Por Austin Ruse*

La nostalgia acecha siempre en los rincones de la imaginación humana. A menudo se necesita de muy poco para volver a experimentarla: basta con un día soleado, el viento soplando en la hierba, el sabor de la comida, un olor, una imagen. Todo nos lleva de vuelta a la infancia, al cortejo, las bodas, el nacimiento de un hijo, a los más dulces de los tiempos pasados.

Todos estos son los tiempos nostálgicos de nuestras propias vidas. Pero a veces tenemos nostalgia de tiempos sobre los que sólo hemos leído. Esto sucede especialmente cuando la época actual nos decepciona. ¿Y quién no se siente decepcionado en esta época? La pornografía omnipresente. Matrimonios y familias que se desintegran. Sitios web dedicados al adulterio con millones de miembros. Un aumento de  falsos casamientos, y aún de los más más falsos de todos… Se produce la persecución de cristianos, incluso en países cristianos como el nuestro.

¿Quién no extraña tiempos en los que la cultura estaba de nuestro lado, en los que la religión era respetada y  tenía una voz predominante en la sociedad, tiempos en que rebozaban los seminarios y sus miembros participaban de  procesiones por las calles? Algunos anhelan los 50´s. Otros prefieren la Edad Media, o la Iglesia primitiva.

Tal vez Rod Dreher sea uno de ellos.

Rod Dreher tiene un don verdaderamente notable para la comercialización de sus ideas intelectuales. Lo conocí un poco cuando los dos estábamos en la ciudad de Nueva York, a  pesar que nuestra amistad naciente tambaleó durante la larga Cuaresma del 2002.

Discutimos en aquel entonces brevemente sobre «el bohemianismo conservador», con su libro «Crunchy Cons» (1), que se convirtió en una sensación durante un buen tiempo y que se integra perfectamente con su nuevo proyecto, La Opción Benedictina, uno de los temas de discusión más candentes entre los intelectuales religiosos (2).

Rod cree que el veloz colapso cultural que amenaza todo lo que valoramos, incluyendo muy especialmente las almas de nuestros niños, requiere que nos retiremos, al menos ligeramente del mundo de «tormentas e impulsos» (Sturm und Drang (3)) y que creemos «comunidades de intenciones», ya sea cerca de un monasterio o teniendo un monasterio en nuestra mente, para refugiarnos allí del mundo exterior -aunque todavía participemos de el-  y podamos proteger, defender y hacer crecer la auténtica cultura, y esperar el momento oportuno en el que nuestra generación u otra pueda recuperar la tierra arrasada que inevitablemente sobrevendrá a manos de los nuevos bárbaros.

Los críticos más mordaces de Dreher fueron por él, por sugerir que los creyentes ortodoxos deben retirarse de la sociedad incluyendo la retirada de la política. Aunque el ha reflexionado durante años de manera incipiente sobre este tema, un ensayo reciente de 2013, sin duda apunta en esta dirección. Como ejemplos de la Opción Benedictina, se pueden caracterizar solamente dos comunidades, que crecieron en la Oklahoma rural una -en torno a un monasterio benedictino tradicionalista- y la otra creada en la zona rural de Alaska.

Que muchos han considerado este tipo de retiro como su objetivo, incluyendo a Damon Linker a la izquierda y John Zmirak a la derecha, Dreher les debe a sus críticos una deuda de agradecimiento por haberlo ayudado a afilar  su pensamiento. Dreher dice ahora que no es lo que quería decir, y que dicho retiro es en realidad una forma de reunirse y fortalecer mutuamente las ideas afines, lo que podría ocurrir en cualquier lugar, incluyendo el interior de la misma ciudad.

La pregunta es: ¿es San Benito un modelo adecuado para los laicos? Haya retiro a las montañas o no, las implicancias de la Opción Benedictina es que los laicos puedan de algún modo seguir un modelo monástico. Es cierto que hay benedictinos terciarios, incluso los Trapenses terciarios, aunque sospecho que hablan más que aquellos que están detrás de los muros. Pero, los laicos no necesitan imitar las prácticas de aquellos que consideramos como atletas espirituales, para vivir nuestra vocación de laicos.

Se me recuerda de una de las razones (heréticas, lo sé) por las que no me ocupo de Santo Tomas Moro.

Moro deseaba haber sido un cartujo, que son aún más duros que los trapenses, e imponía a su familia prácticas de los cartujos incluyendo -creo que cruelmente- la interrupción del sueño a la 1 de la mañana para cantar el Oficio Nocturno. Tal cosa no es algo natural para alguien en el estado laico.

En una de sus muchas columnas con codazos afilados sobre Dreher y su opción, el escritor John Zmirak dijo algo muy perspicaz: «si quieres un santo como modelo para el estado laico, ¿por qué no San Josemaría?».

Algo le pasó a la espiritualidad de los laicos en la época de la expansión de los monasterios. Tan importante como su trabajo para el mantenimiento de la cultura católica, también tendieron a formar un clericalismo que llega hasta nosotros, aún hoy en día. Durante siglos se entendía que la perfección espiritual era sólo para los consagrados u ordenados. Esa perfección no era para los laicos. La perfección de estos, llega casi como las sobras de la mesa de los monjes y sacerdotes. Con la excepción de la «Introducción a la vida devota» de San Francisco de Sales la mayor parte de los grandes clásicos de la espiritualidad no fueron escritos para los laicos, sino para los consagrados y ordenados.

Tan poco se consideraba a los laicos por parte de la Iglesia jerárquica, que antes del Concilio Vaticano II se definía a los laicos por lo que no eran: no consagrados u ordenados, y sin una única vocación reconocida.

Y aún hoy se aprecia este clericalismo cuando se le dice  a un joven manifiestamente devoto que «debería ser sacerdote».

La antigua Iglesia no habría compartido este punto de vista. Y tampoco lo hizo San Josemaría. Su visión fue que los laicos estaban llamados a las mismas alturas de la perfección espiritual que los consagrados y los ordenados, y que su vocación laica estaba a la par.

Escrivá enseñó algo que la Iglesia primitiva conocía muy bien, la llamada universal a la santidad, algo que se convirtió, bajo su influencia, una enseñanza fundamental en el Concilio Vaticano II. Por lo menos una parte de la Reforma protestante estaba relacionada con el rechazo de este elitismo espiritual.

Escrivá decía que los laicos no tienen que retirarse a los monasterios para alcanzar la perfección, y que el hogar y el lugar de trabajo eran los lugares en los que precisamente iban a encontrar a Cristo. Y que allí iban a llevar a otros al Evangelio.

La aparente naturaleza revolucionaria de esta propuesta fue reconocida por la recepción que San Josemaría recibió la primera vez que la llevó a Roma. Allí le dijeron que se anticipaba 100 años.

Zmirak señala que Escrivá tuvo esta visión en circunstancias de tiempo y lugar mucho peores que la que experimentamos en los Estados Unidos hoy. Vivió la época de una guerra librada a los «tiros reales» en contra de la Iglesia. Un tiempo en que los sacerdotes y monjas fueron cazados y asesinados por miles y las iglesias quemadas.

Él mismo y algunos de sus seguidores vivieron durante meses en una pequeña habitación asfixiante en la Embajada de Honduras en España, en Madrid. Y con algunos de sus hombres, escaparon de la persecución a pie a atravesando los Pirineos, muriendo casi en el trayecto.

Y al mismo tiempo, construyó lo que Dreher y otros llamarían una «comunidad intencional» que entonces -e incluso y sobre todo hoy- atrae conjuntamente a los individuos y a las familias, para aprender, enseñar y tomar fuerzas, y después salir «a la plaza del mercado», a los campos de deportes, a las prisiones y universidades y atraer a otros más cerca del Evangelio, hacia una perfección espiritual igual que las de los monjes y monjas. Escrivá decía que Cristo quería unos pocos hombres propios para cada emprendimiento humano.

La Opción Escrivá llama a hombres y mujeres a convertirse en contemplativos en medio del mundo, para vivir lo mejor que puedan en la presencia de Dios durante todo el día, desde el momento de despertar hasta el de apagar la luz por la noche. Esto se logra a través de la oración y el estudio y un régimen vigoroso de normas de piedad diarias, semanales, mensuales y anuales .

Aunque nunca usaríamos esa frase, mi familia y yo vivimos en una «comunidad intencional» de ese tipo en el norte de Virginia, donde una escuela en una Iglesia ha reunido a decenas de familias orientadas conjuntamente a la misión. Muchos en la escuela primaria van a  escuelas católicas, Oakcrest para las niñas y The Heights para los chicos. Otros han llegado a esta zona para una vibrante comunidad de «escuela en el hogar». Muchos viven un poco más lejos, reunidos en Front Royal, en el Christendom College de Virginia  y en los diversos apostolados católicos que tienen su sede allí.

Algunas de estas familias han comenzado a casarse entre ellos. Todas están totalmente comprometidas en la cultura, la banca, la política, la enseñanza, el periodismo, la medicina, incluso el negocio del cine. Toman fuerzas unos de otros y se involucran en la cultura siguiendo el ejemplo del Evangelio en sus propias vidas.

Comunidades similares han surgido en todo el país.

Y sospecho que esto es precisamente lo que Dreher ahora considera la «Opción Benedictina», que es una frase ingeniosa sobre la que se ha construido una conversación vital, interesante, y tal vez un movimiento. Y si Dreher pensaba inicialmente o no en una retirada del mundo de la cultura y de la política, ese impulso está vivo, permanece en la imaginación de muchos católicos, y debe ser resistido con fuerza.

Porque hay un mejor modelo para el laico que el de los monjes y monjas. Y además no es necesario unirse al Opus Dei para encontrar este modelo en la «Opción Escrivá». Y está abierto a todos, incluso a los sacerdotes.

(1) «Crunchy Cons: The New Conservative Counterculture and Its Return to Roots»  (2006) by Rod Dreher (N del T)

(2)  Es conveniente separar de algún modo la «Opción Benedictina» de las enseñanzas del propio Benedicto,  -compatibles y complementarias de la «Opción Escrivá». Afirma el Oblato Benedictino Jared Staudt, director del «Catholic Studies Program» en la Universidad de Mary en Bismarck, ND en «The Benedict Option: What Does It Really Mean?»:

«La articulación inicial de Dreher de la Opción Benedictina fue inspirada por la conclusión de Alasdair MacIntyre de «After Virtue», en la que sostiene que en nuestro tiempo de renovada barbarie estamos a la espera de un nuevo San Benito. Alguien más, sin embargo, también ha sugerido que Benedicto debe ser un modelo para nuestro tiempo, y este no es otro que el Papa Benedicto XVI. El 1 de abril de 2005, un día antes de la muerte del Papa Juan Pablo II, el cardenal Ratzinger recibió el Premio San Benito y habló en Subiaco . Se refirió a la gran testimonio de San Benito, que sigue siendo relevante para nosotros hoy: «De este modo Benedicto, como Abraham, se convirtió en el padre de muchas naciones. Las recomendaciones a sus monjes que se presentan al final de su «Regla» son guías que nos muestran también el camino que lleva a lo alto, más allá de la crisis y las ruinas.». Tomando el nombre de Benedicto, destacó además la importancia única de San Benito para nuestra época. Y como Papa, explicó esta relevancia : «Benedicto … ofrece pautas útiles no sólo para los monjes, sino para todos los que buscan orientación sobre su viaje hacia Dios. Por su moderación, la humanidad y el sobrio discernimiento entre lo esencial y lo secundario en la vida espiritual, su  Regla ha conservado su poder de iluminación, incluso hasta nuestros días …. Hoy en día, en la búsqueda de un verdadero progreso, vamos también contemplamos en la  Regla de san Benito como una luz que guía en nuestro camino. El gran monje sigue siendo un verdadero maestro en cuya escuela podemos aprender a ser competente en el verdadero humanismo.»

Para Jared Staudt, la «opción benedictina» es algo realmente simple: vivir la vida de cristiano de un modo simple, coherente y centrado en la oración, en el mundo moderno. (N del T)

http://www.crisismagazine.com/2014/the-benedict-option-what-does-it-really-mean

(3) Starm and Drang: fue un movimiento literario y artístico en Alemania de fines del siglo XVIII, caracterizado por la expresión de un malestar emocional del hombre en la sociedad contemporánea. (N del T)

* Austin Ruse es presidente de C-FAM (Centro para la Familia y los Derechos Humanos), un instituto de investigación de Nueva York y Washington que se focaliza en la política legal y social internacional.Su misión es defender la vida y la familia en las instituciones internacionales y publicar los debates. Las opiniones aquí expresadas no son necesariamente las de C-FAM. https://c-fam.org

Fuente: Crisis Magazine (http://www.crisismagazine.com/2015/the-escriva-option) – Publicado el 24 de julio de 2015. – La presente publicación ha sido re publicada con previa autorización del editor.

 Traducción: Pablo López Herrera