Mientras los conflictos se suceden en Oriente Medio y en el Norte de África, obligando a poblaciones enteras a huir de la guerra yihadista, de la persecución y la miseria causadas por regímenes sátrapas y pauperistas, llamando a nuestras puertas del Mediterráneo, la crisis económica en Italia parece no acabar. Es de hace algunos días la noticia de que Argentina ha hecho default, apagando de golpe los tal vez demasiado fáciles entusiasmos por la posibilidad de crecimiento estable de las economías de los países emergentes. Sin embargo, Europa elige adoptar políticas de tipo social-democrático que ya han demostrado toda su debilidad intrínseca, desgraciadamente apoyada en exceso por las declaraciones del presidente estadounidense Obama.
Pero la prosperidad y la libertad que anhelan los pueblos oprimidos, ¿cómo pueden ser relanzadas de manera estable?
¿Hasta qué punto la prosperidad económica tiene bases morales y es un elemento fundamental del desarrollo, también social, de un pueblo? Se lo hemos preguntado a Sam Gregg, director de investigación del Acton Institute, think tank católico estadounidense que desde hace más de 23 años se dedica a la difusión de los principios de la sociedad y de la economía libre.
Gregg tiene un doctorado en filosofía por la Universidad de Oxford, es un gran conocedor de la doctrina social de la Iglesia, además de ser experto en política económica, historia económica y teoria del derecho.
-¿Cuáles son las mayores amenazas a la prosperidad de nuestro sistema económico?
-La amenaza más grande que veo al sistema económico capitalista en Europa, en los Estados Unidos pero también en Asia es, en mi opinión, el capitalismo clientelar que surge cuando el libre mercado ha sido sustituido por lo que yo llamo el “mercado político”. Es decir, cuando el progreso económico y el éxito, en lugar de depender de la libre competencia y el espíritu emprendedor, dependen de los vínculos con los líderes políticos y burocráticos.
»Desgraciadamente, el capitalismo clientelar se está difundiendo en todo el mundo, siendo especialmente fuerte en los Estados Unidos, sobre todo en algunos estados y, en mi opinión, no se habla suficientemente de ello, prefiriendo en cambio centrarse en el discurso de la desigualdad o en el de la pobreza. Pero yo creo que las peores formas de desigualdad y de pobreza económica tienen origen, precisamente, en la confabulación entre el Estado y el mundo de los negocios. Para romper este vínculo es necesario impulsar la libre competencia, el libre mercado y el espíritu emprendedor, y desplazar los incentivos del sector público al privado.
-¿Cree usted que en los últimos treinta años, a nivel mundial, ha disminuido la pobreza y por qué?
-Sí, ciertamente, sobre todo en el este asiático. Entre 1990 y 2009, aproximadamente, 850 millones de personas han salido de la pobreza y se trata de una cifra absolutamente impresionante. Entre los fenómenos de este tipo, se trata del más rápido jamás registrado en la historia.
»¿Por qué ha sucedido? Porque países como China, Taiwan, Tailandia, Malasia y Corea del Sur han abierto sus mercados al mundo, han abandonado el modelo de la planificación económica, han intentado limitar la reglamentación estatal de sus economías yhan favorecido el espíritu empresarial. No lo han hecho ni a través de la redistribución, ni de la planificación centralizada.
»Tal vez nosotros, en la Iglesia católica, no hemos prestado demasiada atención al fenómeno de la disminución de la pobreza y, sobre todo, a lo que genera este fenómeno, que no es la intervención del estado, sino la competencia y el mercado. No estoy diciendo que estos países sean perfectos, pero están mejor de lo que estaban antes.
-¿Cuál es, en cambio, la situación de Sudamérica?
-La economía de los países de América Latina tiene ciertamente algunos problemas graves:el capitalismo clientelar está muy difundido y es dominante en Argentina, donde el éxito económico depende en gran parte de las relaciones clientelares con el gobierno. Hay, sin embargo, otros países como Chile y Uruguay que han evitado estos problemas y han conseguido salir de la pobreza, tanto es así que hoy el Banco Mundial los clasifica como economías desarrolladas, y que continuaran en este camino virtuoso. Pero es interesante observar que se trata de países cercanos entre sí, con recursos similares y una historia política también bastante similar; pero mientras Chile y Uruguay son prósperos, Argentina no lo es. La causa hay que buscarla en elecciones políticas equivocadas.
-Si se excluyen los prófugos de guerra de Oriente Medio, ¿cuáles son las verdaderas causas del empuje imparable de los inmigrantes en el sur del Mediterráneo hacia los países europeos?
-Los inmigrantes y los prófugos quieren entrar en Europa porque buscan una vida mejor. Sus países de origen tienen regímenes opresivos, corruptos, un bajo crecimiento económico pero, sobre todo, no tienen las instituciones fundamentales desde el punto de vista político, económico y cultural que permitan salir de la pobreza.
»Obviamente, la única solución a esta situación es que en sus países se proceda a la reforma del sistema económico. Por consiguiente, lo único que Occidente debería hacer es impulsar el desarrollo de las estructura económicas justas, de los incentivos y valores justos para que sus poblaciones no sientan la necesidad de dejar la propia familia, de mandar al extranjero a los propios hijos, sino que puedan vivir una vida próspera también allí donde se encuentren.
-¿Por qué es tan perezosa Europa para enfrentarse a estos dramas?
-En mi opinión porque Europa, pero también los Estados Unidos, se niega a ver las causas reales de muchos de nuestros problemas actuales. Por ejemplo, se oye repetir insistentemente que los problemas económicos están causados por el mercado: ¡pero no es verdad! Son el estado social, los altos niveles de endeudamiento público, la demasiada reglamentación lo que impide que Europa salga de la crisis. Desgraciadamente, hay amplias franjas del electorado que tienen interés en mantener el status quo y para las que cualquier cambio es una amenaza. Sin embargo, el cambio y una mayor “apertura” de las economías de Europa y de los Estados Unidos generaría mayor prosperidad para todos.
-En este contexto, ¿cuál puede ser el papel de la doctrina social de la Iglesia, sobre todo en nuestros países?
-Ante todo, como muchos saben, la doctrina social de la Iglesia no es entendida en toda su plenitud y sus principios fundamentales no se enseñan bien.
»Demasiado a menudo obispos y sacerdotes cometen el error de querer entrar en los detalles de las cuestiones de policy y se olvidan que el papel de la Iglesia en cuanto Iglesia es enseñar los principios de la doctrina social: la solidaridad, el principio de subsidiariedad, el destino universal de los bienes materiales y el hecho de que la caridad es realizada principalmente a través de la propiedad privada. Es crucial, por lo tanto, que se enseñen todos estos principios exhaustiva y detalladamente y que se explica su interconexión.
»El papel de los laicos, en cambio, es y seguirá siendo precisamente el de aplicar concretamente estos principios, como enseña el Concilio Vaticano II. En caso contrario se crea una confusión de roles que no va bien.
-Pero la crisis moral que aflige a Europa, ¿incide sobre los problemas económicos?
-Creo que sí. La crisis moral que afecta a todo el mundo occidental, es decir, la falta de una concepción fuerte de la persona, la falta de esperanza y de perspectivas de futuro, y el consiguiente relativismo, están en la raíz de la falta de responsabilidad y de esa fuerte tendencia de delegar siempre en las estructuras estatales las tareas que, al contrario, son obligación de cada persona individualmente y de los cuerpos intermedios de la sociedad, incluyendo el cuidado de los pobres.
(Traducción de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares)
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