6 de enero de 2016
Mientras el mundo despedía el 2015, a mí me tocó despedir, repentinamente y para siempre, a mi querido viejo. Me gustaba decirle Charly por alguna razón. Creo que más que nada por un tema laboral, porque trabajábamos juntos en su empresa. Charly era economista. Y, especialmente en estos días, mucho se ha escrito sobre sus increíbles logros académicos. Yo no quiero hacer eso hoy. Hoy, quiero hablar desde otra perspectiva.

Yo soy su tercera hija, y la única de mi familia que decidió tomar otro rumbo al salir del colegio. ¿Para qué estudiar economía en la facultad, si puedo aprender de los mejores en mi propia casa? (Digo “los”, porque mis hermanos Iván y Nicolás sí siguieron su camino, y no se quedan atrás.) Así que no estudié economía, y me enfoqué en las ciencias exactas. Tomé este camino en gran parte también, gracias a la insistencia de Charly (esto, obviamente, una vez que se dio cuenta que yo no iba a seguir sus pasos). Ahí descubrí que a Charly no le apasionaba sólo la economía. A Charly le apasionabasaber. Le apasionaba estudiar, aprender. Tanto es así, que él mismo había leído varios libros sobre física, astronomía y matemática, y me encontré pidiéndole ayuda a él para mis parciales en la facultad. De él, aprendí a disfrutar del aprendizaje por el simple hecho de aprender.
Como no seguí su camino, tampoco leí sus artículos. Nunca tuve mucha paciencia para leer y me resultaba más simple ir a preguntarle directamente a él sobre la crisis del 30 o el encaje del 100%. Más que disfrutar de esos temas, disfrutaba de escucharlo explicando. Porque explicando siempre era feliz. Y siempre tenía tiempo para explicar. De él, aprendí a enseñar.
Charly era una persona simple que disfrutaba de la vida en sí misma. Vivía de lo que amaba y logró más de lo que muchos sólo podremos soñar. Iba siempre a buscar lo que quería. Para él no había límites, incluso cuando sí los había. Todo era una oportunidad. De él, aprendí a ser optimista.
Una de las primeras cosas que aprendí de mi viejo, fue a controlar mis emociones. Le interesaba mucho cómo funcionaba el cerebro, y por eso leyó muchos libros de neurociencia, control mental, creatividad. No se dejaba llevar por sus emociones, ni perdía el tiempo amargándose con nada. “La vida es una fiesta” decía, y así la vivía, sin preocuparse por problemas ni por el qué dirán. Lo único importante era ser feliz. De él, aprendí a no enojarme (tanto).
Charly era economista, hincha de Boca y fanático de James Bond. Más allá de su excelencia académica, tenía una cierta torpeza encantadora, que nos dejó con incontables anécdotas que recordaremos siempre con una sonrisa. Tenía una agenda en la que anotaba todas sus reuniones, pero nunca la revisaba. Perdió más celulares en taxis de los que llegué a contar. Fanático de la tecnología como era, esto le servía de excusa para comprarse uno nuevo. También tenía cierta pasión por los relojes. Era imposible hablar con él y no reírse. Amaba debatir, y siempre estaba abierto a escuchar nuevas ideas. Disfrutaba de las pequeñas cosas, como sus caminatas por la playa, leer un buen libro, dormir siestas, comer un buen bife, mirar películas los sábados y el partido de Boca los domingos. Pero por sobre todas las cosas, era humilde, honesto, buena persona y generoso. Y era feliz. Llevó una vida ejemplar, y se fue en paz, haciendo lo que hacía mejor. Como padre, logró que cada uno de sus hijos sintamos una relación distinta y especial con él. Como marido, hizo feliz a mi vieja, y formaron un equipo que no he visto en otro lado. Como alumno, estudiaba sólo con los mejores. Como profesor, intentaba siempre ser el mejor para sus alumnos. Charly dedicó su vida a difundir las ideas de la libertad. Ideas que trascienden a lo económico y se transforman en un estilo de vida. El mismo estilo de vida que llevaba él, fiel a sus convicciones y a lo que predicaba. Y esta, creo, es la mayor y más valiosa enseñanza que me deja. Él enseñaba economía, es cierto. Pero yendo un poco más a fondo, Charly enseñaba a vivir.
Nos dejaste muy pronto, Charly. Viviste la vida que todos queremos vivir. Dejaste muchos logros por delante, muchos proyectos por realizar. Y lo increíble es que estaríamos diciendo esto incluso si hubieses llegado a los 100 años. Pero nos dejaste con apenas 62, y me duele pensar en todo lo que te faltó vivir. Terminar tu libro. Disfrutar tus nietos. Bailar conmigo en mi casamiento.
Gracias por tanto, pa. Te vamos a extrañar como a pocos. Te fuiste con fuegos artificiales. Esperanos cerca, con un abrazo, un café y nuestro próximo tema de debate.
Alejandra Cachanosky