Por Germán Masserdotti

30 de mayo de 2020

Fuente: Religión en Libertad

 

De la propagación del coronavirus en varios países en los que las autoridades nacionales resolvieron establecer el aislamiento social, preventivo y obligatorio –al menos así se lo denomina en la República Argentina– que también afecta a las reuniones en que se pueden aglomerar personas, incluidas las que se vinculan con actividades religiosas, se siguió, ademas de los efectos propiamente vinculados a la salud física, la suspensión momentánea de la celebración de las misas con pueblo.

Mucha tela se ha cortado, y por momentos de modo controversial, en torno a los pedidos formulados por los fieles cristianos a los obispos que los gobiernan. En vistas a iluminar algo y para calmar un tanto los ánimos, parece conveniente apuntar algunas ideas que muestran la razonabilidad de nuestro legítimo deseo de que vuelvan las misas con pueblo durante la cuarentena por el coronavirus.

“Los fieles tienen derecho a manifestar a los Pastores de la Iglesia sus necesidades, principalmente las espirituales, y sus deseos” (canon 212, inc. 2), afirma el Código de Derecho Canónico actualmente vigente. Dicho de otra manera, a los fieles cristianos nos asiste el derecho de la Iglesia para peticionar ante las autoridades eclesiásticas. Los comentadores de este canon remiten a la constitución dogmática Lumen Gentium del Concilio Vaticano II para justificar el mencionado derecho de petición: “Los laicos, al igual que todos los fieles cristianos, tienen el derecho de recibir con abundancia [117] de los sagrados Pastores los auxilios de los bienes espirituales de la Iglesia, en particular la palabra de Dios y los sacramentos. Y manifiéstenles sus necesidades y sus deseos con aquella libertad y confianza que conviene a los hijos de Dios y a los hermanos en Cristo” (LG, 37). La Lumen Gentium, promulgada el 21 de noviembre de 1964, en la nota 117 remite al Código de Derecho Canónico de 1917 –entonces vigente hasta la promulgación del Código de Derecho Canónico actual, en 1983–, cuyo canon 682 dice: “Los seglares tienen derecho a recibir del clero, conforme a la disciplina eclesiástica, los bienes espirituales y especialmente los auxilios necesarios para la salvación”. Feliz continuidad que merece ser resaltada en respuesta a los que sostienen la falsa dicotomía entre una supuesta Iglesia “pre” y otra “post” conciliar en relación al Concilio Vaticano II.

A su vez, el inciso 3 del mismo canon 212 afirma: los fieles cristianos “tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su propio conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a los Pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de manifestar a los demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres, la reverencia hacia los Pastores y habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad de las personas”. Texto que recepta, a su vez, lo que afirma la Lumen gentium en el mismo número: “Conforme a la ciencia, la competencia y el prestigio que poseen, tienen la facultad, más aún, a veces el deber, de exponer su parecer acerca de los asuntos concernientes al bien de la Iglesia [118]. Esto hágase, si las circunstancias lo requieren, a través de instituciones establecidas para ello por la Iglesia, y siempre en veracidad, fortaleza y prudencia, con reverencia y caridad hacia aquellos que, por razón de su sagrado ministerio, personifican a Cristo” (LG, 37). Aquí, la Lumen Gentium del Concilio Vaticano II remite y cita a Pío XII en el discurso De quelle consolation del 2 de marzo de 1951, en el que el Papa afirma: “En las batallas decisivas, es muchas veces del frente, de donde salen las más felices iniciativas…”. Es decir, de los fieles cristianos. Los que, buenamente, escribimos a favor del restablecimiento de las misas con pueblo durante la cuarentena y sin perder de vista la observancia de los protocolos sanitarios, estamos y emprendemos acciones en comunión con nuestros Pastores e intentamos hacerlo “siempre en veracidad, fortaleza y prudencia, con reverencia y caridad hacia aquellos que, por razón de su sagrado ministerio, personifican a Cristo”. Caridad que, como enseña el apóstol San Pablo, es “el vínculo de la perfección” (Col 3, 14).

De esta manera, puede apreciarse que lo que debe mover a los fieles cristianos cuando piden a sus obispos que gestionen con las gobiernos civiles correspondientes el restablecimiento de las misas con pueblo es el deseo de contar con los medios de santificación instituidos por Jesucristo como son los sacramentos, de los cuales el más excelente es el de la Eucaristía dado que, como seguramente aprendimos en el Catecismo, “encierra, no sólo la gracia, sino a Jesucristo, autor de la gracia y de los sacramentos” (Catecismo Mayor establecido por San Pío X).

Para concluir, conviene recordar que el último canon del Código de Derecho Canónico dice expresamente que la salvación de las almas “debe ser la ley suprema de la Iglesia” (canon 1752). Se trata de otra coincidencia entre los pastores y los fieles cristianos y debería ser tenida en cuenta por todos los gobernantes y, en particular, por aquellos que, al menos de palabra, manifiestan ser católicos.

En el pedido de los fieles católicos para que vuelva la celebración de la Misa con pueblo durante la cuarentena por el coronavirus, entonces, no hay espíritu de ir en contra nadie sino un legítimo deseo de participar de las ceremonias litúrgicas en unión con nuestros pastores por el amor común a la santísima Eucaristía.