TRAS DÉCADAS DE AVANCES TEOLÓGICOS LA SEPARACIÓN CON LOS LUTERANOS YA CASI NO TIENE EXCUSAS

Análisis de expertos católicos y protestantes en “Lutero y la Teología Católica” (Ciudad Nueva)

Fuente: Religión en Libertad
9 de mayo de 2017
Por P. J. Ginés
Al cumplirse 5 siglos del origen del protestantismo, el libro Lutero y la teología católica (Ciudad Nueva, de 150 páginas) puede servir para lo que declara su subtítulo: «Tender puentes entre formas de pensamiento diferentes». 
Este libro suma la aportación de cinco autores, algunos católicos, otros protestantes, todos ellos expertos en el diálogo ecuménico. 
Reconocer lo valioso en los hermanos separados
El primero, Theodor Dieter, es un veterano del diálogo entre luteranos y católicos en Alemania. Es párroco de la iglesia luterana de Württemberg y director del Instituto para el Diálogo Ecuménico de Estrasburgo.
Su artículo, «Del conflicto a la comunión», recuerda una enseñanza católica del Concilio Vaticano II, de 1964: «Es necesario que los católicos reconozcan con gozo, y aprecien en su valor, los tesoros verdaderamente cristianos que, procedentes del patrimonio común, se encuentran en nuestros hermanos separados» (Unitatis Redintegratio, 4).
 Theodor Dieter saluda a su compatriota el Papa Benedicto XVI
Dieter considera que si se demuestra que en la Reforma protestante hubo «tesoros verdaderamente cristianos procedentes del patrimonio común», los católicos, junto con los protestantes, podrán no solo «conmemorar» sino incluso «celebrar» (que es lo mismo, o muy similar, a «reconocer con gozo», como pide el Concilio).
Dieter da por demostrado que los «reformadores» del siglo XVI no querían crear nuevas iglesias y que «la sucesión de eventos cuyo desenlace fue el cisma de la Iglesia es, a todos los efectos, motivo de pesar, arrepentimiento y admisión de culpa».
Dieter señala que tanto los reformadores como sus adversarios «caricaturizaron a los rivales, ridiculizándolos y demonizándolos; antepusieron con mucho la afirmación de sus propias posturas por encima de la defensa de la unidad; instrumentalizaron recíprocamente el ámbito terreno y el espiritual».
Y añade: «Una admisión de culpas bilateral, bien preparada y sincera, mejoraría sensiblemente las relaciones entre las Iglesia y daría testimonio a la sociedad». Para mejorar la unidad, anima a pensar en las otras comunidades no como «los otros», sino como miembros del mismo cuerpo místico, por el bautismo.
Lutero: sus limitaciones y reacciones
La segunda pieza la escribe Hubertus Blaumeiser, un católico experto en Lutero, director de la revista eclesial Gen’s. 
Blaumeiser considera que en 1517, Lutero, con sus 95 tesis, reaccionaba sobre todo contra los abusos ligados a la venta de indulgencias y aún no buscaba atacar frontalmente al Papa ni mucho menos provocar un cisma. Considera que el cisma llegó por una combinación terrible de su mentalidad impulsiva, las coyunturas eclesiales y políticas complejas, las rivalidades entre Alemania e Italia, el papel de la imprenta, y el deseo de reformas eclesiales que las personas devotas de todo Occidente anhelaban.
En la vida de piedad, Lutero denunciaba que se intentara «comprar» o manipular a Dios con misas y buenas obras, «méritos». En lo intelectual, reaccionaba contra la escolástica tardía, que tenía muchos elementos de semi-pelagianismo y le parecía demasiado filosófica y poco bíblica, demasiado teórica y poco experiencial.
Blaumeiser señala que Lutero, más que teólogo, era «con mayor exactitud un biblista reputado y un predicador apasionado». Su teología quería ser práctica, transformar a la persona, e insistía en la capacidad transformadora de la Palabra de Dios.
  El Papa Francisco recibe al obispo luterano de Turku, Finlandia, y a sus nietos; las relaciones con la jerarquía luterana son hoy cordiales y fluidas 
Blaumeiser apunta que hoy los mismos luteranos reconocen las muchas limitaciones de Lutero. Al cumplirse 5 siglos de su nacimiento, en 1983, en la declaración «Martín Lutero, testigo de Jesucristo«, firmaban: «las Iglesias luteranas […] no pueden aprobar sus ataques polémicos, tiemblan ante los escritos anti-judíos de Lutero en su vejez, ven que su conciencia apocalíptica le conduce a condenas que no se pueden aceptar del Papado, del movimiento anabaptista y de la guerra de los campesinos».
Este autor anima a los cristianos de distintas iglesias a «reconocer las propias deficiencias y pedirse perdón recíprocamente, como ya ha sucedido en varias ocasiones» y a «dejar en el olvido la lógica de la sospecha y la contraposición, para proceder según la lógica del encuentro y de la comunión, las únicas que responden al Evangelio».
Blaumeiser también firma en este libro un análisis sobre cómo se complementa la visión católica del «y-y» («esto sí, y lo otro también») con la radicalidad de Lutero con su o-o («o esto, o lo otro»). Y también analiza la teología de Lutero sobre el amor creador, la cruz y el hombre nuevo.
            En muchos temas ya hay acuerdo católico-luterano
La tercera pieza, obra de Wolfgang Thönissen, laico católico especializado en el diálogo con los luteranos, director del Instituto para el Ecumenismo en Paderborn, es la pieza que da título al libro: Lutero y la teología católica, tender puentes entre formas de pensamiento diferentes.
Thönissen señala que en los años 80 del siglo XX, tras la primera visita de Juan Pablo II a Alemania, se realizaron investigaciones históricas conjuntas de católicos y luteranos sobre «las condenas recíprocas» del siglo XVI, llegando a la conclusión de que eran «fruto básicamente de malentendidos, a causa de interpretaciones unilaterales o de acentuaciones erradas. En este sentido hoy ya no existe motivo para que dividan la Iglesia«. Teológicamente, esto se recoge en la Declaración Conjunta sobre la Doctrina de la Justificación de 1999.
 Wolfgang Thönissen argumenta que no hay razones para mantener el cisma, porque teológicamente hay acuerdos sobre lo importante, y el resto son matices
Thönissen considera que hoy podemos ver que Lutero «apreció y respetó a los Padres de la Iglesia, desde San Agustín a San Bernardo».
También «creía en la presencia real de Cristo en el Sacramento, sostenía que Cristo se entregaba a sí mismo, en Cuerpo y Sangre, a quienes se acercaban a comulgar». Lo que rechazaba era el concepto «transubstanciación», es decir, el lenguaje aristotélico sobre «sustancia y accidente» que se usaba para describir este milagro.
En el documento conjunto católico-luterano de 1978 «La Cena del Señor» se dice: «En el sacramento de la Eucaristía Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, está plenamente presente con su cuerpo y con su sangre bajo el signo del pan y del vino«. Unos y otros creen en la presencia de Cristo, plena, con cuerpo y con sangre… aunque sigue el debate sobre el «cómo» llega a ser así.
En ese mismo documento conjunto de 1978 se llega a un acuerdo sobre la Eucaristía como «sacrificio»: Jesucristo es la víctima «ofrecida en sacrificio una vez para siempre por los pecados del mundo» y «este sacrificio no puede ser ni continuado, ni repetido, ni sustituido ni completado, pero puede y debe ser eficaz siempre de forma siempre nueva en el seno de la comunidad».
Sobre la relación entre Tradición Apostólica (que no son meras tradiciones eclesiales) y Escritura, hay un acuerdo católico-luterano en el documento conjunto «La apostolicidad de la Iglesia» (Volumen DWU 4,662) acerca de que la Tradición «confiere certeza acerca de la verdad atestiguada por la Escritura» y que «luteranos y católicos han alcanzado un amplio nivel de acuerdo, y los diferentes acentos no hacen preciso mantener la actual separación de las Iglesias«.
Thönissen, después de muchos años dedicado al ecumenismo, sugiere: «Hoy se puede pensar que las controversias del siglo XVI han terminado y que las condenas recíprocas han quedado obsoletas».
 
La reflexión protestante sobre la Trinidad: lo que la frenó
El cuarto autor del libro es el teólogo evangélico Stefan Tobler, otro veterano del diálogo ecuménico, suizo formado en Tubinga que vive y enseña en Rumanía. Su texto se refiere a la reflexión sobre Cristo en la Trinidad por parte de los reformadores del siglo XVI, puesto que no tardaron en surgir figuras que negaban la Trinidad, puesto que la palabra en sí, por ejemplo, no aparece en la Biblia. Calvino dedicó bastantes páginas a responderles, sobre todo en respuesta a Miguel Servet, que negaba la Trinidad. Otros autores que negaron la Trinidad fueron Lelio Sozzini y su sobrino Fausto, que huyeron de Italia a Polonia para difundir su pensamiento.
Tobler considera que Calvino «se había dedicado en cuerpo y alma al estudio de los Padres, probablemente más que todos los teólogos de la Reforma». Aprendió de ellos que, ante las herejías, es necesario realizar definiciones, y que para eso se necesitaba un lenguaje que no se limitara a repetir frases bíblicas.  Para explicar la Trinidad, recomendará acudir, sobre todo, al De Trinitate de San Agustín.
 Muerte de Calvino, de Hornung… escribió mucho sobre el descenso de Cristo a los infiernos
Mientras que en el «Gran Catecismo» de Lutero ni se menciona, por ejemplo, el descenso a los infiernos de Cristo, Calvino le dedica en 1559, en Christianae, 10 páginas, porque «si no se le diera importancia, la muerte de Cristo perdería mucho de su efecto saludable». Calvino, contra San Cirilo, cree que cuando Cristo grita «Dios mío, por qué me has abandonado», ha sido realmente abandonado por Dios.
Muchos calvinistas actuales piensan lo mismo, pero otros, siguiendo a Zwinglio, no están de acuerdo. Tobler señala que la experiencia espiritual del mal y soledad que hace Cristo en su descenso a los infiernos es hoy «de gran actualidad».
Tobler apunta, sin embargo, que a la hora de reflexionar sobre la naturaleza divina de Cristo y el papel de la Trinidad en su descenso a los infiernos, ni Lutero ni Calvino se atreven a concretar: «su ansia de evitar caer en la especulación», dice, «terminaron por bloquear la reflexión trinitaria en la historia de las Iglesias de la Reforma y abrieron el camino, a lo largo del siglo XIX, al rechazo de los mismos dogmas antiguos en gran medida».
            El obispo Hemmerle: un ejemplo de ecumenismo
El quinto y último autor del libro es Viviana de Marco, una católica doctora en teología que analiza el pensamiento ecuménico del obispo católico Klaus Hemmerle  (1929-1994), que pastoreó Aquisgrán (Aachen o Aix-la-Chapelle) desde 1975 hasta su prematura muerte a los 63 años, y está considerada una de las figuras clave del Movimiento de los Focolares fundado por Chiara Lubich. La autora busca explicar su estilo ecuménico, «caracterizado por su carácter original y por una caridad diligente». Destaca su escucha atenta e incansable del otro, y también del Espíritu Santo, empezando por el trato personal y la vida compartida.
 Klaus Hemmerle, obispo de Aquisgrán, con Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los Focolares
Para el trato ecuménico insistió en el amor recíproco, en señalar a «Jesús Abandonado», en ser agradecido con lo recibido del otro y en la oración comunitaria. Estas cosas, decía, se vivían en la comunidad ecuménica de Ottmaring, auspiciada por los Focolares. Cuando hablaba del sacerdocio a los protestantes, lo presentaba como una forma de expresar el deseo de «solo Dios» en la vida de un hombre. Cuando hablaba de María la presentaba como la encarnación real, concreta, del «solo la Gracia de Dios».
Y añadía en encuentros con protestantes: «De todas las finalidades del Evangelio, ninguna es más importante que la unidad». Viviendo la Palabra se viviría esa unidad. Y los caminos hacia la unidad deben pasar, decía, por Cristo y su Cruz. «Consiste en el sí al Crucificado», avisaba.
(Puede adquirirse aquí «Lutero y la teología católica»)