3 de enero de 2016
Por Alberto Benegas Lynch (h)
 

Lo conocí a Juan Carlos en 1977 apenas llegado yo de estar tres años como profesor visitante en  la Universidad Francisco Marroquín. El me contó que había usado uno de mis libros al efecto de provocar a sus profesores en la Universidad Católica Argentina. Cuando se recibió, el Centro de Estudios sobre la Libertad que presidía mi padre lo becó para estudiar en Estados Unidos donde más adelante se doctoró en economía bajo la tutoría de Hans Sennholz.

En 1978 cuando se constituyó ESEADE, lo invité a formar parte del Departamento de Investigaciones de esa casa de estudios lo cual incluía que dictara clases en una de las maestrías. En ese Departamento se incorporaron otros becados del referido Centro de Estudios y otros profesionales de reconocida trayectoria. Durante la mayor parte del tiempo Ezequiel Gallo dirigió ese Departamento que daba salida a buena parte de los trabajos de investigación en la revista académica Libertas, un proyecto que pudo concretarse gracias a la generosidad de Freddy Zorraquín.

Estuve al frente de ESEADE durante veintitrés años en los que me acompañó Juan Carlos y después de un tiempo de ocurrida mi renuncia como rector se concentró en el dictado de maestrías vía aulas virtuales con base en diversas universidades europeas, un emprendimiento en el que también participé merced a su generosa invitación. A través de esos proyectos Juan Carlos logró reunir a un claustro de muy destacados profesores y siguió publicando ensayos de gran valía en diversos medios.

Cuando fui asesor económico en la Sociedad Rural Argentina lo incorporé con un resonante éxito en la publicación periódica de información económica y cuando gané mi primer concurso en la Universidad de Buenos Aires lo invité a ser uno de mis profesores adjuntos lo cual afortunadamente aceptó para gran beneficio de las comisiones que le tocaron a través de lo cual generó un número considerable de discípulos.

Más adelante, Juan Carlos fue designado profesor de economía y Decano en la Escuela de Negocios, también en la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala.

Nos comunicábamos casi diariamente con él por la vía electrónica y había estado muchas veces en mi casa y al momento de su muerte teníamos en carpeta varios proyectos que a los dos nos parecían de gran fertilidad.

Más aún, hoy enero primero de 2015 temprano a la mañana le escribí un correo con una cita de Ronald Coase que estimaba le sería de utilidad para sus trabajos sobre la matemática y la economía, tema que en mi carácter de miembro de la Academia Nacional de Ciencias Económicas en su momento le había pedido un ensayo sobre ese asunto que fue publicado y distribuido por aquella institución que suscitaron comentarios muy favorables.

Horas más tarde de aquél envío, Gabriel Zanotti me dio la horrible noticia que me impactó grandemente como también ocurrió con los miembros de un recientemente creado Club de Académicos Liberales, a Vinzenz von Thurn, a Doug Casey, a Giancarlo Ibargüen, a Ramón Parrellada, a Walter Castro y a Kurt Luebe.

Hablé con mis muy estimados Angélica y Roberto Cachanosky, todos conmocionados y petrificados por lo que sucedió. Mi queridísimo amigo y colega se ha ido entre nosotros pero su memoria y su invalorable testimonio quedará como un signo de enorme coraje intelectual para las futuras generaciones,  entre las cuales se destacan sus hijos Iván y Nicolás, uno trabaja en Chile y el otro en Estados Unidos, en ambos casos en defensa de los valores y principios de una sociedad abierta (para recurrir a terminología popperiana).

Ahora conjeturo que nuestro Juan Carlos estará en pleno diálogo con Mises y otros grandes maestros sobre la compleja situación en este mundo en el que existen no pocas personas deseosas de tomar la antorcha que encendió vivamente Juan Carlos.

Juan Carlos estaba muy vinculado a mi familia ya que además de la relación con mi padre y conmigo, fue profesor de Bertie, uno de mis hijos, en una maestría de ESEADE y de mi hija Marieta en el programa PEACS de esa misma casa de estudios. Lo vamos a extrañar mucho todos los que hemos tenido el enorme gusto de conocerlo.