por Francisco Orioli
Miembro del grupo Ateneo Acton Joven
Abril de 2017
Fuente: gregorioylanube

Podés no creer en Dios o estar enojado con la Iglesia por diversas cuestiones. Te entiendo. A veces no reflejamos verdaderamente el amor de Aquel en quien creemos. Hemos ido y vuelto muchas veces y con diversas cuestiones. Muchas cosas salieron bien, otras no tanto; y hemos pedido las correspondientes disculpas por aquellas que salieron mal.
Pero quería contarte que las cosas tienen una dimensión un poco más profunda, a veces escondida, y que tiene que ver con el famoso Jesús de Nazaret. Sí, ese carpintero de túnica y sandalias que caminaba por medio oriente con doce hombres enseñándoles que el sentido de la vida está en dar más que en recibir (1). Era un buen tipo. Decía cosas buenas que a algunos les escandalizaba. Decía que recibir a un nenito era recibirlo a Él (2), y que visitar un preso era visitarlo a Él (3). Enseñaba que la vida solo podía llamarse vida de verdad cuando se estaba cerca suyo (4), cuando se lo quería y se lo seguía. A veces parecía que contestaba a las preguntas que todos nos hacemos en el siglo XXI: “¿cómo hago para vivir de verdad?”, “¿cómo vivir y no solamente existir?”. También decía que en lugar de odiar a los enemigos, había que amarlos al igual que Él amaba a su discípulos, amigos, conocidos… a todos (5). No escatimaba en planificaciones exageradas ni en mediciones sin sentido. A veces parecía un loco con un proyecto demasiado utópico, que se terminaría truncando el día que muriese. Y eso pasó, murió y muchos quedaron decepcionados, pensando que todo lo que Él había dicho habían sido solo palabras bonitas (6). Pensaron que ese horizonte de vida que se abría cuando estaban cerca de Él, era solo una invención de ellos, una proyección o el simple deseo de querer que tal cosa exista. Es más, el día que murió solo estaban cerca de Él un amigo suyo y su madre (7). Los demás habían corrido, espantados por el horror de ver a su amigo morir.
Pero este buen hombre (el más bueno de todos los hombres), tenía una particularidad. Algunos decían que cuando se acercaban a Él había algo especial (8), que podía curar gente (9), que hablaba claro y con mucha razón y autoridad (10), y que su mirada iba a lo profundo del corazón, al igual de sus palabras y sus acciones (11).
Lo que en realidad pasaba, es que ese gran hombre también era un gran Dios. De hecho, era el mismo Dios que hizo el mundo, creó las cosas, creó al hombre y la mujer y todo aquello que nos podamos imaginar. Rarísimo. Era pensar que algo eterno se achicaba siendo algo temporal, como meter el océano en un vaso. Pero parecía posible, porque ese Dios eterno también podía hacer lo que quería, porque en definitiva… era Dios. En fin, este tipo, Jesús de Nazaret, era las dos cosas: hombre y Dios.
Dios se había hecho hombre en Jesús para liberarnos de algo puntual: el pecado. Es decir, de todo aquello que va en contra de Dios y que, por lo tanto va en contra de nosotros mismos. Porque el pecado no es un capricho de Dios, sino aquello que nos cachetea en lo más profundo de nosotros y no nos deja ser plenamente libres y felices. En primera instancia, es un alejamiento de Él, porque nadie sabe mejor que Él cómo podemos ser felices. En las demás instancias, es un esconderse de sus propuestas que nos llevan a la felicidad. Y esto se manifiesta de muchas maneras: envidia, orgullo, soberbia, egoísmo, angustia, falta de sentido en la vida, violencia, odio, etc. A todos nos pasa.
Como Dios no quería que las cosas queden así con lo mejor de su creación, se hizo uno de nosotros en Jesús para acomodar todo (12). De esta manera, los hombres y Dios podían estar cerca otra vez. Y lo cumplió, obvio, porque Él puede hacer lo que sea.
Pero lo cumplió al precio de morir colgado en una Cruz, porque en su época muchos no toleraron que Dios se quisiera acercar tanto, que Dios rompiese tanto las estructuras para ser amigo de los hombres. Muchos no lo reconocieron como el que venía a liberarnos del pecado y decidieron matarlo para que dejase de decir todas las cosas que decía: que Él era Dios, que hay que amar a los enemigos, etc (13). Y ni hablar de las manifestaciones más evidentes de su ser Dios, como resucitar a un amigo (14). Sí, varios no se lo bancaron y como tenían poder, mandaron a matarlo.
Sin embargo, el carpintero de Nazaret que seguramente sabía hacer muy buenas mesas y sillas y que a su vez era Dios, hizo lo que quiso y resucitó. Le ganó la pulseada al pecado y también a la muerte, porque son algo así como primas hermanas. A Él nadie pudo ganarle, porque era el Camino, la Verdad y la Vida (15). Era Dios mismo, y Dios nunca se deja ganar. Y gracias a Él, todos podemos ser amigos de Dios y encontrar en Él esa plenitud a la que estamos llamados. Resucitando, resucita en nosotros y nos da vida para siempre, contestando a todas las preguntas de la humanidad sobre la felicidad, la vida y el amor.
Pero, por supuesto, todos decidimos con libertad. El que no quiere estar cerca de Él puede no estarlo. Honestamente yo no puedo hablar bien y con precisión con respecto a ese tema porque no es mi caso. En cambio sí puedo hablar por los que decidimos seguirlo, y testimonio que Él realmente da vida en abundancia y libera de todos los males… porque es Dios entre nosotros (16).
Y le creo, de verdad que le creo en todo lo que dice. Y a vos que leés esto y no querés saber nada con su historia, te invito a que lo mires y te animes a creerle. Porque Él sencillamente es.
 
Citas

  1. Hechos 20, 35,
  2. Marcos 9, 37.
  3. Mateo 25, 36.
  4. Juan 10, 10.
  5. Lucas 6, 35.
  6. Lucas 24, 13-25.
  7. Juan 19, 25.
  8. Marcos 5, 30.
  9. Juan 9, 1-7.
  10. Marcos 1, 22.
  11. Juan 7, 46.
  12. 1 Juan 4, 10
  13. Juan 1, 5
  14. Juan 11, 34-44
  15. Juan 14, 6
  16. Mateo 1, 22