Por Osvaldo Schenone
Para el Instituto Acton
Abril 2024
Un kilo de lechuga o de helado es más caro en dólares en Buenos Aires que en California; un par de zapatillas cuesta más en dólares en Buenos Aires que en Boston. La cuota mensual de medicina prepaga es más cara en dólares en Buenos Aires que en Phoenix; un viajero a Chile o Uruguay ve el precio del papel higiénico o del atún enlatado menor que en Buenos Aires… y lo mismo sucede con casi todos los productos en los Shopping Centers en esos países. Eso se llama, a falta de mejor nombre, atraso cambiario. La respuesta vulgar y rápida, y completamente errónea, ante este fenómeno es devaluar.
Rebalsa la bañadera, se inunda el baño y el dormitorio. El agua comienza a bajar por la escalera e inundará el living y el comedor en la planta baja.
El dueño de casa identifica los principales grifos que hacen rebalsar la bañadera: La inundación de dólares proviene del campo, también del desahorro en dólares del sector privado (“efecto descanuto”, como lo llaman quienes merodean las casas de cambio) para financiar la licuación de jubilaciones y salarios y, así, afrontar precios liberados (luz, gas, AySA, medicina prepaga, colegios privados, etc.).
Cuando la inundación llegue al living y el comedor, se resentirán las exportaciones no tradicionales y las regionales. Después el daño alcanzará a las exportaciones ganaderas y de granos. El daño llegará a los cimientos y será difícil de revertir porque la inundación se lleva puesto al tipo de cambio real; lo aplasta, lo atropella y lo tira al costado del camino.
Por eso, el dueño de casa convoca a los mejores plomeros. Y ellos comienzan la tarea de reparar el problema. No es fácil, ya que es necesario levantar el piso del baño, hurgar debajo de la bañadera, picar la loza que separa el primer piso de la planta baja, dejar al descubierto las cañerías que entran y salen de la bañadera. Después habrá que revocar y pintar toda la casa. El panorama es desolador, pero hay que parar la inundación.
De lo contrario habrá que ir a buscar el tipo de cambio real debajo de las alfombras empapadas del living… o en el sótano, si la magnitud de la inundación lo arrastró tan abajo.
Los plomeros le dedican tiempo y esfuerzo a discernir la «secuencia óptima de cierre de grifos» (cuáles cerrar antes y cuáles después). Algunos proponen el «secado por absorción»: que el Banco Central aplique una aspiradora comprando los dólares que hacen rebalsar la bañadera. Esta propuesta no entiende la diferencia entre tipo de cambio real y nominal.
Las soluciones se multiplican en un afán por reducir los efectos destructivos de la inundación sobre el tipo de cambio real. Como es un problema hídrico, de inundación, aparece naturalmente el término «flotación» y algunos atribuyen el problema al tipo de cambio flotante y pregonan que esto no sucedería con tipo de cambio fijo, mientras que otros opinan que, por el contrario, el problema se debe al tipo de cambio fijo mientras que un tipo de cambio flotante hubiera impedido que la bañadera rebalsara.
Mientras estas elucubraciones ocupaban a los plomeros, el agua llegó a la habitación del hijo de la familia, un jovencito de quince años de edad, estudiante con excelentes calificaciones en literatura española de la época de Lope de Vega, Góngora y Quevedo.
El joven fue directo al baño y, parándose frente a la bañadera, sentenció «tiene puesto el tapón. Sáquenlo».
Los allí presentes, su padre, los plomeros, albañiles y un vecino que había venido a curiosear quedaron estupefactos y dijeron, casi al unísono, con el horror reflejado en sus rostros ¡»Pero eso equivale a abrir las importaciones»!
Sí, contestó tajantemente el joven y volvió a los versos de Francisco de Quevedo pensando que se referían a la verdad, de la cual él acababa de dar testimonio: “Y eres así a la espada parecida, que matas más desnuda que vestida”.
La tajante respuesta de su hijo expuso a los ojos de todos el verdadero dilema: (1) Continuar con trabas y tapones a las importaciones para «mantenerles la vaca atada» a quienes medran de la existencia del tapón, o (2) sacar el tapón, lo que impide que rebalse la bañadera y caiga el tipo de cambio real dejando, así, a salvo la solidez de la casa sin necesidad de plomeros ni albañiles.
Habiendo entendido que el problema era el tapón, el dueño de casa evaluó las medidas que darían más fluidez a la llegada y salida de dólares.
Así comprendió que la fluidez era mayor ahora que el gasto público está bajando, ya que éste consiste mayormente en servicios no-comerciables internacionalmente (planes sociales y sueldos al empleo público) lo cual reduce el tipo de cambio real. También ayuda la desregulación de la economía que baja el costo país. Reconocía que aún falta flexibilizar el mercado laboral y los caciques sindicales tratarían de evitarlo para preservar sus prebendas.
Todo esto (además de llevar a cabo la flexibilización laboral) facilitaría las cosas, pero nada exime de la necesidad urgente de sacar el tapón.
No sólo en Viena y Chicago…
Juan B. Justo no era, precisamente, un liberal. Fue el fundador del Partido Socialista Obrero Argentino en 1896. Fue diputado y senador. En Internacionalismo y Patria (publicado en 1925), reprodujo sus críticas en el Parlamento a los derechos de aduana: “Las aduanas alejan y aíslan a los pueblos” decía, y denunciaba la “doctrina arcaica” mercantilista y la asociación del intervencionismo y los grupos de interés: “La abolición del proteccionismo aduanero sólo amenaza las ganancias espurias que a su sombra realizan algunas empresas y la renta abusiva de tierras destinadas, gracias a la aduana, a cultivos que económicamente debieran ser hechos en otros países”. Esta es una reminiscencia de la definición de proteccionismo que da Marx en El Capital: “un sistema artificial de fabricar fabricantes”. (Justo hizo la primera traducción del alemán al español de El Capital).
Desde el Parlamento Justo combatió el proteccionismo que gozaban productores de cal, papas, vino, azúcar, kerosene, harina, carne, fletes y otros que él denominaba “monopolios engendrados por leyes provinciales o nacionales.”
La liberación del comercio exterior no es exclusividad del liberalismo, como lo muestra el ejemplo de Juan B. Justo. Es, más bien, una propuesta no exclusiva del capitalismo liberal, competitivo, para distinguirse del impostor bastardo, el capitalismo de amigos blindado contra la competencia.
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