20 de marzo de 2016

Por Samuel Gregg

Fuente: Acton.org / The Stream

El populismo ha entrado. La razón ha salido. Esta imagen parece caracterizar a la política estadounidense contemporánea. Mientras Donald Trump y Bernie Sanders están haciendo campaña para la nominación presidencial de diferentes partidos, los dos hombres comparten un populismo incoherente. Ya se trate de las diatribas de Trump acerca de China, o la insistencia del senador Sanders en que el gobierno puede hacerlo todo y cualquier cosa, ambos siguen el guión clásico del populismo. Entre otras cosas esto implica el identificar a los malos (China, el 1%, etc.) responsables de todos nuestros males y proponer soluciones simplistas que tendrán resultados, aparentemente, porque ellos lo dicen.

Para estar seguros, el populismo es a menudo alimentado por la insatisfacción válida con el status quo. Los estadounidenses tienen buenas razones para estar furiosos con sus líderes económicos y políticos, especialmente los que en pocas ocasiones se aventuran fuera del eje entre Nueva York y Washington DC. Cuando Sanders grita que el sistema económico está manipulado y Trump truena en contra de una clase política fuera de contacto, ambos tienen un punto —como lo ha afirmado nada menos que Charles Koch (quien es muy crítico de las políticas económicas de ambos).

Sin embargo, un problema con la retórica populista al estilo de Trump y Sanders es que socava la libertad. ¿Por qué? Porque a los populistas no les gustan esas garantías de la libertad —como la separación de poderes, el juicio justo (due process) y el estado de derecho— que puedan obstruir la realización de sus objetivos. Esta es la razón del Twitt de Sanders de que «cualquier nominado por mi a la suprema corte hará una de sus primeras decisiones el invalidar a Citizens United» y Trump ha firmado que va a hacer cosas que el presidente no tiene autoridad constitucional para realizar.

La crítica del populismo —y un deseo de resistir sus efectos corrosivos en la libertad— fue un tema central de la vida y del pensamiento de otra persona que, como Trump y Sanders, pasó una gran parte de su vida en Nueva York.  Alexander Hamilton es tal vez mejor conocido por haber dado a los EEUU la arquitectura financiera que permitió a este país transformarse en una economía dinámica, de capital intensivo. Pero también era él un escéptico del populismo, considerándolo un camino rápido que rompe los lazos que limitan al poder gubernamental.

Después de regresar de la Guerra Revolucionaria en1783, Hamilton inició su práctica legal en Nueva York defendiendo a los Tories [conservadores] amenazados con la expulsión y la confiscación de bienes por políticos populistas llevados hasta sus puestos por parte de neoyorkinos decididos a descargar su ira sobre aquellos que estuvieron del lado perdedor de la Revolución. Durante su ocupación de Nueva York los británicos habían hecho cosas terribles. Sin embargo, en su primera carta de Phocion (1784), Hamilton señaló qué «nada es más común para un pueblo libre, en tiempos de acaloramiento y violencia, que satisfacer sus pasiones momentáneas permitiendo en el gobierno principios y precedentes que más tarde resultarán ser fatales para ellos mismos». Hamilton después destacó el peligroso precedente que se crearía al desalojar y expulsar a toda una categoría de personas sin juicios ni audiencias justas. Si esto llega a ocurrir, Hamilton escribió, «ningún hombre puede estar seguro, ni saber cuándo puede ser la inocente víctima de una facción dominante. El nombre de la libertad aplicada a un gobierno así sería una burla al sentido común».

El tomar esta posición no hizo que Hamilton ganará muchos amigos políticos. Esto incluyó al gobernador de Nueva York en ese momento, George Clinton. Aunque inicialmente amable, Hamilton observó rasgos de Clinton que le desconcertaban. Haciendo a un lado las bravatas de Clinton y su tendencia a tratar con demagogia a sus oponentes (¿suena conocido?), Hamilton notó la manera como a Clinton le agradaba decirle a los votantes lo que ellos querían escuchar, «especialmente cuando se acercaba una nueva elección». Este fue el tipo de político que Hamilton detestó y al que quería frenar.

Los populistas, sin embargo, necesitan personas que los respalden: muchas, muchísimas personas enojadas y frustradas. Y aunque no sea popular decir esto, un punto de una república constitucional funcional es poner restricciones a la voluntad popular momentánea. Durante la comisión constitucional de 1787, Hamilton trató este punto cuando se le preguntó acerca del dicho vox populi vox Dei. Se cita a Hamilton diciendo «son turbulentos y volátiles».

Para algunos, estas palabras tendrán un aroma elitista. Pero si Hamilton hubiera realmente despreciado a la gente común, no se hubiera molestado en escribir tantos documentos públicos y artículos de periódico, ni participado en debates muy públicos ante comités de congreso o muy literalmente en las calles de Nueva York intentando convencer a los ciudadanos acerca de la prudencia, la imprudencia, el error y el acierto de posiciones numerosas.

Hamilton estaba dispuesto, por ejemplo, a ir en contra de la desconfianza en los bancos y de la romántica asociación de Jefferson con los estilos de vida agrarios que prevalecía en amplios segmentos de la opinión estadounidense. Hizo esto porque el desarrollo de los mercados de capitales y un sistema financiero fuerte crearían oportunidades para millones provenientes de situaciones no privilegiadas. Más importante aún, insistió de manera constante —al presidente Washington, a los colegas del gabinete, al congreso, o al amplio público estadounidense— que este era el camino correcto que su país debía seguir si es que quería asegurar un futuro de largo plazo. Al final, convenció al Congreso y al presidente de dar ese paso. El resto es historia

Hamilton entendió que los seres humanos pueden ser apasionados, incluso inconstantes y no siempre capaces de ver lo que les conviene a largo plazo. Por tanto, una de las responsabilidades de los políticos en democracias constitucionales es atemperar estas cosas pensando en el bien común de la nación y entonces explicarlo a sus ciudadanos. No es fácil. Incluso los argumentos más razonables y más fuertes no son a menudo suficientes para contrarrestar la histeria creada por los populistas. Sin embargo, en una época en la que el populismo prevalece creciendo en la arena pública estadounidense, necesitamos con desesperación muchos más Alexander Hamilton y muchos menos Donald Trump y Bernie Sanders.

Nota:

La traducción del articulo Alexander Hamilton’s Warning to Fans of Trump and Sanders: Populism Endangers Liberty publicado por el Acton Institute el 9 de marzo de 2016, es de ContraPeso.info: un proveedor de ideas que sostienen el valor de la libertad responsable y sus consecuencias lógicas.