Por Francisco José Contreras
Fuente: Centro Diego de Covarrubias
Septiembre 2025
Explicábamos la semana pasada la peripecia política y vital de Konrad Adenauer y su papel providencial en la construcción de una democracia ejemplar en el país que se había dejado arrastrar por una ideología criminal y causado una guerra de sesenta millones de muertos.
Diría que los tres ingredientes esenciales del pensamiento político de Adenauer fueron el humanismo cristiano, el “ordoliberalismo” (Economía Social de Mercado) y el europeísmo. Los abordaré en ese orden.
Humanismo cristiano
Ya en 1946, en los albores de la CDU, Adenauer afirma que la ideología del nuevo partido debe basarse “en la ética cristiana: cada persona tiene una dignidad única y el valor del ser humano es insustituible”[1]. Esta afirmación quedará inscrita en el pórtico de la Ley Fundamental de Bonn (equivalente a la Constitución): “La dignidad humana es intocable” (“Die menschliche Würde ist unantastbar”). Lo que diferencia a las democracias de las dictaduras no es sólo la elegibilidad de los gobernantes, sino también el reconocimiento de esa dignidad: “La democracia es más que una forma parlamentaria de gobierno; se trata de una idea política que tiene sus raíces en la noción de la dignidad, los valores y los derechos inalienables de la persona que se ha desarrollado en el cristianismo”[2].
De la dignidad humana se derivan, pues, los derechos fundamentales de la persona, el reconocimiento de su libertad. Ahora bien, desde la perspectiva cristiana, la libertad no es un absoluto o un fin en sí mismo, sino un precioso instrumento que Dios nos entrega para poder perseguir voluntariamente el bien: “La libertad de la persona no significa libertinaje y capricho. Cada individuo está obligado a usar su libertad siendo siempre consciente de lo que ésta supone para sus semejantes y para la nación”[3].
El totalitarismo -fascista o comunista- es intrínsecamente anticristiano porque pone al individuo incondicionalmente al servicio del Estado, de “la raza” o de la nación: “Se ha hecho del Estado un ídolo y se le ha subido a un altar. El individuo, su dignidad y su valor han sido sacrificados a ese ídolo”, dijo el canciller en su discurso en la Universidad de Colonia[4].
Ahora bien, el marco cosmovisional que hizo posible la aparición del totalitarismo fue, según Adenauer, el materialismo. Si se concibe al ser humano como una mera agrupación de células capaz de ciertas funciones cerebrales, es difícil entender por qué habría de tener valor intrínseco. Cuando se olvida que el hombre es un ser también espiritual, que posee un alma inmortal, el terreno está preparado para su reducción a simple engranaje o célula del gran organismo colectivo (la nación, la raza, el partido, el Estado…), que es el que posee valor absoluto: “Las raíces profundas [del nazismo] están en el materialismo desenfrenado que desde hace muchos años viene cautivando a nuestro pueblo”.
El materialismo está en la base del racismo, ingrediente esencial del nazismo. Si los hombres no son más que animales, tiene sentido aplicar a la especie humana la división y jerarquización racial que aplicamos a los caballos o perros, así como la pretensión de “mejorar la raza” mediante la eugenesia: “En una nación en la que prevalece una visión materialista, es fácil introducir una doctrina que considera que la propia raza es superior y que el resto pertenece a razas inferiores que, además, pueden traer la destrucción de la nación”[5].
Si el materialismo es la matriz del totalitarismo y la visión espiritual y cristiana de la persona es el fundamento de los derechos humanos, cabría inferir que la sostenibilidad de la nueva Alemania democrática depende de una recristianización de la sociedad[6]. De ahí la confesionalidad del partido democristiano (aunque ya no definida en términos estrechamente católicos, sino “cristianos”, incluyendo a protestantes y también a judíos). Adenauer insiste en que las regiones alemanas más religiosas fueron las menos seducidas tanto por el nazismo como por el marxismo[7].
Adenauer es consciente de que el avance de la ciencia ha hecho, no más, sino cada vez menos plausible la metafísica materialista: la Física cuántica “desmaterializa” a la materia; el modelo cosmológico de universo en expansión asigna una edad al cosmos y plantea la necesidad lógica de una Causa preexistente: “¿No es sorprendente, señoras y señores, que la ciencia, en especial la Física, se haya alejado hace años del materialismo, de una interpretación a la que rindió homenaje durante décadas, mientras que la mayoría de los pueblos se decantan por el materialismo?”[8]. Es decir, Adenauer considera que la mentalidad mayoritaria sigue anclada en el materialismo vulgar del siglo XIX, sin haberse dejado influir aún por las perspectivas de la “nueva Física”, superadora del materialismo.
El ordoliberalismo y la Economía Social de Mercado
El tándem Adenauer-Erhard impulsó el extraordinario Wirtschaftswunder, el “milagro económico alemán”: las exportaciones se duplicaron y hasta triplicaron anualmente a partir de 1948; la producción industrial se sextuplicó entre 1948 y 1964, mientras la tasa de desempleo pasaba del 9% al 0’4% (de hecho, hubo déficit de mano de obra desde los 1950s, que fue compensado con inmigración).
Las ideas económicas de Adenauer y Erhard estaban influidas por el “ordoliberalismo” de la Escuela de Friburgo: Walter Eucken, Wilhelm Röpke, Franz Böhm… Esta era una corriente de pensamiento económico y social desarrollada en el periodo de entreguerras bajo el impacto de traumas como la hiperinflación de 1923-24, la Gran Depresión a partir de 1929 (especialmente devastadora en Alemania), la crisis de la república de Weimar… El ordoliberalismo es presentado a veces como una “tercera vía” entre liberalismo y socialismo; en realidad, como su nombre indica, es una forma de liberalismo[9] que enfatiza la necesidad de un marco institucional sólido para el correcto funcionamiento de la libertad económica, al tiempo que reconoce la necesidad de regulaciones estatales, especialmente las dirigidas a impedir monopolios y cárteles. Le caracteriza también una vocación “humanista” (la economía al servicio del hombre, no al revés)[10], y la conciencia de que el mercado no puede funcionar correctamente sin un fundamento moral de virtudes individuales y familiares (responsabilidad, compromiso conyugal-paternal, laboriosidad, ahorro…), como argumentó Wilhelm Röpke en La crisis social de nuestro tiempo (1942) y Más allá de la oferta y la demanda (Jenseits von Angebot und Nachfrage, publicado en inglés bajo el título: A Humane Economy: The Social Framework of the Free Market, 1958). Ordoliberalismo no debe ser confundido con keynesianismo[11]: Röpke era muy crítico con las políticas de gasto público masivo, que consideraba inflacionarias.
El milagro económico alemán nació con una audaz medida liberalizadora: el 20 de junio de 1948, cuando aún no existe la RFA, Ludwig Erhard, como secretario económico de la Bizona (británicos y americanos ya habían fusionado sus zonas de ocupación) ordena la introducción del Deutsche Mark (que sustituye a un devaluado Reichsmark), la liberalización de precios y salarios y la supresión de las cartillas de racionamiento. La reforma monetaria estaba pactada con los Aliados, pero la supresión de controles de precios no. Estos temían que una liberalización instantánea disparara los precios de los productos de primera necesidad, haciéndolos inasequibles para muchos. Ocurrió lo contrario: el mercado negro desapareció, los estantes de las tiendas volvieron a llenarse, los precios bajaron en el medio plazo, tras la inevitable subida inicial. Erhard fue mantenido en su puesto por los Aliados, y en 1949 se convirtió en ministro de Economía del gobierno federal presidido por Adenauer; cuando este se retiró en 1963, Erhard le sucedió como canciller hasta 1966.
El lema de Erhard era Wohlstand für alle, “bienestar para todos”. La faceta humanista de la Economía Social de Mercado incluía el aprovechamiento social de los frutos del crecimiento bajo la forma de educación y sanidad pública, seguros sociales, política de vivienda[12], etc. El objetivo no era la igualación de rentas, sino la provisión de oportunidades y cobertura de necesidades básicas. Igualdad de derechos, que no de resultados.
La dimensión “social” del adenauerismo se manifestó también en su política laboral conciliadora con los sindicatos, que se organizaron en dieciséis ramas industriales. Se aplicó la Mitbestimmung, la representación de los trabajadores en la dirección de las empresas con más de mil operarios. A cambio, los sindicatos aceptaron la prohibición de las huelgas con fines políticos, que la declaración de una huelga requiriera el voto afirmativo de un 75% de los afiliados, etc. Los sindicatos hicieron gala en todo ese periodo un notable patriotismo y sentido de la responsabilidad.
El espíritu ordoliberal de la Alemania de los 1950s y 1960s iba a impregnar también a la naciente Comunidad Económica Europea, después Unión Europea. Por ejemplo, la importancia atribuida a la estabilidad monetaria se reflejará en la creación del Banco Central Europeo, copiado del Bundesbank, y la introducción del euro. El énfasis en reglas comunes que eviten distorsiones del mercado -las célebres regulaciones comunitarias- procede también del Wettbewersordnung ordoliberal. También la sensatez presupuestaria -compromiso de no superar el 3% anual de déficit público y que la deuda pública no supere el 60% del PIB- acordada en el Pacto de Estabilidad y Crecimiento de 1997. Es cierto que, pese a todo, algunos países han sobrepasado esos límites; pero hay que pensar a qué extremos hubiesen podido llegar de no existir el freno de los compromisos europeos. Finalmente, los amplios poderes de la Comisión Europea para la prevención de cárteles y de abusos de posición dominante proceden de la inquietud antimonopolística de los ordoliberales.
Europeísmo
Adenauer se consideraba europeo antes que alemán. Era consciente de que el “Deutschland über alles” (“Alemania por encima de todo”) había conducido, precisamente, no al fortalecimiento sino a la casi aniquilación de Alemania. Los nacionalismos habían arrastrado al continente a dos guerras civiles que habían supuesto el final de cuatro siglos de hegemonía mundial europea. Europa, que dominaba dos tercios del planeta en 1914, estaba en 1945 desangrada, empobrecida, manchada moralmente por crímenes masivos, ocupada por las superpotencias emergentes (EEUU y URSS) y a punto de perder sus colonias asiáticas y africanas.
Adenauer quería salvar a Europa de nuevas guerras entre naciones y salvar a Alemania de sí misma. Una Alemania retornada al nacionalismo buscaría tarde o temprano la revancha. La salvación para Alemania estribaría, paradójicamente, en su disolución en un propyecto político más amplio: la Europa democrática.
Además de contener la semilla de la guerra, el nacionalismo tenía otro inconveniente: la nación-Estado se había quedado pequeña en las nuevas circunstancias mundiales. Para ser un jugador de cierto peso en una geopolítica dominada ahora por los colosos norteamericano y soviético, la Europa libre debía unirse[13]: “No existen ya problemas importantes que sean exclusivamente alemanes o incluso exclusivamente europeos”[14]. Adenauer pronunció frases memorables contra la estrechez nacionalista: “No estamos solos. El mundo nos necesita, pero nosotros también necesitamos al mundo. […] Las ventajas puramente nacionales […] no nos harán ningún bien. […] La situación actual de nuestro mundo es tal que la única manera de servir a los intereses del propio país es actuando conjuntamente con otros países. […] La época de los Estados-nación ha llegado a su fin. […] El nacionalismo hace que los países se vuelvan ciegos al hecho de que todo el mundo tiene derecho a vivir y de que la buena vecindad sirve de mejor manera a los intereses de cada país. Sólo será posible una época de paz y cooperación si las ideas nacionalistas se excluyen de la política”.
Adenauer no sólo era antinacionalista por razones geopolíticas, sino también religiosas. Para él, la nación era una divinidad sucedánea que usurpaba el lugar del Dios verdadero; un ídolo al que se habían ofrendado millones de vidas en el siglo XX: “El nacionalismo viola el orden divino. Hace que cada persona vea un ídolo en su propio Estado. […] Nuestro nuevo Estado no debe ser dominado por el nacionalismo, ya que éste vulnera todos los principios del cristianismo. Como cristianos debemos dar un paso más: crear esa pared, ese bloque [europeo], para poder así frenar al nacionalismo de la Unión Soviética”[15].
El expansionismo soviético -que Adenauer atribuye no tanto al internacionalismo comunista como al nacionalismo ruso- puede ser el catalizador ideal para la superación de inercias nacionalistas y la cristalización de una gran plataforma de integración europea: “Rusia siempre ha sido impulsada por una política pan-eslavista y una clara tendencia a la expansión”[16]. “Europa está perdida si se divide en muchos Estados, puesto que quedarían expuestos ante la Rusia soviética. Esa debilidad atraería su poder como un imán. Pero Europa no puede hundirse. Es el corazón de la cultura occidental cristiana. Ha contribuido muchísimo al desarrollo humano”[17].
Los mejores esfuerzos de Adenauer se dirigieron, pues, no tanto a restablecer la soberanía alemana como a disolver esa soberanía en una totalidad europea histórica y políticamente superior (en 1950 le dijo a Jean Monnet que la construcción europea “es la tarea más importante que tengo por delante; si logro cumplirla adecuadamente, sabré que no he vivido en vano”)[18]. Celebró como grandes éxitos la entrada de Alemania en el Consejo de Europa (1950), en la CECA (1951), en la OTAN (1955) y en el Mercado Común (1957), y consideró su mayor fracaso el descarrilamiento de la idea de una Comunidad Europea de Defensa tras una votación adversa de la Asamblea Nacional francesa (1954).
Esa alianza militar habría funcionado como pilar europeo de la OTAN, no como rival de EE.UU. El europeísmo de Adenauer era complementario de su atlantismo: no quería unificar la Europa libre para plantarle cara a EE.UU., sino para ser un socio fuerte de EE.UU. en la empresa común de la defensa del mundo libre[19]. Es un importante matiz diferencial respecto a De Gaulle, siempre obnubilado por cierto rencor anglófobo (relacionado con su conciencia de que Francia no se había liberado a sí misma en 1944; había sido rescatada de la ocupación y el colaboracionismo por los anglos). De Gaulle era contrario a la entrada de Francia en el Mercado Común y la OTAN[20]; afortunadamente, estaba fuera del poder cuando se produjo esa incorporación. Cuando retornó a la presidencia en 1958 (y estableció un nuevo régimen a su medida, la Quinta República), su encuentro con Adenauer -dos días tête-à-tête en la residencia familiar de Colombey-les-Deux-Églises- parece haber sido decisivo para ayudarle a superar sus prejuicios anti-europeístas[21]: Pese a su chauvinismo, De Gaulle hablaba muy bien el alemán y Adenauer se manejaba en francés; los dos hombres -uno casi septuagenario, el otro octogenario- congeniaron muy bien: tenían en común el catolicismo, la estabilidad familiar, la educación burguesa y la nostalgia de la vieja Europa de su juventud, anterior al desastre de 1914-45[22].
Finalmente, Adenauer no parece haber pensado la Europa unida como un superestado que absorbiese totalmente a las naciones, sino más bien como una federación que las dejase subsistir como segunda instancia de poder, en una estructura escalonada que incluiría también a regiones y municipios, inspirándose en el principio de subsidiariedad de la Doctrina Social de la Iglesia: “Nuestro objetivo no es el de alcanzar un poder central europeo que absorba todas las competencias estatales; esta comunidad tendrá, más bien, un carácter federal, así que los ámbitos más importantes de la vida interna seguirán en manos de los Estados miembros”[23].
——————————————
La generación de grandes estadistas de la segunda posguerra es lo mejor que haya producido la derecha en el último siglo. Aplicaron con éxito los principios cristianos de dignidad humana, limitación del poder, rechazo del nacionalismo y la guerra, acercamiento entre europeos y compasión por los débiles. Consolidaron un Occidente democrático y cohesionado que terminó ganándole la Guerra Fría al bloque comunista. Construyeron la Europa del Estado social, del crecimiento económico acelerado, del Tratado de Roma y del baby boom. La encrucijada actual de la derecha estriba en decidir si busca inspiración en sus predecesores de 1922-45 o en los de 1945-70. Esperemos que su faro sean los Treinta Gloriosos, como llaman los franceses a las tres décadas que siguieron al final de la II Guerra Mundial.
[1] Konrad Adenauer, “Discurso en el Aula Magna de la Universidad de Colonia (1946)”, en El fin del nacionalismo y otros escritos y discursos sobre la construcción europea, Encuentro, 2014, p. 30.
[2] Ibid., p. 31.
[3] Ibid, p. 30.
[4] Ibid., p. 28.
[5] Ibid, p. 29.
[6] “La salvación de Occidente [requiere] […] la unión de lo político y de las fuerzas existentes en suelo cristiano. Esas fuerzas cristianas, señoras y señores, son más potentes de lo que pensamos” (Konrad Adenauer, “Alemania y la paz en Europa (1951)”, en El fin del nacionalismo, cit., p. 145).
[7] “El nacionalismo ha encontrado una mayor resistencia espiritual en la parte más católica y en la parte más evangélica de Alemania, que son también precisamente las que cayeron en menor medida en las redes de la doctrina de Karl Marx” (“Discurso en el Aula Magna de la Universidad de Colonia”, cit., p. 29).
[8] “Alemania y la paz en Europa”, cit., p. 144.
[9] “No hay nada más ajeno a los defensores de nuestro programa que adoptar una actitud profundamente combativa frente a los principios del liberalismo como tal. Lo que no hacen es aferrarse a esa forma especial que adoptó el liberalismo en el siglo XIX […]. Lo que les importa exclusivamente es el liberalismo en un sentido más general, sagrado y siempre lozano a través de los siglos: en el sentido de […] ese equilibrio, idóneo para el hombre, entre libertad y sujeción, en una sociedad no colectivista y no feudal-medieval […]. Al insistir sobre este punto, subrayan también el marcado contraste entre ellos y un oscurantismo reaccionario” (Wilhelm Röpke, La crisis social de nuestro tiempo [1942], El Buey Mudo, 2010, p. 111).
[10] “Röpke, aun no siendo católico, se acercó extraordinariamente a la doctrina social de la Iglesia, con la que intentó establecer un puente desde el liberalismo” (Jerónimo Molina, “Introducción” en Wilhelm Röpke, La crisis social de nuestro tiempo, cit., p. 41).
[11] Por ejemplo, Wilhelm Röpke fue miembro fundador de la Sociedad Mont Pèlerin, que no es precisamente un club socialdemócrata.
[12] “Una propiedad moderada de muchos es una garantía esencial del Estado democrático. Por ello hay que fomentar, en la medida de lo posible, la adquisición de esta propiedad moderada, dirigida especialmente a la obtención de vivienda propia” (Konrad Adenauer, “Discurso en el Aula Magna de la Universidad de Colonia”, cit., p. 36).
[13] Cuatro siglos de hegemonía mundial dejaron en el subconsciente una inercia eurocéntrica que impide a los europeos posteriores a 1945 entender que YA no son los dueños del mundo y que no pueden permitirse el lujo de la desunión (fenómeno que persiste en la actualidad). Adenauer lo sabía: “Nosotros los europeos nos sentimos, en mi opinión, demasiado seguros. Pero el dominio económico y político de Europa, que a principios de siglo era indiscutible, está perdido desde hace tiempo” (K. Adenauer, “Discurso en la Gran Conferencia Católica de Bruselas (1956)”, en El fin del nacionalismo, cit., p. 185).
[14] Konrad Adenauer, “El fin del nacionalismo (1955)”, en El fin del nacionalismo, cit., p. 173.
[15] “El fin del nacionalismo”, cit., pp. 176-177.
[16] K. Adenauer, “Alemania y la paz en Europa”, cit., p. 139.
[17] K. Adenauer, “Discurso ante el Comité Americano para la Europa unida (1953), en El fin del nacionalismo, cit., p. 162.
[18] Citado en Ricardo Martín de la Guardia, Konrad Adenauer: Artífice de una nueva Alemania, impulsor de una Europa unida, Gota a Gota, 2015, p. 61.
[19] « Si en Estados Unidos el sentimiento de solidaridad con Europa no hubiese sido tan fuerte, Europa se habría convertido en otra víctima del poder del Este […]. Este sentimiento de comunidad del mundo libre es hoy muy profundo” (K. Adenauer, “La autoafirmación de Europa (1957)”, en El fin del nacionalismo, cit., p. 193).
[20] “Durant toute la IV République, il n’a cessé de dénoncer la construction européenne telle que Jean Monnet et Robert Schuman l’ont conçue. […] Il a sévèrement critiqué la CECA, pris une part déterminante à la mise à mort de la CED [Comunidad Europea de Defensa, abortada en 1954 por el rechazo francés], émis de fortes réserves sur le Marché commun et Euratom » (Éric Roussel, Charles de Gaulle, Perrin, 2020, p. 827).
[21] “Tras solicitarlo oficialmente el canciller, el encuentro entre ambos mandatarios tuvo lugar en Colombey-les-Deux-Églises el 14 de septiembre de 1958. Los recelos se disiparon rápidamente” (R. Martín de la Guardia, Konrad Adenauer, cit., p. 117).
[22] “En recevant le chancelier chez lui, où aucun dirigeant n’a jamais été admis, il l’a distingué et honoré. Adenauer a été rassuré par cet univers bourgeois, provincial, traditionaliste ; il s’est senti en pays de connaissance » (E. Roussel, Charles de Gaulle, cit., p. 836).
[23] K. Adenauer, “Discurso ante el Comité Americano de la Europa unida”, cit., p. 167.
Deja tu comentario