5 de agosto de 2016
Por Carroll Ríos de Rodríguez
Fuente: Instituto Fe y Libertad

Los titulares en los medios de comunicación atribuyen comentarios sorprendentes al Papa Francisco. Dicen que dijo que el capitalismo conduce al terrorismo. ¿Realmente fue así? Al buscar las entrevistas originales que producen dichos titulares, detectamos dos posibles fuentes.

La fuente más directa es una conferencia de prensa que ofreció el Papa Francisco a bordo del avión cuando retornaba a Roma de Cracovia, luego de participar en la exitosa Jornada Mundial de la Juventud. Según Francis X. Rocca, corresponsal en el Vaticano para The Wall Street Journal (1 de agosto), allí el pontífice dijo que “el terrorismo crece cuando no hay otra opción, y mientras la economía globalizada se centre en el dios del dinero y no en la persona…Esto es un terrorismo fundamental, contra toda la humanidad.” Rocca pone el comentario en contexto: Francisco respondía a una pregunta sobre los vínculos entre el Islam y los recientes ataques terroristas en Francia. El papa opina que la juventud musulmana en Europa ha sido marginada por la sociedad y por factores económicos; se unen a grupos extremistas porque no tienen trabajo, porque consumen alcohol y drogas, y porque Europa no les ofrece ideales.

La segunda fuente de los titulares es una extensa entrevista publicada en La Croix, un periódico católico francés, el 17 de mayo. Los reporteros Guillaume Goubert y Sébastien Maillard le preguntaron al pontífice si Europa tenía la capacidad para absorber grandes cantidades de migrantes. Después de aclarar que Europa no podía abrir sus puertas de par en par, comentó: “Sin embargo, la pregunta más profunda es por qué hay tantos migrantes…Los problemas iniciales son las guerras en Oriente Medio y África, así como el subdesarrollo del continente africano, que provoca hambre. Si hay guerras, es porque existen fabricantes de armas…y sobre todo, traficantes de armas. Si hay tanto desempleo, es por una falta de inversión capaz de generar empleo, de los cuales está necesitada África. Más ampliamente, esto eleva la pregunta de un sistema económico mundial que ha descendido a la idolatría del dinero. La gran mayoría de la riqueza de la humanidad ha caído en las manos de una minoría de la población. Un mercado completamente libre no funciona. Los mercados en sí son buenos pero también requieren un respaldo, un tercer actor, o un Estado que los monitoree y los balancee. En otras palabras, lo que se necesita es una economía social de mercado.”

Quienes nos consideramos liberales clásicos y abogamos por mercados libres reconocemos con tristeza que tenemos serias diferencias de criterio con el Papa Francisco en este tema opinable. Él atribuye vicios y consecuencias negativas a un “mercado” que nosotros no reconocemos. Su formación en temas económicos es particular. Cuenta que su padre Mario José era contador, y que desde joven nunca se sintió atraído por la ciencia económica. Creció en Argentina cuando estuvieron de moda las ideas peronistas (esencialmente socialistas), la tesis cepalista del también argentino Raúl Prebisch sobre la industrialización por sustitución de las importaciones (ISI), y la teoría de la dependencia. En su columna de Forbes, “Pope Francis and the Economists” (4 de diciembre del 2013), Alejandro Chafuen dice que uno de los economistas más influyentes en el Vaticano es Joseph Stiglitz. Stiglitz, a su vez, impacta sobre el pensamiento de Monseñor Marcelo Sánchez Sorondo, de ascendencia argentina, canciller de la Academia Pontificia de Ciencias. Tanto Sánchez como Stiglitz son partidarios de la teoría de la “tercera vía”. Es decir, creen que el mercado necesita ser controlado por terceros, pues si se deja actuar libremente a los actores económicos, harán estragos. Ellos asesoran al papa en materia económica.

¡Qué ganas de persuadir a Stiglitz, a Sánchez, al Papa Francisco y a tantos otros fieles de la Iglesia Católica sobre las bondades de un mercado verdaderamente libre, enmarcado por un Estado de Derecho, poblado por personas que se hacen responsables de sus actos! Los consumidores y productores pueden ser buenos cristianos. Algunos quizás se han vuelto excesivamente consumistas o materialistas, pero no hace falta ser avaro y egoísta para participar del mercado. Algunos quizás idolatren el dinero, pero muchos lo usan sin apego como lo que es, un valioso medio de intercambio. ¿Cómo comunicar persuasivamente la forma en que se crea riqueza, y el imperativo de crear riqueza para paliar la pobreza mundial? ¿Cómo narrar que el comercio internacional, lejos de dañar a los países en vías de desarrollo, los beneficia? El comercio internacional es portador de ahorro, inversión y los empleos que el pontífice añora.

Los partícipes en actividades económicas somos personas falibles pero pacíficas. No somos terroristas. No matamos, como hacen los terroristas. No robamos lo que no nos pertenece. Respetamos la integridad de las personas con las que intercambiamos bienes y servicios voluntariamente, porque nos conviene, y porque no podemos obligarlos a obrar contra su voluntad y su mejor interés. Engañar, estafar, o deliberadamente robar, entre otras cosas, son actos severamente castigados tanto por el mercado como por las leyes y las normas y costumbres sociales.

Y, como señala Samuel Gregg en su artículo para The Stream (3 de agosto, 2016), los terroristas islámicos, por lo general, no son personas pobres. No son víctimas de un sistema económico que los ha marginado. Los pobres por lo general no recurren a la violencia. La gran mayoría de musulmanes son pacíficos, no terroristas. Pero los que sí empuñan las armas y se inmolan, y matan a inocentes y siembran el terror, son movidos por sus convicciones religiosas. “Imaginar que reducir la desigualdad económica en naciones islámicas, o que incrementar subsidios a los musulmanes pobre en Europa Occidental de alguna forma reducirá el terrorismo no se ajusta a la evidencia,” concluye Gregg.