Por Kishore Jayabalan[1]
31 de octubre de 2017
Los intelectuales a menudo son críticos ruidosos del capitalismo. La mayoría de ellos se inclina políticamente hacia la izquierda, por lo que es fácil identificar al anti-capitalismo con el progresismo. No es coincidencia, por lo tanto, que el estado de bienestar moderno haya sido administrado por élites ansiosas de corregir las supuestas fallas del mercado en el camino hacia una sociedad más igualitaria. Las élites izquierdistas tienden a ser profesores universitarios en lugar de capitanes de industria, pero siguen siendo élites.
¿Cómo, entonces, podemos explicar la insatisfacción creciente con el capitalismo entre esa banda de intelectuales que se llaman a sí mismos conservadores? ¿Ha cambiado el capitalismo de alguna manera básica como para perder su apoyo? ¿O siempre se le consideró como la hermana fea que se tolera por el bien de la alianza contra el comunismo? Quizá haya algo acerca de los intelectuales, independientemente de su afiliación política, que los lleve a menospreciar el hacer dinero como motor de la sociedad.
En cierto sentido, esto no es algo nuevo. El historiador Jerry Z. Muller explicó las formas en que los intelectuales han criticado al capitalismo en su libro The Mind and the Market. Hoy en día, el sentimiento anti-mercado es especialmente fuerte entre un subconjunto pequeño pero influyente de intelectuales: los teólogos conservadores. Véanse, por ejemplo, los últimos números de la revista político-religiosa First Things, así como el propio Journal of Markets and Morality del Acton Institute.
First Things fue fundada por el padre Richard John Neuhaus, un fuerte defensor de la economía de mercado. Su libro Doing Well and Doing Good fue instrumental en mi decisión de hacerme católico, sirviendo como un antídoto contra las tonterías contenidas en documentos como la carta pastoral de 1986 Justicia económica para todos. El diario del padre Neuhaus convenció a las personas de mentalidad religiosa de que los capitalistas están llamados a contribuir al bien común siendo buenos capitalistas, es decir, no necesitan renunciar a sus profesiones ni pagar reparaciones por sus pecados.
El editor actual de First Things, R.R. Reno, adopta un enfoque diferente. En su columna sobre el libro de Michael Novak The Spirit of Democratic Capitalism, Reno escribe: «El capitalismo no es una opción, como me pareció a mí y a muchos otros cuando Michael escribió su libro. Es nuestro destino y nuestro problema». Alguna vez, Reno valoró la necesidad histórica de vincular a la libertad económica con las instituciones democráticas y una cultura moral religiosa; sin embargo, los tiempos han cambiado. El capitalismo se ha convertido en una «ideología rígida», por lo que debemos reconsiderar la libertad económica y los fines a los que sirve. Concluye Reno: «Lo que Michael Novak no reconoció, lo que debemos admitir, es que el dinamismo del capitalismo de libre mercado invade, trastorna, reacondiciona y en ocasiones destruye estos lugares de tranquilidad».
Mi colega del Acton Institute, Sam Gregg, respondió ya a Reno pidiendo a los conservadores religiosos que se unan a los defensores del libre mercado para trabajar por la libertad ordenada en lugar de rechazar al capitalismo. Nada está predestinado para las sociedades libres, por lo que aún podemos actuar. Somos peones de Wall Street, tanto como los europeos del este fueron peones del Politburó. Al repensar al capitalismo, necesitaremos tanto una visión de la sociedad libre y virtuosa como políticas que nos muevan hacia ella, tanto teólogos como economistas.
Reunir a teólogos y economistas es precisamente lo que sucede en el último número de la revista Journal of Markets and Morality. Está dedicado a una discusión sobre John Maynard Keynes y cuestiones morales, un tema importante especialmente desde que un alto funcionario del Vaticano solicitó recientemente la renovación de las políticas keynesianas y un «nuevo New Deal». Si este es un curso de acción sólido depende de 1) si Keynes tenía razón en su pensamiento económico y prescripciones y (2) si es así, si son aplicables a nuestros tiempos. (Pronto enviaré El hombre olvidado de Amity Shlaes al arzobispo Tomasi).
Dos artículos en este número son particularmente relevantes para la crítica teológica de la economía: «Homo Economicus versus Homo Imago Dei» de Brian Fikkert y Michael Rhodes y «Homo Economicus como hombre caído: la necesidad de economía teológica» de Robert C. Tatum. El primero ve a estas dos visiones antropológicas del hombre como diametralmente opuestas; el segundo ve algo de convergencia. Lo que parece claro para mí es que los teólogos y los economistas a menudo hablan el uno del otro, rara vez encontrando términos comunes para discutir preocupaciones comunes.
Una excepción notable a este problema fue el fallecido Paul Heyne, un economista que fue entrenado como teólogo y coautor del libro de texto The Economic Way of Thinking. En su última conferencia, Heyne nombró seis errores que los moralistas cometen al criticar al capitalismo:
1) Enfatizan exageradamente los motivos, descuidando las consecuencias.
2) Identifican al egoísmo con el interés propio.
3) No se dan cuenta de que la competencia resulta de la escasez, no del capitalismo.
4) No ven cómo los precios proporcionan información para coordinar actividades.
5) No entienden que la justicia se aplica de manera diferente en la familia, en la comunidad y en la economía.
6) Piensan que las perspectivas divinas pueden aplicarse directamente en los asuntos humanos.
Al igual que Reno, Heyne admite que los mercados destruyen comunidades, pero agrega que no deberíamos esperar que los mercados hagan lo contrario. Las personas que viven en las comunidades locales las forman con sus hábitos y comportamiento, es decir, la cultura. Para Heyne, la cultura moldea a la sociedad tanto como, si no más, que la economía.
Sin embargo, los partidarios del libre mercado deben admitir que la economía y «la forma de pensar económica» también afectan a la cultura de manera significativa. Ellos necesitan abordar preguntas como: ¿Qué factores sociales o culturales mantienen controlada a la economía, especialmente en una sociedad que coloca al comercio en su centro? ¿Qué sucede cuando la economía supera estos límites y llega a dominar a expensas de otros bienes? ¿Cuáles son los inconvenientes de la adquisición ilimitada de riqueza y una economía cada vez más financiera?
Habiendo estudiado filosofía política en la escuela de postgrado y luego trabajado para la Santa Sede, rápidamente me acostumbré a escuchar este tipo de preocupaciones sobre la economía, que fue mi campo de estudio y profesión inicial. No las tuve y todavía no tengo muchas respuestas, pero ya no me sorprende escucharlas. (Si bien la ignorancia económica es un problema, la arrogancia económica es probablemente más grande, como admite el economista Irwin Stelzer). Este tipo de cuestionamiento es bueno para la economía, tanto como ejercicio intelectual, como para servir al bien común de la sociedad.
La política y la religión a menudo tienen una visión condescendiente de la economía y suponen que puede ser dirigida y controlada a voluntad, lo que los keynesianos estaban dispuestos a permitir. A las élites les gusta tratar con otras élites a expensas de la gente. El problema es que las personas necesitan trabajar y encontrarán maneras de hacerlo, independientemente de lo que les digan sus superiores y de los modelos que diseñen.
Afortunadamente, los economistas no keynesianos adoptan un enfoque mucho más humilde respecto de lo que puede conocerse y dictarse a un pueblo libre. ¿Me atrevo a llamar a tales
economistas populistas? Después de todo, tal vez haya una forma de salvar la creciente división entre conservadores y libertarios.
[1] La traducción del artículo «What is “economic man”?» publicado por el Acton Institute el 4 de octubre de 2017 es de ContraPeso.info: un proveedor de ideas que sostienen el valor de la libertad responsable y sus consecuencias lógicas.