Por Dylan Pahman
Fuente: Acton Institute

El economista y teólogo Paul Hayne hizo una vez la siguiente pregunta, «¿son básicamente inmorales los economistas?». Preguntó esto porque los economistas tienen una frustrante tendencia a interrumpir las altas aspiraciones morales de los demás con complicaciones sobre cómo la vida no es tan simple en el mundo real. Cuando otras personas se preocupan por la justicia social y el amor, los economistas tienen una habilidad especial para enfocarse a cosas como costos y logística, aparentando poner un precio a la realización de lo correcto. ¿Es esto sólo un molesto hábito de un pequeño subconjunto de científicos sociales o podría ser un llamado moral? Es común hoy en día, especialmente entre economistas, entender a la ciencia económica como «libre de valores» en un sentido bastante radical. A menudo esta concepción se atribuye a Milton Friedman, quien escribió en un artículo de 1953, «la Economía positiva es en principio independiente de cualquier posición ética particular y de juicios normativos». Para ser justos con Friedman, en el mismo artículo admite él que hay un lugar para la Economía normativa o moralmente informada. Sin embargo, esa caracterización de la Economía positiva se ha convertido en la manera estándar de entender a la Economía como un todo. Los economistas sólo manejan los números. Lo que la gente hace con ellos sólo a ella concierne y a sus sistemas de valores.

Por el contrario, algunas personas sostienen lo opuesto, insistiendo que la Economía no es ni puede en nada ser ajena a los valores. En los círculos cristianos, esta es una postura común entre los activistas de justicia social, los distribucionistas y los llamados pensadores «ortodoxos radicales», aunque no se limita a ellos. La idea básica es que la disciplina económica presupone un todo antropológico y ético, lo admitan o no los economistas. Como tal, no debe ser considerada una ciencia y no debe tener independencia alguna con respecto a la Ética. El economista Wilhelm Röpke caracterizó a esta perspectiva, cuando la rechazó como «heterónoma» en un artículo de 1942, porque niega la autonomía de la ciencia económica el favor de su colocación bajo la Ética o la Filosofía, es decir, bajo una regla (hetero +nomos) diferente a la propia.

El primer grupo tiende a concebir a la Economía como puramente positiva o «sin valores», mientras que el segundo tiende a verla como puramente normativa. ¿Quién tienen la razón? Ambos lados tienen buenos argumentos en su favor. El positivista puede con razón apuntar que uno no lee la Ética a Nicómaco, de Aristóteles, por ejemplo, para ser capaz de entender a la oferta y a la demanda. Muchos de los conceptos de la Economía son aceptados por todos o casi la mayoría de las escuelas económicas y no requieren entrenamiento moral para intelectualmente entenderlos y empíricamente observarlos. El heteronomista, sin embargo, puede señalar con razón, como Anthony Randazzo y Jonathan Haidt en su artículo reciente de Econ Journal Watch sobre el sesgo de que la «”Economía libre de valores” no es más probable de existir que el mundo sin fricción de los problemas de física en la escuela secundaria».

Vivimos en un mundo de bien y de mal, y todos tenemos puntos de vista acerca de la moral, los que no pueden ser desmentidos por cantidad alguna de análisis estadístico o modelos conceptuales. En su ensayo Economics and Ethics, Heyne dijo, «el conocimiento científico aumenta por medio de pruebas, pero son los científicos quienes hacer las pruebas, no la “realidad objetiva”». Toda la realidad tiene un aspecto subjetivo, por eso mismo está cargada de valores. Los científicos y por lo mismo los economistas, también son personas y no pueden escapar del aspecto moral de su naturaleza. ¿Puede este debate ser solucionado? ¿Hay alguna otra forma en la que pudiéramos concebir la relación entre la Ética y la Economía? Creo que la hay y no soy el único. Como antes he señalado, Friedman no era un positivista estricto y Paul Heyne ciertamente no era un heteronomista. En realidad, desde sus inicios, la Economía moderna entonces llamada Economía Política fue entendida siendo tanto moral como autónoma, combinando la observación empírica «sin valores» con preocupaciones éticas, sociales y políticas, de una manera que ninguna otra ciencia lo podía. Por ejemplo, el economista clásico Richard Whately, quien de acuerdo con Ross Emmett, profesor de política económica y teoría política, y democracia constitucional, en Michigan State University, fue, «probablemente la única persona que ha ido directamente de ser profesor de Economía a ser arzobispo», escribió en sus conferencias de Economía Política en 1840:

«Si realmente estamos convencidos de la verdad de las Escrituras y por consiguiente de la falsedad de cualquier teoría… que en verdad difiera de ella, debemos… creer que esa teoría difiere también de los fenómenos observados; y por tanto, no debemos evitar tratar esa cuestión apelando a estas. Está en nosotros el “comportarnos con valentía por nuestro país y por las ciudades de nuestro Dios” en lugar de traer al Arca de Dios al campo de batalla combatiendo en nuestro favor».

Esto último se refiere a la historia de Jofní y Pinjás, los malvados hijos de Elí, el sacerdote de Israel (1 Samuel). Llevan ellos al Arca de la Alianza a la guerra, como si fuera de un amuleto mágico que diera buena suerte a los soldados de Israel en su lucha contra los filisteos. Dice la Escritura:

« Cuando el Arca de la Alianza del Señor llegó al campamento, todos los israelitas lanzaron una gran ovación y tembló la tierra. Los filisteos sintieron temor, porque decían: «Un dios ha llegado al campamento». Y exclamaron: «¡Ay de nosotros, porque nada de esto había sucedido antes! ¡Tengan valor y sean hombres, filisteos, para no ser esclavizados por los hebreos, como ellos lo fueron por ustedes! ¡Sean hombres y luchen!”» (1Samuel, 4:5,7,9)

¿Concedió Dios a los israelitas buena fortuna? Lamentablemente, no.  «Los filisteos libraron batalla. Israel fue derrotado y cada uno huyó a sus campamentos. La derrota fue muy grande, y cayeron entre los israelitas treinta mil hombres de a pie. El Arca del Señor fue capturada, y murieron Jofní y Pinjás, los dos hijos de Elí» (vv 10, 11). De la misma manera, afirma Whately, el conocimiento de la Biblia y las enseñanzas morales de la fe no pueden mágicamente reemplazar al conocimiento económico, y corremos gran peligro cuando presuponemos lo contrario.

Sin embargo, Whately, por eso, no creía que la Economía careciera de una vocación moral. En realidad, se le conoce por haber usado su experiencia económica para reforzar sus argumentos morales en contra de la trata de esclavos. En realidad, la Economía ganó el apelativo de «ciencia lúgubre» no porque los economistas fueran tan codiciosos y pesimistas. Más bien, como han escrito David M. Levy y Sandra J. Peart:

«Thomas Carlyle atacó a [J. S.] Mill, no por apoyar las predicciones de Malthus sobre las terribles consecuencias del crecimiento de la población, sino por dar soporte a la emancipación de los esclavos. Fue este hecho —que la Economía presuponía que la gente era básicamente toda igual y por tanto, toda con derecho a la libertad— lo que llevó a Carlyle a etiquetar a la Economía como “la ciencia lúgubre”» (énfasis añadido).

Es así que la fe y la moral no son un sustituto para la Economía pero la Economía aún tiene la necesidad de servir a la Ética. En su mejor punto eso es lo que debe buscar hacer.

William Nassau Senior, amigo de Whately y primer profesor de Economía política en Oxford,  incluso creía que la Economía sería algún día colocada «entre las primeras de las ciencias morales en interés y utilidad». Senior tenía buenas razones para esta convicción. «La búsqueda de la riqueza, es decir, el esfuerzo para acumular medios de subsistencia y gozo futuro es, para la masa de la humanidad, el gran recurso para el mejoramiento moral». Continúa él:

«¿Cuándo se torna sobrio y trabajador un obrero, atento a su salud y a su persona? —tan pronto como él comienza a ahorrar. Ninguna institución puede ser más beneficiosa para la moral de las clases bajas, es decir, para las nueve décimas partes de todo el cuerpo del pueblo, que una que deba aumentar su poder y su deseo de acumular: ninguna más maliciosa que esa que deba disminuir los motivos y los medios para ahorrar».

Podríamos pensar en la jerarquía de necesidades del psicólogo Abraham Maslow, en la que sostiene que la mayoría de la gente necesita provisiones básicas antes de que pueda esperarse que atienda metas más elevadas de la vida. Pero Senior está diciendo algo más. Arthur Brooks, presidente del American Enterprise Institute, ha mostrado que la felicidad está correlacionada con «éxito ganado» más que con «impotencia aprendida». Una persona que lucha para pasarla carece de la oportunidad para (materialmente) dar, lo que de acuerdo con Brooks también se correlaciona con felicidad. El dar es también un deber moral de todos los que han sido bendecidos con riqueza. El mismo Cristo dijo «hay mayor felicidad en dar que recibir» (Hechos 20: 35).

Por tanto, si el estar libre del nivel de subsistencia se asocia fuertemente con la felicidad y ofrece la oportunidad de planear para el futuro y ayudar a otros en dificultades, ¿no es acaso un llamado moral el descubrir los principios y las políticas que conducen a esos fines, como la propiedad privada, la industria, el crédito y el comercio? Y eso es precisamente lo que la Economía está destinada a hacer, aunque sea ostensiblemente concebida como libre de valores. Es un gran llamado moral, si es que alguna vez hubo uno, incómodo y molesto como puede serlo a veces. Aunque las curvas de oferta y demanda aún produzcan miradas incrédulas de aquellos preocupados con asuntos morales, me atrevo a decir que incluso allí hay algo sagrado.

Nota

La traducción del articulo The higher calling of the dismal science publicado por el Acton Institute el 4 noviembre 2015, es de ContraPeso.info: un proveedor de ideas que sostienen el valor de la libertad responsable y sus consecuencias lógicas.