Por Germán Masserdotti
Fuente: Religión en Libertad
24 de septiembre de 2025
Una de las realidades originalmente evangélicas en la vida de la Iglesia es el Orden Sagrado. A Jesús lo siguieron multitudes; no obstante, Él eligió a los Apóstoles para la santificación, la enseñanza y el gobierno en la Iglesia. En la actualidad, debido a una réplica de la ideología protestante que afirma la inexistencia de un sacerdocio ministerial como distinto de otro común, es importantísimo recordar la doctrina católica sobre el Orden Sagrado.
Enseñar la existencia del Orden Sagrado, entonces, implica hablar de poder. No se reduce al poder la naturaleza de un sacramento que incluye tres grados como el episcopado, el presbiterado y el diaconado, dado que su finalidad es la glorificación de Dios y la santificación de los fieles, pero tampoco se puede negar esa realidad. Un obispo, ya se trate del sumo pontífice o de quien se le confió una diócesis en la selva en la que hay más flora y fauna que fieles cristianos, es un hombre con poder. Hace falta tenerlo en cuenta para honrar como corresponde al episcopado, por una parte, como para avizorar y prevenir los riesgos del ejercicio del poder correspondiente, por otra. Un tema delicado si los hay, por cierto.
En cuanto al honor que corresponde al episcopado, con frecuencia los fieles nos encontramos con obispos que, por no quedar como “poderosos”, en contraste “se hacen los humildes”. A primera vista, son los primeros que rechazarían una especie de “despotismo episcopal”. Las cosas, sin embargo, no son tan sencillas.
Una gran tentación que acecha a la Iglesia y, en particular a los miembros del Orden Sagrado, es el clericalismo. Se trata, conviene remarcarlo, de algo que se ha dado a lo largo de los siglos. No debería extrañar que también sea así en nuestro tiempo.
En el clericalismo, en definitiva, lo que termina primando es el poder sobre la finalidad santificadora del Orden Sagrado.
Su manifestación, a su vez, es doble: al interior y al exterior de la Iglesia.
- Una manifestación del clericalismo al interior de la Iglesia -no la única- se da en la administración de los sacramentos. El obispo, el sacerdote o el diácono ocasional se apoderan de la Eucaristía: su celebración termina siendo una especie de laboratorio que puede clasificarse como el mejor ejemplo del peor ejemplo en el incumplimiento del derecho litúrgico. El clero (obispo, sacerdote, diácono) se convierte en “dueño” de la Eucaristía y, por ejemplo, la administra según su propio criterio en contra del derecho: niega la comunión en la boca y de rodillas. ¿Motivos? Un cierto “espíritu conciliar” que considera que esas prácticas son “cosas de dinosaurios”, de inadaptados eclesiales, de católicos que no comprenden qué es la “sinodalidad”.
- Un caso de clericalismo al exterior de la Iglesia, es decir, que intenta dirigir la acción de los laicos en la gestión de las cosas temporales más allá de lo razonable y que, con frecuencia, responde a la mala doctrina, se da en materia política. Lo frecuente es que un episcopado desorientado quiera imponer (una vez más, el poder) su parecer (no suele tratarse de pronunciamientos «magisteriales», gracias a Dios) al laicado que es el que libra el buen combate en la cristianización del mundo. Un ejemplo reciente es la “contribución” de los obispos santafesinos en la Argentina a propósito de la reciente reforma constitucional en la Provincia de Santa Fe. Sin perder de vista la reunión de uno de estos obispos con miembros de la masonería local a fin de dialogar -¡con ellos sí, con los dinosaurios católicos no!- sobre el tema religioso en la constitución provincial, lo cierto es que la propuesta de los mitrados a favor del igualitarismo religioso fue un obstáculo para seguir manteniendo la condición del catolicismo como religión oficial de Santa Fe sin perder de vista el razonable reconocimiento de la libertad religiosa. Incluso, ellos desconocieron el genuino aporte de la Universidad Católica de Santa Fe en fidelidad con la tradición histórica y cultural de la provincia y de la misma Argentina. No ya el poder político sino el eclesiástico en Santa Fe ¿no levantó la bandera de off-side a todo intento del laicado católico para conservar y acrecentar el influjo del catolicismo en la vida política de la provincia?
En resumen. En la vida de la Iglesia, el principal perjudicado por el clericalismo es el laicado. Ya se trate en cuanto a la administración de los medios de santificación como en cuanto a la articulación de una acción social-política para que el Evangelio inspire la vida familiar, la economía, la cultura y un largo etcétera.
Si del laicado no depende la práctica del clericalismo, sí depende no sufrirlo o consentirlo. Debemos obrar con la libertad propia de los hijos de Dios asistidos por la doctrina católica que ilumina a nuestras inteligencias y con la gracia de Dios que conforta a nuestra voluntad. Así podremos cumplir mejor nuestros deberes y ejercitar nuestros derechos como fieles cristianos y llevar a cabo la consecratio mundi mediante la cual Dios salvará a nuestras almas y a las almas de nuestros prójimos.
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