LA FUERZA DE LA FE Y LAS MISERIAS HUMANAS
Por Roberto Bosca
Fuente: La Nación (febrero 18, 2016)
Como ocurre en los trópicos, el clima de la historia de las relaciones entre religión y política en México ha estado lleno de claroscuros, a menudo extremados en verdaderos contrastes. Si se la recorre, puede advertirse que los mexicanos parecen haber heredado de los españoles esa suerte de clericalismo que los lleva a ir siempre tras los curas, con una vela… o con un palo.
Entre las referencias a la corrupción, a la pobreza y a otros temas emblemáticos de la predicación de Francisco durante su visita a ese país de contrastes, pocos advirtieron que mencionó también el clericalismo. Al hacerlo, seguramente tuvo en cuenta que este clericalismo suele generar un correlativo anticlericalismo, cuya matriz ideológica es el laicismo.
En un recorrido histórico por la historia del país, ese espíritu anticlerical tan característico de la política mexicana estuvo más de una vez inspirado no tanto en un verdadero odio a lo religioso como en el deseo de superar una visión medieval que era poco respetuosa de la autonomía de la política.
Sin embargo, hay que reconocer que el laicismo de hecho tendía a imponer una concepción de la vida social en la que esa misma dimensión religiosa quedaba confinada a la intimidad de la subjetividad, sin que se admitiera ninguna expresión social de la fe. Frecuentemente la actitud laicista derivó también en un odio fratricida, que llegó a su clímax en la Guerra de los Cristeros (1926-1929).
Fue el cuadro vivo de una verdadera esquizofrenia, porque la religiosidad del pueblo mexicano continuaría floreciendo como nunca, mientras rechazaba la laicización forzada. Los frutos de esta tensión se resolvieron de una manera muy violenta y fueron sangrientos y dolorosos. Pero no han dejado una estela de odio como aconteció en otros escenarios.
Fue recién en la última década del siglo XX cuando se produjo un cambio de la situación, impulsado por el presidente Carlos Salinas de Gortari. La visita del papa Juan Pablo II pudo mostrar todavía la pervivencia de esos contrastes, pero a partir de ella se abre un nuevo estadio histórico; 1992 señala el comienzo de una normalización de las relaciones con la Santa Sede.
Al mismo tiempo es también contrastante comprobar cómo junto a ese proceso se produce una secularización, no del Estado como en el laicismo sino de la sociedad civil, y con ella, el ingreso en un nuevo estadio caracterizado por la finalización de la homogeneidad religiosa y de su influjo en las instituciones. Numerosas iglesias evangélicas (también otras no específicamente cristianas como los mormones) irrumpen en escena mientras se suscita un renacimiento de las creencias de los pueblos originarios, a menudo marcadas por un sincretismo con las formas cristianas.
La mayoría del pueblo mexicano profesa una religiosidad popular de este estilo que Francisco procura impregnar de valores evangélicos como la misericordia y el perdón. Pero también reclamó que la fuerza de la fe se haga sentir a la hora de denunciar las miserias humanas que afrentan la dignidad.
El Papa regresa a Roma, pero sabe que el olor de multitud no es suficiente, porque es en cada corazón donde se decide el destino de cada uno y de toda la sociedad.
Ante este panorama, una de las mayores debilidades de la Iglesia consiste en la ausencia de propuestas culturales en las que el espíritu evangélico sea superador y capaz de volver a dar un nuevo sentido más humano y más integral, en el teatro de las ofertas del supermercado religioso de la posmodernidad.
El autor es profesor de la Universidad Austral
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EL PAPA EN EL MUNDO
Por Armando Ribas
No voy a hablar de religión sino de política y tampoco voy a cuestionar las intenciones de las acciones recientes del Papa, sino tan solo lo que considero el impacto negativo de su accionar respecto a la libertad en América Latina. Al respecto no puede menos que entristecerme, lamentar y preocuparme la reciente visita del Papa a Cuba. En su viaje a México el Papa pasó por La Habana supuestamente con el objetivo de reunirse con el patriarca de la iglesia ortodoxa rusa, Kirill, para lograr un acuerdo después de más de 1.000 años de enfrentamiento. Y así lo logró, lo cual considero decididamente favorable, pero otra muy diferente es la relación con Raúl Castro.
Allí felicitó la participación de Raúl Castro y dijo: “Si sigue así Cuba será la capital de la unidad”. Aquí se estaba refiriendo a la participación de Cuba en la relación entre el gobierno colombiano y las FARC. Pero por supuesto esa actitud entraña en primer lugar la ignorancia de los crímenes de los Castro por más de cincuenta y cinco años. La ignorancia de los crímenes de los Castro es a mi juicio un crimen de lesa humanidad, y como bien dijera José Martí: “Ver cometer un crimen en calma, es cometerlo”. Asimismo ignoró la presente falta de libertad en Cuba y que no obstante el acuerdo con Estados Unidos siguen poniendo presos a los opositores. El mundo parece preocupado por los presos políticos en Venezuela, pero igualmente ignora los presos políticos en Cuba.
Seguidamente se dirigió a México donde ha tenido un recibimiento descomunalmente favorable, empezando por el presidente Peña Nieto, no obstante las diferencias políticas históricas que ha tenido la Iglesia Católica en el país. En su visita a la ciudad de Ecatepec en una misa ante 300.000 personas expresó su recomendación de que “México sea una tierra donde no haya necesidad de emigrar para soñar”. Por supuesto en su paso por Cuba también ignoró la emigración cubana a partir de la Revolución del Melón. No cabe la menor duda que fueron los cubanos los que prácticamente convirtieron a Miami en la capital de América Latina, a donde emigran hoy los latinoamericanos fundamentalmente en busca de libertad.
Pero he aquí que al respecto no se percata el Papa Francisco que como dijera Ayn Rand: “La compasión no crea una hoja de hierba, y mucho menos de trigo”. Por supuesto allí criticó: “a los que se apropian de los bienes que pertenecen a todos”. En primer lugar los bienes no existen sino que se crean. Ignora en esa expresión que los mexicanos no emigran a Estados Unidos en busca de compasión, sino porque allí rige el sistema que creó riqueza y libertad por primera vez en la historia. Por supuesto, en su visita a Cuba igualmente ignoró la pobreza del pueblo y la riqueza de los Castro y de la Nueva Clase, como la denominara Milovan Djilas.
Obviamente no es que los americanos sean compasivos, sino que el sistema ético político se basa fundamentalmente en el reconocimiento del derecho a la búsqueda de la propia felicidad, y no la del vecino. Y ese principio es descalificado éticamente por el Papa de conformidad con su criterio al respecto de la compasión como medio de eliminar la pobreza, y así dijo: “¿Hasta dónde nos hemos habituado a un estilo de vida que piensa que en la riqueza, la vanidad y en el orgullo están la fuente y la fuerza de la vida?”. O sea que cuestiona el derecho de cada cual de buscar la felicidad a su manera. El desconocimiento de ese derecho implica per se la falta de libertad.
Lamentablemente el pensamiento del Papa construye un aporte ético político a la demagogia que reina en el llamado mundo Occidental. Así la izquierda, que como bien dijera Thomas Sowell ha monopolizado la ética y en el llanto por los pobres se apodera del poder político y los que se enriquecen no son los que la crean sino los que supuestamente la reparten y se quedan con ella. El supuesto de que la felicidad del pueblo está en manos del Estado es la causa de la presente crisis de la Unión Europea y de América latina. Y me voy a permitir repetir una cita de Lamartine que tiene validez en la actualidad: “Marat amaba al pueblo y odiaba a los hombres”. Esa es la realidad de lo que fue la Revolución Francesa en nombre de la Diosa Razón y de donde surgió el totalitarismo en el mundo. Y hoy como bien señala Peter Drucker se confunde con la Revolución Americana.
Perdón pero el pensamiento de Papa estaría olvidando el mandamiento que dice: “No codiciarás los bienes ajenos”. En otras palabras se está desconociendo el derecho de propiedad. Al respecto vale la pena recordar a su antecesor León XIII que escribió en 1891 la encíclica Rerum Novarum, donde dice: “En la sociedad civil no pueden ser todos iguales, los altos y los bajos. Afánanse, en verdad por ello los socialistas; pero vano es ese afán y contra la naturaleza misma de las cosas. Porque ha puesto en los hombres la naturaleza misma grandísimas y muchísimas desigualdades. No som iguales los talentos de todos, ni igual el ingenio ni la salud, ni las fuerzas; y la necesaria desigualdad de estas cosas sigue espontáneamente la desigualdad en la fortuna La cual es por cierto conveniente a la utilidad, así de los particulares como de la comunidad”.
En esta encíclica, que fuera revalidada por Juan Pablo II en la Centesimus Annus, se estaría reconociendo el pensamiento cristiano establecido en la Parábola de los Talentos y la Parábola de la Hora Nona. En la primera se estaría reconociendo el pensamiento de León XIII al respecto de las diferencias en los talentos humanos y en la segunda la propiedad y el contrato. En el cristianismo está pues la oposición ética al socialismo, y por ello Karl Marx en el Manifiesto Comunista lo declaró “El opio de los pueblos”. Y otro de los aspectos políticos profundos del cristianismo y que define la libertad individual fue el “Dar al César lo que del César y a Dios lo que es de Dios”. La aceptación de ese principio es conditio sine qua non de la libertad. Por ello su desconocimiento en la actualidad en el Medio Oriente determina la situación que enfrentan hoy los musulmanes y que enfrentaron en la Edad Media los cristianos.
Pero todo lo dicho anteriormente no implica desconocer per se la voluntad piadosa del Papa, así como el reconocimiento que ha hecho del valor de la familia y la importancia en la vida humana del amor. La emoción es la expresión misma de la naturaleza humana en tanto que la razón es instrumental y falible. Por ello no es que desvalorice la actitud compasiva en el hombre, sino que no es el elemento que determina la posibilidad de reducir la pobreza en el mundo. Por ello David Hume escribió en su Tratado de la Naturaleza Humana: “Si bien la generosidad debe ser reconocida el honor de la naturaleza humana, al mismo tiempo debemos resalta que tan noble afecto, en lugar de capacitar a los hombres para las grandes sociedades, es casi tan contraria a ellas como el más estrecho egoísmo”. Por tanto podemos concluir que la discusión no versa sobre las buenas intenciones del Papa, sino sobre los resultados políticos de las mismas.
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