4 de marzo de 2019
Por Alejandro Antonio Chafuen
Traducido por Joshua Gregor
Fuente: Revista Forbes 
 
Cuando los analistas y estudiosos hablan de Venezuela o Argentina, suelen describir la prosperidad de su pasado. En Venezuela se hace hincapié en su riqueza petrolera. En el caso de Argentina, su ganadería y agricultura. Pero la tierra argentina era siempre fértil, y el país despegó sólo después de la adopción de la Constitución de Argentina de 1853. Como suele decir Armando Ribas, la pampa no se humedeció en 1853. La riqueza de la “pampa húmeda” sigue allí. Pero la riqueza comparativa de Argentina comenzó a bajar cuando empezó a abandonar las ideas económicas y morales que dieron lugar a su crecimiento.
Un abogado joven de la provincia argentina de Tucumán, Juan Bautista Alberdi (1810-1884), desempeñó un rol relevante en crear las condiciones intelectuales para un período de prosperidad que duró casi 90 años, comenzando con la adopción de la Constitución. Al igual que Thomas Jefferson, Alberdi estudió las constituciones de varios países antes de ayudar escribir la carta fundamental de su país, el verdadero comienzo de una Argentina libre.
Las opiniones de Alberdi todavía son valiosas para lograr consensos sobre las instituciones de la sociedad libre en Argentina y América latina. Los que valoran el rol del cristianismo en la formación de una mejor compresión de la persona humana pueden encontrar lecciones adicionales en sus escritos.
Tomando inspiración de su padre vasco, lector entusiasta de El contrato social de Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), el joven Alberdi también estudió las obras del filósofo ginebrino. Leyó las obras de los principales intelectuales franceses, mencionado a docenas de autores como Frederic Bastiat (1801-1850), Alexis de Tocqueville (1805-1859), Jean-Baptiste Say (1767-1832) y Benjamin Constant (1767-1830). Leyó menos autores británicos y americanos entre los que se encontraban muchos de los mejores: Roger Bacon (1219-1292), John Locke (1632-1704), Jeremy Bentham (1748-1832), Adam Smith (1723-1790) y los Federalist Papers.
Alberdi pasó de un socialismo moderado en su juventud a lo que hoy se consideraría una visión liberal clásica. Como muchos de sus mejores amigos, de joven ahondó en la literatura. Sus primeros escritos fueron sobre la música y sus métodos, pero pronto comenzó a concentrarse en temas de derecho y gobierno.
Agradecido por su educación católica pero tolerante hacia todos, Alberdi escribió: “Seamos religiosos seamos creyentes, seamos cristianos para ser libres, muy bien; pero sin olvidar que también tenemos necesidad de buenas costumbres públicas y privadas, de reserva y moralidad en la vida de familia, de laboriosidad en los hábitos y de instrucción en las inteligencias. Seamos católicos, como han sido nuestros padres, como conviene a nuestra raza; pero sin olvidar que también hay pueblos profundamente religiosos que no son católicos.” En temas de costumbres y normas sociales fue admirador de Inglaterra: “La Inglaterra es feliz por sus costumbres, por su buen sentido, por sus hábitos de labor, por la ciencia de sus estadistas a la par que por la educación religiosa de sus clases. Toda esa dicha tiene origen en la manera de ser de la familia.” Estuvo convencido de que “sin la Inglaterra y los Estados Unidos, la libertad desaparecía en este siglo.”
Alberdi apoyó y publicó una carta escrita por uno de sus compatriotas admirados, Félix Frías (1817-1881). Frías—en este período un corresponsal en Francia para el diario chileno El Mercurio—escribió una carta a François Guizot (1787-1874). Éste había argumentado que el éxito de la democracia en América era resultado de su federalismo. Frías le contestó: “Usted dice en su carta, señor, que la América del Norte ha realizado la democracia, porque es federal. Es una buena razón, pero no es esa la gran razón. Los americanos del norte son demócratas, porque son capaces de la democracia, y lo son porque son cristianos. La Gran Bretaña practica la libertad, bajo diversa forma, porque es cristiana.” Al igual que Frías, Alberdi tenía una opinión positiva del cristianismo, pero confiaba más que Frías en la ciencia y la libertad humana.
Frías escribió, “La filosofía y la literatura francesas se lavan las manos, lo sé, en la presencia del socialismo. Pero no ha caído él de la nubes, ha caído justamente de las clases altas en las clases bajas” (énfasis del original). Frías argumentaba que los franceses necesitaban una filosofía para la gente común porque las clases altas franceses habían “arrancado la religión de[l] alma” de las masas y que “el socialismo es la filosofía plebeya de la carne.”
Alberdi encontró la fuente del progreso humano en lo que se podría llamar (en términos modernos) una combinación del cristianismo y Ayn Rand: “No es temerario establecer que el mundo civilizado y libre, es la obra del egoísmo individual, cristianamente entendido: Ama a Dios sobre todo, enseñó él, y a tu prójimo como a ti mismo, santificando de este modo el amor de sí a la par del amor del hombre.”
Su obra más libertaria fue quizás un discurso de graduación en una facultad de derecho. En La omnipotencia del Estado es la negación de la libertad individual Alberdi señalaba que todo lo que era considerado omnipotente, excepto Dios, era un peligro a la libertad humana, ya sea un líder, el estado, el gobierno, una raza o la nación. No descartaba, sin embargo, el patriotismo o los patriotas. De niño se sentaba en las faldas de otro patriota cristiano: Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano y González, generalmente conocido como Manuel Belgrano (1770-1820). Un amigo del padre de Alberdi, Belgrano fue abogado educado en la Universidad de Salamanca. Se convirtió en general en la guerra de independencia de Argentina y fue uno de los primeros promotores del comercio libre. A pesar de su respeto al legado y el patriotismo de Belgrano, Alberdi advirtió contra otros que eran más extremos y convertían la patria en un cuasi-Dios.
Consciente de que el espíritu de una constitución podría ser subvertido por interpretaciones y regulaciones, Alberdi escribió un largo manual sobre cómo interpretar los fundamentos de libre mercado de la Constitución. No fue suficiente—las opiniones de Alberdi comenzaron a perder popularidad, y Argentina comenzó su declinación. A diferencia de las figuras políticas de hoy, Belgrano y Alberdi murieron en la pobreza. Belgrano, el creador de la bandera argentina, murió joven en 1820 a los 50 años de edad. Alberdi vivió hasta los 74 años y murió en un oscuro sanatorio en Neuilly, Francia. Vivió y pasó tiempo en Chile, Uruguay y Europa. Hoy es conocido y admirado principalmente por las minorías educadas del liberalismo argentino, pero sus opiniones son una prueba de que el cristianismo católico puede ir de la mano con la libertad y la prosperidad. Usando criterios objetivos, Argentina en su tiempo de gloria era mucho más cristiana y católica de lo que es hoy. La vida y los escritos de Alberdi deberían ser una inspiración para todos que trabajan por políticas más respetuosas de la buena moral, el imperio de la ley y la economía libre en América latina.