Por Iván Cachanosky
5 de enero de 2016
Fuente: Punto de vista económico.
“Sometimes life is going to hit you in the head with a brick” decía Steve Jobs, en su famoso discurso dictado en la Universidad de Standford en el año 2005. Eso fue exactamente lo que sentí al enterarme de la muerte de mi padre, Juan Carlos Cachanosky, quien falleció el 31 de diciembre del 2015. La única diferencia, es que este ladrillo impactó igual de fuerte en mi alma. Intentar destacar todos los aspectos positivos que recuerdo de él, sería tan extenso, que esta columna se transformaría en un paper o incluso un libro. Por esta razón, trataré de concentrarme en aquellos puntos de su personalidad que más marcaron mi vida.
En primer lugar, no llegará el día que terminé de sorprenderme por todos sus logros académicos, que además iban acompañados de gigantes muestras de humildad. Juan Carlos, “Charly” para sus amigos, estudió economía en la Universidad Católica Argentina, donde en sus primeros años se identificaba más con la corriente keynesiana. Esto fue así hasta que comenzó a leer artículos del periodista Henry Hazlitt, quien lo llevó a cuestionarse la ética y resultados de dicha corriente. Cual lector voraz que era, continuó leyendo más y más a Hazlitt llevándolo a autores de la corriente de la Escuela Austríaca de Economía. Así fue como llegó a conocer el nombre de Hans Sennholz. Este sería sólo el comienzo de un gran camino que dejaría un legado invaluable en miles de alumnos a lo largo del mundo. Sennholz, para ese entonces presidía la Foundation for Economic Education (FEE) y mi padre decidió ir a visitar dicha institución para continuar alimentando sus conocimientos. Fue en ese seminario cuando decidió que realizaría el doctorado en Grove City estudiando con Hans Sennholz, discípulo directo del gran economista Ludwig von Mises, quien era uno de los principales exponentes de la Escuela Austríaca de Economía.
Aún recuerdo, cuando mi padre me contó el proceso de admisión al doctorado detalladamente mientras cenábamos en un Fridays de Guatemala los dos solos. Según sus palabras, en FEE, Sennholz le dijo a mi padre que le escriba un ensayo y se lo envíe por correo (en ese entonces no existía el mail) para ser admitido en el PhD de economía de Grove City. Mi padre me contó y destacó, el gran esfuerzo que hizo al escribir dicho ensayo. Tras revisarlo y revisarlo, finalmente lo envío por el correo. Tal como se mencionó, al no existir el mail, la respuesta se hizo esperar y la ansiedad tenía cada vez un rol más protagónico en mi padre. Sin embargo, mi padre también recibió su ladrillo en la cabeza obteniendo una respuesta demasiado dura y negativa. La respuesta del Dr. Sennholz, que llegó por correo tras una larga espera, sólo decía: “You’re not a PhD material”. Recuerdo que mi padre contó que ese momento había sido un golpe muy duro en su vida. Aquí aprendí una gran lección: dejar un gran legado como el que dejó él, no es tarea sencilla y requiere mucho esfuerzo y dedicación. Sin embargo, la vida da segundas oportunidades. Tiempo después, Hans Sennholz viajó a Argentina y en una reunión privada entre economistas en donde se hallaba también mi padre, volvieron a encontrarse. Por alguna razón, Sennholz recordaba a mi padre (tal vez de FEE, aunque lo más probable es que sea por el poco usual apellido Cachanosky). En ese momento, Sennholz pidió que nadie más en la sala hablara y se dedicó literalmente a tomarle un examen oral a mi padre delante del resto de las personas. Luego del “examen”, Sennholz le dijo a mi padre que vuelva a aplicar al programa del doctorado. Después de un tiempo, Sennholz confesó que pensó que mi padre era un millonario que había contratado a un profesional para que escriba el ensayo que le había llegado por correo de la aplicación al PhD. Sin lugar a dudas, la genialidad estaba en él, no solo por responder las preguntas correctamente, sino, además, por hacerlas bajo una presión inesperada. Tampoco fue fácil el proceso del inicio del doctorado, donde según me relató mi padre, Sennholz se dedicaba a asustarlo, desmotivarlo e insinuarle que abandone el programa del Doctorado porque no lo iba a poder aprobar. Sin embargo, mi padre fue el primero en doctorarse bajo el tutelaje de Sennholz.
A partir de entonces, la vida académica de mi padre no hizo más que crecer y ganar reputación tanto local como internacionalmente. Martín Krause y mi hermano, Nicolás Cachanosky, resumen muy bien sus aportes académicos en sus palabras de homenaje a mi padre. Para no repetir, sólo mencionaré que mi favorito es “Historia de las Teorías del Valor y del Precio”. Ese ensayo por sí sólo, es la prueba misma de que para poder escribirlo fue necesario haber leído una biblioteca entera de autores. Para mi padre, su demanda por conocimiento siempre se acercaba a la oferta del mismo.
Pero su grandeza no estaba sólo en leer sino en su interpretación, en su valor agregado. En el velatorio de mi padre, el doctor Guillermo Luis Covernton dijo algo que me llamó positivamente la atención: “Vos ibas con una idea a presentársela a “Charly” y te volvías con la de él porque siempre era mejor”. Creo que es un perfecto resumen de su genialidad. Guillermo me lo comentaba destacando el ámbito académico. Sin embargo, esa genialidad es generalizable en todos los aspectos de su vida.
Como si todo esto fuera poco para mostrar su gran personalidad, mi padre estaba cargado de una humildad extraordinaria que me cuesta ver en el común de las personas. Con su muerte, en las redes sociales comenzaron a viralizarse algunas fotos de mi padre junto al premio nobel de economía, Friedrich von Hayek. Si bien ya había visto las fotos en el pasado, nunca las conocí porque él me las haya mostrado, sino porque alguien las subía a las redes o porque las encontraba husmeando en sus libros. O tal vez, porque mi hermano Nicolás, las había encontrado primero y me las comentaba o mostraba. Me cuesta imaginarme muchas personas que tengan un acto de humildad tan grande como éste. Evidentemente, mi padre no era un libro abierto y en muchos aspectos, había que descifrarlo. No era de expresar sus sentimientos con palabras, pero cada gesto suyo hablaba más que mil palabras.
Debido a que había que descifrarlo, fue cuando empecé a valorar mucho los momentos que me tocaban vivir junto a él a solas. Así surgieron caminatas, generalmente los sábados a la mañana, en donde no desperdiciaba oportunidad para hacerle preguntas sobre autores o inquietudes intelectuales. Pero no sólo disfrutaba los momentos a solas con él en el ámbito académico, sino que también en lo social. ¿Cómo perderse los partidos del glorioso Boca Juniors y no verlos junto a él? ¿Cómo olvidar la cantidad de películas que veíamos, principalmente los domingos, incluyendo una intensa y larga maratón de todas las entregas de James Bond?
Te fuiste temprano viejo querido, a los 62 años. Tu camino fue más corto y por eso tu mérito es doble, ya que en menos tiempo alcanzaste objetivos que muchos no alcanzarán en toda su vida. Me enseñaste a pensar por mi cuenta y a cuestionar muchas cosas, pero por sobre todo me enseñaste a ser buena persona. Todo era sencillo con tu presencia, cualquier problema sabía que iba a tener solución, porque como dijo Covernton, siempre tenías una mejor idea… Con tu presencia no me daba miedo arriesgarme. Con tu presencia, mi seguridad intelectual y personal siempre eran el doble. Tu partida repentina da mucha pena y me llena de dolor. Aún no tengo familia propia, pero de tenerla no me daba miedo ser padre con tu presencia. Todo iba a ser tan sencillo como decirle “hijo, tenés que escuchar al abuelo” o “Hacele caso al abuelo”, porque él siempre tiene una mejor idea…. Sin tu presencia, no puedo competir con eso.
No puedo prometerte que no voy a derramar lágrimas, porque la pena es muy grande y no todas las lágrimas son malas. Lo que sí puedo prometerte, es que por cada lágrima habrá dos sonrisas…. Y luego 3, 4, 5…
Hasta siempre viejo querido… compañero de trabajo, profesor, maestro y amigo. En el largo plazo, serán cada vez más las sonrisas sobre las lágrimas y destacará el buen humor que te caracterizaba. ¡Esa es mi promesa, seguir tu ejemplo de vida!
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