Instituto Acton
Por Ramiro José Berraz
 

“La vida pública no solo es política, sino, a la par y aun antes, intelectual, moral, económica, religiosa…”
Ortega y Gasset

José Ortega y Gasset escribió “La Rebelión de las masas” en un contexto mundial muy diferente al actual pero que, en la sustancia, pareciera ser que habla hoy. Durante el período de entre guerras comenzó a analizar la aglomeración social y con ello la muchedumbre. Este fenómeno sucede cuando desde 1800 a 1914 la población europea asciende de 180 millones a 460 millones. Estas “aglomeraciones de seres humanos” es lo que llama la atención del autor y denuncia que “los principios en que se apoya el mundo civilizado – el que hay que sostener – no existen para el hombre medio actual. No le interesan los valores fundamentales de la cultura, no se hace solidario de ellos, no está dispuesto a ponerse en su servicio”. Por otro lado, en 1939, año de la publicación del libro, comienzan a aparecer los movimientos totalitarios y los sindicatos en Europa, ambos aglutinadores de masas. Bajo estas tendencias, el autor indica que “el hombre no quiere dar razones ni tener razón, sino que, sencillamente, se muestra resuelto a imponer sus opiniones”.

En ese contexto de aglomeración de seres humanos, surge el concepto de masa: “todo aquel que no se valora a sí mismo – en bien o en mal – por razones especiales, sino que se siente como todo el mundo y, sin embargo, no se angustia, se siente a sabor al sentirse idéntico a los demás”. Así las masas pasan a ser aquellas que “no deben ni pueden dirigir su propia existencia”, son “boyas que van a la deriva” y, por ende, son susceptibles a ser guiadas. Del otro lado, el autor define a las minorías como especialmente cualificados, no son susceptibles de ser guiadas debido a que tienen su juicio y entonces se deduce que quedan fuera del concepto de hombre-masa. El hombre masa es también un “niño mimado” o caprichoso que quiere hacer lo que a él le plazca, modificando así los valores fundamentales según le convengan. La distinción entre minorías y masas no tiende a una revolución de las primeras frente a la segunda, sino que lo que se busca es que ambas puedan convivir en sociedad.

Sin embargo, la vida en sociedad se hace difícil para las minorías cuando el hombre-masa es el que decide acumulando todo el poder en el orden público; en el sistema democrático las minorías son siempre las más perjudicadas. Por esta razón el autor expresa que la estatificación es el mayor problema de esta sociedad porque: “el hombre-masa ve en el Estado un poder anónimo, y como él se siente a sí mismo anónimo -vulgo-, cree que el Estado es cosa suya”, “este es el mayor peligro que hoy amenaza a la civilización: la estatificación de la vida, el intervencionismo del Estado, la absorción de toda espontaneidad social por el Estado; es decir, la anulación de la espontaneidad histórica, que en definitiva sostiene, nutre y empuja los destinos humanos”. Al problema de la estatificación y a la liberación de las masas, surge una clara solución: el liberalismo clásico. El autor lo especifica como principio de derecho político, según el cual el poder público, si bien es omnipotente, se limita a sí mismo y procura dejar un hueco en el Estado que impera para que puedan vivir los que ni piensan ni sienten como él.

El reciente surgimiento de los populismos en varios países de Occidente está siendo, una vez más, la forma en que los políticos manipulan a las masas. Donald Trump en Estados Unidos, Marine Le Pen en Francia, Viktor Orban en Hungría, Pablo Iglesias en España, y una lista que todavía continua, indican un posible resurgimiento de las ideas de Ortega y Gasset. De a poco estos políticos comienzan a darle a las masas lo que piden y a través de una mimesis se contagian del furor por el político de turno. En estos ejemplos podemos ver claramente que las masas tampoco cuestionan las formas de gobierno, sino que aceptan íntegramente lo que él dice. Si hay que cambiar las reglas de juego y los valores para lograr la “voluntad popular” se cambian. Incluso en los países más democráticos con división de poderes se va centrando el mismo en el ejecutivo. Con tal panorama y en el contexto actual, a 75 años del fin del fin de la II Guerra Mundial y a 27 años de la caída del Muro de Berlin, y con ello del fin de uno de los totalitarismos más acérrimos –la URSS, hay que replantearnos  si uno, en el fondo, no está siendo participe de la masa; en definitiva, tiene que luchar para ser parte de la minoría y no entrar en la mimesis de la masa. La forma de ser parte de la minoría pasa por el dialogo, la formación de ideas y mantener “moralmente” esas convicciones.