La cuestión de igualdad salarial está llena de mitos. La Casa Blanca y los medios de comunicación les encanta citar el «hecho» de que las mujeres ganan 23 centavos menos por hora que los hombres. Sin embargo, la Oficina de Estadísticas Laborales dice que la diferencia es de sólo 19 centavos de dólar. Para los asalariados por hora, la brecha se reduce a 14 centavos de dólar. En el momento de empezar a comparar salarios entre trabajadores con educación universitaria, no hay en absoluto prácticamente ninguna disparidad salarial.
Por Elise Hilton
Con más de una docena de mujeres sonrientes mirando sobre su hombro en el Salón Este de la Casa Blanca, el 8 de abril el presidente Obama firmó una proclamación en apoyo al Día Nacional de la Igualdad Salarial. El presidente dijo que estaba trabajando para prevenir la discriminación en el trabajo y ayudar a los trabajadores a tomar el control sobre las negociaciones relativas a su remuneración.
«Mi gobierno sigue dedicado a la mejora de nuestras leyes de igualdad de remuneración y al cierre de la brecha salarial entre mujeres y hombres», dijo Obama en la proclamación. «A partir de la firma de la Ley Lilly Ledbetter de Pago Justo para establecer el Grupo de Trabajo para la Igualdad de Pago, he fortalecido la protección contra la discriminación salarial y reprimido violaciones de las leyes de igualdad de remuneración”.
Algunos se apresuraron a señalar que el gobierno de Obama no respeta su propio estándar. De acuerdo con el American Enterprise Institute, el personal femenino de la Casa Blanca gana 22 centavos menos que sus homólogos masculinos. Eso tiene un nombre, «hipocresía».
La cuestión de igualdad salarial está llena de mitos. La Casa Blanca y los medios de comunicación les encanta citar el «hecho» de que las mujeres ganan 23 centavos menos por hora que los hombres. Sin embargo, la Oficina de Estadísticas Laborales dice que la diferencia es de sólo 19 centavos de dólar. Para los asalariados por hora, la brecha se reduce a 14 centavos de dólar. En el momento de empezar a comparar salarios entre trabajadores con educación universitaria, no hay en absoluto prácticamente ninguna disparidad salarial.
¿De qué se trata? ¿Realmente las mujeres ganan menos que los hombres por hacer el mismo trabajo? Si es así, ¿cuánto menos? ¿O es simplemente un truco del gobierno para aprobar más leyes, en concreto, la Ley de Equidad de Nómina?
Hay matices en la ilusión de la igualdad de retribución que escapan tanto a la Casa Blanca como a la prensa. Vamos a tomar una pareja ficticia, Kay y Ken. Se conocen en la universidad, los dos estudian docencia, con el plan de convertirse en maestros de escuelas secundarias. Se casan y comienzan sus carreras. A los tres años de su matrimonio, tienen una hija. Deciden que Kay se quede en casa con la pequeña Kayleigh hasta que tenga edad suficiente para comenzar el jardín de infantes. (Me doy cuenta de que todo esto es terriblemente tradicional y pintoresco y por lo tanto va a ofender a mucha gente, pero concédame un momento, estoy demostrando un punto.)
Ken continúa siendo profesor y obtiene su maestría. Cuando Kay comienza a enseñar de nuevo, ¿deberá pagársele el mismo salario exacto que su marido, a pesar de que ella ha estado fuera del mercado de trabajo durante cinco años, y no tiene un grado avanzado? Por supuesto que no.
Digamos que ahora Kay obtiene su maestría también. Sin embargo, ella es también la que sale de la escuela al final del día para recoger a Kayleigh, mientras que Ken se queda para entrenar al club de ajedrez y los atletas de matemáticas. ¿Debe su paga reflejar sus funciones adicionales? Por supuesto.
Los presidentes estadounidenses han estado jugando el juego de la remuneración igual durante más de 50 años. En 1963, el presidente Kennedy firmó la Ley de Igualdad Salarial, la que, dijo, prohibe “la discriminación arbitraria contra la mujer en el pago de salarios”. Avancemos rápido hasta 2009, cuando el presidente Obama firmó su primera pieza de legislación —la Ley Lilly Ledbetter de Pago Justo. Ya es la ley por la que las personas —mujeres, hombres, blancos, hispanos, etc— deben recibir el mismo salario por el mismo trabajo. ¿Cuál es el punto de una proclamación presidencial y las nuevas leyes?
Katie Packer Gage es socia de Burning Glass Consulting, una firma de consultoría del GOP. Ella sostiene que no necesitamos una nueva legislación para cada disparidad en los lugares de trabajo, sobre todo cuando se trata de salarios. Tenemos un montón de leyes en los libros ahora. «La igualdad de retribución» es un cómodo grito de guerra que ayuda a disimular el hecho de que casi 8 millones de mujeres siguen desempleadas (y que el desempleo ha empeorado bajo la administración Obama). Esas mujeres no están preocupadas por la igualdad salarial; están preocupadas por el pago del alquiler y el tener comida en la mesa. Quieren un trabajo.
Por supuesto, la Casa Blanca tiene una respuesta a eso también y no es la creación de empleo. Es más leyes, programas, ayudas y paternalismo. Por un lado, el gobierno quiere que todos sepan que las mujeres son iguales. Por otro lado, el gobierno quiere envolver a las mujeres en programas burocráticos desde el nacimiento hasta la muerte: la guardería subvencionada, Head Start, SNAP, anticonceptivos gratis, Medicare, Medicaid, etc. En el más reciente Informe Shriver, Maria Shriver dijo esto:
Millones de ellas [mujeres] son proveedores que no tienen pareja, siendo invisibles para un gobierno que no tiene políticas y prácticas que puedan ayudar a apoyarlas y fortalecerlas en sus múltiples roles.
Sólo para que quede claro: las mujeres son increíbles. Fuertes. Inteligentes. Independientes. Capaces de grandes cosas. Malabaristas expertas de muchos papeles. Iguales a cualquier hombre.
¿Y somos capaces de hacer todo esto porque el gobierno está ahí, para «apoyarnos y fortalecernos”?
Las mujeres están al mismo nivel que los hombres, sin importar cuál es el trabajo que hace uno u otro; la igualdad no es otorgada por el gobierno. En el marco de un entendimiento judeo-cristiano, la igualdad no tiene nada que ver con los cheques de pago, y todo que ver con el ser hecho a imagen y semejanza de Dios, y eso va para cualquier género. La fortaleza de una mujer no está en su puesto de trabajo, su sueldo, ya sea que ella trabaje o quede en casa. El beato Juan Pablo II:
“La fuerza moral de la mujer, su fuerza espiritual, se une a la conciencia de que Dios le confía de un modo especial el hombre, es decir, el ser humano. Naturalmente, cada hombre es confiado por Dios a todos y cada uno. Sin embargo, esta entrega se refiere especialmente a la mujer —sobre todo en razón de su femineidad— y ello decide principalmente su vocación.
“La mujer es fuerte por la conciencia de esta entrega, es fuerte por el hecho de que Dios «le confía el hombre», siempre y en cualquier caso, incluso en las condiciones de discriminación social en las que pueda encontrarse. Esta conciencia y esta vocación fundamental hablan a la mujer de la dignidad que recibe de parte de Dios mismo, y todo ello la hace «fuerte» y la reafirma en su vocación”.
Esta es la verdadera guerra contra la mujer: la visión sistemática de las mujeres como víctimas de la opresión, donde la única oportunidad de éxito es un gobierno paternalista creando programas, leyes y supervisión para asegurarse de que las mujeres sean nunca, jamás tratadas injustamente. La igualdad es así concedida por la ley humana, no por la ley natural.
Eso no es igualdad. Eso es paternalismo e hipocresía. Las mujeres fuertes, inteligentes, independientes se dan cuenta de eso.
Nota
La traducción del articulo War on Women: Hypocrisy and Paternalism under the Guise of Equality publicado por el Acton Institute el 16 abril de 2014, es de ContraPeso.info: un proveedor de ideas que explican la realidad económica, política y cultural, y que sostiene el valor de la libertad responsable y sus consecuencias lógicas.
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