Por Samuel Gregg.

Cualquiera que sea la forma en que la Corte Suprema de Estados Unidos se pronuncie sobre el caso Sebelius vs Hobby Lobby Stores, un hecho ha quedado muy claro. Estamos tardíamente dándonos cuenta de que las diferentes formas de libertad son más dependientes entre sí de lo que muchos han supuesto hasta ahora.

¿Quién hubiera pensado que la expansión del estado de bienestar en el disfraz de Obamacare —que, por definición, reduce significativamente la libertad económica— podría afectar directamente a la capacidad de los individuos y los grupos para conducir sus asuntos de acuerdo con sus profundas creencias religiosas? Esta, sin embargo, es precisamente la realidad que enfrentamos.

La mayoría de la gente está acostumbrada a pensar en la libertad religiosa como un requisito previo a la libertad política. Pero la libertad religiosa no sólo afecta a nuestro papel como ciudadanos en los asuntos públicos. La libertad religiosa se ​​refiere también a nuestra libertad para elegir en numerosos aspectos no políticos de nuestra vida, que van desde si asistimos a la iglesia en un día determinado de la semana, hasta lo que elegimos comprar.

Las restricciones injustas de la libertad religiosa con frecuencia se presentan como formas que limitan la capacidad de los miembros de las religiones particulares para participar plenamente en la vida pública. Los católicos en la Inglaterra de Isabel I y Jacobo I, por ejemplo, fueron despojados poco a poco de la mayoría de sus derechos civiles y políticos por causa de su negativa a cumplir con la Iglesia establecida.

El ataque a su libertad, sin embargo, fue más allá de esto. Tal vez aún más dañino fue el ataque a su libertad económica. Esto se produjo en forma de multas paralizantes con las que gobiernos con ingresos reducidos gravaban a los católicos recalcitrantes, por no hablar de las restricciones sobre la capacidad de los católicos para poseer y utilizar sus bienes como mejor les pareciera.

Muchas de esas leyes, los estadounidenses nunca debe olvidar, cruzaron el Atlántico. Aunque la colonia de Maryland fue fundada por católicos ingleses huyendo de la represión religiosa, finalmente prevalecieron leyes anti-católicas similares a las de Gran Bretaña. Como señaló el más famoso de los católicos de Maryland, Charles Carroll de Carrollton —el único católico que firmó la Declaración de la Independencia y el hombre más rico de las colonias americanas— los motivos económicos suelen estar detrás de ese acoso. «Los hombres egoístas», escribió, «inventaron las condiciones religiosas para excluir de los puestos lucrativos y de confianza a sus compañeros más débiles o de mayor conciencia”.

En términos generales, los disidentes religiosos han demostrado ser muy hábiles para eludir esas restricciones. De hecho, hay cierta evidencia de que la limitación de la participación de un grupo religioso en la vida política a menudo se traduce en dedicar su talento al éxito económico. Consideremos, por ejemplo, el caso de los empresarios perennes: los cristianos árabes.

Hasta hace relativamente poco, los cristianos eran la comunidad religiosa más grande de Líbano. Durante siglos, comerciaron ampliamente con sus correligionarios en todo el Mediterráneo, facilitando así el intercambio comercial entre Oriente y Occidente. Además de la geografía, sin embargo, otra de las causas del éxito comercial cristiano de Oriente Medio bien pudo haber sido la situación jurídica de segunda clase impuesta por los conquistadores musulmanes del siglo séptimo en adelante.

En su Historia de los Pueblos Árabes, el fallecido Albert Hourani relata que los cristianos (mayoritariamente ortodoxos, católicos, o coptos) fueron obligados a llevar ropa especial que los identificara como no musulmanes. También se vieron obligados a pagar un impuesto especial, tenían prohibido portar armas y esporádicamente eran perseguidos. Hourani observa, sin embargo, que estas limitaciones empujaron a muchos cristianos a actividades comerciales. Eventualmente dominaron muchos ámbitos económicos, incluidos los buques mercantes y la banca.

Una historia similar puede contarse sobre el pueblo judío. En el pasado no tan reciente, ser judío significaba no poder participar en la política, ni servir en el ejército ni en la administración pública en el mundo cristiano y el islámico. Muchos judíos se quedaron por tanto con poco más que dedicarse a crear riqueza.

Una de las buenas noticias —y una prueba más de la indivisibilidad de la libertad— es la forma en la que las expansiones de la libertad económica pueden crear presiones para una mayor libertad religiosa. China continental es quizás el mejor ejemplo.

Durante los últimos treinta años, China ha adoptado una cierta libertad económica. Menos conocido es que en las provincias chinas autorizadas para liberalizar sus economías, millones de chinos han abrazado el cristianismo.

Esto no debería sorprendernos. Una vez que se otorga libertad en un área, es difícil impedir que la libertad se extienda a otras esferas. La libertad económica, por ejemplo, exige y alienta a la gente a pensar y elegir libremente. Sin esto, el espíritu empresarial es imposible. Es un reto, sin embargo, limitar la reflexión y la decisión a las cuestiones económicas. La gente empieza a hacer preguntas sociales, políticas, y, sí, preguntas religiosas. Y muchos chinos han decidido que el cristianismo es la respuesta a sus reflexiones religiosas.

Eso ha creado dilemas agudos para los gobernantes chinos. Por un lado, el régimen pretende valorar la contribución de los estrictos códigos morales de muchas religiones a la vida económica. El presidente Xi Jinping ha declarado públicamente que China está «perdiendo su brújula moral» y que las religiones chinas «tradicionales», como el confucianismo y el taoísmo podrían “ayudar a llenar el vacío que ha permitido que la corrupción prospere”.

Pero el régimen también conoce que el cristianismo niega que el Estado pueda ejercer la autoridad religiosa sobre la iglesia. Tal afirmación es inaceptable para los actuales gobernantes de China. ¿Por qué? Porque implícitamente desafía el monopolio del poder de la élite gobernante. Por lo tanto vemos que el régimen persigue a los católicos que insisten en la fidelidad al Papa. En una de los más ricas provincias orientales de China, Zhejiang, se les está diciendo a las iglesias evangélicas que quiten sus cruces y amenazando con demoler sus edificios.

Con razón, como nos recuerdan los científicos sociales, la correlación no implica causalidad. El hecho, sin embargo, en esta económicamente exitosa y cada vez más cristiana provincia china, muchos predicadores evangélicos están diciendo a las autoridades que retrocedan, lo que nos muestra que una vez que el genio de la libertad ha salido de la lámpara, es difícil regresarlo a ella.

Evidentemente, la libertad religiosa no es todavía una realidad en China. Sin embargo, gracias en parte al azar de la liberalización del mercado en China, su florecimiento parece menos lejano. Sería tristemente irónico si nosotros, en Occidente —la cuna de la libertad religiosa— permitiéramos que el progresismo secular, socavando a la libertad económica, en el nombre de una igualdad imposible, redujera a una reliquia histórica la primera y más importante de nuestras libertades.

Notas

* La traducción del articulo Religious Freedom and Economic Liberty: Truly Indivisible publicado por el Acton Institute el 14 de mayo de 2014, es de ContraPeso.info: un proveedor de ideas que explican la realidad económica, política y cultural que sostiene el valor de la libertad responsable y sus consecuencias lógicas.

* Este artículo apareció originalmente en The American Spectator