Por Victoria Maneiro

Junio de 2016

“Fuimos hechos para tí Señor,
y nuestro corazón está inquieto

hasta que descanse en tí”
San Agustín, Confesiones, Libro Primero, I,1

Entender esta teoría es fundamental para esclarecer si en la rutina diaria se debe cuestionar un precio como injusto o inmoral. Es común vivenciar cómo todos los días pensamos las elecciones que tomamos con respecto a los bienes y servicios que consumimos: ¿Cuánto me llenará? ¿Me servirá para conseguir tal objetivo? ¿Cuánto durará en el tiempo? Dependiendo de la respuesta, meditamos también si estamos dispuestos a pagar o no un <precio> pero que a la vez, intrínsecamente, le adjudicamos un <valor> a la cosa.

Empecemos por precisar que valor y precio no son lo mismo, y de ahí la importancia de este tema. Lo que entendemos como valor, arraigado desde un foco judeocristiano, nos remonta a nuestra prehistoria teológica; para los que creemos en la sagrada escritura, entendemos que con la entrada del pecado mortal al mundo no solo nos manchamos de por vida sino que surgen todas las necesidades e insatisfacciones tanto espirituales como materiales; al crecer poblacionalmente enfrentamos la eminente realidad de la escasez que da paso a la economía como ciencia social por excelencia. Desde entonces, el reto de la humanidad no es otro que aumentar la productividad para disminuir la escasez y generar más riqueza haciendo que una cosa tenga <valor>.

Este tema fue materia de estudio de distintos filósofos a través de los años. En Aristóteles se da inicio al debate, donde presenta las dos posibilidades. Por un lado la teoría objetiva del valor, en la que el valor está en los bienes en sí mismos; por tanto implica una reciprocidad en el intercambio, buscando una medida que los iguale (el trabajo que conllevo realizar dicho bien) mientras que por el contrario, presenta la teoría subjetiva del valor, que explica que el valor lo atribuimos los sujetos económicos a un bien y no está contenida en la cosa, por lo que se sujeta a un juicio de valor.

Después de explicaciones de diferentes filósofos, Marx no dudará en agarrar la de David Ricardo (teoría objetiva que toma el trabajo como medida común del valor), para así fundamentar en ella su famosa teoría de la explotación del capital. Carl Menger lo refuta, alegando que el valor es de naturaleza subjetiva, no solo en esencia sino en medida, algo absolutamente personal de los sujetos económicos, ya que depende de la necesidad de satisfacción del bien en cuestión y su disponibilidad por tanto no hay tal cosa como la explotación; es decir, el precio viene dado por el valor que le damos a la última unidad de ese bien. Probablemente un almacén lleno de Coca Colas no va a costar lo mismo, que la última Coca Cola en el desierto.

Aquí nos adentramos entonces, en palabras de la profesora Luisa Zorraquín, en una revolución de pensamiento introducida por Menger. En la actualidad se nos enseña que el costo de producción de un bien determina el precio de las cosas, haciendo que el valor se adjudique al marco moral, es decir, se interprete el valor con la justicia, ”en criollo: si te costó 2 pesos hacerlo, es una inmoralidad venderlo a 10”. Cuando es al revés; el precio de los bienes es el que determina los costos de producción. Pero ¿Cómo?, si dicho objeto cuesta 10 pesos es porque quizás el conglomerado social necesita de ese bien y  no hay suficiente oferta, por tanto la demanda le <atribuye> el valor de lo que pagarían para satisfacer sus necesidades. Esto explica como antes el uranio no costaba nada y hoy por hoy se valorizó por la utilidad de la energía atómica.

Para determinar el costo de producción de un objeto se debe de preguntar cuánto cuesta hoy, puesto que es el bien final el determinante, no los insumos para hacerlo, ni el trabajo de los empleados lo que lo indica. Los precios funcionan como señales de información, así cuando sube un precio los estudiosos del mercado detectan la necesidad de más oferentes en ese bien, logrando que se estabilice por naturaleza el precio, no por imposición de control estatal juzgando si es justo o no.

El <valor> es entonces la significación que le damos a un bien cuando concientizamos que dependemos de este para satisfacer necesidades. Pues, no es ningún ser omnipresente maligno que nos lo coloca como medio de control y nos explota, somos nosotros mismos quienes, a través del precio, informamos nuestra escala de valores sociales.

Es conveniente preguntar ¿Por qué esto vale lo que vale? en vez de si es injusto o inmoral este precio. Culturalmente le adjudicamos más valor a unos bienes sobre otros, por esto el gol de Messi tiene mayor valor que el salario de un médico que salva vidas. Si es así, la pregunta más precisa aún sería ¿Qué podemos hacer para cambiarlo?, como creyentes, me hace retomar eso que dice la biblia de “buscar el reino de Dios”, si bien Dios debe gustar mucho de vernos disfrutar de los bienes terrenales y en saberlo hacer sanamente, puesto que todos los bienes son buenos en sí mismos; también le debe preocupar cuando, como dice San Ignacio de Loyola, se desordena la vida con <afectos desordenados> que nos impiden realizar su voluntad y darle su lugar y valor a cada cosa en la escala que realmente merecen; si colocamos primero “lo bueno, bello y verdadero” y aprehendemos la idea de que, en palabras del Padre Robert Sirico “la maldad en lo material  no es lo material sino el deseo de algo que es menor a nuestra dignidad” la escala de valores sociales fuese otra. Curioso pensar que de la conversión propia se podría deslindar la de otros y la del mundo ¿no?

 

  Victoria Maneiro.-

  Abogada egresada de la Universidad del Zulia, Venezuela.

  Laica consagrada, Congregación Mariana Mater Salvatoris.

“AD MAIOREM DEI GLORIA”