Por Mario Šilar

Para El Cronista / Instituto Acton

Una versión previa de este artículo se publicó en
http://www.cronista.com/columnistas/La-Iglesia-y-la-libertad-economica-20150312-0020.html

           Sin duda, la Iglesia es una institución de características muy singulares. No resulta extraño que quien pretende comprender esta institución desde una lógica meramente humana suele quedar envuelto en la perplejidad. La Iglesia es una Institución de “perplejidades”. En ella, por ejemplo, la virtud de la obediencia no implica subestimar el valor de la libertad; el espíritu de servicio no está reñido con el deber de “ser perfectos” como lo es Dios Padre; la vida de retiro y soledad no reniega un ápice del carácter social y comunitario de la persona humana; la Misericordia y la Justicia se integran armónicamente; y se podría seguir.

          Un punto que despierta especial confusión a la cultura contemporánea es el modo en que los cristianos están llamados a vivir la pobreza sin que ello implique destruir las condiciones institucionales que permiten crear riqueza. En efecto, la Iglesia al tiempo que enseña el valor del desprendimiento y de la pobreza como virtud ha sido y es un factor civilizatorio y de desarrollo científico-tecnológico ampliamente reconocido por la mayoría de los estudios historiográficos recientes. El Papa Francisco ha insistido en que la Iglesia no es una ONG. En efecto la vocación de servicio de la Iglesia se enriquece con otras causas y otros fines que no son contradictorios con una recta promoción del ser humano en el orden natural pero que se inspiran en una concepción del hombre que trasciende el horizonte meramente histórico-temporal. El hombre tiene valor de eternidad, es hijo de Dios, creado y redimido por Él. Cuando el Papa Francisco convoca a los cristianos a dirigirse con valentía a los márgenes y a las periferias de la existencia, lo hace en la convicción de que en esas personas apartadas de los canales que definen el éxito social en la actualidad se puede producir un encuentro renovado con el Rostro de quien inspira la vida cristiana.

          La crisis económica de 2008 y su escenario posterior, conocido como la época de la Gran Recesión, ha vuelto a poner de manifiesto –particularmente en los países desarrollados–, la fragilidad de las condiciones de bienestar que las sociedades habían logrado alcanzar. Al mismo tiempo, la brecha de la desigualdad entre los más favorecidos de una sociedad y los que viven en la marginalidad en muchos de estos países no ha disminuido. Paralelamente, los niveles de endeudamiento y de gasto social generado por el Estado de bienestar en los países desarrollados se comportan como una auténtica espada de Damocles que pende sobre la calidad de vida de las generaciones futuras. Finalmente, la hipertrofia del Estado de bienestar ha revelado un perfil preocupante: el progresivo debilitamiento de la solidaridad en el seno la sociedad civil como consecuencia de la inevitable burocratización que supone la gestión gubernamental en sociedades complejas. Por todos estos motivos cada vez son más voces que alertan de la inviabilidad del actual modelo de bienestar. Asimismo, esta delicada coyuntura obliga a pensar nuevamente el auténtico significado de la libertad económica y su importancia como medio para mejorar la calidad de vida de los seres humanos. En este contexto, un actor social que vuelve a atraer la atención es el empresario o emprendedor. Recientemente el pensamiento de la Iglesia ha dado pasos importantes en aras de ofrecer una imagen más precisa de la importancia que tiene el espíritu emprendedor para la mejora de las condiciones de vida de los seres humanos. Además de las apreciaciones que ofrecía el Compendio de la Doctrina Social (2005), el reciente documento del Pontificio Consejo “Justicia y Paz”, La vocación del líder empresarial (2012) ha dado un paso explícito en señalar el carácter vocacional que puede inspirar la vida empresarial en los cristianos. Como toda vocación, la vocación emprendedora necesita de un marco institucional sólido y de condiciones de libertad genuina que permitan desplegar todo el potencial creativo que anida en los seres humanos.

          En este marco, el Acton Institute, un Think Tank con sede en Grand Rapids (EE.UU.) y una filial en Argentina –el Instituto Acton– dedicados a promover una sociedad de personas libres y virtuosas, está celebrando una serie de encuentros en distintas regiones del globo para explorar con mayor detalle la relación entre libertad religiosa y libertad económica, y su implicancia para el aliento de la vocación emprendedora. El primer encuentro tuvo lugar en abril de 2014 en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, el segundo se llevó a cabo en noviembre pasado en Washington DC. El tercer encuentro, bajo el título “Libertad religiosa, política y económica, una e indivisible. El cristianismo y los fundamentos de la sociedad libre”, ha reunido a expertos de los Estados Unidos y de Europa, en la ciudad de Buenos Aires, en la sede la Universidad Católica Argentina, el pasado 18 de marzo.

          Bien sabe la Iglesia que las palabras mueven pero los ejemplos arrastran. No sólo es importante articular el marco conceptual que permita revalorar al empresario en armonía con la vida cristiana sino también ofrecer ejemplos de carne y hueso de quienes han encarnado esta armonía. En este sentido, si se eleva a los altares figuras señeras como la de Enrique Shaw o la de otros empresarios hoy todavía desconocidos para el gran público –pero que fueron testimonio valiente del desafío que supone ser testigos del Evangelio en medio del mundo de los negocios– se daría un salto cultural casi sin precedentes en lo que hace a la relación entre vida cristiana, libertad y espíritu emprendedor.