por Carolina Riva Posse
Noviembre de 2015
Muchos estamos contentos. Los resultados de las últimas elecciones han significado para gran parte de la población una promesa de crecimiento, una esperanza de mayor libertad.
Claro que no le pedimos a la política más que lo que puede dar. No esperamos ni debemos esperar la solución a todos nuestros problemas. Ningún gobierno es ni puede ser protagonista del desarrollo de un pueblo. Ni el que entra ni el que se va.
El hombre está atravesado por un deseo de infinito que nada en la tierra podrá colmar.
Sin embargo es importante escuchar al candidato del cambio declarar en su discurso que no se cree infalible. Después de años de una pretensión desmedida del Estado de decidirlo todo, controlarlo todo y silenciar a disidentes, una propuesta más medida y respetuosa del otro trae un poco de sosiego.
Augusto Del Noce, filósofo político italiano de gran actualidad, pero poco estudiado en la Argentina, ha alertado siempre contra la concepción salvífica de la política. El racionalismo filosófico, olvidando el estado de caída del hombre, su debilidad e ignorancia, se traduce en una filosofía política que proyecta sistemas perfectos irrealizables. Los totalitarismos del siglo XX se inscriben dentro de estos intentos mesiánicos que acabaron en muerte y destrucción. Del Noce retoma el “antiperfettismo” de Antonio Rosmini, una filosofía política que ponderaba virtudes y defectos de la Revolución Francesa, bien consciente de la igual posibilidad de mal en toda época, y esperando del político el minimizar este mal y nunca el extirparlo de raíz. Como recordara Del Noce, el caballo del Fedro está siempre amenazante.
En esta línea, la independencia de poderes, la limitación del poder en general, la alternancia, la participación ciudadana, son los objetivos que debemos tener en mente para consolidar una sana democracia. No da lo mismo cualquier candidato. Aunque juntos crezcan el trigo y la cizaña, no todos los campos son iguales.
Hace unos días el profesor italiano Adriano dell´Asta, experto en pensamiento ruso, escribía un artículo sobre el futuro de Europa frente al problema de los refugiados, y rescataba palabras del filósofo Nicolas Berdiaeff. Berdiaeff fue perseguido por orden directa de Lenin enseguida después de la guerra civil, y se pregunta cómo salvar Rusia, cómo salvar la propia identidad. Encuentro sus palabras de un gran valor para el momento actual de nuestro país: “Es imposible construir la vida sobre un sentimiento negativo, sobre un sentimiento de odio, de rabia o de venganza. Es imposible salvar Rusia con sentimientos negativos. La revolución ha apenas envenenado a Rusia de rabia y la ha embriagado de sangre. ¿Qué será de la pobre Rusia si la contrarrevolución la envenenara con nueva rabia y la embriagara con nueva sangre?”
Es interesante esta reflexión de Berdiaeff porque se podría enmarcar dentro de la línea del “antiperfettismo” rosminiano. Los nuevos no están exentos de caer en los excesos en que cayeron sus adversarios. Oponerse a ellos sería subordinarse a ellos en su mismo esquema. Es preciso salir de lo lógica de la violencia y la confrontación agresiva. “Debemos amar a Rusia y a su pueblo más de lo que odiamos la revolución y los bolcheviques”. Además, promueve Berdiaeff la necesaria autocrítica sobre lo ocurrido en la historia, la responsabilidad personal que se haga cargo de las acciones u omisiones que se pudieran haber cometido. Si el bolchevismo ha vencido, dice, es porque yo soy lo que soy. Sirvan estas palabras de ocasión para volver a las propias responsabilidades del estado actual de cosas en nuestro país desde el lugar que le quepa a cada uno.
Para Berdiaeff la salvación no vendrá por la fuerza ni por la llegada de buenos gobernantes, sino por la formación de grupos que consolidan vínculos sociales. La fuerza espiritual que él ve necesaria para la renovación debe surgir de las personas, y de la unión de estas.
Creo que las palabras del filósofo ruso son un incentivo para quienes creemos que la persona humana es infinitamente valiosa en su aporte a la sociedad y no puede subsumirse en el todo social, aunque éste se embandere con los slogans del bien común. El aporte de cada uno sí hace la diferencia, y no es cierto que los esfuerzos sean vanos. Hemos tenido evidencia también en estas elecciones de lo falsas que pueden ser convicciones repetidas sobre aparatos políticos invencibles.
Lo social se conforma con un trabajo educativo lento y laborioso que interpela a cada uno. No es insignificante el aporte capilar que muchos hacen diariamente. Para algunos la política no se trata principalmente de altas esferas de poder que parecen tener tanta injerencia en nuestras vidas, sino que se determina sobre todo en la vida personal. Y vida personal no es egoísmo burgués, sino responsabilidad por lo que me toca. Lo que me toca es desarrollar lo mío. En esto nadie puede reemplazarme. Y el otro también me toca. La responsabilidad sobre los otros, necesitados, es también indelegable. No existe sistema perfecto que me exima de esas exigencias.
Ojalá el cambio que se viene haga posible el restablecimiento de la unión entre los argentinos y mejores condiciones para el desarrollo del pueblo que se entusiasma con la perspectiva de mayor libertad para crecer.
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