Telémaco y su camino de maduración

Por Alberto Eduardo Riva Posse
Para Instituto Acton Argentina
Junio de 2015

La capacidad de amar  y recibir amor es seguramente la más valiosa adquisición de la maduración humana. Reconocemos que es fundamental, pero  no todos logran en la vida esa capacidad de amar a los demás. La ineptitud  para  amar es causa de soledad. No nacemos en soledad, no nos criamos solos, no nos educamos solos, ni deseamos  vivir y morir solos. Más allá de los innegables componentes genéticos, enfatizaremos los factores del desarrollo madurativo. En el mismo, el individuo puede sufrir traumas que dejen daños estructurales en su personalidad. Ya en la adultez, esos déficits pueden entorpecer la capacidad de establecer vínculos estables, promoviendo la incomunicación y el aislamiento. Así se producen penurias  en los afectos y los vínculos con amigos, parejas, etc. La medicina contemporánea ha verificado  como se incrementa la morbimortalidad  en las personas como consecuencia de la soledad.

Recordando la saga de Telémaco, percibiremos como la identificación con el padre permite superar la soledad y facilita la maduración.  El padre eficaz dispone y prepara para la aceptación de los límites a  la omnipotencia del niño. Lo introduce en la realidad y la relación adecuada con los demás.  Permite elaborar la violencia que acompaña a la inmadurez. Al estimular la libre autonomía de la persona, la habilita para dejar atrás sus dependencias primarias. Así hace posible  ocupar  el  espacio  interior  personal, para  llegar a ser  verdaderamente “uno mismo”.

“No  me  cabe  concebir  ninguna necesidad  tan  importante  durante la  infancia  de  una  persona,  que  la  necesidad  de  sentirse  protegido  por  un  padre”

                                                                                                                                              Sigmund Freud   (1856-1939)

TELÉMACO Y EL ANHELO DEL RETORNO DEL PADRE

La Odisea es una de las primeras grandes narraciones de la humanidad en la que encontramos el testimonio de la angustia del hijo ante la ausencia del padre. En el reencuentro con él, se posibilita la maduración  de Telémaco.  Según los poemas homéricos, Telémaco es el verdadero y único hijo de Ulises (Odiseo) y Penélope. Había nacido poco antes que comenzara la guerra de Troya. Su nombre significa “Lejos de la batalla”. En esa época los hombres de las generaciones de sus padres  iban a la guerra de Troya, y él recién nacía. Sin embargo, debemos notar que en su epopeya, termina tomando parte en dos batallas. Ulises siempre usó dibujo de delfines en sus escudos porque  en una ocasión Telémaco cayó al mar siendo niño, siendo rescatado por los delfines.  Kohut, un destacado psicoanalista, escoge la saga de Telémaco para hacer una síntesis concluyente sobre la maduración humana dentro de una “normal” relación padre-hijo. También esclarece la relación de las generaciones y la esencia de lo humano.

Cuenta Homero, que los griegos comenzaron a organizarse para su expedición a Troya. Para ello necesitaban reclutar a todos los capitanes para que se congregaran con sus hombres, sus naves y sus provisiones. Pero Odisseus, (Ulises), gobernante de Ithaca, hombre recién entrado en la adultez, con una joven esposa y un hijo bebé, no estaba entusiasmado con ir a la guerra. Cuando llegaron los delegados de los estados griegos para pedir a Ulises su apoyo – Agamenón, Menelao y Palamedes – fingió estar mentalmente enfermo. Los emisarios lo encontraron arando con una yunta formada por un buey y un asno, mientras él en vez de semillas, tiraba sal a las zanjas por sobre sus hombros. Se había colocado en  su cabeza un exótico sombrero de forma cónica, como los que acostumbran a usar los orientales. Dando señales de haber perdido la razón, actuó como no reconociendo los visitantes. Pero Palamedes sospechó el engaño. Tomó a Telémaco,  el pequeño hijo de Ulises, y lo arrojó al suelo frente al arado que avanzaba hacia el niño. Viendo el peligro para el niño, Ulises hizo inmediatamente un semicírculo con su arado para evitar lastimar a su hijo, exponiéndose así, a los peligros de la batalla. Acción que demostró su salud mental y que le hizo admitir que había fingido locura para evitar ir a Troya.

Kohut denomina “El Semicírculo de la Salud Mental” a lo referido en esta saga y la señala como un exponente paradigmático de la normalidad en la relación padre e hijo. Telémaco, al estar privado de la presencia paterna en su niñez, sufrió consecuencias importantes. Criado junto a su madre, Penélope, la que sufría un dolido ensimismamiento debido a la ausencia de Ulises, era un muchacho inmaduro, inseguro, tímido, solitario y mimado. Telémaco, siendo niño, tuvo que soportar traumáticamente a los pretendientes de Penélope, sin poder poner límites a que se comieran sus cosechas y  animales y se acostaran en el patio con las criadas. Creció en Ithaca bajo los cuidados de un gran amigo de Ulises, Mentor, cuyo nombre se convirtió en sinónimo de maestro protector o consejero prudente. Hizo las veces de padre, pero…no era el padre. Al cumplir Telémaco la mayoría de edad, extrañando la presencia de su padre, decidió salir en su búsqueda, acompañado por la diosa Atenea, su protectora. Luego de encontrar a Ulises, ambos regresan a su hogar después de varios años. Juntos matan a todos los codiciosos pretendientes de Penélope. Esta historia relata el camino hacia la madurez de Telémaco, que requiere el reencuentro con su padre. Emerge desde su soledad preliminar. Tiene la responsabilidad inmediata de ganar la “alabanza de los hombres”, debido a que él es el hijo de Ulises heroico. No es solo un viaje para obtener información sobre su padre perdido, sino también es la búsqueda de su desarrollo como persona moral y en la sociedad, poniendo en práctica las cualidades heroicas que pertenecen a su línea familiar como la responsabilidad por el honor de su linaje y la defensa de su familia.  Señala Kohut que las fuerzas que nos impulsan a llevar adelante ese amor paterno por el hijo, se patentizan en el “semicírculo del arado” de Ulises.  Este núcleo verdadero de la relación entre las generaciones es el más substancial de nuestro self. Un símbolo muy adecuado para expresar que el hombre sano experimenta, con la más profunda alegría, a la siguiente generación como una extensión de su propio self.  Y que un hijo necesita la presencia y función eficaz de un padre  para madurar, o un sustituto eficaz, habilitado por la madre.  Hay por otro lado, una capa más superficial del self, contingente, secundaria,  que cubre a ese núcleo. Se trata de las fuerzas conflictivas que nos impulsan hacia las hazañas del Rey Edipo (componentes de los problemas con los padres que se manifiestan más tarde en la vida del niño).

En ciertas corrientes culturales de moda en la actualidad, la función paterna ha sido cuestionada. Se ha insistido exageradamente en una sesgada noción de la paternidad, focalizándose sobre aspectos autoritarios, sádicos y “castradores” de una “paternidad mal ejercida” en ciertos momentos históricos. Algunas escuelas psicoanalíticas y en particular filósofos de la Escuela de Frankfurt, centraron sus análisis sobre la personalidad autoritaria y sus consecuencias psicosociales.  La de-construcción propuesta por muchos planteos post-modernos y corrientes antiautoritarias, han llevado a proponer la devaluación de la paternidad.  La práctica de la medicina y  la experiencia en la relación médico-paciente, reclaman  valorar, matizar y detallar los aspectos fundamentales de la paternidad.

PATERNIDAD: DESEO PRIMERO Y POSITIVO DEL PADRE EN LA VIDA DE SUS HIJOS

En el origen de cada sujeto está la satisfacción proveniente de Otro y no la negación de la satisfacción por un padre “castrador”. La característica inicial y fundante del sujeto está en la experiencia de satisfacción en la relación con ese Otro. La experiencia de un Otro fiel, que asumió la iniciativa.  

Y que por lo tanto, es iniciativa garantizada por otro, (Otro)                                       Fausto Capucciati   (2009)

La presencia del padre estimada como positiva, buena, es la que permite al niño  desear  la identificación con su padre.     Esto es, con la masculinidad y por lo tanto con su evolución hacia la paternidad, (forma madura de la masculinidad).   En la literatura encontramos bellas descripciones de esa positividad:

Antoine de Saint-Exupéry, en “Ciudadela” escribe:

         “Así, mi padre… cuando detuvo su aliento, suspendió el aliento de los otros durante tres días….

Tanto, que las lenguas no se desataron y los hombros no cesaron de abatirse hasta que no lo pusimos en  tierra.

Pero nos pareció tan importante, él, que no gobernó, sino que gravitó y fundó su marca, que creímos, cuando lo descendimos a la fosa con largas cuerdas que crujían, no sepultar un cadáver, sino  entrojar una  provisión.  Pesaba, suspendido, como la primera losa de un tiempo. Y no lo enterramos, sino que lo sellamos en la tierra, por fin transmutado en lo que es, en ese asiento. Fue  él quien me enseñó la muerte y me obligó cuando era joven a mirarla  de  frente, pues nunca bajó los ojos.

Mi padre era del linaje de las águilas”

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     Otro poema que simboliza el anhelo paterno:    “A mi Padre”, de   Alfonso Gatto

Si regresaras esta noche junto a mí

a lo largo del camino donde desciende la sombra

tan azul, que parece ya primavera,

te diría cuán oscuro es el mundo y cómo

nuestros sueños en libertad (se) encienden

de esperanzas de los pobres de cielo.

Yo encontraría el llanto de niño

y los ojos abiertos de sonrisas, negros,

negros como las golondrinas del mar.

Me bastaría que tú estuvieras vivo,

un hombre vivo con tu corazón,… es un sueño.

Ahora en la tierra, es una sombra la memoria

de tu voz, que le decía a sus hijos:

– Cómo es bella la noche y cómo es buena

para amarnos así con el aire pleno

hasta el sueño –  Tu veías el mundo,

en el plenilunio, asomando en aquel cielo

y los hombres encaminados hacia el alba.

La palabra “padre”, no designa simplemente al individuo padre, sino que concierne a su función paterna, es decir al papel simbólico con el que va asociada la persona del padre. Cuando un padre asume la función paterna, ejerce la labor de la separación del hijo con la madre. Así el padre permite y alienta la individualización, la personalización tal como él la ha realizado previamente. Al situar al hijo como hijo, el padre muestra el camino exogámico de la maduración y de la realización sexual. Lo introduce en el lenguaje y en la cultura, indispensables para que el niño pueda conquistar su autonomía y pueda ser capaz de iniciativas libres.

En condiciones normales de maduración materna, la madre facilita, con su afecto por el padre, el camino al reconocimiento de la función paterna. Poco a poco, ineludiblemente, le muestra al hijo que desea “algo más”, de lo que carece el niño/niña.  Algo que lo porta el padre y que le falta al niño. De esta forma se le hace presente el padre como un “otro”, distinto y amado por la madre. Al percibir la falta, el narcisismo totalizador del niño, encuentra el límite a sus deseos omnipotentes.

En la tradición griega se llamaba narcisismo al amor a sí mismo. (exclusivo y excluyente).  La cuestión psicológica de la articulación del narcisismo ha presentado diferentes enfoques según diferentes autores. Nos referiremos aquí  al significado psicogenético o psico-evolutivo: el narcisismo como un escalón necesario y presente en desarrollo de la personalidad. La regulación de la autoestima necesita normalmente gratificaciones “narcisistas” que, cuando corresponden a las limitaciones reales de su personalidad, constituyen el equilibrio narcisista lógico. Cuando hay exigencias desmesuradas desde un infantilismo dependiente, es evidente un narcisismo patológico, frágil. En ese caso ha faltado la elaboración de los límites, faltó una eficaz ayuda parental para situarse como uno más entre otros, sin por eso sentirse disminuido. Freud observó la habitual admiración parental por “His majesty the baby”, y dijo: “El amor de los padres, tan conmovedor y en el fondo, tan infantil, no es más que su narcisismo que renace y que, a pesar de su metamorfosis en amor objetal, manifiesta inequívocamente su antigua naturaleza”. Según el maestro vienés, el amor parte del narcisismo y en su destino libidinal, se extiende a los otros. La maduración exige desmontar los estadios inmaduros y narcisistas por medio de un progresivo desasimiento parental (por desidentificación). Las autoimágenes narcisistas que son soportes figurativos del “sentimiento de sí mismo” (self), deben ser transformadas realísticamente en soportes adultos de una noción de sí, menos idealizada y más objetiva.  Al desactivarlas y al liberarse de las dependencias excluyentes que lo mantienen aferrado a sus figuras primarias, el sujeto accede a reestructurar su biografía, para transformarla en su propia historia. Todos continuamos necesitando a lo largo de la vida respuestas empáticas y afirmantes de nuestro valor personal para mantener la autoestima. Solo se trata de ser un autor suficientemente responsable y no espectador pasivo y víctima de un destino inmutable designado por los otros.

INMADUREZ

Inmadurez  significa debilidad en la autoconciencia de nuestro lugar y de nuestras relaciones con el mundo. Todo lo que vivimos, cuando existe una autoconciencia suficiente, nos sea favorable o frustrante, habilita la maduración de nuestra persona en la aceptación realista de la vida. La inmadurez nos impide adiestrarnos en la afectuosa comprensión de nuestros límites, capacidades, y nuestra posibilidad de relacionarnos con los otros.

Nuevas experiencias positivas pueden remediar las insuficiencias, pero siempre que se vivan dentro de una autoconciencia que nos permita integrar lo vivido. Si envejecer quiere decir crecer en sabiduría, el tiempo nos es dado para para comprender el  verdadero sentido del deseo de un encuentro pleno. Toda persona desea ser bien tratada, desde su nacimiento y durante toda su vida: ese deseo dirige nuestra vida. La capacidad de juzgar y discernir sobre el buen o mal trato recibido está inscripta en la mente desde su origen. Cuando alguien madura suficientemente, adquiere la capacidad de apreciar y sostener el “buen trato” hacia los demás. La maduración humana se considera “lograda” cuando cada persona puede relacionarse efectivamente con los “otros”, y ese deseo de bien, de buen trato, (dado y recibido),  se consigue adecuadamente. Resulta de vínculos adecuados, (apegos) desde la temprana infancia en la presencia buena del “otro”, su cuidador y de una oferta de adecuada mentalización.

Para instaurar su sí-mismo y adquirir una auto-conciencia libre, toda persona tiene que hacerlo a través del obligado sendero de la alteridad del “otro”.  Esos “otros”, son indispensables.

Normalmente son los padres y la familia. Si esta relación es dificultada, surge el retraimiento narcisista y el sentimiento de soledad. Se comprende que un re-desarrollo con sustitutos adecuados puede reparar tempranos daños.

Coinciden entonces, madurez y el indispensable reconocimiento positivo del “otro”. Al disponer una suficiente capacidad de encontrarnos, no sufrimos la soledad.

La experiencia de muchos psiquiatras y educadores, así como los análisis sociológicos y antropológicos, documentan que uno de los mayores males en los jóvenes de hoy, es la debilitación del deseo, del  impulso hacia el ideal de una vida buena. Desde que el mundo es mundo, el sentido de la vida de los seres humanos siempre estuvo comprendido  entre dos coordenadas.

  1. a) El tiempo de mi vida, incierto.
  2. b) el desafío de elegir entre la “buena vida” y las formas degradadas de la vida en sociedad.

Sin tener en claro el deseo de una “vida buena” (respetuosa y considerada con los otros, en la que todos puedan madurar y florecer en plenitud)  se puede terminar deambulando sin norte al que dirigirse:   «desnorteado”, sin rumb o. La indeterminación de metas, lo indistinto, es algo que genera en las personas la angustia insoportable de no saber adónde ir y el desconocimiento sobre ¿qué me dará la felicidad? Ante esas preguntas,  la inmadurez suscita un sentimiento de profunda soledad.

Hoy día es evidente para muchos psiquiatras, que la soledad y el desamparo que la acompaña, están íntimamente vinculados en su origen con la deserción, consciente o no, de la función paterna. Cuando se desestima la función paterna y su relación con el apego maternal, se desestructuran los articuladores simbólicos que posibilitan la humanización y madurez de los vínculos. Se comprueba que la ausencia de las prohibiciones fundantes del incesto tiene inevitables consecuencias de inmadurez en las nuevas generaciones. La personalización se dificulta y se incrementa  la licuación de las vinculaciones con los demás. La pérdida de una afectuosa estima por la presencia de un “tercero” impide la aparición de una subjetividad sana. Se advierte una acentuación de la “sociedad narcisista”, o también “líquida”, anunciada por muchos autores. Implica un proceso de de-socialización. La incomunicación, la soledad, el miedo y el desamparo aumentan. Aparecen identidades vacilantes, carentes de autoestima y sin una narrativa propia, que no les permiten ubicarse como sujetos en una historia, con sus padres y familia  reales. Se esfuma en la cultura el afectuoso respeto por el otro, que permite una socialización humanizadora. La droga aparece como una respuesta a un “deseo de ser” que no encontró caminos de realización. La búsqueda de un estado de aturdimiento continuo que experimentan muchos, al frecuentar el exceso de alcohol y/ o el consumo sostenido de drogas, los conduce a la sensación  de surfear una ola que mantiene siempre al sujeto sobre la superficie de la realidad. Al mismo tiempo, propone una identidad ligada a grupos y organizaciones que otorgan una pertenencia a “subcultura organizada para los débiles”. Al ofrecerles esas fáciles soluciones, el poder en las sociedades busca saciar el deseo, desviándolo de la búsqueda necesaria e  imperiosa  de encuentros humanos verdaderos.  Se gesta una población apta para el dominio manipulador de un Poder que imaginativamente promete soluciones mágicas a la vida a cambio de un servil y solitario sometimiento.

Es verdad que  el nihilismo post-moderno ha contribuido a esta condición, borrando la frontera entre el bien y el mal, transformando la opción imprescindible por la maduración, en algo totalmente subjetivo, (voluptuosamente relativo). Ha empujado a muchos, especialmente las jóvenes generaciones, a condiciones de desoladora degradación, carentes de horizonte. La propuesta nihilista actual, tan exaltada en los medios de comunicación, nos dice que el bien y el mal no tienen la menor razón de existir:   el «me gusta» y el «no me gusta» han sido impuestos como los confines éticos del mundo.

 Pero ¿acaso el ser humano se realiza plenamente con un «me gusta» o «no me gusta»?

Hoy día, esto ha causado que tras la máscara cada vez más frágil del “Yo”, se esconda una gran confusión en aquellos que sufren el predominio de estas corrientes culturales. Hay un descuido del “Yo” cuando se oscurece la percepción de la consistencia  personal en el itinerario de la vida.   El oscurecimiento de la percepción de  nuestra persona en sus orígenes, la  dispersión en la memoria de si- mismo, de las  metas, del sentido de las acciones y la relación con aquellos con los que compartimos la vida, nos muestran ese descuido  del “Yo”. Un padre atento a encuentros humanos, dialogales, con su compañía,  nos adiestra y faculta para cuidar nuestro Yo.  Ese encuentro es un acontecimiento que suscita con libertad el despertar de la inteligencia, de un deseo de sinceridad nueva, deseo de conocer cómo es la realidad verdaderamente.  El “Yo” empieza a arder de afecto por lo que existe, por la vida, por sí mismo y por los demás.

Si el tiempo de la vida cotidiana se consume en el sometimiento de la conducta a impulsos sin control, sin objetivos conducentes a la real convivencia con los demás, las experiencias vividas son efectuadas bajo la guía del placer momentáneo, puramente hedonista. Vemos así existencias muy ajenas a las exigencias cotidianas de la vida. ¿Cómo podrán salir las personas del círculo vicioso de banalidad y desorientación que esta sociedad impone, sin una guía afectuosa hacia un vínculo real? No debemos olvidar que la exigencia de madurez alberga en todo corazón humano, por más confundido que esté. Por eso, muchos psiquiatras y sociólogos  proponen que para escapar de la superficialidad tristemente destructora que les impide alcanzar la madurez, nuestros jóvenes necesitan de adultos capaces de acompañarlos en esa confrontación con los desafíos que la realidad ineludiblemente les plantea. Adultos capaces de ejercer la función paterna y materna. Siendo evidente el fracaso vital del marasmo del “me gusta” para sustraerlos de la confusión, necesitan escuchar hablar de nuevo del bien y de la conciencia de su “Yo en relación con otros” en un espacio en el que tenga lugar el discernimiento. Un bien y un mal no relativos,  sino comprendidos como guías indispensables  de la vida.  Es evidente para cada uno, en nuestro self, que no dudamos en  pedir para nosotros el  ser bien tratados, con afecto y consideración. Entonces es clarísimo que no es para nada relativo el “no dañar a otros”. Cuando Zygmunt  Bauman describe el miedo líquido,  muestra que esos “otros descartables” que observamos con indiferencia, podemos ser nosotros. Y entonces sentimos soledad y miedo. Es innegable entonces el valor para la buena convivencia del «No le hagas a otro lo que no quieres que te hagan a vos mismo».

Para madurar, es necesario separarse del amor fusional con la madre, tan bellamente expresado por los poetas. En la psicológica unidad fusional originaria con su madre, el niño siente que “es uno con ella” y allí se asienta nuestra normal autoestima. Experiencia inaugural en la que creyendo en la omnipotencia materna, como ella es todo para él, entonces poseerá así el anhelado goce “para siempre”, atemporalmente. La madre simbolizará la pura potencia de un “don”, imaginado sin límites, capaz de “dar todo”, donde el niño proyecta y supone recibir una omnipotencia narcisista ilimitada. Un mundo ilusorio,  encerrado, ajeno a toda actividad perturbadora externa, fantásticamente omnipotente, con la quimera de un  gozo eterno, narcisísticamente pleno.   Según Winnicott, si el objeto primario madre es suficientemente bueno, que asume sus propios límites, ofrecerá al infans  la oportunidad de un encuentro y con ello habilitará el estado de  existencia, con la consiguiente “puesta en vida” del psiquismo. Pero ese apego exitoso solo es una experiencia inicial de satisfacción, a partir de la cual comenzará a separarse dirigiéndose hacia su aventura vital. Es esencial el reconocimiento y la aceptación de su esencial vulnerabilidad, la que no podrá ignorar en el camino hacia los logros de la vida. Si ignora activa o pasivamente al padre (aun teniendo válidas razones) y escoge una relación excluyente con su madre, experimentará un  deseo de sexualidad fusional arcaica con la madre, de unión total, en la búsqueda infinita de un gozo inalcanzable, con la anulación del tiempo, de los límites del mundo, de la distinción entre bien y mal, de toda diferencia, en particular de lo masculino y lo femenino. Se trata de una búsqueda incesante y perpetua sin solución ni destino. Esta renegación de la realidad tiene funestas consecuencias sobre la maduración infantil y estructura una personalidad donde se pueden observar diferentes combinaciones de rasgos adscribibles al mantenimiento de articulaciones narcisistas infantiles, sin elaboraciones más adultas. La ubicua presencia del narcisismo en las manifestaciones de la inmadurez, se debe a su interacción permanente con otras características de la maduración.

La persona puede acceder a una progresiva autonomía, a una posesión de sí mismo con la capacidad de realizar actos libres y responsables sólo si la madre experimenta en sí misma un propio y afectuoso reconocimiento del padre. Entonces, ella no mantendrá la fantasía del amor fusional con su hijo.  Reconociendo a un padre que asume la función paterna, se separará del niño. Así entonces, el padre permite, (…promueve, alienta,…) la individuación. Al situarlo como hijo, el padre le muestra su propio camino exogámico de maduración y de realización sexual, permitiéndole vislumbrar el ideal que lo atrajo, por fascinación, en pos del cumplimiento de esa paternidad.

Por esa función, el padre lo sitúa en el orden de la filiación. Frente a su padre y a su madre, es hijo, y no puede reclamar ser igual a su padre. No le corresponde rivalizar contra su padre por la exclusividad de la predilección materna. Porque el padre ocupa una posición de “tercero”, de compañero de la madre y no de una madre “bis”, pues es un compañero con específicas y significativas diferencias con la madre. Al hablarle al niño dentro de una relación de afectuoso apego, lo orienta para situarse en la cultura y la sociedad, para que pueda ejercer una madura autarquía y sea responsable por las consecuencias de sus acciones, con una intimidad libre de sujeciones infantiles, en fin, para que pueda ser capaz de iniciativas originales en libertad. Una mujer es “madre”, cuando su hijo procede de un padre, un hombre amado,  reconocido y valorado por ella. Si no fuera así, ella estaría formando una pareja fusional incestuosa con el hijo/a.  Esa madre entorpecerá al hijo su acceso a la realidad, a comprender las carencias propias y ajenas, al esfuerzo cotidiano de la vida, a reconocerse uno entre otros, a asumir el deseo de realización propio de una persona con autonomía y libertad.

 Rasgos de la Inmadurez

  1. Intolerancia a la frustración.
  2. Insuficiente control emocional.
  3. Impulsividad, con falta de control sobre las acciones propias.
  4. Dependencia materna ilimitada y demandante.
  5. Pensamientos y conductas “todo o nada” que generan angustias catastróficas ante cualquier dificultad.
  6. Incapacidad para diferir las gratificaciones.
  7. Arrogancia. Actitudes de afectada superioridad, asociadas con inseguridad interna.  Fragilidad en la autoestima, bruscas oscilaciones entre una oculta e hipersensible vulnerabilidad narcisista y una apariencia omnipotente.
  8. Negación del reconocimiento del “otro” como “otro”. Empatía restringida. Distanciamiento afectivo.

10  Evidentes tendencias al desconocimiento, cosificación manipulatoria e instrumentalización de los ”otros”. Incapacidad para reconocerlos como personas con vida propia e independiente. (Déficits en la Mentalización).

  1. Impotencia para actuar en la realidad.
  2. Introversión y tendencia a la vida de fantasía en las que ese niño: se cree merecedor de recompensas imaginarias e ilimitadas, acumulando resentimientos (autorreferenciales) contra el supuesto frustrador: … el padre.
  3. Desafío a la ley paterna.
  4. Predisposición al acting-out.
  5. Incapacidad de elaboración de la diferencia sexual. La búsqueda de la similitud, calma la angustia frente a la diferencia que despierta el horror a la falta.

Para alcanzar adultamente la relación con otro sexuado, reconociéndolo como otro, cada niño deberá elaborar su identidad sexual a partir del abandono de sus deseos infantiles de tener a los padres como exclusivos y excluyentes objetos de su amor, y ser así “el único y narcisista centro  de  todo  el  afecto  de  sus  padres”.           Para madurar, …debe  separarse  de  sus  padres……. para abandonar los deseos incestuosos de cumplimiento sexual en una endogamia imposible…., porque en tal caso quienes  realizaran esa conducta, no tendrían las características humanas propias de la madurez  de  ser  padres…

La  valoración  positiva  y  la  admiración  por  el  padre,  surge  desde  un  indispensable buen  vínculo   con   la   madre y permite  la  identificación  positiva  del  niño  con  su  padre, el  acceso  a  la  diferencia  sexual  y  al  reconocimiento  del  otro  como  un  “otro.”  He  allí “en acto”, el respeto  de  un  ser  humano a otro, base  de  la  sana  convivencia. Identificándose con el padre del mismo sexo, el niño varón hace posible la alteridad a la que el padre ya accedió, interiorizando la diferencia de sexos e invistiendo su libido sobre el otro sexo. Si fracasa en esa tarea, tenderá a fijar su libido sobre sí mismo, sobre la búsqueda del semejante o sobre el padre o sustituto del mismo sexo, (lo similar).  Lo hará para no sentirse incapaz y angustiado por el miedo a un rechazo si desea a alguien distinto de sí.

El individualismo contemporáneo, tan exaltado en los medios de comunicación, niega la diferencia sexual porque pone como único objetivo la referencia exclusiva y excluyente al placer, buscado como fin en sí mismo, cuando en realidad ese placer no es más que un acompañamiento al encuentro humano.  Es interesante notar que el German Ethics Council, (Congreso de Ética Alemán) en 25 de septiembre de 2014, propone despenalizar el incesto. Dice que el incesto, cuando ocurre entre hermanos con edad para consentir, es un derecho y no debería ser ilegal. (The Week)  Muestra hasta qué punto son valorados y propuestos, los estadios primarios e inmaduros de las personas y su sexualidad.

MADUREZ

Es imposible construir un camino real de maduración sin la conciencia de que la vida, antes que nada, tiene un final. La muerte nos interpela al imponer la pregunta sobre el sentido final de las acciones en nuestra propia vida. ¿Qué reconocemos como lo importante en nuestra vida? ¿Qué imagen ideal de los logros de nuestra maduración elaboramos? ¿Qué deseamos realizar en el tiempo limitado de nuestra existencia? Desde nuestra inmadurez inicial, ¿qué significa madurar?  La mente humana  conlleva una serie de principios que vinculan, y vehiculan, el carácter y el comportamiento, promoviendo una “razón de ser” que concibe la vida en su trascendencia y que, por supuesto, jerárquicamente, ocupa un lugar muy superior al pragmatismo inmediatista, que exige súbitas gratificaciones instantáneas,  en un modo consensual tan de moda en el planteo cultural contemporáneo – (postmodernidad, sociedad líquida, etc.) – que proponen la reducción de la naturaleza humana a un puro resultado cultural, cambiante según cambie la cultura.  La madurez es un estado al que es deseable alcanzar, pero requiere una tarea personal ardua. Orienta nuestro proceso de desarrollo en la búsqueda de la plena expresión de las potencialidades naturales  que tenemos al momento de nacer. A grandes rasgos se puede hablar del desarrollo madurativo como el proceso de adquisición de la capacidad de integración social, del discernimiento acerca de lo que es bueno para afianzar la relación con los otros, la sensible comprensión del “otro” como otro distinto. Implica un adecuado control emocional, el reconocimiento positivo de aquellos que me acompañan en el camino de la vida y aún de la sociedad misma, del desempeño de actuaciones razonables y válidas en la comunidad, el logro de una identidad equilibrada, una actitud provechosa para la vida de los otros, la capacidad de dar y recibir afectos, y  la  de  sostener establemente compromisos con los “otros”.

El  tiempo  que tenemos  para  recorrer nuestra  vida y madurar como personas, nos da oportunidades para comprender lo que verdaderamente es  valioso: el afecto dado y recibido con aquellos con los que nos relacionamos durante nuestra  existencia.

La neurobiología actual, demuestra que nuestro cerebro está organizado para crecer y vivir en comunicación con los “otros”. Sin la ineludible presencia de esos otros, el desarrollo madurativo se puede alterar. El apego temprano (o attachment) con la madre, es un proceso bio-psicológico que es indispensable para el desarrollo hacia una madurez plena. Con el “apego”, se producen cambios neuronales, hormonales, de circuitos y de neurotransmisores, que favorecen el crecimiento del sistema nervioso. Está  confirmado que la falla del apego durante la infancia, produce detenciones del desarrollo y daños persistentes en los niños que se continúan en la edad adulta. Una posterior mentalización adecuada se basa en un buen apego.

La  relación simbiótica inicial, fusional con la madre, protege al niño ante la angustia por la separación con quien lo cuida. Ese niño, aún  inmaduro, no percibe los peligros externos y presenta una clara incapacidad relacional con el ambiente que lo rodea. Más tarde, si persiste la inmadurez en la adultez, también se comprobará la incapacidad relacional.  Para evolucionar hacia la madurez, serán necesarias la “fallas maternas” (D. Winnicott). Inevitablemente, estos progresivos distanciamientos, con compañía adecuada,  permiten experimentar en forma controlada y prudencial el dolor, la soledad, la impotencia y la insuficiencia en su relación con los “otros”, manteniendo el control emocional y un equilibrio en la autoestima. Tal gradualidad la administran las madres suficientemente buenas, evitando cuidadosamente cuadros de desborde angustioso. Por lo tanto, aunque el niño esté bien cuidado, va a sentir señales controladas de la amenaza de soledad. Si madura, surgirá una identidad propia, con suficientes recursos de autoestima, para sostenerse integro, resiliente, sin desfallecimientos angustiosos, en su progresiva independización. Acompañado  por  adultos que lo cuidan con afecto, podrá descubrir que los otros son un apoyo en las vicisitudes de la vida.  Reconocer que los otros son un bien para nuestra vida es una comprensión que nos encamina a la vida buena.  Salir de la soledad, abriéndose  a  la realidad de la existencia de los otros, diferentes a uno mismo, implica salir de la autorreferencialidad narcisista y reconocer a los demás, diferentes, libres. Es una tarea personal que no admite ni la sustitución o ni la sumisión hacia otros. La aceptación de esa tarea, requiere, sin excepciones, esa asistencia parental, comunicativa y afectuosa en un espacio de libertad. La verdad de la felicidad anhelada por cada uno, desde la más temprana infancia, se apoya sobre experiencias de relaciones humanas buenas con aquellos que apreciamos y  amamos, en forma recíproca. Usualmente, esas experiencias buenas, tienen  lugar en la vida familiar y en la amistad. Un encuentro real sin temores o angustias, sin la distancia de la desconfianza o el enojo, es la felicidad que todos deseamos. Las búsquedas humanas se mueven por ese deseo de encuentro pleno con el ser amado. En condiciones de madurez, ese deseo se ensancha hacia “los otros” de la sociedad. La madurez nos permite relacionarnos con esos “otros”, en forma íntegra, mentalizada, comprendiéndolos desde los deseos, afectos, límites, biología y cogniciones de esos otros. Conocer al otro es “hacerse otro en cuanto otro”. Es maduro poder ponernos en el lugar del otro, o como se dice popularmente: “Ponernos en los zapatos de ese otro. Nos permite un auténtico respeto. Sin este conocimiento afectivo no puede haber relaciones reales, profundas. Ni buen acto médico.

Ante tantas propuestas contradictorias sobre estos temas, lo enunciado en esta comunicación desea aportar elementos básicos, necesarios para la práctica médica en la cotidiana relación médico-paciente y que clarifique lo esencial de la maduración, la paternidad y el vínculo entre los padres.

Buenos Aires, Edición original de octubre de 2014

ALBERTO EDUARDO RIVA POSSE
Médico,  Especialista en Psiquiatría  –   Certificado AMA y CCPM      Especialista en Psicología Médica
Prof.  Salud Mental – Medicina –  Universidad Favaloro
Doc. Aut. En Psicología Médica – Facultad de Medicina – UBA
          International Distinguished Fellowship of the American Psychiatric Association
International Member of the Royal College of Psychiatrists              Miembro de la Comisión Directiva de SAMYF  –  Asociación Médica Argentina

RESUMEN

LA  INSOPORTABLE  SOLEDAD  DE  LA  INMADUREZ

La capacidad de amar  y recibir amor es seguramente la más valiosa adquisición de la maduración humana. Reconocemos que es fundamental, pero  no todos logran en la vida esa capacidad de amar a los demás.  Su inmadurez se acompaña con la ineptitud  para  amar, que es causa de soledad.  En el desarrollo madurativo, el individuo puede sufrir traumas que dejen daños estructurales en su personalidad.  Estos  déficits en la edad adulta pueden entorpecer la capacidad de establecer vínculos estables, promoviendo la incomunicación y el aislamiento.

En la saga de Telémaco, en la Odisea, se percibe como la identificación con el padre permite superar la soledad  y facilita la maduración.  El padre eficaz dispone y prepara para la aceptación de los límites  a  la omnipotencia del niño. Permite elaborar la violencia que acompaña a la inmadurez.  Al estimular la libre autonomía de la persona,  la habilita para dejar atrás sus dependencias primarias. Lo introduce en la realidad y la relación adecuada con los demás. Heinz Kohut designa  “El Semicírculo de la Salud Mental”  como un exponente paradigmático de la normalidad en la relación padre e hijo. Su  perspicaz observación  esclarece como las fuerzas que  impulsan a llevar adelante el amor paterno por el hijo, se patentizan en el “semicírculo del arado” de Ulises. Lo reconoce como el verdadero núcleo de la relación entre las generaciones, el más substancial de nuestro self.  Se define el desarrollo madurativo como un proceso de adquisición de la capacidad de integración social, del discernimiento acerca de lo que es bueno para afianzar la relación con los otros, la sensible comprensión del “otro” como otro distinto. Implica un adecuado control emocional, el reconocimiento positivo de aquellos que acompañan en el camino de la vida y aún en la sociedad misma, el desempeño de actuaciones razonables y válidas en la comunidad, el logro de una identidad equilibrada, la capacidad de dar y recibir afectos, y  la  de  sostener establemente compromisos positivos con los “otros”.  

SUMMARY

THE UNBEARABLE LONELINESS OF IMMATURITY

The capacity to love and receive love and enjoy it is surely the most invaluable acquisition of human maturity. We all acknowledge this, but not everybody can acquire this aptitude. The incapacity to love is the cause of loneliness. We are not born alone, we are not raised alone, and we are not educated alone. At every step of our lives, we need others. Generally speaking, nobody desires to live and die alone. Human loneliness with its sorrows and suffering, without the company of your nearest and dearest, is unbearable. Current medical evidence confirms a significant increase in morbidity and mortality as a consequence of isolation and loneliness. Maturity matters.

The Odyssey is one of the greatest narratives of humanity. There we can see Telemachus’ testimony of angst facing his father’s absence. His immaturity was evident at the age of twenty surely caused by such absence. Heinz Kohut chose the saga of Telemachus as the starting point for synthesizing the normal relationship between father and son and the concept of human maturity. Moreover, Kohut clarified the relationship between generations and he defined “The Semicircle of Mental Health” as the paradigm of fatherly love. A “good- enough father” allows the child to comprehend the limits of his omnipotence.  In addition, he helps him to perceive reality properly and facilitates the capacity to relate adequately with others. The presence of the father leads the child to leave behind the primary dependences. In this way, he allows his son to occupy his own inner space in order to really be himself (to be his true self). Maturity implies the acquisition of the sensitive comprehension of the “other” as different from oneself. Mentalization defines this capacity. A positive engagement with others entails the capacity of giving and receiving affect from others. Fatherhood is paramount for this.

PALABRAS CLAVE: Inmadurez, narcisismo, soledad, aislamiento, incomunicación, paternidad,  madurez, semicírculo de la salud mental, mentalización.

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