12 de octubre de 2016

Por Juan Pablo Maggiotti

Para Instituto Acton

Sorprende últimamente la facilidad con que en Argentina se acusa a cualquiera de “liberal”, muchas veces sin que los propios acusadores sepan bien qué es lo están denostando. Más allá de las enormes dificultades que el término tiene incluso dentro de las distintas corrientes del liberalismo, la crítica es llamativa porque la presencia de alguna forma de liberalismo en Argentina está, en verdad, muy acotada en el tiempo y el espacio: entre las dos últimas décadas del siglo XIX y las dos primeras del XX, y casi únicamente en Buenos Aires y alguna que otra ciudad.

En la realidad de hoy, efectivamente, el liberalismo no termina de arraigar en Argentina, ni en su cultura ni en su funcionamiento político. La sociedad argentina está aún debatiéndose entre distintas posturas que se resisten a reconocer la importancia de las instituciones democráticas y republicanas. Sucede básicamente que, tanto lo que por aquí se tilda de “la derecha” como lo que se tilda de “la izquierda” (que son en realidad dos formas de peronismo que se acusan entre ellas de ser “el conjunto de todos los males” ) reniegan de las instituciones democráticas, y sólo las aceptan cuando éstas son funcionales a su propia ideología de “derecha” o de “izquierda”.

Hay dos cursos de análisis para demostrar esta conclusión. Uno académico, y otro más bien divulgativo.

Si quisiera dedicarme al curso académico de investigación, debería ahora explicar que, con el golpe de 1930, comienza en Argentina un irresponsable (por sus consecuencias) proceso de deslegitimación de las instituciones democráticas de la república. Los agentes iniciales de esa deslegitimación fueron gran parte de los intelectuales católicos de la época, que se empeñaron en socavar la utilidad de las instituciones democráticas mediante acusaciones lanzadas desde la “teología política” (¡oxímoron como pocos!).  Tras el peronismo, la Revolución Libertadora, y el cobijamiento del propio Perón a las tácticas guerrilleras para fomentar su regreso, este socavamiento de las instituciones democráticas y republicanas no fue ya patrimonio exclusivo de las ideologías “de derecha”, apoyadas mayormente en el mito de La Nación Católica y en complicidad con buena parte de la curia de pre-conciliar. Las ideologías “de izquierda”, apoyadas en el mito de La Patria Grande Latinoamericana y en complicidad con la teología de la liberación, se sumaron alegremente a este socavamiento. Esa grieta entre dos formas de peronismo, ambas igualmente antiliberales (aunque entendiendo el “liberalismo” en dos formas tan disímiles que quedan casi impedidas de verse mutuamente como hermanas) es aún la verdadera grieta en Argentina. (La grieta teológica es otro asunto, con otros ribetes y protagonistas, aunque haya tenido y tenga aún sus ramificaciones en lo político. Y por lo general no resulta útil analizarla con gente que poco o nada conoce acerca de la Iglesia.)

Si quisiera, en cambio, seguir un curso de análisis más relajado y general, debería centrarme en especificar por qué la socialdemocracia, aunque pueda parecerle “liberal” tanto a “la derecha” como a “la izquierda”, en realidad no es sino una forma menos radical de peronismo. En efecto, la diferencia entre el peronismo “tradicional” y más radical (ya sea de “derecha” o de “izquierda”) y la socialdemocracia que (por ejemplo) estamos viendo ahora con el actual gobierno es, en última instancia, simplemente de grado. Para decirlo en forma sencilla, lo que comparte el peronismo con la socialdemocracia actual es la convicción asistencialista, y nada más lejos a un gobierno realmente liberal que una columna vertebral asistencialista en su toma de decisiones.

En lo personal, entender que entre el binomio “la derecha (argentina)”/“la izquierda (argentina)” y la socialdemocracia del actual gobierno presentan entre sí sólo una diferencia de grado me parece sumamente importante por dos motivos. En primer lugar, para dejar de confundir como “liberal” a algo que no lo es. Pero en segundo lugar (y esto es lo más importante), para que por primera vez tengamos una explicación de por qué la sociedad argentina no logra estabilidad republicana: el problema no es moral (de funcionarios corruptos aquí o allá) sino de lucha ideológica entre distintas facciones peronistas. Facciones que, en tanto peronistas, forman parte de una doctrina ideológica que nació y alimentó su crecimiento, precisamente, con la crítica a las instituciones democráticas y republicanas heredadas del liberalismo de fines del siglo XIX. Al fin y al cabo, toda socialdemocracia es una forma lavada (i.e., menos radical) de antiliberalismo, así que muy bien puede esta incipiente socialdemocracia argentina actual convertirse el día de mañana ⸺si es que no lo es ya⸺ en un peronismo lavado (i.e., menos radical, i.e., ni “facho” ni “zurdo”, sino con un poquito de ambos según el caso).

Porque, como dije, los primeros que comenzaron a poner en duda y socavar los cimientos institucionales de la república, con su crítica a la democracia y el Estado, fueron los nacionalistas católicos (si la crítica hubiera venido desde el propio liberalismo incipiente en Argentina, no hubiera sido necesario abandonar los mecanismos institucionales para corregir desviaciones, y otra podría haber sido la historia institucional argentina). Y si bien la Iglesia tuvo socialdemócratas que impidieron el fascismo, tanto los católicos más proclives al fascismo como los más moderados (que tenían en realidad sólo una diferencia de grado en cuanto al totalitarismo clericalista) pactaron con el orden político-militar (si bien con grados de entusiasmo y adhesión distintos, precisamente porque unos eran moderados y los otros no).

A diferencia de otros países latinoamericanos, en Argentina nunca hubo una presencia real de teólogos de la liberación en el devenir político institucional (pero sí la hubo, y la hay, en la política interna de la curia local). De forma que en realidad la Iglesia argentina siempre se debatió entre fascistas y socialdemócratas. Estos últimos son los que aparecen muchas veces como “moderados”, pero que son vistos como “zurdos” por los fascistas, o como “fachos” por los guevaristas. Lo curioso es que a veces, también, tanto unos como otros acusan a estos “moderados” de “liberales”. Pero, ¿están pensando en lo mismo cuando se lanzan estas acusaciones? No lo creo.

Para la derecha argentina, los “liberales” son herederos directos del iluminismo racionalista, del cual el comunismo guevarista es como un nieto. Para la izquierda argentina, los “liberales” son oligarcas iguales a los que había en la vieja Europa pre-octubrerrojista, sólo que sin autonomía y funcionales a los intereses capitalistas del imperio yanqui (por eso no hay, para ellos, ni “grieta” ni noción de “lucha interna” o “guerra civil”, sino directamente una “resistencia frente a una potencia extranjera”).

Ahora, ¿son estos curas “moderados” realmente liberales? No, son socialdemócratas. Y como tales, incoherentes en su tomar un poquito del verticalismo fascista (generalmente, son fascistas por ser clericalistas y negar la libertad de conciencia en los laicos) y un poquito de la teología de la liberación (generalmente, niegan la cristología de Boff pero festejan su doctrina social, ajenos como son a la necesidad vital que lleva a los laicos a transformar el mundo, produciendo e intercambiando bienes). Esta posición es actualmente la más extendida dentro de la curia argentina, y su fiel exponente (incluida la vaguedad de sus posiciones y expresiones) se halla ahora mismo sentado en un trono de una ciudad-estado dentro de Italia.

Pero volviendo al socavamiento de las instituciones republicanas, es importante reparar en el rol de bisagra que significó para estos detractores la figura de Perón. Cuando asumió Perón, ambas corrientes católicas (fascista y socialdemócrata) se entusiasmaron con su figura y propuestas. Y aunque algunos sacerdotes e intelectuales después se desencantaron, ya era tarde. Perón ya había asumido gran parte del nacionalismo católico y, aprovechando las vertientes más socialistas del catolicismo, fomentó y cobijó a la izquierda revolucionaria guevarista. Así se armó el peronismo integrador de “derechas e izquierdas”, pero fuertemente antiliberal. Y en la lucha interna entre la derecha y la izquierda del peronismo toda otra opción política quedó subsumida o aniquilada. El único marco que permaneció común a ambas facetas del peronismo ⸺convirtiéndose en núcleo de la desconfianza hacia las instituciones republicanas⸺ fue y es su fuerte antiliberalismo (“combatiendo al capital”, reza la marcha peronista).

Este fuerte antiliberalismo es el gran triunfo cultural del peronismo. Argentina no abandonó jamás ese antiliberalismo peronista, debatiéndose entre socialismos de tipo fascista (peronismo de derecha) o de tipo revolucionario guevarista (peronismo de izquierda). El mito de La Nación Católica puede haber caído, pero ahora parecen haberse puesto de moda otros mitos, como el de La Patria Grande Latinoamericana. Lo común, siempre, ha sido la necesidad de “refundar” La Patria sobre la base de… luchar contra el “liberalismo” y sus instituciones. Esta radical vocación refundadora y rebelde la han compartido, como dije, tanto “la derecha (peronista)” como “la izquierda (peronista)”, que han visto siempre con malos ojos la conveniencia de respetar las instituciones democráticas para instaurar ya sea “la ciudad católica” o ya sea “la revolución”. Bajo la excusa de que las instituciones democráticas responden a intereses espúreos (anticatólicos según la derecha, oligarcas según la izquierda), prefieren la rebeldía o directamente la supresión de dichas instituciones, antes que ejecutar las correcciones oportunas acatando y sometiéndose a los dictados republicanos de las mismas.

Ahora bien, ¿qué pasará con esta socialdemocracia que actualmente estamos viviendo en el país? ¿Ocupará la socialdemocracia “moderada” el lugar antagónico al guevarismo peronista, ahora que el fascismo peronista parece ya en el olvido? Si así fuera, es importante que tengamos presente que esto que se está dando en llamar “gobierno neoliberal macrista” sigue siendo, en el fondo, una forma de asistencialismo perfectamente asimilable al peronismo, sólo que renuente a confesar los verticalismos propios de las opciones radicales (fascistas o guevaristas). (Quizá por eso mismo, también, sea probablemente la forma más apta para sobrevivir que encuentre el peronismo del mañana.)

A no dejarse engañar, en definitiva, por las acusaciones de “liberalismo” que las distintas facciones radicales peronistas puedan lanzarle a este gobierno. Como ya mencioné, nada más lejos del liberalismo que el asistencialismo social. Los liberales buscan garantizar las condiciones de trabajo suficientes para que cada uno pueda desarrollar la vida que le plazca, y en la forma que le plazca. Los asistencialismos, por definición, son una forma verticalista de direccionar la vida de los individuos.

Así que cuando un argentino acuse a otro de “liberal”, pensemos si lo que está señalando no será, más bien, a un “peronista moderado”.

[*] El presente texto no pretende (lo dice claramente) ser un texto académico. Nació en una conversación con amigos, y se escribió con la intención de darse a conocer en el ámbito de las redes sociales, y para un público reducido. Lejos de un estudio historiográfico, su finalidad es la de resumir posibles cursos de análisis de una realidad histórica concreta (la situación política argentina de 2016), evidenciando interrogantes y postulados plausibles que, posiblemente, no hayan sido tratados adecuadamente por la historiografía y el análisis político-social argentino. He decidido mantener la informalidad y poca rigurosidad de sus expresiones por consejo de los editores, que me han alentado a darlo a conocer tal cual. Confío en que el lector inteligente sabrá distinguir el trigo de sus ideas de la cizaña de sus formas narrativas y semánticas.