Por Carlos J. Díaz Rodríguez

Fuente: Religión en Libertad

3 de enero de 2014

No hay nada más injusto que generalizar; sin embargo, aunque quizá no nos demos cuenta, nuestra mentalidad tiene mucho que ver con una mentira que a fuerza de tanto repetirla se ha convertido en una “verdad” popular: “los ricos son malos y los pobres son buenos”. La desigualdad social es un escándalo que nos interpela, pero lo cierto es que la solución no se encuentra etiquetando a las personas, según las cifras que arrojen sus estados de cuenta bancarios. La bondad y la maldad afectan al ser humano independientemente de su edad, nacionalidad o profesión. Hay ladrones ricos y pobres, lo mismo que golpeadores e infieles. Por lo tanto, hay que ampliar los horizontes y evitar lanzar juicios precipitados que nos distraigan de lo único importante: trabajar por la dignidad de la persona humana.

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En este sentido, conviene mencionar tres posturas que reflejan ignorancia y ganas de llamar la atención:

PRIMERO: “No queremos a los empresarios”: Pensar que el Estado es el único con la facultad de generar empleos –además de restar competitividad en medio de un mercado diverso- es algo ingenuo, una tomada de pelo. Ciertamente, hay que buscar condiciones de trabajo que sean óptimas y equitativas; sin embargo, esto no significa que sea posible prescindir de las aportaciones del sector empresarial. Al contrario, se trata de una instancia de la sociedad que permite una mejor circulación de los bienes y servicios.

SEGUNDO: “Todos los pobres son humildes” ¡Falso! Es posible tener una casa de lámina y, al mismo tiempo, actuar con prepotencia. Pensemos, por ejemplo, en aquellos coordinadores de programas sociales en las grandes zonas de exclusión que, aun siendo tan necesitados como los demás, se quedan con los productos para entregárselos únicamente a los que les sirven.

TERCERO: “El rico explota a la gente”: Sin duda alguna, hay casos concretos de abusos en los que resulta necesario intervenir y, desde ahí, mejorar las relaciones laborales; sin embargo, tampoco significa que el hecho de haberse ganado una buena residencia con un auto a la puerta, sea sinónimo de explotación. No hay que olvidar que muchos de los que hoy viven bien tuvieron que luchar desde abajo. Después de todo lo que pasaron, sería injusto gritarles corruptos por llevar una vida mejor.

Ahora bien, una sólida educación familiar y escolar, permite reducir ampliamente los índices delictivos. El punto es ocuparse de aumentar el acceso a los servicios básicos, sin confundirse y llegar al resentimiento social. No se trata de meter cizaña entre los necesitados para con los ricos. Al contrario, el objetivo es construir puentes de liberación y solidaridad entre ambas partes, cambiando la mentalidad y el empeño por un mundo más justo.