos y la dimensión religiosa. De un modo más general, predomina una mentalidad consumista y utilitarista: si algo no funciona se deshecha y se cambia, la vida «se rehace» todas las veces que sea necesario.

Un aspecto esencial que no se toma tanto en consideración, es que la sociedad emergente de este tipo de familia ha cambiado y lo sigue haciendo- su visión del mundo. El mundo occidental está formado por cuatro grupos emergentes de población. 1) El que procede de familias constituidas tradicionalmente, de las que son minoría las «numerosas», con tendencia a la disminución, salvo en lugares específicos como en sectores de Francia. 2) El que se compone de hijos de un primer matrimonio de padres separados, o de segundas o terceras uniones, en aumento. 3) El que surge de de madres solteras, muchas veces  con «hermanos» de varios padres que en muchos casos desconocen, en aumento. 4) Y en una categoría especial -pequeña pero significativa- el grupo compuesto por hijos de madres adolescentes, que muchas veces no saben de quién son sus propios hijos.

La modificación de sistemas legales que favorecen y facilitan el divorcio, el aborto, la promiscuidad, y que imponen un sistema de prácticas obligatorio a las instituciones públicas y privadas no hace prever que las tendencias se modifiquen, para bien. Las consecuencias de los cambios producidos en las prácticas de la fida de familia, de las instituciones son múltiples: antropológicas, sociológicas, políticas, económicas, espirituales, con un impacto particular en el terreno de la educación. En efecto: ¿como compatibilizar lo que sucede con lo que debería suceder en las mismas familias (primeras responsables de educar a sus hijos), en escuelas y universidades, cuando como decía Chesterton -ya en 1911- «lo que anda mal en el mundo es que el mundo no se da cuenta que anda mal»?

Para todos y desde tiempos inmemoriales, para orientarse y llegar a destino, se utilizaron referencias más o menos estables como las estrellas, la brújula, el sextante, los mapas y mas recientemente los GPS. Pero siempre fue necesario primero saber hacia donde uno se dirigía para encontrar el camino. Los instrumentos sirven para saber donde nos encontramos con respecto a nuestro destino final y para corregir el rumbo. Hay que buscar en el terreno del orden natural y de una antropología de la familia.

Para los católicos, el problema -cuyas implicancias se trataron en profundidad en el último Sínodo de la Familia- tiene un marco de referencia preciso. Dios creo al mundo, al hombre, a la familia, y desde los mandamientos hasta cada prédica de cada Misa nos sirven para orientarnos en el camino de la salvación y de la santidad, que es el gran marco de referencia que nos sirve para encontrar siempre el buen camino. Quizás el primer punto a considerar sea desde donde arrancamos y adonde queremos ir. Una cosa es tener como modelo de familia a la Sagrada Familia, e interpretarla a través de la imitación de Cristo, de San José y de la Virgen en el marco de la vocación universal por la santidad, y otra tener como modelo de «familia» el que surge de un análisis sociológico que nos somete a la tentación de re diseñar las estrellas, la brújula, el sextante, los mapas o los GPS.

El Siervo de Dios Luis Maria Etcheverry Boneo recordaba en julio de 1965 las transformaciones de la época en palabras del entonces Papa Pablo VI:  «El Santo Padre recibió un conjunto de peregrinos, entre los cuales había numerosos sacerdotes y religiosos, y dijo estas palabras: “Todos fácilmente pueden ver que estamos viviendo en una época de profundas transformaciones de pensamientos y de costumbres; y es por tanto explicable que sean puestas a menudos en discusión -“en crisis”- ciertas normas tradicionales que hacían buena, ordenada y santa la conducta de quien las practicaba. Explicable más no digno de alabanza ni de aprobación, si no se hace con gran atención y cautela y siempre bajo la guía de quien tiene ciencia y autoridad para dictar leyes de conducta cristiana”. “Hoy por desgracia, asistimos a una relajación de la observancia de los preceptos que la Iglesia ha siempre hasta ahora enseñado para la santificación y dignidad moral de sus hijos. Un espíritu de crítica e incluso de indocilidad y rebelión, pone en discusión normas sacrosantas de la vida cristiana, del comportamiento eclesiástico y de la perfección religiosa” -está hablando, por tanto, de corrientes dentro de la Iglesia misma-. “Se habla de ‘liberación’, se hace del hombre el centro de todo culto, se hacen concesiones a criterios puramente naturales, se priva a la conciencia de la luz de los preceptos morales, se altera el concepto de pecado, se impugna la obediencia y se le niega su función constitutiva en la estructura de la comunidad eclesial, se aceptan formas y gustos de acción, de pensamiento y diversión que hacen del cristiano no ya el fuerte y austero discípulo de Jesucristo, sino el gregario de la mentalidad y de la moda corriente, el amigo del mundo, que en vez de ser llamado a la concepción cristiana de la vida ha logrado someter al cristiano al hechizo y al yugo de su mentalidad voluble y exigente. No así ciertamente debemos nosotros concebir la renovación a que nos invita el concilio: esa renovación pretende no ya debilitar el temple moral del católico moderno, sino por el contrario multiplicar sus energías y hacerlas más conscientes y más eficientes para el cumplimiento de las obligaciones que una concepción genuina de la vida cristiana garantizada por el magisterio de la Iglesia propone a su espíritu”. Esto es del Papa, el 7 de julio del corriente año, hace veinte días. Bueno, entonces, ¿qué pasa en la Iglesia de hoy? «(http://www.lmeb.com.ar/).

Han pasado cincuenta años, y los cambios se han seguido produciendo, en la misma dirección señalada.

Un gran problema radica en comprender la mayor o menor claridad mental de los interlocutores con los que obligatoriamente nos debemos encontrar, y en las reglas que utilizan para ordenar los conceptos y para darles prioridad a unos sobre otros. Sabemos que a mayor orden y claridad, menor confusión, e inversamente. Muchos no reconocen los problemas, dado que sus vidas se desenvuelven en marcos familiares «normales», y saben que la doctrina es inmutable, no será modificada y por lo tanto consideran que para ellos los debates interminables son una pérdida de tiempo. Otros con las ideas menos claras  piensan que no es que ellos no entienden sino que hay que «reconsiderar» la doctrina y legislación milenaria y/o las principales claves de interpretación, y esto exige re elaborar la doctrina.

El Padre Etcheverry Boneo también nos enseñaba (en las clases de Visión del Mundo) que precisamente cada persona tiene «su» visión del mundo a través de la cual analiza la realidad, que esas visiones son diferentes, y que debíamos tener esto en consideración al analizar los acontecimientos, para no caer en la creencia de que solamente con afirmar una posición «correcta» el problema de aplicarla ya estaba resuelto, cuando de hecho, recién empezaba. Hoy se habla de la hermenéutica, aunque más bien se trataría de «las» hermenéuticas. El problema es que a cada uno lo afectan las doctrinas según «su lugar en el mundo». Todos pertenecemos a una familia, pero todas las familias son diferentes. Cabe aquí la reflexión de León Tolstoi en Ana Karenina: «Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada». Quizás de lo que se trata es de encontrar y aplicar aquello que hace semejantes a las familias en la búsqueda de su felicidad, desde el lugar objetivo que ocupan en cada momento respecto del «deber ser». Para algunos se trata de ratificar que están en el buen camino, pero para muchos se trata de saber cuan desviados se encuentran del rumbo correcto para corregirlo. Aquí son particularmente importantes la humildad, la prudencia y la caridad, para no caer en la tentación de «reinventar» la familia, que es obra de Dios, pensada por Dios, creada por Dios -y asistida en su existencia por Dios-, pero tampoco en la de herir a quienes tengan una visión deformada  de la verdadera familia o que pueden estar de un modo u otro alejados de las virtudes que esta requiere.

Los debates nos sugieren el ejemplo de Babel. Es difícil construir un edificio entre personas que hablan idiomas diferentes, si estas quieren seguir haciéndolo. Es más fácil empezar considerando que Jesús es Camino, Verdad y Vida, y que la claridad viene con la santidad, para todos los creyentes. Y que la vocación a la santidad rige tanto para las personas como para las familias y que hay una relación invisible entre verdad y santidad. «Dime cuan santo eres y te diré cuan cerca estas de la verdad», e inversamente «Dime como y cuanto buscas acercarte a la verdad y te diré como y cuanto te acercas a la santidad».

Para los católicos la importancia del tema es enorme. La importancia de la familia para la vida de la Iglesia es tan importante como lo es la vida de la Iglesia para la familia. De hecho, podría decirse que son como dos caras de la misma moneda puesto que la vida de la Iglesia es de algún modo la vida de sus familias. Solo cuando hay familias que buscan la santidad hay comunidad y vida parroquial y eclesial. Las familias santas son a la Iglesia como la tierra fértil para el agricultor. Es el lugar en el que la semilla da fruto, y fruto en abundancia. O es el lugar en el que la semilla muere. De ahí su importancia. De hecho, «la futura evangelización depende, en gran parte, de la iglesia doméstica» (Familiaris consortio, 52).

Santa Teresita de Lisieux  escribió una vez: ”Dios me ha dado un padre y una madre más dignos del cielo que de la tierra”(Carta 261). Es evidente que la familia católica produce más santos cuanto más católica. Y que la Iglesia vive y crece a partir de la santidad de sus familias. No fue casualidad que resultara finalmente que sus padres, Luis Martín y Celia Guérin, «testimonio ejemplar de amor conyugal» «también» fueron santos.

Un ejemplo de los impactos negativos de «un problema de familia» es el de Enrique VIII de Inglaterra, cuya familia «ensamblada y re ensamblada» hizo caer al propio Enrique desde el ganado «puesto» de defensor de la fe hasta el horror de una vida «ordenada» alrededor de sus ansiedades y centrada en sus devaneos puestos como protagonistas centrales de su vida y de la de su reino. El resultado de su rebelión fue una Iglesia católica de Inglaterra prácticamente desplazada por el anglicanismo y el protestantismo luego de haber sido por siglos la religión del país. Alcanza con pensar simplemente en lo que hubiera sido un imperio británico católico por comparación al imperio español. Un mundo diferente. Lo «que no fue», se lo debemos a un simple «problema de familia»: un intento de fabricar una simple «nulidad» para poder contraer un matrimonio válido… Y en solo diez años, se sentaron las bases de un cambio radical en la historia del pueblo inglés, y la Iglesia Católica fue desterrada del ganado lugar que tenía.

El ejemplo sirve también para acercarnos a la comprensión de la gravedad de cada pecado y de sus consecuencias. «Por un hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres por cuanto todos pecaron»  (San Pablo en Rom 5,12) … Paradojicamente, le fue concedido al rey Enrique VIII de Inglaterra por el Papa León X el título de Defensor de la Fe, el 24 de noviembre de 1521, como reconocimiento a un libro oficialmente escrito por Enrique en los tiempos de difusión de las ideas de Martín Lutero sobre las indulgencias. En el libro, Assertio Septem Sacramentorum (Defensa de los siete sacramentos), se defendía el carácter sacramental del matrimonio y la supremacía del Papa. Muy pocos años después, le fue revocado el título por el Papa Pablo III, cuando Enrique VIII rompe con Roma en 1530 y pasa a denominarse Jefe Supremo de la Iglesia de Inglaterra.

En los últimos años, el problema de la familia se hace global. El camino queda señalado en la Conferencia de las Naciones Unidas de Pekin, en la que se establecen «standards» de aplicación en las leyes nacionales e internacionales, lo que vuelve «obligatoria» una agenda que desde entonces prosigue avanzando conb esfuerzos dignos de mejores propósitos en la imposición arbitraria e infundada de la «teoría de género».

Al respecto, Marguerite A. Peeters, consultora del Pontificio Consejo para la Cultura responde a varias preguntas de las que resaltamos a las dos siguientes: «P. ¿Podría explicarnos el origen de la Teoría del Género? ¿Cuáles son sus implicaciones actualmente? R. Nos encontramos ante un fenómeno socio político de extensión mundial: la revolución del género está operando desde 1995 a través de la perspectiva del género o de igualdad de sexos, norma política mundial a partir de la Conferencia de las Naciones Unidas de Pekín. La revolución del género se integra a la vez en un conjunto: otras revoluciones, conectadas entre sí por sus objetivos comunes, se llevaron a cabo durante el proceso de conferencias de la ONU posteriores a la Guerra Fría, entre ellas la de Pekín no ha sido más que una piedra de construcción. Pongamos ejemplos: la revolución política (la democracia participativa, el asociacionismo, el buen gobierno, la política mundial, la creación de consenso, la educación cívica…); revolución económica (desarrollo sostenible, la estabilización de la población, el crecimiento cero, el principio de precaución, los derechos de los animales, la igualdad de todas las formas de vida…); la revolución cultural y ética (la diversidad cultural, la calidad de vida para todos, una nueva ética mundial…); la revolución sexual y feminista. El género se relaciona con una nebulosa de otros conceptos, algunos de los cuales pertenecen a sus parientes directos, tales como la salud reproductiva, (homo) paternidad, la eliminación de los estereotipos, los derechos de las mujeres, los derechos de los homosexuales, la teoría queer, y de otros parientes más lejanos. Estos conceptos se incorporan a una nueva ética mundial postmoderna expresándose a través de un nuevo lenguaje, del que ya he dado unos ejemplos que serían sólo unos pocos entre cientos. Conviene situar el tema del género en el contexto de una revolución cultural y política, ya que sus implicaciones y ramificaciones son mucho más amplias de lo que somos conscientes.  P. ¿Estamos ante un nuevo paradigma ideológico para un mundo en crisis? R. El género es un indicador de una crisis que no es sólo, ni en primer lugar, económica y financiera: es una crisis de la democracia, una crisis referida a la naturaleza de nuestro contrato social, al contenido de los derechos del hombre, el tejido de nuestras sociedades, de la autoridad moral de los gobiernos, de la autoridad del derecho, de la gobernabilidad del mundo, de nuestra relación con la naturaleza, del contenido de la educación, del matrimonio y la familia, de nuestra identidad humana. Se trata de una crisis de civilización. El malestar es general y perceptible. Lo es tanto que provoca hacerse preguntas fundamentales y genera una creciente toma de conciencia de sus orígenes morales y espirituales. Podría convertirse en un kairós, un momento favorable para un nuevo comienzo, para conseguir cambios positivos para un nuevo consenso genuino.»

En veinte años culminó la revolución más profunda desde que se tenga memoria. Nos encontramos «en una lucha entre la luz y la oscuridad, la vida y la muerte, el bien y el mal, el amor y el odio, la verdad y la mentira». La buena noticia es que así como hay decadencia, existe la posibilidad de elevarse y mejorar. Decía Ernest Shackleton que «después de todo, las dificultades son solamente cosas a las que sobreponerse».

Como conclusión, solo queda -en el ámbito de su vocación y de su misión personal, de su actividad y responsabilidad- que cada uno según el lugar que ocupe en la sociedad se «ponga al hombro» su aporte en los temas de la familia en sus aspectos  antropológicos, psicológicos, sociológicos, políticos, económicos, espirituales, educativos. El enfoque debe ser necesariamente interdisciplinario y requiere la convicción de que el bien es posible, pero no es para pusilánimes. Estas líneas tienen como propósito recordar esta responsabilidad, empezando por la de quién escribe.