Por Eleonora Urrutia
Fuente: El Líbero
22 de diciembre de 2021
Las primeras definiciones del discurso de triunfo del frenteamplista no dejan mucho espacio a la duda. Sus lineamientos se acercan más al candidato de la primera vuelta -con posturas explícitamente radicales- que al del balotaje, que mantuvo un desempeño más moderado.
El drama que ahora ensombrece a Chile no es nuevo en Latinoamérica. El éxodo de millones de venezolanos huidos de la miseria y la dictadura no parece ser suficiente para convencer al resto de los habitantes de la región de lo que significa el chavismo. Con renovados bríos, el azote bolivariano vuelve con fuerza en países que creyeron estar inmunizados. Toda la región ha escuchado a sus analistas decir que su país no es como Venezuela y que el proceso chavista no tendría lugar aquí o allá. Sin embargo, Chile acaba de elegir en sentido parecido.
Tras la confirmada victoria de Gabriel Boric, los mercados reaccionaron conforme la incertidumbre y la falta de incentivos al crecimiento y a la inversión que augura su gobierno. Y es que las primeras definiciones del discurso de triunfo del frenteamplista no dejan mucho espacio a la duda. Sus lineamientos se acercan más al candidato de la primera vuelta -con posturas explícitamente radicales- que al del balotaje, que mantuvo un desempeño más moderado. No debiera sorprender: el Boric de la primera vuelta fue el de toda la vida; el de la segunda fue obligado por los resultados parlamentarios que equipararon a las fuerzas políticas. De manual. Lo mismo pretendió hacer Kast, dicho sea de paso, solo que en temas irrelevantes para los problemas reales de la gente y por tanto, no empatizó con nadie al acercarse a una agenda que le era extraña.
Es cierto que hay gestos que alumbrarían un futuro gobierno más moderado, como el agradecimiento explícito a Kast parafraseando a Patricio Aylwin, su encuentro en La Moneda con el actual Presidente o la copia del discurso repartida a la prensa, acortado en el sentido más republicano de las dos versiones del candidato. Para quienes creen que esa podría ser la senda del próximo mandato, los invito a reflexionar sobre otros aspectos que, a mi juicio, son más decidores.
Boric terminó su discurso citando el de 1970 de Salvador Allende, tras el triunfo de la Unión Popular, un gobierno mucho más revolucionario que republicano: “Vayan a sus casas con la alegría sana de la limpia victoria alcanzada. Les pido que cuidemos este triunfo, que desde mañana tendremos mucho por trabajar para reencontrarnos, sanar heridas, y caminar hacia un futuro mejor”. Su mensaje contuvo promesas que buscan empujar “cambios estructurales”. Señaló que su “proyecto significa avanzar en una democracia más radical y en cuidar el proceso constituyente”, caracterizado por sus ansias refundadoras. Dijo, también, que “crecimiento y distribución deben ir de la mano” y que “vamos a expandir los derechos sociales”. El Presidente electo mencionó también temas que no figuraban en el discurso escrito que había llevado, como cuando prometió un sistema de salud “que no discrimine entre ricos y pobres” y “pensiones dignas para quienes trabajaron para hacer grande Chile”. Y disparó contra el sistema privado de pensiones, que prometió eliminar durante la campaña. “Las AFP en Chile, que ganan cifras absurdas a costa del trabajo de los chilenos, son parte del problema. Vamos a defender un sistema público y autónomo sin fines de lucro y sin AFP”, dijo.
Afirmó que “a las víctimas de Derechos Humanos de todo tiempo les digo que no nos cansaremos de buscar verdad, justicia, reparación y no repetición”, después de haberse abrazado con el asesino del único senador muerto en democracia y sin hacer ninguna mención a las víctimas del terror de La Araucanía que incluso mueren incendiadas. Estableció como eje fundamental de su gobierno la ideología de género y los lineamientos feministas. Agradeció a las mujeres “que se organizaron en todo Chile para defender los derechos que tanto les ha costado alcanzar, desde el derecho a voto hasta el derecho a decidir sobre su propio cuerpo”, lo que induce a pensar que el aborto será un tema de pública financiación. Destacó a las “disidencias y diversidades” sexuales quienes en el gobierno de Boric no “serán discriminadas”. No discriminar, en léxico postmarxista, es apalancar con el favor del Estado. En la misma línea, enfatizó “proteger los derechos” de “las niñas, niños y adolescentes”, exactamente la línea política del video musical El llamado de la naturaleza que lanzó la Defensoría de la Niñez transmitiendo un mensaje que explícitamente llama a la revuelta e insurrección. “De pequeño no pude opinar, nos callaban hasta en la cena. Religión u orientación sexual, no eran temas que uno decidiera… Ya se derrumbó esa falsa moral, las pancartas lucen la demanda social. Siento que debes empoderarte y volar, saltarse todos los torniquetes, así el proceso constituyente tendrá fuerza, sentido y razón con tu voz”.
Tras estas primeras definiciones, miembros del comando de Boric han señalado que su victoria implica la “caída del neoliberalismo”, no solo un cambio de modelo alejado del progreso y las vías al desarrollo, sino el término de un ciclo de prosperidad. En esta línea suena el tono subversivo de Giorgio Jackson, jefe político del comando de Boric, quien señaló durante la noche del domingo a una entrevista a Canal 13, que retirarán las querellas por la ley de Seguridad del Estado contra los presos de la revuelta del 18 de octubre, a pesar de que cumplen condena por delitos graves.
El triunfo de Boric fue ampliamente celebrado por la izquierda internacional, lo que indica quiénes serán sus aliados geopolíticos. El dictador Nicolás Maduro sostuvo que su triunfo es la “victoria sobre el fascismo”. El líder del régimen comunista cubano, Miguel Díaz-Canel invitó a “ampliar las relaciones bilaterales y de cooperación entre ambos pueblos y gobiernos”. El Presidente peruano, Pedro Castillo, indicó que su éxito “lo compartimos los pueblos latinoamericanos que queremos vivir con libertad, paz, justicia y dignidad”. Incluso, la socialista y miembro de la Cámara de Representantes estadounidense, Alexandra Ocasio-Cortés lo felicitó por Twitter.
Boric no buscará derrocar a la democracia como proponía el marxismo clásico con la dictadura del proletariado, pero sus instituciones se radicalizarán. Esto significa que las ideologías que subvierten la visión de la persona, de la sociedad y del Estado serán el paradigma desde el que impulsará su agenda de gobierno, el que se identifica con las ideas de un Estado “plurinacional, feminista, decolonial, ecologista…” Se trata de la democracia asambleísta, el espejismo de la democracia directa en donde la supuesta “voz del pueblo” pueda ser finalmente escuchada a través de cabildos comunales o asambleas, ya que los procesos democráticos y tradicionales serían “elitistas” al defender los intereses de la oligarquía económica generando, por lo tanto, desigualdad. Por “democratizar” entienden que se trata de abrirse a procesos asambleístas deliberativos, en donde algunos grupos de presión de la sociedad civil puedan influir en la política pública o en instituciones claves. De esta forma se inicia el tránsito desde una democracia representativa liberal, hacia una democracia deliberativa posiblemente coaptada por la presión de ciertos grupos de interés bien organizados y vociferantes, que deliberarían en desmedro de las minorías -proceso que por otra parte está en marcha con la Convención Constituyente. Esto y no otra cosa es lo que esconde el eufemismo de “un gobierno con los pies en la calle, donde las decisiones no se tomen en entre las cuatro paredes de La Moneda”.
Tampoco buscará terminar con el mercado, con la expropiación explícita del capital y eliminación de los acuerdos entre partes, porque ya conocen el quebranto que significa pretender dirigir la economía desde un gobierno central y porque las empresas hoy en día son las instituciones más eficientes que existen en la resolución de los más diversos problemas. Lo que buscarán es manipularlas y participar con voz de mando en estos procesos, haciendo valer el poder de imperio del Estado para acercarse a los resultados que pretenden, y desde luego socavando la libertad de emprendimiento. El gobierno se enfrentará así, más pronto que tarde, a las consecuencias que irremediablemente provocan las políticas colectivistas de la izquierda: déficit público, recesión económica y una presión fiscal asfixiante que acabará diezmando a las capas productivas del país.
Y es que no puede soslayarse el hecho que las elecciones presidenciales del domingo han encumbrado a un líder estudiantil izquierdista sin la menor experiencia de gestión, que gobernará con una amalgama de formaciones extremistas encabezadas por el Partido Comunista, quizás el comunismo más orgánico y contumaz que existe en el mundo fuera de los pocos países comunistas que todavía quedan, y con una penetración sindical asombrosa, en particular en salud y educación. Porque a pesar de sus esfuerzos por adecentar su imagen y aparentar moderación, Boric es el portaestandarte de una izquierda fanática, violenta, revanchista, que ha incendiado literalmente la calle en su campaña insurreccional para desalojar a la derecha del poder y que ha arrasado hasta con la Constitución a menos de dos años de haberse ganado una elección contra su reforma.
Como dijimos al inicio, para entender el camino elegido por Chile, resulta interesante contextualizarlo dentro de la catástrofe ideológica latinoamericana. Aunque una primera tarea es separar los datos duros de lo que los políticos dicen, sobre todo se trata de entender que no es el afán de crecimiento sino el resentimiento lo que prima en estas tierras. Comprender los lugares comunes que tiene el fracaso de la política chilena con los sucesivos fracasos de Argentina, Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú, etc., es entender que el neocomunismo tiene un manual cristalinamente editado y que se expone a quien quiera oírlo. Y para muestra está Venezuela.
Venezuela es una tragedia, pero también una advertencia. Una advertencia de cómo un país antaño rico puede acabar oprimido y pauperizado por el socialismo radical y el comunismo, de cómo un pueblo puede autodestruirse engañado por las promesas de los demagogos y de cómo una democracia puede acabar en tiranía mediante la destrucción del Estado de Derecho, el sometimiento de las instituciones, el silenciamiento de los medios y la compra de votos con dinero público. La lección que debemos extraer es que Venezuela no se destruyó de la noche a la mañana, sino poco a poco. El gobierno bolivariano social-comunista fue gradualmente colonizando todas las instituciones y poderes del Estado, creó masas de votantes subsidiados y construyó una hegemonía comunicacional. Primero utilizó la mentira y la seducción; más tarde, la intimidación; y, por último, la violencia. Existen evidentes diferencias entre Venezuela y Chile, pero también hay preocupantes indicios coincidentes que no se pueden soslayar.
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