Quienes actuaron sobre la base de las apocalípticas predicciones poblacionales de Paul Ehrlich se arrepienten, pero el daño que hicieron y hacen es irreparable.
Por Carroll Ríos de Rodríguez
31 de enero de 2017
Es inaudito que muchas ONGs y organizaciones internacionales, como la Organización de Estados Americanos, sigan trabajando sobre la base de un mito: la sobrepoblación. Ahora disfrazan su meta un poco más, desde que un estudio publicado por la Organización de Naciones Unidas (ONU), una de las entidades más alarmistas en el pasado, confesara que la población crece a un ritmo menor del temido, y que va en pique en buena parte del mundo Occidental. Ahora argumentan que el control de la natalidad, así como la legalización del aborto y la eutanasia, son necesarios para frenar un excesivo consumo de recursos naturales o para garantizar la autonomía de la mujer.
Entre tanto, demógrafos y ambientalistas honestos han renunciado a sus convicciones antinatalistas. La notable excepción es el gurú del movimiento: Paul Ehrlich. Él causó furor en 1968 cuando publicó su panfleto, La Bomba Poblacional. El movimiento Cero Crecimiento Poblacional nació a raíz del éxito de su mensaje terrorífico y regó sus teorías por todo el mundo. La historia del movimiento es detallada en un documental producido por el New York Times, un periódico centro-izquierda que tiró la toalla respecto al supuesto de la sobrepoblación hace dos años. Interpreto este documental como una explicación de su loable cambio de rumbo.
Los seguidores del entomólogo Paul Ehrlich eran “creyentes verdaderos”, afirma Adrienne Germain, ella misma una creyente. Germain y otro discípulo converso, Stewart Brand, dan declaraciones impactantes en el video. Los creyentes verdaderos temían que la Tierra pronto sería destruida por humanos, señala Germain, ex presidenta de la Coalición Internacional para la Mujer. Incluso el Presidente Richard Nixon promovió el control de la natalidad, tras convencerse que la humanidad se ahogaría debido a un exceso de personas, tráfico, crimen y contaminación.
En el video aparece el biólogo Stewart Brand de joven, afirmando que las personas deberían tener menos y mejores bebés. (Nótese el tono eugenístico del comentario.) Brand retaba a quienes emprendían un tercer embarazo a hacer una huelga de hambre para sufrir en carne propia lo que padecerían otros, presuntamente más “responsables”, a causa de su excesiva reproducción. Brand se ha retractado públicamente porque pasaron 44 años y las catástrofes predichas por Ehrlich no se materializaron.
¿Cuándo admitirá Ehrlich que falló su teoría? Confrontado con esta pregunta en el documental, el científico responde condescendientemente. Es un desvergonzado, porque dice que erró en “cosas pequeñas”, tal y como anunciar el fin de la India o de Inglaterra: predicciones para nada pequeñas. Ehrlich reconoce que Inglaterra no cesó de existir en el 2000, como él pronosticó, pero que “sólo han pasado 14 años”, como si diera igual una década más o una década menos. “La gente no entiende que el tiempo para el ecologista puede ser muy distinto al tiempo para la persona promedio.”
Ehrlich destila desdén por los humanos: nos ve como bestias desordenadas que banquetean y se reproducen sin límite. Nos compara con bolsas de basura. “La idea de que cada mujer debe tener cuantos bebés desee es, para mí, una idea exactamente como aquella según la cual todos deben tener permiso de tirar cuántas bolsas de basura quieran al jardín del vecino.” Para Ehrlich, nuestra mera existencia compromete la sostenibilidad del planeta. No ve que creamos, resolvemos, y producimos. Su solución sigue siendo las hambrunas, preferiblemente diseñadas para afectar las comunidades que menos le agradan, el aborto y la esterilización coercitiva de los egoístas y los tontos.
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