Por Samuel Gregg

A medida que el nacionalismo económico goza de un resurgimiento en todo el mundo desarrollado, Adam Smith nos recuerda lo mucho que podemos perder y no solo económicamente.

El año 2016 marca no solamente el aniversario 240 de la Declaración de la Independencia de los Estados Unidos, también marca el aniversario de uno de esos extraños libros que verdaderamente merecen el calificativo de «revolucionarios». Publicado el 9 de marzo de 1776, Una Investigación Sobre La Naturaleza y Las Causas De La Riqueza De Las Naciones, de Adam Smith, explicó algunos de los principales cambios económicos ya en marcha en Occidente, proporcionando también un aparato teórico de políticas que cambiarían radicalmente la forma en la que millones vivieron sus vidas.

Hoy, sin embargo, gran parte del mundo parece ser cada vez más escéptico acerca de los puntos de vista de Adam Smith, especialmente respecto a su defensa del libre comercio. Los síntomas de este escepticismo incluyen a las críticas abiertas de Bernie Sanders y Donald Trump a tratados de libre comercio como el TLCAN y el más reciente Trans-Pacific Partnership (que Hillary Clinton defendió como Secretaria de Estado pero al que ahora se opone). Esto hace eco de la retórica en contra de la globalización económica, la que reúne a la mayor parte de la izquierda europea y a la derecha radical. Las alternativas ofrecidas incluyen la administración completa de las economías como si fueran un negocio, varias versiones de democracia social, o el populismo descarado de fuerte retórica emotiva pero que produce distopías como Venezuela y Argentina.

Tales propuestas aparentemente tan dispares comparten el compromiso de lo que podría llamarse nacionalismo económico. Este se manifiesta tomando la forma de políticas que buscan elevar el control gubernamental de la actividad económica en nombre del interés nacional. Esto incluye limitaciones sustanciales a la circulación de bienes, de mano de obra y de capital, así como medidas para proteger a las empresas nacionales y sus empleados de la competencia extranjera.

La Riqueza De Las Naciones, de Adam Smith, bien puede ser la más poderosa crítica jamás escrita contra dichas políticas y sus fundamentos subyacentes. Los argumentos de Smith, sin embargo, van más allá de consideraciones de eficiencia. Merecen ser examinadas de nuevo para comprender lo que está en juego, económica y políticamente, si es que un número suficiente de países deciden que la integración económica ya no es deseable.

El poder de las malas ideas

Uno de los logros de escribir La Riqueza De Las Naciones fue el ilustrar la manera en la que ideas erróneas pueden limitar indebidamente el progreso de tareas humanas perfectamente legítimas. Entre la primera parte del siglo XVI y la parte media del siglo XVIII, la opinión predominante decía que el beneficio del comercio exterior para un país era centralmente el que permitiera a la nación la acumulación de oro y de plata. Cuantos más metales preciosos poseyera, la nación estaba en mejor posición.

Muchos creían que como consecuencia la prosperidad nacional dependía de tener muchas exportaciones y pocas importaciones. De esta manera, decía el argumento, los países podrían facilitar flujos fuertes de entrada de divisas extranjeras y el crecimiento sostenido de sus reservas de metales preciosos. Las naciones como consecuencia subsidiaban a las exportaciones, imponían fuertes restricciones de importación e implantaban regulaciones que buscaban forzar que el comercio entre naciones se realizara por la vía de ciertos puertos y ciudades. Smith llamó a tales acuerdos «sistema mercantil». En el fondo era una visión de la vida económica vista como un juego de suma-cero en el que la ganancia de una nación solamente podría ser lograda con la pérdida de otra.

Sin embargo, Smith demostró que el bienestar económico poco tenía que ver con la posesión de oro y de plata en una nación. Más bien, él afirmó, que fluía primariamente del desarrollo y de la extensión de la división del trabajo dentro y entre las naciones. La subsiguiente especialización en la producción facilitó economías de escala y creó incentivos para encontrar y desarrollar ventajas competitivas. El resultado fue una mejora de la eficiencia y crecimiento económico: cuanto más amplio y profundo sea el tamaño del mercado, mayor serán la división del trabajo y los aumentos posteriores en productividad del crecimiento.

Incluso hoy en día, el análisis de Smith sigue siendo el núcleo del argumento en favor del libre comercio. Pero también pone de relieve cómo el regreso contemporáneo a lo que podría ser llamado neo-mercantilismo pone en serio peligro a todo esto. Durante los últimos nueve años, los Estados Unidos han disminuido de manera constante en el ranking de las economías económicamente libres como consecuencia de importantes restricciones a los derechos de propiedad y a los negocios, la inversión y la libertad laboral y financiera. Estas restricciones hacen menos competitiva a la sociedad, socavan al espíritu empresarial y contribuyen a disminuir las tasas de crecimiento. Echarse para atrás en el libre comercio no solamente empeoraría esta situación. También elevaría el precio de una buena cantidad de productos y servicios hechos en el extranjero, poniendo por tanto a esos bienes más allá del alcance de los estadounidenses de menores ingresos. No es nada claro cómo es que tales sucesos puedan ser de interés nacional para los Estados Unidos.

Ineficiente e injusto

Por supuesto, el bien común de una nación no puede ser reducido al dinamismo económico o al crecimiento del PIB. El mismo Smith jamás hizo tales afirmaciones. Sin embargo, tampoco debemos olvidar otra cosa enfatizada por Smith: todas las formas de nacionalismo económico tienen como premisa la negación de la libertad de grandes segmentos de la población de un país.

Este era un elemento esencial de la crítica de Smith a los gremios. Dejando de lado a las formas en las que trataron de limitar a la innovación, los gremios a menudo presionaron con éxito para que las leyes permitieran la fijación de precios y prohibieran la práctica de un oficio a personas que no pertenecían a ellos. En una escala nacional, Smith enfatizó que el mercantilismo estaba basado en relaciones cercanas entre gobiernos y comerciantes privados. A las empresas se les concedieron monopolios legales de ciertas rutas de comercio y/o la compra y venta de productos específicos. A cambio de eso, ellas daban apoyo político y económico al gobierno. Desde esta posición, el mercantilismo prefigura lo que hoy llamaríamos capitalismo de amigos [cronyism] y produjo las versiones pre-industriales de Hillary Clinton y Donald Trump.

De forma más general, Smith vio a ese modo pensar y a sus expresiones institucionales como la encarnación de inhibiciones injustas de la libertad de las personas para innovar, comerciar, usar su propiedad y asociarse con otros. Sus Conferencias sobre Jurisprudencia y su Teoría De Los Sentimientos Morales muestran que él creyó que estas libertades deben estar rodeadas de un marco legal y de expectativas morales. Smith entendió que no hay tal cosa como un mercado sin reglas de cumplimiento obligado.

Dicho esto, Smith también demostró algo que no es entendido con frecuencia, incluso hoy mismo. Muchos negocios regularmente confunden a su propio interés económico con el bien público para justificar favores concretos del gobierno y protección gubernamental de competidores extranjeros y nacionales. Esto es especialmente cierto en el caso de las corporaciones grandes. A diferencia de muchas pequeñas y medianas empresas, las grandes corporaciones tienen los recursos y las conexiones para presionar a los legisladores y a los reguladores. Esta es una razón por la que debe cuestionarse fuertemente cada subsidio propuesto y cada regulación económica que busca restringir el libre comercio. Lejos de ser de interés público, sus beneficiarios a menudo resultan ser muchos menos de los que se da uno cuenta.

Guerra y paz… y comercio

La última dimensión de la defensa de Smith del libre comercio se refiere a la manera en la que tiende a facilitar las relaciones pacíficas entre las naciones. De acuerdo con Smith, la visión de suma cero de la economía mercantilista alentó el conflicto militar al usar la fuerza de los estados soberanos para adquirir y proteger colonias. Esto fue integral en la lucha global entre Francia y Gran Bretaña durante el siglo XVIII.

Smith sostuvo que por lo general el libre comercio redujo esta fuente de tensión entre las naciones. Un efecto del libre comercio dentro y fuera de las naciones es que nos anima a ver más allá de las fronteras locales regionales y nacionales e incluso de grandes diferencias políticas y religiosas. Nos damos cuenta de que todo el mundo tiene una propensión a, como escribió Smith, «llevar, hacer trueque e intercambiar», algo que «es común a todos los hombres y no se encuentra en ninguna otra raza de animales». Esto facilita nuestra interacción y nuestra conciencia de otras personas a las que de otro modo no encontraríamos. En este sentido, podría decirse que el libre comercio hace mucho más que las instituciones políticas internacionales como las Naciones Unidas para poner a aquellos que no pertenecen a las clases políticas del mundo en contacto unos con otros sobre una base continua.

El libre comercio no es una solución universal de todos nuestros problemas. En realidad, un alejamiento del proteccionismo con frecuencia tiene un impacto negativo en comunidades específicas. El conocimiento de Smith de estos efectos subyace en su recomendación de que las transiciones para salir del proteccionismo deben ser graduales más que abruptas. Tampoco el libre comercio va a disuadir a los yihadistas radicales de intentar destruir a Occidente, detener la persecución de cristianos en el medio oriente, ni inocular al mundo en contra de los conflictos armados. Como observó J. M. Keynes en su obra Consecuencias Económicas de la Paz, las economías del mundo estaban relativamente integradas en los años previos a la Primera Guerra Mundial. Esto no fue suficiente para detener la marcha hacia la catástrofe en 1914.

Sin embargo, estas verdades no constituyen argumentos de peso en contra del libre comercio. Ellas ilustran simplemente que no debemos esperar que el libre comercio resuelva las dificultades cuyas causas van más allá de la economía. La Riqueza de las Naciones de Smith aclaró que, en el largo plazo, el libre comercio estaba en el interés nacional de un país. Hasta ese punto, el verdadero patriotismo —entendido como amor la patria sin desdén ni temor de otras naciones— debe inclinar los gobiernos hacia la ampliación de la libertad económica cruzando las fronteras nacionales. Ciertamente, los beneficios del libre comercio solamente serán evidentes a través del tiempo, están ampliamente dispersos y en muchos casos «no se ven». Estos factores hacen que el libre comercio sea difícil de «vender» en las circunstancias de una democracia moderna. Pero como Smith podría haber dicho, esta es la razón por la que necesitamos estadistas: personas que puedan explicar a la ciudadanía que el patriotismo y el nacionalismo no son lo mismo —incluso cuando se trata de la economía.

Nota

La traducción del articulo «Adam Smith, Economic Nationalism, and the Case for Free Trade»  publicado el 20 de julio de 2016 en Public Discourse, es de ContraPeso.info: un proveedor de ideas que sostienen el valor de la libertad responsable y sus consecuencias lógicas.

Samuel Gregg es Research Director del Acton Institute. Su más reciente libro es For God and Profit: How Banking and Finance can serve the Common Good (Crossroad, 2016).