Por Osvaldo Schenone
Para el Instituto Acton Argentina
Mayo 2025
The Chile Project por Sebastian Edwards (USA, Princeton University Press, 2023, 343 páginas) se dedica, principalmente, a resolver una paradoja. Los argentinos debiéramos desear fervientemente que no sea un libro profético, que esta paradoja no suceda en nuestro país.
Después de más de un siglo de desempeño económico mediocre, a principios del siglo XXI Chile se transformó, por lejos, en el país más rico de América Latina. También alcanzó los mejores niveles de los indicadores sociales en la región: salud, educación y expectativa de vida. Así, el número de personas viviendo por debajo de línea de pobreza bajó de 53% a mediados de los años 80 a solo 6% en 2017. En 2020 Chile parecía más un país del sur de Europa, como Portugal o España, que una nación de América Latina.
Edwards sintetiza el programa llevado a cabo en Chile de la siguiente manera: un tamaño pequeño del Estado, regulaciones muy leves, plena apertura del comercio con el resto del mundo, restricciones a las actividades de los sindicatos, muy bajas tasas de impuesto a las ganancias de las empresas, sistemas de educación y salud basados en vouchers, programas sociales orientados selectivamente a los más pobres, un sistema jubilatorio basado en cuentas personales de ahorro, y confiar en los mercados a todo nivel.
La similitud con el programa (parcialmente aplicado y el resto en vías de aplicación) vigente en Argentina desde diciembre 2023 es evidente.
Este programa no solo estuvo vigente en Chile durante los 17 años del gobierno de Pinochet (1973-1990), sino que se adoptó durante más de 30 años ¡después que Pinochet dejó el poder! a cargo de sucesivas generaciones de economistas (más jóvenes y flexibles, probablemente, que los originales de 1973). Los partidos Demócrata Cristiano, Partido por la Democracia y Partido Socialista (al cual había pertenecido S. Allende, el presidente depuesto por Pinochet) eligieron continuar con el programa sintetizado anteriormente.
A pesar del crecimiento del ingreso per cápita y la drástica reducción de la pobreza, la desigualdad de ingresos permaneció alta. En 2022, Chile tenía la tercera mayor tasa de desigualdad de ingresos entre los países miembro de la OCDE (Organisation for Economic Cooperation and Development), el grupo de países ricos al que había ingresado en 2010.
Esto es consistente con el enfoque de las políticas sociales del programa chileno: eliminar (o al menos, reducir) la pobreza, más bien que reducir la desigualdad. Este asunto se trata en el cap. 13 de The Chile Project.
Para apreciar la diferencia fundamental entre pobreza y desigualdad considere el siguiente ejemplo. Sean dos personas, Juan y Natalia, cada una de las cuales tiene un stock de riqueza (también se puede hacer el ejemplo con un flujo anual de ingreso) de 50. En conjunto tienen 100, y la situación es perfectamente igualitaria, 50% para cada uno.
Con el transcurso del tiempo y debido a los avatares de la vida, más o menos suerte, mejor o peor salud, mejores o peores relaciones comerciales, distintas productividades, pertenencia a distintas familias, diferencias étnicas o de género, etc. Juan pasa a tener 100 y Natalia 75. En conjunto tienen 175, ambos tienen más y se rompió la igualdad, ya que ahora Juan tiene 57% y Natalia 43% del total.
Desde el punto de vista de la pobreza, ambos son más ricos: Juan ganó 50 y Natalia ganó 25.
Desde el punto de vista de la desigualdad, Juan ganó 7% (subió de 50% a 57%), y Natalia perdió 7% (bajó de 50% a 43%).
Lo que ambos enfoques dicen es verdad, pero sirven a propósitos distintos. Si el propósito es medir deterioro o mejoría en las condiciones de vida, el punto de vista de la pobreza es más adecuado. Si el propósito, en cambio, es medir el logro de alguna meta de índole subjetiva (o, al menos, debatible) como, por ejemplo, predilección o justicia (definida de alguna manera), o entender la exacerbación de la envidia, entonces el punto de vista de la desigualdad es más adecuado.
La paradoja de Chile. La paradoja de Chile surgió, inesperadamente, el 18 de octubre de 2019. Protestas masivas hicieron erupción a lo largo del país provocadas, aparente o ficticiamente, por un aumento en el precio de la locomoción colectiva de aproximadamente 4 centavos de dólar (30 pesos). Cientos de miles de personas marcharon en varias ciudades protestando contra las elites, los abusos corporativos, la codicia, las escuelas privadas, las bajas jubilaciones, la segregación social y/o racial, atribuyendo todos esos males al programa de 1973 (denominado popularmente “neoliberalismo”), olvidando completa y convenientemente el asunto de los 4 centavos. Hubo incendios, destrucción de propiedad pública y privada y saqueos. Más de 20 estaciones de subterráneos fueron incendiadas durante los primeros días de la protesta. Transcurridas semanas de demostraciones masivas, saqueos e incendios, el 15 de noviembre de 2019, la mayoría de los partidos políticos coincidieron en hacer un referéndum acerca de reformar la Constitución. A mediados de mayo de 2021 se eligió una Convención Constituyente de 155 miembros, la mayoría de los cuales declaraba el propósito de acabar y proscribir el programa del “neoliberalismo”.
El 19 de diciembre de 2021 G. Boric, de 35 años y pasado reciente de activista estudiantil, ganó la presidencia con la propuesta de erradicar el neoliberalismo. El 4 de septiembre de 2022 un referéndum rechazó la nueva constitución, a pesar de la campaña a favor de ella por parte del presidente Boric. Este rechazo no dio por terminada la hostilidad hacia el programa del neoliberalismo. Por el contrario, el “neoliberalismo” en Chile fue sepultado con la elección de Boric, haya o no una nueva Constitución.
¿Cómo explicar que triunfe en 2021 la propuesta de erradicar todo lo que produjo los resultados económicos más espectaculares de América Latina, que redujo al 6% el número de personas bajo la línea de pobreza en 2017?
No solo de ingreso per capita (en dinero o en especie) vive el Hombre. El programa de 1973 combatía la pobreza con provisión directa de recursos tales como agua potable, cloacas, nutrición a los pobres, luego de haberlos identificado cuidadosamente, identificado adonde viven, cuáles son sus condiciones de vida a ser mejoradas y por medio de la provisión de cuáles servicios básicos. Esto dio lugar al Registro Nacional de Hogares, como el instrumento para direccionar el combate a la pobreza. Cualquier filtración de asistencia a quienes no califican de pobres es una aberración y un desperdicio en perjuicio de los más pobres. La mayor parte de la asistencia eran transferencias en especie, evitando transferencias de dinero en efectivo que pudiera ser malgastado (poner leche y pan en la boca del niño, en vez de dinero en la mano del padre o la madre).
Este programa no confería la misma importancia a la desigualdad. Edwards cita a Rolf Luders, uno de los ejecutores del programa, diciendo “A mi realmente no me interesa la desigualdad, es un asunto de envidia”. Ningún gobierno después de 1990 se hizo eco de estas palabras y todos declararon, en cambio, la lucha contra la desigualdad aunque, en la práctica, utilizaron y perfeccionaron el Registro Nacional de Hogares para dar asistencia siguiendo el enfoque del programa “neoliberal”.
Edwards propone tres posibles, e interrelacionadas, explicaciones de la paradoja de Chile ¿Por qué, a pesar del éxito económico, con mayor ingreso (menos pobreza) para 94% de los chilenos, un gran número de ellos sentían que vivían en una sociedad insatisfactoria?
La primera explicación: el milagro chileno se refiere específicamente a ingreso per cápita, pero ignora otras aspiraciones como, por ejemplo, calidad de vida, interacciones sociales, la dignidad y el respeto en las relaciones interpersonales, no estigmatización por razones raciales o de clase social, y alto grado de justicia (percibido o real) de los sistemas político y económico. Las desigualdades en lograr estas aspiraciones, y el sentimiento de envidia a que dan lugar explican, quizás en parte, las manifestaciones de octubre y noviembre de 2019. Independientemente de que la envidia sea un sentimiento deplorable, hay que reconocer que también es capaz de movilizar grupos de personas a cometer desmanes y eventualmente forzar el abandono del programa de gobierno que creen responsable de estas desigualdades.
El capítulo 12 de The Chile Project, titulado Agravios, Abusos, Quejas y Protestas, se dedica a tratar estos asuntos con lucidez y profundidad, remontándose al malestar creciente, desde 2006 durante el primer gobierno de la presidente Bachelet del Partido Socialista.
La segunda explicación es que los críticos del “neoliberalismo”, siguiendo las tácticas de A. Gramsci, fabricaron relatos irreales que omitían o tergiversaban las mejoras de las últimas décadas. Estos relatos, ampliamente difundidos, son los que dieron lugar a la creciente sensación de resentimiento, malestar y envidia que, finalmente desembocaron en los hechos de octubre/noviembre de 2019. Los críticos que fabricaban, difundían y quizás financiaban estos relatos, por cierto, no estaban solo dentro de Chile: Rusia, Corea del Norte, China, Irán, Cuba, Venezuela nunca pudieron aceptar sin dar batalla el hecho que un país camino al socialismo, gobernado por un presidente marxista, cambiara de rumbo en 1973 y se constituyera en el ejemplo a seguir (no solo para América Latina) para lograr prosperidad, reducción de pobreza, y estabilidad en un contexto democrático.
La tercera explicación es que las personas reconocían el progreso alcanzado en todas las dimensiones, pero que éste sucedía demasiado lento. Es un argumento de impaciencia, que compara aspiraciones con la realidad. Esta desconexión entre las expectativas y lo que efectivamente se obtuvo se observa vívidamente en el sistema privado de jubilación, del cual se esperaba un desempeño mejor que una jubilación que, para la mayoría, no llegaba a 25% de sus salarios promedio en los últimos diez años de su vida laboral (este asunto se trata en detalle en el capítulo 14 de The Chile Project).
En el capítulo 16 Edwards deja su conclusión, advirtiendo que toda predicción solo podrá evaluarse en el futuro. Por ahora, el autor cree que Chile se va a alejar de la economía de mercado y la competencia, aunque es improbable que se transforme en una economía altamente regulada y dominada por empresas estatales, pero que se alejará muy significativamente del programa que dio décadas de prosperidad. Es posible –concluye Edwards- que en una o dos generaciones Chile estará donde estaba durante la mayor parte del siglo XX: en el medio del pelotón Latinoamericano.
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