4 de enero 2015
Por Gabriel J. Zanotti para Filosofía Para Mí

  Me llamó la atención en estos días la aparición en Facebook de un apasionado llamado a “no bautizar a su hijo”, que coincidió con otra entrada de un queridísimo amigo que decía que la doctrina del pecado original no le merecía ni siquiera respeto.

Así las cosas, yo quisiera explicar algo de cómo veo yo la cuestión.

Ante todo algunos recordatorios esenciales. Quien esto escribe intenta vivir la armonía entre la razón y la fe, según San Agustín: “creo para entender y entiendo para creer», o al revés: es lo mismo, porque ni la una ni la otra son primeras o segundas. Son lo que hoy Gadamer llamaría un círculo hermenéutico.

De lo anterior se desprende una esencial distinción  entre misterio y absurdo. Este último es lo contradictorio, lo irracional. El misterio, en cambio, es lo revelado por Dios a nuestro intelecto, que lo supera pero no es CONTRA nuestro intelecto. Por ello la fe es una “gracia”, un regalo de Dios a nuestro intelecto, que le hace comprender, que le hace entender, que le hace razonar, que eleva la razón humana a su máxima expresión. La fe no elimina la razón, al contrario, la plenifica.

Las razones para la fe, por ende, de la Teología, hacen comprender la NO contradicción del misterio, la razonabilidad del misterio, sin eliminarlo como misterio, porque las explicaciones de la razón sobre la Fe son siempre una lejana visión del gran misterio, el misterio de Dios, lo in-finito. La oscuridad no procede de Dios, sino de nuestro intelecto, que no puede ver a Dios directamente ni siquiera con la fe, que no será ya necesaria en la vida eterna con El, donde sólo quedará, nada más ni nada menos, la Caridad.

Que el misterio del pecado original sea terrible para nuestra humana naturaleza ya lo dijo Pascal: “Cosa sorprendente, sin embargo, que el misterio más alejado de nuestro conocimiento, que es el de la transmisión del pasado, sea una cosa sin la cual no podemos tener ningún conocimiento de nosotros mismos. Porque no hay, sin duda, cosa que choque más a nuestra razón como decir que el pasado del primer hombre ha hecho culpables a los que siendo tan alejados de ese origen parecen incapaces de participar en él. Esta transfusión no sólo nos parece imposible, sino aún injusta; porque: qué hay más contrario a las reglas de nuestra miserable justicia como condenar eternamente a un niño incapaz de voluntad por un pecado en que parece tener tan poca parte, cometido seis mil años antes de haber nacido? Ciertamente, nada nos choca más rudamente que esta doctrina; y, no obstante, sin este misterio, el más incomprensible de todos, somos incomprensibles a nosotros mismos. El nudo de nuestra condición toma sus vueltas y revueltas en este abismo; de suerte que el hombre es más inconcebible sin este misterio, que este misterio sea inconcebible al hombre”.

Sin embargo, es esencial la comprensión de este misterio porque, de lo contrario, todo el Cristianismo queda sin explicación. ¿Qué significa la Primera Alianza, sino la promesa de un redentor precisamente por el pecado original? ¿Y qué significa la encarnación y la crucifixión de Cristo, sino la redención de la naturaleza humana herida por el pecado? Incluso la Virgen María, que fue concebida sin pecado original, lo fue por los méritos de Cristo en la Cruz, por los cuales fue preservada del pecado original. O sea, ¿qué significa la redención de Cristo, su infinito sacrificio, sino un infinito perdón a nuestro pecado original? Por eso nos cuesta tanto perdonar: si se entendiera que Dios perdona precisamente una deuda infinita, la del pecado original, comprenderíamos un poco más que la vida cristiana sin perdón es un absurdo………… Tal vez esta es la primera razón para el pecado original. Alguien podría decir: pues bien, entonces no estoy de acuerdo con el Cristianismo. Yo en cambio te propongo que lo pienses al revés. Si verdaderamente crees en Cristo y en lo que El significa, si verdaderamente comprendes qué hace clavado en la Cruz, entonces comprendes que te está salvando de tu naturaleza humana herida por el pecado original.

Tal vez consideres que es una radical injusticia que se haya transmitido no sólo el conjunto de consecuencias del pecado original, sino también la culpa. Ten en cuenta entonces la esencial diferencia entre los pecados personales y el pecado original, explicada por Santo Tomás. Antes del pecado original, estábamos en una situación de “justicia original”, en un sentido análogo del término justicia. Esto es, estábamos en total armonía con Dios, con dones preternaturales que nos hacían estar en armonía con toda la naturaleza; corazón y razón nunca peleaban y nuestra inteligencia había sido “regalada” con la sabiduría de Dios, quien “bajaba al atardecer” para conversar con nosotros. Esa situación iba a ser transmitida a todo el género humano, a todos los descendientes de Adán y Eva, no por sus méritos personales. Esto es esencial: “no por sus méritos personales”. Esto es, iban a nacer ya en situación de “naturaleza elevada”, ya en plena gracia de Dios, más allá de las obras buenas personales que seguramente iban a realizar.

¿Era eso justo? Ten en cuenta que todo el Cristianismo consiste en superar la justicia SIN contradecirla. Te habrá llamado la atención la parábola de los viñadores, donde el viñador paga lo mismo a los que trabajaron desde la mañana y a los que trabajaron pocas horas desde la tarde. Ante el reclamo “sindical” J de los viñadores de la mañana, el dueño de la viña (que corresponde a Dios) dice “¿acaso no puedo disponer de lo mío como quiero?”. Todo el Cristianismo es esa super-abundancia de la gracia de Dios que siempre es la super-abundancia de un perdón que va más allá de la justicia humana pero que NO es injusto. “HOY mismo estarás conmigo en el paraíso”: ¡HOY mismo ¡!!!, dice Cristo al buen ladrón que se convierte en el último momento de su vida.

ESA es la “justicia” de Cristo.

Por ende, de la misma manera que sin pecado original todos íbamos a nacer, sin méritos personales, en situación de “justicia original”, de igual modo con pecado original todos nacimos, sin pecados personales, en situación de pecado original.

Edith Stein tiene otra manera de explicarlo, retrospectiva, con la famosa historia de la mujer adúltera: “…Dios previó en el primer pecado todos los pecados futuros y en los primeros hombres nos vio a todos, a nosotros que estamos bajo el imperio del pecado. Aquel de entre nosotros que tuviera la intención de acusar a nuestros primeros padres porque habrían atraído sobre nosotros el peso del pecado original, el Señor podría responder, como respondió a los acusadores de la mujer adúltera: ´que aquél que de entre vosotros esté limpio de pecado, arroje la primera piedra”.

Por eso dice Pascal que el ser humano se reconoce en este misterio. El motivo por el cual nunca, ninguno de nosotros, podría arrojar la primera piedra, no es que tuvimos pecados personales que, sin embargo, podríamos no haber tenido; el motivo es que nuestra naturaleza humana, esencialmente herida por el pecado original, es pecadora. El único ser humano librado de este sufrimiento –sí, porque el pecado es EL gran sufrimiento- es la Virgen María, pero lo fue –como dijimos- por los méritos de Cristo en la Cruz, y por ende ella también fue redimida del pecado original.

Por lo tanto, si, los cristianos bautizamos a nuestros hijos, creemos verdaderamente que tienen que crecer sin la culpa del pecado original, y confiamos en que Dios nos utilice como instrumentos para inculcarles la verdadera Fe, y no una serie de supersticiones, de infantilismos y de estupideces.

Todos, por ende, tenemos pecado original. Esto nos hace más humildes, nos hace comprender la necesidad de la Gracia de Dios; nos hace perdonarnos y perdonar más a los demás. No es poca cosa. Después del pecado original, el mundo no se divide en buenos o malos, sino en quienes se arrepienten –por Gracia de Dios- o no. Después del pecado original, Cristo tiene sentido: “Oh feliz culpa que nos mereció tan grande y excelente Redentor” (San Agustín).