Septiembre 2016
Por Gabriel J. Zanotti
Fuente: Filosofía para mi
Tengo mil razones para no escracharme una vez más escribiendo marcianadas fuera de Marte, pero, en fin, una más ya no agrega ni quita nada a mi extraterroide existencia.
Mis amigos libertarios (otros extraterroides) cerraron filas, gracias a Dios, en la defensa de la libertad de expresión del mencionado Monseñor, aunque en la mayoría de los casos estuvieron en desacuerdo. Esto, que sería obvio, hay que agradecerlo hoy, una época donde la libertad de expresión ha sido sepultada bajo el derecho a la información y las supuestas discriminaciones de las cuales nos defendería el Inadi y otros soviets de la cultura estatista actual.
Pero, obviamente, el contenido de lo que dijo ha sido sumergido en un mar de absurdo y ridículo.
Por supuesto no es cuestión de defender a Aguer en cuanto a sus ideas políticas, que no comparto, ni tampoco es cuestión de ser –como algunos- un obseso sexual para el cual la moral pasa sólo por el 6to y 9no mandamiento. Tiene razón Francisco en que hay una jerarquía de verdades, sin cuyo entendimiento todo lo demás es letra muerta. Y en esa jerarquía de verdades los temas de moral sexual NO están en primer lugar.
Pero entonces me gustaría explicar cuáles son esas creencias previas que para los creyentes son tan importantes, aunque no me sienta con ninguna autoridad moral para hacerlo.
Los cristianos creemos verdaderamente que Dios nos crea en armonía total con él y que esa armonía es quebrada por el pecado original, de cuya culpa viene Jesucristo a redimirnos, estructurando con ello toda la historia de la salvación. Por eso el eje central de la Fe es la Fe en la muerte, crucifixión y resurrección de Jesucristo, y que todo eso lo hace movido por un amor y un perdón NO merecido por ninguno de nosotros. Por ende el eje central de la Fe y la moral cristiana es ese SI al amor de Cristo, y no una serie de “noes” colocados como una faja artificial a nuestra naturaleza.
Por eso, luego del pecado original, las relaciones con el prójimo quedan afectadas por el pecado, por la historia de Caín y Abel, que se repite incesantemente. Y entre esas relaciones con “el otro”, la relación con el otro sexo quedó muy afectada: luego del pecado original, la mirada al otro sexo como un instrumento a nuestro servicio es imposible de evitar. Excepto, claro, por aquello esencial que desciende de Cristo por su redención: la Gracia de Dios, por la cual nuestra naturaleza caída, finita, es curada, y elevada por la Gracia al amor a Dios y al prójimo. Y somos llamados a cambiar la mirada alienante por una mirada de respeto, de compasión, de entrega. Imposible para el hombre, posible para Dios, y por ende posible para nosotros mediando la Gracia de Dios.
Es por eso, precisamente por eso, que Cristo eleva el matrimonio al estado de sacramento. Con lo cual convierte a la unión entre varón y mujer en sagrada. O sea, para los cristianos el sexo es sagrado, y por eso el 6to y 9no mandamiento, que nos encuadra al enamoramiento y al matrimonio en una dinámica de sacralidad. Como el sexo es sagrado, no puede practicarse fuera de lo sagrado. El razonamiento no es tan complicado.
Lo complicado, después del pecado original, con estos y los demás sacramentos, es cumplirlos. Por eso los cristianos verdaderamente no juzgamos. Verdaderamente no conocemos el interior del otro como lo conoce Dios. Por lo demás, en esto como en todo, asumimos nuestras faltas como parte de nuestro humano camino a Dios, y por eso ninguno de nosotros se considera ejemplo de nada ni autoridad de nadie. Creemos, tratamos de vivir lo que Dios nos pide, pero viviendo a su vez del perdón de Dios y sin juzgar a los demás –lo cual no quiere decir que no podamos juzgar una conducta en sí misma, SIN juzgar la conciencia en su fuero interno-.
Por eso ni yo ni nadie tiene derecho a erigirse en juez en estos temas. ¿Quién de nosotros puede arrojar la primera piedra? ¿Quién es el inmaculado? Nadie, excepto la Virgen, por los méritos de Cristo, o excepto algunos que fueron bendecidos con la castidad perfecta como un regalo inmerecido de Dios, necesario para los planes de Dios: pero ninguno de ellos fue soberbio, todos ellos fueron humildes y se sabían pecadores, ninguno de ellos condenó, todos ellos miraban con misericordia a sí mismos y a los demás.
Pero, al lado de todo esto, NO es contradictorio decir, cuando la prudencia lo indique: esto no. Esto está mal. Por caridad, precisamente. Porque Cristo señaló un camino que es necesario a todos y otorgado libremente por su Gracia.
En este mundo tan enloquecido, ya casi no sabemos qué decir, ni cuándo, ni cómo. Sobre todo si nos enfrentamos con el odio, patológico o demoníaco. Pero todos los demás, neuróticos normales como yo, personales woodyalinezcos como yo, piénsenlo.
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