25 de junio de 2016
Fuente: Infobae

El rabino Abraham Skorka y el cardenal Jorge Bergoglio estuvieron en la primera línea del diálogo entre católicos y judíos, experiencia que volcaron en un ciclo televisivo y en un libro, Sobre el cielo y la tierra (Sudamericana, 2012), que conoció un boom de ventas cuando Bergoglio fue elegido Papa.

A pocos días de visitar Auschwitz con Francisco –invitado por los polacos, orgullosos de que uno de los mejores amigos del Papa sea un argentino de ascendencia polaca-, el rabino Skorka charló con Infobae acerca del libro que presentó el lunes 27 de junio en el auditorio del CUDES junto a Norberto Padilla.

El Concilio Vaticano II y los judíos es un libro interreligoso ya que recopila artículos escritos por judíos, católicos y protestantes; incluyendo al propio papa Francisco. Skorka explicó a Infobae cómo surgió la idea del libro y evocó algunos momentos especiales de su amistad con Bergoglio.

— ¿Qué cambios trajo el Concilio Vaticano II respecto a los judíos?

— Bueno, la Shoah fue indudablemente el último capítulo de una etapa de – por dar una cifra redonda- dos mil años de historia de los judíos en Europa o más precisamente en la cuenca del Mediterráneo y aledaños. ¿Por qué? Porque el cristianismo nació en el seno del judaísmo, y judíos y cristianos se miraban los unos a los otros a través de los siglos sabiendo perfectamente bien que hay un origen común muy fuerte. Y eso fue, visto en perspectiva, una relación de odio y de amor. Un odio que provocó la Inquisición, provocó pogromos, o sea, atentados contra los judíos, organizados por distintos gobiernos zaristas, provocó persecuciones terribles a los judíos en la época de las Cruzadas.

Y provocó además el surgimiento de una teología antisemita que, como muy bien explica el cardenal Walter Kasper, no fue la causante de la Shoah, porque el nazismo quiso destruir también al cristianismo, pero sí determinó una falta de reacción por parte de la población cristiana frente a la matanza de los judíos. Fue más causante de una cierta indiferencia o falta de capacidad de reacción frente a un crimen que, como dijo el entonces cardenal (Jorge) Bergoglio, hoy papa Francisco, en el libro que escribimos juntos, donde analizamos la Shoah, «fue un crimen único». Hubo otros genocidios en el siglo XX, el de los armenios por ejemplo, pero éste tuvo características únicas y especiales; acá se erigieron fábricas para industrializar la muerte de los judíos. Y él lo proyecta en un sentido teológico: lo que se quiso matar, asesinar, destruir, es la fe en un único Dios, en un Dios trascendente, en el Dios de Israel.

— Cuando usted dice «teología antisemita», ¿qué sería exactamente?

— La acusación de deicidio, de ser un pueblo maldecido por Dios; la idea de que el pueblo judío debe sufrir para expiar el pecado que hizo. De esa manera se fue satanizando al judío, demonizándolo. Y los cambios en esa visión cristiana del judaísmo se dan a partir de esa famosa declaración Nostra aetateque emergió en el Concilio Vaticano II.

—¿En qué contexto se produjo esa declaración?

—Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, Europa estaba en shock. Por otro lado, comenzaba una nueva era; la guerra había demandado un desarrollo tecnológico enorme, no olvidemos el plan Manhattan para la construcción de la bomba atómica. Entonces, en la década del 50, ya Pío XII tuvo la intención de llamar a un Concilio Vaticano II para dar una respuesta a las demandas de ese nuevo tiempo.  Y, por otro lado, frente a la Shoah, había que decir algo. Él no fue claro, se fue de este mundo sin haber expresado en forma totalmente explícita una condena, un manifiesto profundo acerca de este drama. Hay toda una discusión con respecto a él, a su silencio. Por un lado, hay gente que dice que ese silencio permitió que se salvasen muchos judíos. Él dio realmente una orden de que en muchas instituciones católicas de Europa se resguardara a judíos y hasta en el Vaticano mismo. Es una verdad insoslayable. Pero por otro lado, como yo digo en el libro, con ese silencio de alguna forma también se condenaba a muchos judíos. Tal vez un grito, un clamor muy fuerte, hubiese cambiado esa pasividad de los pueblos frente a un crimen que se cometía delante de sus narices.

— Finalmente es Juan XXIII quien convoca al Concilio.

— Juan XXIII tuvo un gran compromiso con el pueblo judío, salvó a muchos judíos de los Balcanes siendo nuncio apostólico en Constantinopla, dándoles certificados falsos de conversión al cristianismo. Salvó muchas, muchas vidas, y eso está documentado. Apenas fue electo pontífice, se puso como meta realizar un concilio para dar una respuesta a los candentes problemas del mundo moderno. Un hombre religioso tiene que responder frente al avance de la tecnología, de los movimientos sociales, los cambios en el pensamiento, en el desarrollo, y había que reaccionar contra el nazismo, el fascismo y demás totalitarismos. Además, hablar del respeto por los credos, tratar de erradicar esa idea de que se tiene la verdad y es la verdad absoluta y hay que imponerla sobre el mundo. Cada uno puede tener su verdad, tiene que tener su verdad. Pero cuidado, tiene que respetar la verdad del otro mientras la verdad del otro no sea una verdad nefasta, de derramamiento de sangre y de destrucción y de malicia. Del Concilio Vaticano II emergieron distintos documentos, amén de reflexiones teológicas propias para la Iglesia. Pero un punto importante era recrear el vínculo con el pueblo judío después de lo que pasó. Entonces se empezó a trabajar un documento que hablaba de la relación con todos los credos en general, Nostra aetate, nuestro tiempo, y el capítulo 4 estaba referido al pueblo judío en especial. Y ahí se pusieron las bases: nunca más se puede decir que el pueblo judío es un pueblo deicida porque si bien hay algunos que estuvieron en el relato en la muerte de Jesús, que propiciaron, pero no por eso se puede…

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El rabino Abraham Heschel reunido con el cardenal Augustine Bea, quien dirigió el proceso de elaboración de “Nostra aetate”. Fecha: 31 de mayo de 1963 (foto: American Jewish Committee)

 

— Son circunstancias históricas…

— Claro, es totalmente ridículo, pero bueno, en tiempos pretéritos fue tomado como «ustedes son los culpables». En Nostra aetate se condena el antisemitismo en todas sus formas; y hay un avance teológico muy importante, se afirma que el pacto entre Dios y el pueblo de Israel, que aparece en la Biblia, se mantiene incólume, sigue siendo el mismo, no fue revocado de ninguna manera.

— ¿En qué se basaban para decir que había sido revocado?

— Justamente en las visiones católicas que decían «nosotros somos el nuevo pueblo de Israel». Hay ciertos párrafos en el Nuevo Testamento que de alguna manera dan a entender o darían a entender esto. La palabra «nuevo testamento» aparece en Jeremías 31, ya entonces se habla de un nuevo testamento, se ve que había uno viejo. Pero lo importante es que, basándose también en citas del Nuevo Testamento, se afirma que ese pacto no fue revocado.

Nostra aetate es uno de los últimos documentos del Concilio en ser aprobado. Lo firmó Pablo VI. Fue un camino muy largo, porque en la Iglesia había gente que se oponía a esos cambios; las Iglesias orientales por ejemplo querían mantenerse bien con el mundo islámico, con los árabes, que no veían con gran simpatía todas estas expresiones, estamos hablando de aquel momento…

— Años 60, empieza en el 62 el Concilio, ¿no?

— Empezó en octubre del 62, y terminó en el 65. El año pasado se cumplieron 50 años. En ese momento Israel ya tenía unos 14 años de existencia. Había un contexto geopolítico en el que las distintas iglesias de Medio Oriente no estaban totalmente a favor de esto. Pero al final, y esto también es un signo muy positivo, hubo unos 2.500 votos a favor y 80 y tantos en contra. O sea que una abrumadora mayoría aceptó esto. Lo que ocurre es que ya había un movimiento de diálogo; muchos entendieron que todo lo sucedido había sido por falta de diálogo. Y ya la Argentina fue uno de los países en los que, en los años 50 y 60, se trabajó mucho el tema de sentarse a hablar, y se siguió con eso inmediatamente después de la aprobación de este documento. Había una tradición. El cardenal (Jorge) Mejía, que falleció lamentablemente hace poco…

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El cardenal Jorge Mejía (fallecido en 2014) junto a Jorge Bergoglio

— ¿El que estaba en el Vaticano?

— Exactamente, el bibliotecario del Vaticano, un gran biblista, uno de los pilares del desarrollo de este diálogo, es uno de los exponentes de este diálogo en la década del 60. Después hubo muchos otros muy comprometidos. A fines de la década del 50 había incluso un programa en Canal 7, que se llamaba Mesa de credos y lo dirigía Mariano Perla, un periodista español que había llegado acá como consecuencia de la guerra civil española. La Argentina tiene una historia muy rica en esto del diálogo interreligioso. Hubo múltiples libros de diálogos, por ejemplo, el del rabino (Mario) Rojzman con Monseñor (Justo) Laguna, de Marcos Aguinis también con Monseñor Laguna y el libro que yo hice con Bergoglio, todo de diálogo. Además del programa de televisión que hice con él.

Con Bergoglio siempre quisimos que fuese un diálogo como todo diálogo tiene que ser. Con coraje: no había tema para nosotros prohibido, cada uno de los temas lo analizábamos con muchísimo respeto del uno al otro, nadie quería imponer absolutamente nada al otro. Nos sentábamos como pares alrededor de la mesa y los programas de televisión no eran armados.

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El rabino Abraham Skorka y el papa Francisco, en Jerusalén (mayo de 2014)

— No había guión.

— No había guión, el guión lo armábamos en el momento, cada uno sabía, obviamente, el tema sobre el cual íbamos a grabar tal día a las 10 de la mañana, por ejemplo, la familia, la amistad, lo que fuere. Marcelo Figueroa preparaba la introducción y cada uno de nosotros llevaba citas en apoyo. Pero yo diría que el que más improvisaba era Bergoglio. Nos sentíamos muy libres, lo único en que nos auto-limitábamos era en tratar de hacer las cosas con prolijidad, entender bien cuando el otro había terminado de exponer. Y el otro límite era el respeto máximo para que nada vaya a lastimar, pero diciéndonos lo que sentíamos sin limitación alguna, salvo la de expresarnos de forma no ofensiva. Ese es el verdadero diálogo, decir con mucho cuidado, con mucho respeto, las cosas. Y cuando son cosas duras, decirlas, expresarlas también.

— Sobre esos diálogos, una vez le escuché a usted decir que con Bergoglio hablaban de todos los temas, pero que había uno que para él era «innegociable» y ese tema era Jesús. Por eso quería preguntarle cuál es la visión que tiene el judaísmo de Jesús.

— No, yo no dije que el único tema era Jesús… Puede ser que lo haya dicho, en el sentido de la polarización, que podemos hablar sobre todos los puntos, que él puede ceder un poco y yo también, que podemos llegar a ceder.

— A acordar.

— Pero el tema en esencia de la parte divina de Jesús, sobre ese tema por supuesto hay que dividir entre judíos y cristianos. Pero también la división es una división muy cuidadosa. En el muy interesante libro de (el papa emérito Joseph) Ratzinger sobre Jesús, lo que me resultó más brillante es cómo él compara a Jesús con Moisés, cosa que ya aparece en el Antiguo Testamento también. Entonces, Moisés era de carne y hueso, era un hombre de una espiritualidad muy grande. Ratzinger plantea que es alguien superior a Moisés. Ahora, esa visión de Jesús como un hombre que desarrolla una espiritualidad muy grande, hasta ahí vamos bien, concordamos.

Ahora, en el momento en el que él se transforma en el hijo de Dios, Él y no todo el pueblo de Israel, y no toda la humanidad, sino él de una manera especial, en ese momento empezamos a divergir. Pero cuidado, hay toda una ética, la trascendencia de Dios, y de Dios que quiere el desarrollo del amor, que también acordamos.

Pero hay otra cosa en la que diferimos que es en dónde ponemos el acento. Nosotros ponemos el acento en que para honrar a Dios hay que obrar con justicia, justicia y misericordia, pero justicia; justicia, así dice el Libro de los Salmos, es la base del trono de Dios. Esa es la manera de honrar a Dios. El cristianismo se detiene en la salvación del individuo, que está en la fe, la fe en Jesús, la fe en Dios. Nosotros no remarcamos tanto el salvarse, sino el honrar a Dios, punto. Honra a Dios, por supuesto, que redime los errores del mundo, pero el cristianismo se detiene más en la salvación, una cuestión de fe, y pone como en segundo lugar la cuestión de la justicia. Pero de todos modos tenemos un lenguaje común, eso es lo más importante.

— Hábleme del libro que va a presentar el lunes.

— El libro que voy a presentar junto con al doctor Norberto Padilla es una recopilación de artículos acerca de qué pasó con el diálogo, cómo fue el enorme impulso que le dio Nostra aetate al diálogo judeo-católico. La idea de este libro nace en 2012 cuando se cumplió el 50º aniversario del inicio del Concilio Vaticano II. Entonces me invitaron a la Universidad Católica Argentina a exponer sobre el tema y fue allí donde me dieron el doctorado honoris causa, una cosa que promovió Bergoglio porque él era el gran canciller de esa universidad.

— Usted habrá sido el primer judío al que le dieron un honoris causa en la UCA…

— El primer judío, sí, el único. Fue todo un signo que Bergoglio quiso hacer. Un signo enorme. Fue algo muy, muy especial, muy emocionante, la UCA estaba llena y pusieron incluso pantallas en un salón contiguo que también se llenó. Y estuvo el famoso padre (Raniero) Cantalamessa que es el que predica…

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De izq der: Abraham Skorka, el predicador del Vaticano, Raniero Cantalamessa, el nuncio Emil Tscherrig y el entonces arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio (2012, Acto en la UCA por el 50 aniversario del Concilio Vaticano II)

— Si, el que oficia la misa en El Vaticano.

— Cuando terminó ese acto, se me acercó un miembro de mi comunidad, que en ese momento tendría 88 años, una persona brillante, con gran cultura, y muy emocionado, me dijo: «Mire rabino, yo vi en Alemania cómo en la época del nazismo sacaron de mi escuela a los maestros y los llevaron a campos de concentración de los que no volvieron nunca. Yo pude irme de allí, vine a la Argentina y toda mi vida busqué alguna respuesta a ese momento de dolor. Esta noche empiezo a tener una respuesta». Fue muy fuerte ese acto, el pensamiento de Bergoglio expresado por Víctor Fernández fue por qué se me entregaba ese doctorado, por el aporte que había hecho a la cultura. Podemos aprender y así él escribe en la carta apostólica, la primera carta apostólica que…

— Para Bergoglio fue fundamental el diálogo con los judíos.

— Sí, en Evangelii gaudium, su primera encíclica, donde habla del diálogo con todos los credos, él dedica un párrafo especial al diálogo con el pueblo judío. Y allí repite algunas que ya están en Nostra aetate, pero agrega algo muy importante: dice que se puede analizar las sagradas escrituras junto a los maestros judíos, porque «pueden enriquecernos». Es lo que yo hacía con él; me pregunta qué pasa con este versículo, y dígame esto, dígame lo otro. En nuestro programa, que se llamaba La Biblia, diálogo y gente, constantemente citábamos las Escrituras.

— Entonces, su honoris causa coincidió con el aniversario del Concilio…

—Sí, justo el mismo día que se cumplían 50 años del inicio de las sesiones. También fue invitado el pastor protestante, Néstor Míguez Bonino. Poco antes, en una de nuestras charlas yo le digo a Bergoglio: «Ah, me olvidé de agradecerle mucho por el doctorado que me van a dar». «No, yo no tuve nada que ver», me contestó. Pero el día de la ceremonia, antes de ponerme la medalla y darme el diploma, sin el micrófono de por medio, me dice, y esto no me lo voy a olvidar nunca: «Usted no sabe lo que yo soñé con este momento»… Porque no fue fácil, a un judío, después del cardenal tal, el cardenal tal, o tal persona que hizo tanto por la Iglesia, de repente que se lo dieran a un rabino…

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El rabino Abraham Skorka es el primer judío en recibir el doctorado honoris causa de la Universidad Católica Argentina (2012)

— ¿Y ahí entonces surgió la idea del libro?

— Así es. Entonces le pedí a Bergoglio que escriba un artículo, y le fui pidiendo lo mismo a distinta gente porque yo quería que fuera una recopilación, a (Carlos) Escudé, a (Norberto) Padilla; a gente que estuvo en el diálogo. De todos ellos, tengo que decir que el artículo que más me emocionó fue el que le pedí a Jorge Mejía, que ya era, podemos decir con mucho cariño, viejito, creo que ya tenía 90. Y escribió un artículo largo, como de 20 y tantas páginas, porque él fue testigo ocular de Nostra aetate. Y estuvo después en la Comisión de Diálogo del Vaticano con los judíos. Lo que él escribía era…

— Testimonial.

— Testimonial. Y lo que me emocionó mucho fue que me lo dedicó a mí el artículo, «en memoria de tantas cosas». Tantas cosas del pasado. Él estuvo con el primer rector del seminario rabínico, con el rabino Marshall Meyer, yo soy el segundo. Y de tantas cosas que se hizo en todos estos 50 años para alcanzar este momento que es muy importante. Es un momento en donde el año pasado el Vaticano reafirmó en un documento firmado por el cardenal Kurt Koch, de la Comisión del Diálogo con los judíos, acerca de la relación profunda, especial, entre cristianismo y judaísmo. Se reafirma el pacto entre el pueblo judío y Dios. Y se dice que, cuando se habla de evangelizar, de ninguna manera se puede hablar, como en el pasado, de evangelizar a los judíos. Además, se dice que aunque hay relación con todas las religiones, con el judaísmo hay una relación especial.

— Como dijo Juan Pablo de los judíos, ¿no?

— «Nuestros hermanos mayores».

— ¿El libro se va a vender comercialmente?

— Sí, sí. Es una pequeña edición que se hizo con la ayuda de la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires.

— Incluye entonces un artículo de Bergoglio.

— Sí, uno de Bergoglio como cardenal y unas reflexiones como Papa, firmando ya como Francisco. Empecé armando yo el libro y después me ayudó el rabino Ariel Stofenmacher, pidiendo a otra gente, buscando que haya una presencia de Iglesias cristianas no católicas, hay uno de Míguez Bonino también. Y contribuciones de otros rabinos que estuvieron en el diálogo, el rabino (Daniel) Goldman por ejemplo también enriqueció el libro, el rabino (Guillermo) Bronstein de Perú y el rabino (Ernesto) Yattah, en base a sus conocimientos de Abraham Heschel, el rabino que aportó muchísimo al capítulo 4 de Nostra aetate.