9 de marzo de 2016
Por Javier Fernández-Lasquetty
Fuente: Libertad Digital
¿Quién te puede enviar en la misma semana un correo sobre la vigencia actual del pensamiento liberal de Karl Popper, otro sobre las amenazas del FBI a la privacidad de las telecomunicaciones, y otro acerca de alguna insólita experiencia disruptiva en una universidad de quién sabe qué país? ¿Quién haría todo eso a pesar de que la crueldad de la esclerosis lateral amiotrófica (ELA) le hubiera ya paralizado el 95% de su cuerpo? ¿Quién, a pesar de su padecimiento, seguiría expresando la misma alegría y el mismo optimismo de quienes saben que el ser humano, cuando es libre, es capaz de hacer que toda la humanidad avance?
Yo solo conocía a una persona así, y por desgracia falleció hace pocas horas. Giancarlo Ibárgüen fue Rector de la Universidad Francisco Marroquín (UFM) de 2003 a 2013. Ingeniero guatemalteco, apasionado por las ideas liberales, fue secretario de la Mont Pelerin Society, directivo del Liberty Fund, y de la Philadelphia Society, además de presidir el Centro de Estudios Económico-Sociales y la Association of Private Enterprise Education. Fue un hombre generoso, alegre y con una capacidad increíble para leer, buscar y no detener nunca su curiosidad. Con su entusiasmo contagioso por la libertad ha dejado una huella profunda en toda América y también en España, donde tenía un grupo numeroso y muy activo de amigos y de seguidores.
Fue un liberal en acción, que siempre actuó sin complejo ninguno ante los socialistas y los mercantilistas. Creía en la libre empresa, y por tanto en la competencia sin privilegios ni mercados falseados. Ni tenía complejos, ni sentía miedo alguno a lo que no está controlado o centralizado. Por eso adoraba la disrupción, la capacidad de cada persona para pensar distinto y probar a hacer las cosas de manera distinta. De ahí que sintiera una admiración que debería ser compartida por el empresario que se atreve a arriesgar y que con su visión muchas veces fracasa, pero otras logra que millones de personas puedan tener mejores bienes y servicios a un precio más barato.
Libertad Digital lo entrevistó hace pocos años, y en esa entrevista expresa una de las claves de su pensamiento y de su obra: la certeza de que todo se apoya en unos principios básicos: el respeto a la vida, a la propiedad y a la libertad individual. Como él mismo dice, «las ideas tienen consecuencias, pero tardan en cosecharse».
Giancarlo Ibárgüen pudo disfrutar de buena parte de la cosecha de sus ideas. Tuvo una visión de largo alcance respecto al futuro de la Educación. Continuó en la UFM el increíble reto que se propuso Manuel Ayau. Su visión de la educación la explicó de manera clarísima cuando el Instituto Juan de Mariana le entregó en 2011 su premio anual. El aprendizaje tiene que cambiar como consecuencia de las transformaciones tecnológicas, y el fundamento de ese cambio está en los principios del orden espontáneo y del conocimiento disperso que podemos tomar de Hayek. Por eso defendía el método socrático, el profesor que actúa como tutor y obliga a los alumnos a preguntarse el por qué. Era un maestro que tenía humildad, y por eso creía que en el aprendizaje también rigen las leyes del mercado que premian la responsabilidad individual, la libre competencia y la innovación.
La buena cosecha de sus ideas también se vio en la reforma del mercado de telecomunicaciones en su país, Guatemala. Gracias a sus propuestas, un país desgraciadamente pobre tiene, sin embargo, un sistema de telefonía móvil que está al alcance de toda la población, más barato y de mejor calidad que en muchos países con mayor renta per cápita. Privatización del espectro radioeléctrico y competencia abierta en el sector fueron las claves fundamentales para lograrlo. Pero junto a ello, también, la inteligencia de un hombre de acción, que tuvo siempre claro que los liberales solo tendremos éxito si ponemos propuestas encima de la mesa y actuamos para convertirlas en realidad.
Las ideas liberales llegan más lejos y dan mejor fruto cuando se defienden con entusiasmo. Giancarlo Ibárgüen supo hacerlo. El entusiasmo es contagioso.
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