Por Miguel Ors Villarejo
Fuente: The Objective
31 de enero de 2024
«La Iglesia primitiva no era comunista. El rasgo distintivo del comunismo no es compartir, sino coaccionar»
Se expresa Robert Sirico (Nueva York, 1951) en un tono quedo, lentamente, consciente de que el grito no convence a nadie. Mi suegra también hablaba en un susurro. Era muy menuda y su verbo casi inaudible te obligaba a inclinarte y ponerte a su altura, lo que automáticamente neutralizaba cualquier ventaja física que pudieras tener. Además, la necesidad de guardar silencio para escucharla ordenaba el debate y mejoraba la nitidez de la emisión y recepción.
Este último me parece a mí el motivo por el que Sirico, que a diferencia de mi suegra es persona de estatura mediana, alza tan poco la voz. Desea nitidez en la emisión y recepción, la misma nitidez del clergyman que viste y proclama a los cuatro vientos que es un representante de la Iglesia católica. Tampoco ha ocultado nunca su militancia en la Mont Pelerin, la sociedad creada en 1947 por Friedrich Hayek y otros ilustres liberales (Karl Popper, Ludwig von Mises, Milton Friedman) para proteger a los ciudadanos de la arbitrariedad del Estado.
Sirico es, finalmente, presidente emérito del Acton Institute, un laboratorio de ideas liberal, y vive a caballo de dos mundos, el de la economía y el del sacerdocio, «aunque no los mezclo —me advierte en la Universidad CEU San Pablo, donde ha acudido a presentar La economía de las parábolas—. Cuando hablo de economía, no predico, no soy un evangelista. Y cuando predico, no imparto lecciones de economía. En un momento dado se me ocurrió, sin embargo, que sería enriquecedor establecer un diálogo entre estos dos ámbitos y, a lo largo de 10 años, me dediqué a tomar notas sobre las enseñanzas económicas de algunas parábolas. Las notas fueron creciendo y, cuando nos vimos confinado por el covid, decidí convertirlas en libro. Inicialmente tenía 13 capítulos, pero, una vez entregados, me pregunté: ¿y qué otros pasajes del Nuevo Testamento se refieren a la economía sin ser parábolas? El resultado fue un texto adicional bastante largo. —Sirico pellizca las páginas de un ejemplar para mostrar su grosor, que es efectivamente considerable—. La editorial aceptó incluirlo como epílogo, a cambio de que añadiera una parábola más: la del hijo pródigo, que es en mi opinión una de las que mejor ha quedado».
PREGUNTA.- Mucha gente considera que Jesús fue el primer comunista. Joaquín Sabina lo menciona en una de sus canciones [«Como te digo una Co, te digo la O»].
RESPUESTA.- No es nada original. Frederick Engels ya llamó la atención sobre los «curiosos puntos de contacto» entre el cristianismo primitivo y el movimiento obrero, pero se trata de un malentendido. El socialismo utiliza el Estado y, al hacerlo, reduce el amor. Esa es su profunda contradicción: en el nombre de la solidaridad y la fraternidad, neutraliza ambas y siembra envidias y disputas donde antes no las había… El cristianismo es bastante más radical. El buen samaritano obra directamente, no delega en un burócrata para que atienda al moribundo, porque ¿en qué nos mejora moralmente que nos quiten nuestro dinero para destinarlo a lo que sea, aunque sea algo bueno? Cristo nos incita a superarnos entregando nuestro dinero, no dejando que nos lo confisquen… No, definitivamente, Jesús no fue el primer socialista, pero tampoco el primer capitalista. Son categorías anacrónicas y, al escribir este libro, me he cuidado mucho de decir que las parábolas exhorten al capitalismo.
P.- ¿A qué exhortan, entonces?
R.- A ningún régimen concreto. La economía no es política, sino antropología. Surge de la propia condición humana y tiene que ver con el aprovechamiento de los recursos escasos y con la necesidad de trabajar, todo lo cual es anterior a la política y al Estado. Dios coloca a Adán y Eva en un contexto en el que están obligados a ser productivos. El Edén es un jardín y un jardín no es la selva. Un jardín debes cultivarlo. La selva crece o no, pero no requiere atención. El campo sí, y esto es previo a cualquier debate ideológico. Es acción humana, personas obrando para hacer la existencia más fácil, más llevadera.
P.- A pesar de ello, multitud de pasajes son coherentes con el socialismo. Al joven rico que pregunta qué debe hacer para heredar la vida eterna, Jesús le responde: «Vende todo lo que tienes y dalo a los pobres».
R.- Fíjese en que Jesús dice exactamente: «Vende todo lo que tienes». No dice: «Destruye tus posesiones». No dice: «Regálalas». Dice: «Vende todo lo que tienes y dalo a los pobres», y es de suponer que, si el joven desea sinceramente ayudar a los pobres, tratará de obtener el mejor precio por ellas. De modo que la capacidad de generar beneficios no solo no aparece como indeseable, sino que es la forma en que se muestra fidelidad al mandato de Jesús.
«La contradicción del socialismo es que, en el nombre de la solidaridad y la fraternidad, neutraliza ambas y siembra envidias y disputas donde antes no las había… El cristianismo es mucho más radical»
P.- ¿No había que ser pobre para ser discípulo?
R.- En absoluto. Ahí está José de Arimatea, que ofrece a Jesús su propia tumba, un sepulcro nuevo, recién excavado. Y los soldados que preparan a Jesús para la crucifixión se sorprenden al descubrir entre sus posesiones una túnica sin costuras, el equivalente a un traje cortado en Saville Row. ¿De dónde sale? De los hombres y mujeres que lo rodean. María Magdalena procedía de una familia acomodada, que había hecho probablemente una fortuna comerciando con el tinte púrpura… Es un error pensar que todos en el entorno de Jesús se deshacían de su patrimonio. Lo conservaban, pero habían desarrollado desapego por él y lo usaban para un propósito superior al mero disfrute material.
«El buen samaritano obra directamente, no delega en un burócrata la atención al moribundo, porque ¿en qué nos mejora moralmente que nos quiten nuestro dinero para destinarlo a lo que sea, aunque sea algo bueno?»
P.- Los ricos lo tienen, de todas formas, crudo para entrar en el cielo. «Es más fácil —se nos dice— que un camello pase por el ojo de una aguja».
R.- La frase cierra la historia del joven rico que comentamos antes. La pronuncia Jesús después de que este se aleje desolado porque le han pedido que lo venda todo. «¿Quién va a salvarse entonces?» le preguntan los discípulos alarmados. La respuesta es que nadie lo sabe, y esa es la clave del pasaje. Todo el mundo la olvida. Dice Jesús: «Para los hombres es imposible, mas no para Dios; porque todo es posible para Dios». En ningún lugar se nos dice que la salvación sea un asunto financiero ni que dependa del saldo bancario. Es la gracia de Dios la que nos redime, el compromiso de nuestro corazón.
«La capacidad de generar beneficios no solo no aparece como indeseable en el Nuevo Testamento, sino que es la forma en que se muestra fidelidad al mandato de Jesús»
P.- ¿Y cómo interpreta la parábola del hombre rico y Lázaro?
[Les refresco la memoria. A la puerta de una lujosa mansión, cuyo dueño vestía de púrpura y lino fino y celebraba constantes banquetes, yacía Lázaro, un mendigo cubierto de llagas que solo aspiraba a las migajas de aquella opulencia. Lucas nos cuenta que, a su muerte, Lázaro es llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico, por el contrario, acaba en el fuego eterno. Desde allí alza sus ojos y pide a Abraham que le envíe al mendigo para que moje la punta de su dedo en agua y refresque su lengua, a lo que Abraham responde: «Acuérdate de que en la tierra disfrutaste de todos los bienes, mientras Lázaro sufría todos los males. Ahora, él es consolado y tú atormentado». El rico pide entonces que al menos envíe a Lázaro a alertar a sus hermanos, y Abraham le dice: «Si no hicieron caso de Moisés y los profetas, tampoco se convencerán porque alguien se levante de entre los muertos»].
«Es un error pensar que había que ser pobre para seguir a Jesús. Muchos discípulos conservaban su patrimonio, pero habían desarrollado desapego por él y lo usaban para un propósito superior al mero disfrute material»
R.- Es una historia fascinante, pero no da la impresión de que el rico vaya al infierno por ser rico. San Agustín argumenta que se condena por su orgullo, y yo creo que da en el clavo. ¿Qué reproche podemos hacerle? No hirió a Lázaro, ni lo pateó, ni lo empobreció. Simplemente lo ignoró. Hay un detalle muy interesante, en el que no había reparado hasta que me puse a investigar a fondo la parábola, y es que no se nos da el nombre del rico. El del mendigo, sí. Normalmente es al revés: son los ricos los que aparecen citados por su nombre, pero aquí solo recordamos a Lázaro. ¿Por qué? Porque el vuelco de fortuna ha sido absoluto, ha despojado al rico hasta de su identidad. A pesar de ello, sigue henchido de soberbia, impartiendo instrucciones desde el infierno: «Alerta a mis hermanos…». No veo en esta historia una admonición contra la riqueza, sino contra el orgullo. Si deseamos la salvación, debemos preocuparnos por el prójimo.
P.- ¿La riqueza era un signo de salvación entre los judíos?
R.- En algunos aspectos, existía ese prejuicio. Jesús intenta refutarlo, pero algunos aún lo creen, como los seguidores del evangelio de la prosperidad. Es el mismo error que comete la teología de la liberación. Las dos corrientes vinculan la salvación a la posición económica. La primera afirma que la prosperidad es una prueba de bendición divina, la segunda proclama la preferencia de Cristo por los pobres, y a mí me parece que ambas olvidan lo esencial, que es el corazón. Lo importante no es lo que entregas de tu riqueza, sino lo que entregas de tu corazón, porque cuando entregas el corazón, lo entregas todo.
«La parábola del joven rico no dice que la salvación sea un asunto financiero ni que dependa del saldo bancario. Lo que dice es que solo la gracia de Dios nos redime»
P.- Antes de seguir con las parábolas, hay dos pasajes por los que quisiera preguntarle. El primero es la expulsión de los mercaderes del Templo.
R.- Los socialistas lo consideran una evidencia del desprecio de Cristo por el comercio y del antagonismo entre Dios y el dinero, pero se trata de una lectura superficial.
P.- ¿Qué enseña, entonces?
R.- Los peregrinos que acudían al Templo traían a menudo monedas con símbolos paganos o con la efigie del César, al que los romanos adoraban como a un dios. Esas imágenes profanaban la santidad del lugar y de ahí la presencia de cambistas en el Patio de los Gentiles. También se vendían animales aptos para el sacrificio, que de otro modo habría habido que ir a buscar a los mercados locales. Ambos eran servicios muy convenientes para quienes viajaban desde lugares distantes, pero cobrarles de más por los animales o envilecer la moneda constituían abusos que enfurecerían a cualquier rabino. Eso es lo que indigna a Jesús. No se rebela contra el dinero o el comercio, sino contra la explotación.
«La teología de la liberación proclama la preferencia de Cristo por los pobres, vinculando la salvación a la situación económica, pero lo importante no es lo que entregas de tu riqueza, sino lo que entregas de tu corazón»
P.- Y el llamamiento a compartirlo todo de Los Hechos de los Apóstoles, ¿no es comunismo?
R.- Para empezar, ya hemos visto que el rasgo distintivo del comunismo no es compartir, sino coaccionar, y lo que cuentan Los Hechos es que los cristianos ponían sus cosas en común espontáneamente y animados por la fe. En segundo lugar, ese estilo de vida tampoco se convirtió en la norma de la Iglesia, porque era una solución para un estado de emergencia. [En el libro, Sirico describe cómo «aquella gente vivía bajo la amenaza constante de las autoridades. Imaginen un pueblo azotado por un huracán. Las carreteras de acceso están bloqueadas. Unos vecinos tienen comida, otros no y deciden compartirla a sabiendas de que en algún momento la normalidad se recuperará. ¿Por qué politizar esa circunstancia extrema, tomarla como modelo e imponerla de forma generalizada? Leer estos pasajes como sociales y políticos, en lugar de fundamentalmente sacramentales y morales, es distorsionar el relato evangélico»]. Lo más importante es, de todos modos, que no se obligaba a nadie a renunciar a su patrimonio. El respeto de la propiedad privada se aprecia claramente cuando Ananías y su mujer Safira, dos miembros de la Iglesia de Jerusalén, venden unas tierras y, en lugar de donar la totalidad de las ganancias, se guardan en secreto una parte. «Cuando tenías la heredad, ¿no era tuya? —le increpa san Pedro al enterarse—. Y una vez vendida, ¿no seguía a tu disposición?» El apóstol no discute el derecho de propiedad de Ananías. Lo que le afea es la mentira.
«Lo que indigna a Jesús en el Patio de los Gentiles no es la presencia de los mercaderes y los cambistas, que prestaban un importante servicio al funcionamiento del Templo. Contra lo que se rebela es contra sus abusos»
P.- La parábola de los viñadores parece otra invitación al comunismo. El dueño paga un denario a todos, tanto a los que han trabajado la jornada completa como a los que lo han hecho solo una hora.
R.- Puestos a hacer una lectura ideológica, yo diría que es de todo menos comunista. Hay una clara defensa de la propiedad privada. Cuando los que llevan vendimiando desde primera hora protestan, les dice: «¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo mío?» Pero me parece más correcto interpretar la historia como una reconvención de la envidia. Aunque no estemos dispuestos a celebrar la buena fortuna de los demás, debemos abstenernos de censurarla o combatirla.
«El estilo de vida de los primitivos cristianos no se convirtió en la norma de la Iglesia, porque era una solución para un estado de emergencia. ¿Por qué politizar esa circunstancia extrema, tomarla como modelo e imponerla de forma generalizada?»
P.- Lo del hijo pródigo es todavía peor que lo de los viñadores. No es que se trate igual a todos, sino que se celebra al que peor lo ha hecho. Es una decisión muy injusta…
R.- ¿Injusta o amorosa? Sabemos que mientras el hijo menor llevaba una vida disipada, el mayor permanecía trabajando lealmente en casa, pero reacciona con resentimiento a la generosidad del padre porque, como su hermano, valora lo material por encima de lo afectivo. El padre desea reunirlos a los dos en el hogar y, cuando logra que el menor vuelva, lo festeja con un banquete al que el mayor se niega a asistir. El padre sale a buscarlo, pero no se nos dice si acaba convenciéndolo para que entre… Es un error llamar a esta parábola «del hijo pródigo», porque el tema central es el amor del padre. No es una reflexión sobre la justicia, sino sobre la misericordia.
«Francisco I tiene derecho a opinar lo que quiera sobre economía o sobre el tiempo o sobre el arte, pero no estamos obligados a creerlo, sobre todo cuando él mismo admite que no le gusta la economía y no entiende nada»
P.- La parábola de los talentos es la más capitalista. Los dos siervos que invierten bien el dinero son recompensados, y el que se limita a guardarlo es castigado. Es una defensa tajante del beneficio.
R.- Sin duda, pero lo más interesante para mí es el razonamiento del siervo perezoso. Le dice al dueño: «Yo sabía que eres un hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste, y tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra». Esa es exactamente la crítica marxista al empresario: que recoge el fruto del esfuerzo ajeno, que no crea nada, que se dedica a explotar a quienes de verdad trabajan… La parábola la rechaza.
P.- ¿Qué le parecen los posicionamientos sobre el capitalismo de Francisco?
R.- El Santo Padre tiene derecho a opinar lo que quiera sobre economía o sobre el tiempo o sobre el arte, pero no estamos obligados a creerlo, sobre todo cuando él mismo admite que no le gusta la economía y que, desde luego, no entiende nada.
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