Por Juan Cruz Munilla
Para el Instituto Acton
29 de abril de 2022

Razón, democracia y educación formal

Si miramos la historia de la civilización occidental, veremos que el desarrollo de los conceptos de razón y democracia se han retroalimentado mutuamente. Gabriel Zanotti en su libro Crisis de la razón y crisis de la democracia[1], explora este vínculo que logra un punto central en la filosofía del iluminismo que a su vez influyó tanto en el surgimiento de las estados naciones modernos. Es justamente dentro de este contexto que aparece una institución que hasta este momento no existía como tal, nos referimos a la escuela pública, gratuita, laica y obligatoria. Cuando el estado pasa a hacerse cargo de la educación, misión de la cual se ocupaba la iglesia hasta ese momento, lo hace en clave de formar ciudadanos, esto significa personas “responsables” que puedan servir a los intereses de este estado nación, ya sea como trabajadores, militares o gente que ocupe cargos públicos en un futuro. El pensamiento iluminista sostenía que si las personas se formaban en distintas disciplinas, podrían lograr la madurez suficiente para asumir las riendas de su vida. Por otro lado, tenemos la filosofía positivista, también predominante en dicho período histórico, corriente que tiñó al pensamiento científico de verdades asumidas como reveladas que, en parte, siguen hasta el día de hoy. La infalibilidad del método científico (como lo entendían los positivistas), el predominio del dato duro, y la negación de la realidad por fuera de lo evidenciable con los sentidos, son supuestos de dicha filosofía, que a su vez sostienen las bases de la escuela formal moderna. Esta combinación (iluminismo y positivismo) conforman el sentido común del mundo educativo post revolución francesa que sigue hasta el presente.

Con el afán de querer establecer lo que brinda el estado como lo oficial (como sucede en medicina), es que en contraposición encontramos lo no oficial, lo alternativo, o, como se lo conoce en el mundo de la educación, lo no formal. Es decir, porque existe una educación que es la verdadera, la del estado, es que todo lo que escapa a su reconocimiento es dudoso, no garantiza confianza. Así encontramos que todas las escuelas, ya sean de gestión pública o privada, necesitan, para ser tales, la aprobación del ministerio, es decir, deben cumplir con una serie de requisitos que la habilitan a formar ciudadanos. Esto se materializa en el certificado, el título que se recibe luego del trayecto escolar, que, por supuesto, está validado por el estado. Por lo tanto, la democracia moderna, “custodiada” por los estado nación, que es fruto del desarrollo de cierta razón, hace cuerpo en las instituciones educativas formales, ya que allí se forma al núcleo que compone dicha forma de gobierno, el ciudadano. De esta manera, los estados pueden garantizar su continuidad como institución que cuenta con el poder político legítimo. Dicho de otra manera, las escuelas modernas son las custodias de los estados.

Es por este motivo que, en general, todo lo que se vea como alternativo, sea considerado como “peligroso”, ya que viene a cuestionar, directa o indirectamente, la legitimidad que el estado brinda a través de sus certificados oficiales. La misma diferenciación entre formal y no formal es una determinación artificial establecida por aquellos que ostentan la formalidad. Pero no solo es peligroso lo no formal por ser alternativo, sino que el criticar la misma noción de hegemonía de titulación es atacar el corazón de la razón de ser del estado nación moderno, es decir, aquel ente que tiene el poder de formar ciudadanos que sirvan a sus intereses. La separación entre ciencia y estado que propone Feyerabend[2] va de la mano con la proclama de separación entre estado y educación formal, escisión imposible de aceptar por el sentido común (iluminista y positivista) que rodea todo pensamiento pedagógico ¿Son acaso ciencia y educación el núcleo de poder cultural y político que tiene el estado moderno? ¿Qué le queda si no tiene el monopolio de ambos?

Defender una democracia liberal hoy, no se trata solo de defender ciertas conceptualizaciones económicas, como si la realidad se agotase solo en ese aspecto. Se trata, ante todo, de limitar el poder coercitivo que atenta contra la libertad del individuo, hoy encarnado por el estado moderno. Por lo tanto, proponer la libertad de enseñanza a través de la libertad de titulación (que el estado no sea el único ente oficial en emitir certificados) es una forma de resistencia real contra la mentalidad estatista, esa que es capaz de delegar toda decisión en sus manos.

De todos modos no debe perderse la esperanza en este sentido, aunque pocas sean las voces, ya que la educación es un fenómeno humano, que brota de su naturaleza social. Por lo tanto, cualquier intento e impulso planificador de dicho fenómeno, siempre queda corto frente a la inquietud y creatividad humana que busca, sin límites, el conocimiento. Liberar la titulación es darle rienda suelta a una educación innovadora, a una democracia de personas libres y a una razón que humaniza.

  1. Zanotti, G. (2006), Crisis de la razón y crisis de la democracia. Editorial Episteme.
  2. Zanotti, G. (2006), Crisis de la razón y crisis de la democracia. Editorial Episteme.

Crédito de ilustración: Harvard Business Review