Septiembre de 2016
Por Juan Luis Iramain

Ser más papistas que el Papa significa muchas cosas. Entre otras, adherir con parecido fervor a los dogmas de la Iglesia, que son pocos y bien conocidos, y a las preferencias temporales del Papa, que son opinables: en este caso, el mate amargo, el peronismo, el intervencionismo del estado en la economía y San Lorenzo.

No es tan raro que esto pase: muy desde el principio, creyentes sinceros sucumbieron a la tentación de entreverar la fe, que se supone inalterable, con preferencias culturales, sociales o políticas, que son siempre cambiantes y relativas. Y siempre la perjudicada fue la fe.

San Pedro, el primer Papa, se watsappeaba con unos cristianos de origen judío que ninguneaban a los que venían del paganismo y no estaban circuncidados. Empezaron a decir que cristianos posta posta eran ellos, y que si los paganitos querían ser de la Guardia de Hierro, como ellos, tenían que circuncidarse. Parecía una cuestión teológica, pero en el fondo era un problema social y de poder. Cundió el pánico.

Pablo, que también era judío y tenía bastantes seguidores en Twitter, mandó una catarata de tweets incendiarios en los que decía que para ser cristiano había que creer que Jesús era el Hijo de Dios, seguir sus enseñanzas y bautizarse. Y punto. Y que andar circuncidado era una cuestión de la tradición judía (o de gustos, que hay gustos para todo), no un requisito para ser cristiano, como tampoco lo eran la asignación universal por hijo, el estatuto del peón ni el sábado inglés.

Parecía que se venía un cisma, pero no: Peter reconoció su error y tuvo que dejar de sacarse selfies con los muchachos de la circuncisión y aceptar que todos los bautizados eran iguales, aunque él tuviera más amigos en un bando que en el otro.

Desde aquellos días gloriosos, casi siempre los cristianos, y después los católicos, les pidieron al Papa, a los obispos y a los curas que se jugaran políticamente: que si pro imperio o pro independencia, si monárquicos o republicanos, si peronistas o gorilas… Y bastantes veces los buenos religiosos cayeron en la tentación de entreverarse en esos temas, y metieron la pata. Igual que san Pedro.

Así las cosas, quizá lo mejor para el católico sea prestar atención sólo al rol espiritual del Papa, que para eso lo puso ahí el Espíritu Santo. E ignorar con firmeza sus preferencias políticas, las que sean: lo mismo si da indulgencias plenarias el día del cumple de CFK o si le otorga a MM un Marquesado Pontificio. En cualquier caso, lo más probable es que se equivoque.

No se me ocurre un modo mejor de conservar la fe.