Septiembre de 2016
Por Florencia Silveyra
Miembro del grupo Acton Joven

 

“La Providencia ha constituido en el mundo
la noble variedad de condiciones,
la dependencia, la subordinación que hay entre las cosas,
para que uniéndonos por el bien natural que sacamos unos de otros,
en cualquier estado que el Señor nos haya colocado,
 nosotros no somos nuestros, dice el Apóstol San Pedro,
sino del prójimo”

Saturnino Segurola (siglo XVIII)

El escándalo de la diferencia

Pensemos en un caso hipotético. Se les da una misma cantidad de plata a tres personas distintas, con una consigna: “Hagan con ella lo que quieran, úsenla lo mejor que puedan”. Se intenta que tengan el mismo conocimiento y las mismas herramientas, que la inviertan, la consuman o la gasten lo mejor posible. Dos años después, se les pregunta en qué estado se encuentra el capital que les fue dado. Es sumamente improbable que las tres personas se hallen en la misma situación.

¿Por qué? Porque alguna fue más afortunada en el negocio en el que se introdujo, quizás porque otra conocía mejor lo que hacía, y tal vez la tercera se asesoró mal. Cada una hizo lo que consideró mejor, pero cada una tomó una decisión distinta. ¿Por qué? Precisamente porque cada una de las tres personas es diferente de la otra. Con otras circunstancias, otros prejuicios, otra historia, otros intereses, otra personalidad y otros conocimientos.

Incluso si hubieran tomado todas las mismas decisiones, es difícil que tras dos años se encontraran en la misma situación -exactamente la misma-, ya que lo más habitual es que hayan tenido otras necesidades, por lo que la habrían tenido que manejar o disponer de formas alternativas.

Esta realidad, la de la diferencia, resulta innegable. Sin embargo, muchas veces se intenta ocultarla. ¿Por qué? Es polémico decir que la diferencia es natural. Suena nazi, parece de derecha, huele a discriminador. Ya sea a nivel político y económico, como en el mundo de la educación, hacer referencia explícita a las diferencias suele ser tachado como un acto de discriminación. Debemos tender hacia la igualdad. Eso es no discriminar. Pero, ¿quién no ha vivido la experiencia de que, tras una situación idéntica, las personas reaccionan distinto? ¿Se las puede forzar a que hagan lo mismo, para que no haya diversidad?

¿Es bueno que haya diferencias? Depende. Por supuesto que la desigualdad, en términos de riqueza, puede ser el resultado del egoísmo de las personas, de la injusticia, de la mezquindad o de la corrupción. En muchos casos es así. E incluso cuando no lo es, es algo loable intentar que sea la menor posible, generando mayor riqueza. Que las personas pobres sean cada vez menos pobres. El peligro es pretender la igualdad de una forma violenta. Exigir la igualdad olvidando la libertad. Atropellar la dignidad en aras de la igualdad. De una igualdad que no puede ser más que momentánea, ya que el tiempo, en el cóctel de la singularidad humana, deriva en diferencias. Ya lo vimos antes. Por más de que alguien (como el estado) tome, quite y asigne, las cosas nunca quedan igual. Las cosas cambian.

¿Es esto una apología del status quo? Más vale que no. La situación de pobreza debe ser abordada desde la educación, desde la producción de riqueza, desde el despliegue de las potencias creativas y laboriosas de cada persona. La indigencia debe ser algo que no toleremos.

Todos somos diferentes y al mismo tiempo iguales. Iguales en dignidad, porque somos humanos. Iguales en lo que valemos, porque somos dignos. Iguales en derechos, porque somos libres. Pero, al mismo tiempo, somos todos y cada uno distintos de los demás, ya que no existen situaciones idénticas o circunstancias replicables. Cada uno tiene su genética, su carácter, personalidad, historia y potencias. No somos iguales. Somos diferentes.

Las diferencias enriquecen. No es un eslogan, es la realidad. Y no la realidad de mi opinión, sino el fruto de cualquier vivencia común. Todos somos diferentes, cada uno en su singularidad y su aporte especial; ésa es la realidad que un buen trabajo en equipo se ocupa de demostrar con contundencia.

No pretendo discutir aquí si existen o no cuestiones naturales. Las estoy asumiendo. Entiendo que mi axioma no es universalmente aceptado, pero considero que lo más honesto, intelectualmente, es señalar la perspectiva desde la cual se pretende mirar la realidad. Si es que la hay: y para mí sí hay una realidad, sí hay una naturaleza. El desafío es que nuestro conocimiento se adecue lo más posible a dicha realidad, y así obtendremos nociones de verdad. Si es que la hay: y para mí sí hay verdad. No solo porque me parece razonable, también la necesito.

Ojalá todos pudiéramos disfrutar de la felicidad. Ojalá nadie fuera pobre y todos quisiéramos ser buenos. Ojalá todos lográramos nuestros objetivos, y querer ser buenos significara serlo. Pero la realidad no es ésa. La realidad es que nos proponemos metas que muchas veces no alcanzamos. Que muchas veces queremos ser buenos, pero en numerosas oportunidades nos distraemos en el camino. Muchas veces, impedimos que otros sean felices. Y nunca podemos evitar que seamos diferentes.