por Samuel Gregg
(Research Director, Acton Institute, Grand Rapids, Michigan, EE.UU.)
El antiamericanismo es tan antiguo como la propia Revolución americana (o aún más antiguo). Como todas las naciones, Estados Unidos tiene sus defectos. Sin embargo, estos defectos atraen una atención desmedida del resto del mundo. Esto se debe en parte al tamaño y al alcance mundial de los medios de comunicación de Estados Unidos, así como al estatus de superpotencia de Estados Unidos. A escala global, las decisiones tomadas por Argentina e Italia, por ejemplo, no son tan importantes para los asuntos internacionales como las decisiones tomadas por Estados Unidos.
Algunos de los análisis más profundos de Estados Unidos han sido escritos por extranjeros. El ejemplo es De la Democracia en América (1835-1840) de Alexis de Tocqueville. Sin embargo, pese a la escala y la intensidad de la atención prestada a los Estados Unidos, no es difícil encontrar artículos escritos por extranjeros inteligentes que reflejen graves malentendidos e ignorancia absoluta de vez en cuando en materia de las corrientes políticas, económicas y culturales que conforman los Estados Unidos.
Esto me lleva a un artículo muy extraño que se publicó recientemente en La Civiltà Cattolica: la revista jesuita italiana publicada dos veces al mes y que goza de un estatuto cuasioficial puesto que la Secretaría de Estado del Vaticano ejerce la supervisión de los artículos que publica. Titulado «Fundamentalismo evangélico e integrismo católico. Un ecumenismo sorprendente», sus autores, el padre Antonio Spadaro SJ (Director de Civiltà Cattolica) y el reverendo Marcelo Figueroa (pastor presbiteriano, director de la edición argentina de L’Osservatore Romano), hacen varias afirmaciones sobre tendencias políticas y religiosas específicas en Estados Unidos: afirmaciones que, en el mejor de los casos, son poco convincentes y desinformadas.
Por ejemplo, consideremos la analogía de los autores entre la perspectiva teológica de aspectos particulares de los protestantes evangélicos estadounidenses y el ISIS. Por lo que sé, los autoproclamados fundamentalistas estadounidenses no están destruyendo tesoros arquitectónicos de 2000 años de antigüedad, decapitando a los musulmanes, crucificando a los cristianos de Oriente Medio, promoviendo la vil literatura antisemita o masacrando sacerdotes franceses octogenarios. Otro asunto polémico en el artículo es que el Sacro Imperio Romano fue constituido como un esfuerzo para realizar el Reino de Dios en la tierra. Este análisis particular será como una noticia para historiadores serios de esa complicada entidad política que devino, como dice el dicho: “ni Santa ni Romana ni Imperio”.
Se presentan también varios vínculos entre el escepticismo del cambio climático, la fe de los cristianos blancos del sur (comentarios que, si se aplicasen a otros grupos raciales, serían denunciados por algunos por lindar con el fanatismo) y el pensamiento apocalíptico entre algunos evangélicos estadounidenses. En conjunto, se dice que estas cosas reflejan y ayudan a alimentar una visión maniquea del mundo en Estados Unidos. Luego se presenta en el artículo la asociación peculiar de la herejía del evangelio de la prosperidad con los esfuerzos recientes para proteger la libertad religiosa en Estados Unidos.
Sin duda, los estudiosos evangélicos y otros resaltarán los muchos problemas que caracterizan la comprensión del artículo en relación a la historia del cristianismo evangélico y el fundamentalismo en Estados Unidos. Un amigo mío agnóstico quien resulta ser un destacado historiador de la fe evangélica americana en una prestigiosa universidad aconfesional, describió la opinión del artículo sobre este tema como «ridículamente ignorante». También sospecho que el Rvdo. Figueroa y el padre Spadaro no se dan cuenta, por ejemplo, de la adhesión de muchos evangélicos en las últimas décadas a la lógica de la ley natural: algo que, por definición, inmuniza a cualquier cristiano serio de las tendencias del fideísmo. Pero dos afirmaciones particulares mencionadas por los autores requieren una respuesta más detallada.
¿Quién es un maniqueo?
Como se ha señalado, los autores afirman que el fundamentalismo evangélico ha contribuido a que Estados Unidos adopte un entendimiento maniqueo de los asuntos internacionales. Sin embargo, sostienen que el papa Francisco rechaza cualquier perspectiva que contemple el mundo en términos de fuerzas de luz y fuerzas de oscuridad. En cambio, argumentan que el Papa reconoce sabiamente que en la raíz de los conflictos entre las naciones «siempre hay una lucha por el poder».
Sin duda, el deseo del poder motiva a algunos actores internacionales. Pero también es importante reconocer que ciertas ideas —como el marxismo, el leninismo, el yihadismo islamista o el nacionalsocialismo— han llevado a los movimientos transnacionales y a los estados nación a actuar con malignidad porque las ideas mismas son malignas. Para los estadounidenses (y cualquier otra persona) el reconocer esto y llamar a estas cosas por su nombre no es dejarse embaucar por el maniqueísmo. Es simplemente el reconocimiento de que algunas ideas son realmente retorcidas y hacen que muchas personas, incluso las naciones, participen en actos seriamente malvados.
Por ejemplo, no se puede entender el régimen populista de izquierda que actualmente está destruyendo a Venezuela, a menos que se entienda que su cúpula y muchos de sus partidarios están en parte motivados por una visión profundamente conflictiva del mundo. Mucho de esto viene directamente de Marx y Lenin (quien haya escuchado en televisión cualquiera de los últimos cortos enfados de tres horas de Hugo Chávez les dirá). Vale la pena recordar que cuando el presidente Ronald Reagan llamó la Unión Soviética «el imperio del mal» en 1983, millones de personas detrás de la Cortina de Hierro instantáneamente entendieron de lo que estaba hablando. Sabían que los sistemas bajo los cuales vivían estaban basados en malas ideas sobre la naturaleza del hombre y de la sociedad.
Además, el hecho de que algunos estadounidenses describan (a menudo con exactitud) ciertos regímenes como malignos no significa que vean a Estados Unidos como un Reino de Dios embrionario en la tierra. Por ejemplo, muchos de los evangélicos estadounidenses están profundamente angustiados por el estado de la cultura popular y de la élite en Estados Unidos. Tampoco son lentos para señalar estas fallas, incluso cuando estas debilidades se manifiestan en sus propias filas. Eso debería hacer que cualquier europeo occidental o latinoamericano se detenga antes de empezar a atribuir pareceres maniqueos del mundo a millones de cristianos estadounidenses.
Ecumenismo, evangélicos y católicos
Una segunda tesis problemática que caracteriza el artículo de Spadaro y Figueroa, que requiere más atención, es su descripción de la relación entre muchos católicos y evangélicos en Estados Unidos: una relación sobre la cual el sacerdote y el ministro manifiestan claramente grandes reservas.
El padre Spadaro y el reverendo Figueroa observan correctamente que muchos católicos y evangélicos han encontrado una causa común en las últimas décadas en torno a temas como «el aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo, la educación religiosa en las escuelas y otras cuestiones generalmente consideradas morales o vinculadas a los valores». Luego añaden que «los integristas católicos y evangélicos condenan el ecumenismo tradicional y, sin embargo, promueven un ecumenismo del conflicto que los une en el sueño nostálgico de un tipo de Estado teocrático».
Por «integristas católicos», podemos suponer con seguridad que los autores se refieren a los muchos católicos estadounidenses (rutinariamente etiquetados como «conservadores») que han escogido aliarse con los evangélicos para defender cosas como la cultura de la vida y la libertad religiosa del tipo del laicismo doctrinario que corrió desenfrenado bajo la administración de Obama. Pero la gran mayoría de estos católicos no son «integristas», y mucho menos teócratas en espera. Todo lo contrario. Tampoco la gran mayoría de los evangélicos en Estados Unidos empujan las agendas teocráticas.
Por ejemplo, las declaraciones manifestadas por diversos estudiosos e intelectuales involucrados en movimientos como » Evangelicals and Catholics Together» no contienen ni una pizca de aspiración teocrática. Con el tiempo, la discusión ecuménica entre quienes están involucrados en estos emprendimientos ha generado un fruto genuino en términos de aclaración de puntos en común, eliminando conceptos erróneos, identificando caminos doctrinales reales e identificando áreas en las cuales el trabajo práctico para promover el bien común se pueda lograr conjuntamente. Esto contrasta duramente con los bromuros y las incongruencias que caracterizan la discusión ecuménica con las confesiones protestantes convencionales de tendencia liberal en rápida decadencia, que hace mucho tiempo abandonaron las muy básicas ortodoxias cristianas sobre la fe y la moral que la mayoría de los evangélicos continúan afirmando rigurosamente.
Por otra parte, cuando se trata de cristianos católicos y evangélicos en Estados Unidos mencionando el argumento de que, por ejemplo, los seres humanos no nacidos tienen derecho a la misma protección contra el uso injusto de la fuerza letal como cualquier otro ser humano, o que la libertad religiosa es más que solamente la libertad de culto o que los padres tienen derecho a insistir en que sus hijos no sean sometidos al desatino de la «ideología del género» en la escuela, estos argumentos se han presentado cada vez más en términos de razón pública. Los católicos cuentan con una larga tradición en hacer esto. Sin embargo, es también un enfoque que muchos evangélicos han comenzado a adoptar en los últimos años.
Esto no se suma a la imposición de la teocracia o a la reivindicación de privilegios especiales, y mucho menos al tratar de facilitar arreglos de casi ‘trono y altar’ o algún tipo de nacionalismo americano evangélico / católico. Contrariamente a las afirmaciones del padre Spadaro y del reverendo Figueroa, esto no es «un desafío virtual directo a la laicidad del Estado». Se trata de que las verdades conocibles por todas las personas a través de su razón natural puedan seguirse reflejando legítimamente en la plaza pública de sociedades pluralistas como los Estados Unidos. Además, la afirmación de estas verdades en esta manera no sólo ayuda a facilitar la libertad y el pluralismo genuino (en contraposición a la ideología de la «diversidad») en Estados Unidos; también ayudan a proteger a los no cristianos y no creyentes de la coerción injusta tanto como cualquier otro estadounidense.
Un problema de credibilidad
Si el artículo de Civiltà Cattolica simplemente reflejaba las opiniones de un sacerdote católico de Europa Occidental desconocido y de un ministro presbiteriano argentino, pocos estarían preocupados por su contenido. Pero los artículos de Civiltà Cattolica están sujetos a un escrutinio de la Secretaría de Estado de la Santa Sede. Por lo tanto, es curioso que quien firmó este artículo (asumiendo que fue debidamente revisado) en la Secretaría de Estado no tomó en cuenta la fusión de los autores de asuntos relacionados tangencialmente, ni planteó preguntas sobre el tono emotivo del artículo, ni advirtió al padre Spadaro y al reverendo Figueroa de su entendimiento inequívocamente amateur de la historia religiosa americana y de los puntos más sutiles de la política americana. Si es que no se levantó bandera roja -o se le ignoró- entonces todos los católicos, estadounidenses o no, tienen motivo de preocupación. Simplemente no está en los intereses de la Iglesia universal desarrollar o fomentar comprensiones sustancialmente falsas de los Estados Unidos o del mundo anglosajón de manera más general.
Las personas -incluyendo el Papa y sus asesores- son libres de formarse opiniones sobre diferentes naciones y sobre la conducta de los asuntos internacionales. Nadie espera que el obispo de Roma sea acrítico de los Estados Unidos, o de cualquier otro país. Hay mucho que criticarle a los Estados Unidos, al igual que hay que criticarle a Argentina (como los delirios económicos, la envidia sistemática y los cultos de personalidad incentivados por el veneno del peronismo) o a Italia (como la corrupción y el clientelismo desenfrenado en su cultura política y económica, a los que, por desgracia, los funcionarios del Vaticano y los clérigos italianos tristemente no han sido inmunes).
Aún así, el desarrollo de tales puntos de vista debe informarse mediante una reflexión cuidadosa, un dominio de los detalles y una comprensión adecuada de la historia y del desarrollo de un país. Lamentablemente, esto está faltando en el artículo de Spadaro-Figueroa- y se nota. Sin embargo, el mayor daño es la credibilidad de la Santa Sede como serio contribuyente a los asuntos internacionales. Y eso no beneficia a nadie, y menos aún al papa Francisco.
Nota:
Esta traducción corresponde al artículo “On that strange, disturbing, and anti-American “Civiltà Cattolica” article” publicado por the Catholic World Report el 14 de julio de 2017. Su traducción al español ha sido realizada por el Instituto Acton.
Deja tu comentario