La actual preocupación sobre la desigualdad ignora la causa principal
Por Samuel Gregg
Fuente: The American Spectator
14 de enero de 2014
Si los papas y los presidentes tienen algo que ver en esto, parece que el 2014 va a ser «el año de la desigualdad». De hecho, el regreso de antiguos y repetidos argumentos sobre el tema ya ha comenzado. Los economistas, por ejemplo, vuelven a discutir sobre las estadísticas relacionadas con la desigualdad. Otros vuelven a debatir la perenne cuestión filosófica sobre el significado de la desigualdad y —según como se la entienda— si esta es algo malo.
Sin embargo, no hace falta unirse a la tendencia mayoritaria de la academia hoy día de postrarse ante al altar del profeta del igualitarismo progresista moderno, el último John Rawls, para reconocer que algunas desigualdades injustificables caracterizan casi todas las sociedades modernas. Y una de estas injusticias, aunque raramente mencionada en estos términos por los políticos (por razones obvias, que se verán a continuación), es la expansión cada vez más extendida del capitalismo prebendario o «amiguista» (crony capitalism).
Capitalismo prebendario es una expresión muy usada en estos tiempos; conviene aclarar su significado. El capitalismo prebendario no es una actividad delictiva o manifiestamente corrupta —aunque a menudo roza estas esferas, y termina identificándose con ellas. El capitalismo prebendario actúa sobre las economías de mercado, vaciándolas de sentido, y reemplazándolas por lo que se podría describir como mercados políticos.
En los mercados políticos, la atención ya no centra en generar prosperidad través de la creación, mejora, innovación y oferta de productos y servicios a precios competitivos. En su lugar, el éxito económico depende de la habilidad de las personas para influir sobre el poder gubernamental a fin de inclinar la balanza de la actividad económica en beneficio propio. Aunque la apariencia exterior de un mercado se conserva, su marco esencial es suplantado por la presión y la lucha para asegurar que los gobiernos, los legisladores y los reguladores favorezcan a unos en detrimento del resto de los ciudadanos. En ese sentido, el capitalismo prebendario constituye sin duda una forma de redistribución: de los contribuyentes, consumidores y empresarios centrados en la generación de bienestar, a los poderosos, los lobistas y los que tienen conexiones políticas.
¿Quiénes son los capitalistas prebendarios? Obviamente aquí entran empresarios que presionan a gobiernos y legisladores para obtener excepciones, privilegios, monopolios, subsidios, acceso a contratos públicos sin licitación y recibir créditos gubernamentales a tasas de interés inferiores a las tasas de mercado.
Invariablemente, este tipo de privilegios se basan en sostener que un determinado negocio o industria, por algún motivo en particular, merece un tipo de tratamiento especial. El ex secretario del tesosro, el fallecido William Simon, recordó una vez cómo observaba “incrédulo el modo en que empresarios corrían a las oficinas gubernamentales en cada crisis… Estos señores profesaban siempre su devoción a la libre empresa… (pero) su propio caso… siempre constituía una excepción… lo que justificaba el trato privilegiado (y de favor)”.
Aunque no siempre se ubican en esta categoría, muchos dirigentes sindicales son expertos en el juego del capitalismo prebendario. Este es el modo en que muchos de ellos han sido capaces de asegurar una legislación que les permite ejercer presión sobre los trabajadores para que se unan a las filas del sindicato, violando así el principio básico sobre el que se fundan los sindicatos: el principio de libre asociación. El pago o compensación que se ofrece a los legisladores se realiza bajo la forma de una campaña de donaciones y otras formas de asistencia en tiempos electorales.
Hablando de aquellos que dispensan los favores –legisladores y demás funcionarios públicos– ellos, obviamente, desean algo a cambio. La abrumadora cifra de empleados del gobierno que aseguraron posteriormente puestos jerárquicos en los sectores e industrias que anteriormente habían regulado, es algo bien documentado. Además de los donativos, otro privilegio que no se suele mencionar es la obtención de puestos de trabajo para amigos o incluso para ellos mismos una vez abandonada la vida pública.
Luego están los políticos –por no mencionar a sus familiares– que se unen a las filas de los grupos de presión. En su libro This Town, Mark Leibovich estima que el 42% de los miembros de la Cámara (de los Estados Unidos) y el 50% de los senadores que se retiran del Congreso terminan quedándose en Washington D.C. para convertirse en lobistas. Los incentivos para convertirse en parte del tejido adiposo que permite al capitalismo prebendario mantenerse a flote parece que son considerables. Ya en 2012, el economista italiano Luigi Zingales señaló que “siete de los diez condados más ricos de los Estados Unidos se encuentran en los suburbios de Washington D.C., que produce muy poco, excepto normas y reglamentos”.
¿Qué tiene todo esto que ver con la desigualdad? En una sola palabra: todo. Los arreglos que surgen como consecuencia del capitalismo prebendario y arribista crean distintos grupos o círculos cerrados con acceso a información privilegiada; y el resto que queda fuera del sistema. Todo esto no tiene nada que ver con los criterios clásicos de justicia tales como la necesidad, el mérito, y la disposición a asumir riesgos y responsabilidades. Lo único que importa en un mundo de capitalismo prebendario es la cercanía al poder del Estado.
Por ejemplo, si uno es un joven empresario que tiene una nueva idea, producto o servicio pero carece de las conexiones políticas, queda automáticamente en desventaja en un mundo así establecido. La igualdad de oportunidades queda socavada. Más de un empresario con principios pero que se niega a jugar el juego del capitalismo prebendario, se frustran viéndose obligados a buscar áreas o sectores de la economía en donde los capitalistas prebendarios no hayan todavía metido sus garfios.
Para saber en qué consiste el capitalismo prebendario, se puede atender a los abundantes ejemplos, históricos y de la actualidad. En muchos sentidos, el sistema mercantilista que dominó Europa durante los siglos XVI y XVIII, y que se apoyó fuertemente en el paraguas gubernamental, constituye un precursor. Actualmente, la Rusia de Putin personifica la expresión más violenta del capitalismo prebendario, poniendo de manifiesto la capacidad que tiene de minar de raíz el principio de igualdad ante la ley. Versiones light del capitalismo prebendario predominan en la mayoría de los países de Europa occidental y de Latinoamérica. Más cerca de casa, en los Estados Unidos, existen ciudades como Chicago, en las que la interminable maraña de favores a cambio de votos, constituye un auténtico modo de vida para mucha gente.
Existe un precio a pagar por esta colusión. La generación de costos extraregulatorios en la economía, la distorsión del funcionamiento del sistema de precios libres, y el traslado de los incentivos del ámbito económico al de la acción de los políticos y reguladores, terminan comprometiendo seriamente el proceso de creación de riqueza. El resultado es un tipo de declive en cámara lenta, que caracteriza a países como Italia, Grecia, Portugal y Francia.
Esto es una mala noticia para todos, pero especialmente para el pobre. Los ricos y los poderosos –especialmente aquellos que proliferan entre la política, el lobby y el mundo de los negocios– suelen quedar bien parados en este tipo de escenarios y beneficiarse de los vicios de una economía capitalista prebendaria. Ellos constituyen la nomenklatura del capitalismo prebendario. Sin embargo, quienes no tienen poder ni dinero quedan en amplia desventaja.
La buena noticia es que existen formas de domar la bestia del capitalismo prebendario e igualar verdaderamente el campo de juego. Algunos pasos útiles en esta dirección deberían incluir, entre otras cosas, la prohibición de los rescates a las firmas que son “demasiado grandes para quebrar” (to big to fail), y exigir la publicación completa de todos los préstamos públicos o privado que recibieran los funcionarios públicos, de cargo electivo y no electivo.
Sin embargo, es probable que este tipo de medidas tuviera un impacto meramente periférico si no se hicieran dos cambios esenciales. El primero consiste en reordenar los incentivos económicos, eliminándolos del ámbito político y volcándolos nuevamente en el ámbito del emprendimiento económico y de la libre competencia. Para lograr esto, la congelación o, de hecho, la reducción (¡Dios no lo permita!), en términos reales, del tamaño del gobierno –es decir su magnitud respecto del PBI–, y el número de empleados gubernamentales es una condición sine que non.
El segundo cambio consiste en terminar con la complaciente fantasía keynesiana de pensar que los gobiernos pueden de algún modo manejar economías multibillonarias, conformadas por millones de personas que realizan un número incontable de transacciones cada día. El efecto, de nuevo, debería ser la reducción de la regulación excesiva, el intervencionismo y la burocratización; elementos que constituyen un auténtico caldo de cultivo para comportamientos prebendarios.
La mala noticia es que los que se benefician del capitalismo prebendario lucharán con uñas y dientes por impedir este tipo de reformas, como ya han descubiertos algunos, como por ejemplo el Gobernador de Wisconsin, Scott Walker. Además, los capitalistas prebendarios también estarían dispuestos a apoyar con sus recursos a cualquiera que les ofreciera el más mínimo gesto de disposición a mantener el status quo actual. Por desgracia, abunda este tipo de personas –y no simplemente en el ala ideológica de la izquierda.
En el largo plazo, los arreglos de los capitalistas prebendarios, al igual que los del mercantilismo, son insostenibles. Después de todo, ellos asumen que siempre habrá ciudadanos generando la riqueza que otros pueden saquear. Una vez que los predadores superan en número a los creadores, sin embargo, es difícil impedir la deriva continua hacia la debacle económica, como la de Cristina Kirchner en Argentina, por ejemplo. Pero hasta que se desintegren –tal y como sucedió con el mercantilismo–, puede pasar mucho. Mientras tanto, los arreglos propios del capitalismo prebendario seguirán causando algunas de las formas más injustificadas de injusticia contemporánea.
Nota: La traducción del artículo original“Inequality in a Crony Capitalist World”, publicado por The American Spectator, el 14 de enero de 2014 es de Mario Šilar del Instituto Acton Argentina/Centro Diego de Covarrubias para el Acton Institute.
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